ENCUENTRO CON MARCHMONT

PASARON por delante de la Villa Médicis, y al llegar cerca de la plaza de Trinitá de Monti, se encontraron con un jinete que, al verles, se acercó inmediatamente al coche. Era Archibaldo Marchmont, que acababa de llegar a Roma.

—Creí que se había olvidado usted de nosotros —dijo Laura.

—¡Yo olvidarme de usted, marquesa! Jamás.

—Dijo usted que venía a Roma…

—Tuve que volver a Londres desde Niza, porque mi padre ha estado gravemente enfermo con un ataque de gota.

—¿Y está ya bien?

—Sí. ¡Muchas gracias! ¿Ustedes vuelven del paseo?

—Sí.

—¿No quieren ustedes venir a tomar el te con mi mujer y conmigo?

—¿Adonde?

—Al hotel Excelsior. Estamos allí. ¿Vienen ustedes?

—Bueno. Aceptó Laura, y con el inglés al estribo fueron hasta la vía Veneto.

Entraron en el hotel y pasaron al hall, lleno de gente. Marchmont avisó a su mujer con un criado para que bajara. Se sentaron Laura y César en compañía del inglés.

—Es insoportable este hotel —exclamó Marchmont—; no hay más que americanos.

—A su mujer, en cambio, le parecerá bien —dijo César.

—No. Susana está cada día más europeizada, y ya no le gusta la elegancia demasiado estrepitosa de sus paisanos. Además, está su padre, y esto le hace sentirse menos americana.

—Es una forma extraña de entusiasmo filial —replicó César.

—A mí no me choca. Casi yo creo que es lo corriente —repuso Marchmont—; yo, en mi casa, he visto que mis hermanos se odiaban cordialmente, y que todos los de la familia estábamos deseando separarnos unos de otros. El caso de ustedes, de dos hermanos tan unidos, es muy raro. ¿Es que en España es frecuente que los hermanos se quieran?

—Sí, hay casos —contestó César, riendo.

Llegó madama Marchmont, acompañada de un señor viejo, que debía de ser su padre, y de otros dos señores. Susana estaba elegantísima; saludó muy afablemente a Laura y a César, y presentó a su padre, el señor Russell; luego, a un escritor inglés, alto, flaco, con los ojos azules, la barba blanca y el pelo como un nimbo, y después, a un joven inglés de la Embajada, tipo muy distinguido, llamado Kennedy, que era católico.