LO QUE SE LEE EN LAS TAPIAS

SALIERON César y Kennedy hacia el templo de Vesta, y siguieron por la orilla del río hasta donde acaban los malecones del Tíber.

Las orillas aquí eran verdes, y el río más claro y más poético. A la izquierda se erguía el Aventino con sus villas; en el puerto descansaban dos o tres remolcadores; y alguna que otra grúa se erguía a lo largo del muelle.

Caía la tarde y el cielo se llenaba de nubes rojas.

Se sentaron un momento al borde del camino, y César se entretuvo en descifrar las inscripciones trazadas con carbón en una tapia.

—¿Se dedica usted a la epigrafía moderna? —preguntó Kennedy.

—Sí. Es una de las cosas que me gusta leer en los pueblos adonde voy; los anuncios de los periódicos y los letreros de las tapias.

—Está bien esa curiosidad.

—Sí; yo creo que se ve mejor la vida actual de un pueblo en los letreros que en las guías y libros de estudio.

—Es posible. ¿Y qué consecuencias ha obtenido usted con sus observaciones?

—No valen gran cosa. No he edificado, como hubiera hecho ese farsante de Lombroso, una ciencia sobre la epigrafía de las tapias.

—Pero, en fin, ya la edificará usted cuando haya encontrado el sistema.

—Usted cree que la ciencia mía epigráfica está a la altura de mi ciencia financiera. ¡Qué error!

—Bueno, ¿y qué ha observado usted respecto a los pueblos?

—Por ejemplo, Londres he visto que es infantil en sus letreros y algo clownesco. Al londinense del pueblo, cuando no se le ocurre alguna tontería sentimental, se le ocurren brutalidades o payasadas.

—Es usted muy amable —dijo Kennedy riendo.

—París tiene el gusto encanallado y cruel; se ve en el francés del pueblo, alternativamente, el tigre y el mono. Allí lo que domina en las tapias es la nota patriótica, los insultos a los políticos, llamándoles asesinos y ladrones, y luego un sentimiento de venganza expresado en un ¡A muerte Dupin! o ¡A muerte Duval! También se ve un gran entusiasmo por la guillotina.

—¿Y Madrid?

—Madrid es un pueblo, en el fondo, arisco, moral y de poca imaginación, y los letreros de las tapias y de los bancos son primitivos.

—¿Y en Roma, qué se ve?

—Aquí se ve una mezcla de pornografía, de romanticismo y de política. El corazón atravesado por una flecha y las frases poéticas, alternan con alguna suciedad muy grande y con los vivas a la Anarquía y al Papa-rey.

—Está bien —dijo Kennedy—; veo que la epigrafía que usted cultiva no está mal. Hay que sistematizarla y darle un nombre.

—¿Qué le parece a usted que la llamemos, tapiografía?

—Muy bien.

—Entonces, la sistematizaremos uno de estos días, Ahora podemos irnos a cenar.

Tomaron el tranvía que tornaba de San Pedro extramuros y volvieron hacia el centro.