—¿POR dónde andas? —le dijo Laura al verle.
—He paseado con el abate.
—Se conoce que le encuentras más interesante que a nosotras.
—Preciozi es muy interesante. Es un maquiavélico. Tiene la candidez simulada y el aturdimiento simulado. Hace una pequeña comedia para no pagar el café o el tranvía. Es admirable. Yo creo, y perdona que te lo diga, que estos italianos son algo roñosos.
—El que no tiene, por necesidad ha de ser económico.
—No, eso no; yo he conocido en Madrid gente que ganaba tres pesetas al día y gastaba dos en convidar a un amigo.
—Sí, por fantasmonería, por ganas de darse tono; no quiero gente fanfarrona.
—Pues yo casi la prefiero a los tacaños.
—Sí, eso es muy español. El hombre gastando, y mientras tanto la mujer y los hijos muriéndose de hambre. El hombre que no sabe apreciar el dinero, no es el mejor.
—El dinero es una porquería. ¡Si fuera posible suprimirlo!
—Pues yo, hijo, no quisiera que lo suprimieran, sino tener mucho.
—Yo, no; si pudiera realizar mis planes, después me bastaría para vivir una barraca, una buhardilla.
—No tenemos las mismas ideas.
—A mí me da hasta asco esa gente que necesita telas, y joyas, y perfumes… Todas esas cosas me parecen de judíos.
—Pues entonces yo debo ser judía.