DOS o tres días después se encontró César con el español Cortés en la plaza Colonna. Se saludaron. El pintor, flaco y de aire avinagrado, iba con un joven alemán imberbe, rojo y chato. Este joven era también pintor, según dijo Cortés; llevaba sombrero verde con una pluma de gallo, esclavina azul, anteojos gruesos, grandes botas, y tenía cierto aire de chino rubio.
—¿Quiere usted venir con nosotros a la Galería Doria? —preguntó Cortés.
—¿Qué hay en esa galería?
—Un retrato de Velázquez tremendo.
—Yo le advierto a usted que no entiendo nada de pintura.
—Nadie entiende nada —afirmó rotundamente Cortés—. Cada cual dice lo que le parece.
—¿Está cerca esa galería?
—Sí, aquí un paso.
En compañía de Cortés y del alemán del sombrero verde con la pluma de gallo, fue César a la plaza del Colegio Romano, en donde se encuentra la Galería Doria. Vieron una porción de cuadros, que a César no le parecieron mejores que los de las tiendas de antigüedades y prenderías, y que merecieron sabios comentarios del alemán. Luego Cortés les llevó a un saloncillo tapizado de verde y alumbrado por la luz de una claraboya. En el saloncito únicamente se veía el retrato del Papa. Para contemplarlo cómodamente desde el frente había instalado un sofá.
—¿Este es el retrato de Velázquez? —preguntó César.
—Sí, este es.
César lo contempló con atención.
—Este hombre había comido y bebido bien antes de que lo retratasen —dijo César—; tiene la cara inyectada.
—¡Es extraordinario! —exclamó Cortés—. ¡Hay que ver cómo está hecho! ¡Qué bárbaro! Todo es rojo, la muceta, el capelo, el fondo de las cortinas… ¡Vaya un tío!
El alemán manifestó sus opiniones en su lengua y sacó un cuaderno y un lápiz y escribió varias notas.
—¿Y qué clase de hombre era este? —preguntó César, a quien la cuestión técnica de la pintura no le preocupaba como a Cortés.
—Dicen que era hombre de inteligencia roma y que vivió dominado por una mujer.
—Lo grande es —murmuró César—, cómo el pintor lo ha dejado ahí viviendo. Parece que hemos entrado a saludarle y que espera que le hablemos. Esos ojos claros nos están interrogando. Es curioso.
—¿Curioso? No —exclamó Cortés—. Es admirable.
—Para mí, más curioso que admirable. Hay en este Papa algo de bruto; por entre la barba gris, tan poco espesa, se ve el mentón saliente. El buen señor tenía un prognatismo marcado, tipo de degeneración, indiferencia, torpeza intelectual, y, sin embargo, llegó a lo alto. Quizá en la Iglesia, como en el agua, sólo floten los corchos.