EL día siguiente era día propicio para visitar la sala de los Borgias; se citaron César y Kennedy en la plaza de San Pedro, entraron en el Museo del Vaticano y fueron por una serie de escaleras y de pasillos a la galería de las inscripciones.
Bajaron después a una sala en cuya puerta había guardias vestidos con trajes acuchillados con cuchilladas rojas, amarillas y negras. Algunos de estos llevaban alabardas, y otros espadas.
—¿Por qué aquí los guardias visten de otra manera? —preguntó César.
—Es que esto ya pertenece a los dominios del Papa.
—¿Y qué clase de guardias son estos?
—Son los suizos pontificios.
—Tienen un aire bastante zarzuelesco —dijo César.
—Hombre, no diga usted eso. Estos trajes fueron dibujados nada menos que por Miguel Angel.
—Sí; entonces parecerían bien; pero ahora dan una impresión teatral.
—Es que usted no tiene respeto. Si fuera usted respetuoso le parecerían admirables.
—Bueno, esperaremos a ver si me nace el respeto. Ahora vaya usted explicando lo que hay aquí.
—Esta primera sala, sala de las Audiencias o de los Pontífices, no tiene nada de particular, como usted ve —dijo Kennedy—; ahora, las cinco que vienen, aunque restauradas, se conservan lo mismo que en el tiempo en que el paisano de usted, Alejandro VI, era Papa. Las cinco están decoradas por el Pinturicchio y sus discípulos, y se refieren a los Borgias. Estos Borgias tienen su historia, no del todo bien conocida, y, su leyenda, más extensa y más pintoresca. Realmente, no es fácil distinguir una de otra.
—Vengan la historia y la leyenda mezcladas.
—Haré a usted el resumen en pocas palabras: Alfonso Borja era un valenciano nacido en Játiva; fue secretario del rey de Aragón; luego, obispo de Valencia; después, cardenal, y al último, Papa, con el nombre de Calixto III. Mientras vive Calixto, los españoles son todopoderosos en Roma. Calixto protege a sus sobrinos, hijos de su hermana Isabel y de un valenciano que se llamaba Lanzol o Lenzol. Estos sobrinos dejan su primer apellido y adoptan el de la madre, italianizando su ortografía: Borgia. Al mayor, don Pedro Luis, su tío el Papa le nombra capitán de la Iglesia, y al segundo, don Rodríguez…
—¿Cómo don Rodríguez? —dijo César—. En español no se dice don Rodríguez.
—Pues así le llama Gregorovius.
—Pues, sin duda, Gregorovius no sabía español.
—En latín le llaman Rodericus.
—Entonces debe ser Rodrigo.
—Eso es, Rodrigo. Pues a este don Rodrigo, también setabense, su tío le hace cardenal, y a la muerte de Pedro Luis le llama a Roma. Rodrigo tiene varios hijos antes de ser cardenal, y, al parecer, no siente espontáneamente grandes entusiasmos por las dignidades eclesiásticas; pero, al verse en Roma, le asalta la ambición de ser Papa, y a la muerte de Inocencio VIII compra la tiara. ¿Es leyenda, o es historia que compra la tiara? No está claro. Ahora entremos a ver el retrato de Rodrigo Borgia, que en la serie de los Papas lleva el nombre de Alejandro VI.