LA FAMILIA VATICANA

SE sustrajo, haciendo un esfuerzo sobre sí mismo, a esta idea penosa, y preguntó, dirigiéndose a Preciozi:

—¿Y usted cree que yo hubiera podido hacer una bonita carrera en la Iglesia?

—¡Usted! ¡Ya lo creo! —exclamó Preciozi—. ¡Con un tío cardenal! ¡Che carriera podría usted haber hecho!

—Pero ¿hay bastantes cargos en la Iglesia?

—Desde el Papa hasta los canónigos y guardias pontificios, hay que ver las jerarquías que tenemos en el Vaticano. Primero el Papa, luego los cardenales con órdenes de obispos, después los cardenales con órdenes de presbíteros, luego con órdenes de diáconos, la secretaría, la compistería del Sacro Colegio de Cardenales, los patriarcas, arzobispos, obispos y la familia pontificia.

—¿Qué familia es esa? ¿La del Papa?

—No; se llama así, como quien dice, el Estado Mayor del Vaticano. En ella entran a formar parte los cardenales palatinos, los prelados palatinos, los camareros secretos participantes, los arzobispos y obispos asistentes al Solio Pontificio, los prelados domésticos que componen el Colegio de los Protonotarios apostólicos, los maestros de las ceremonias pontificias, los príncipes asistentes al Solio, los camareros secretos de espada y capa participantes, los camareros secretos de espada y capa de número…

—De espada y capa. Cuando le decía yo a usted que ese pobre Cristo está haciendo un mal papel en ese frontón de San Pedro —exclamó César.

—Hombre, ¿por qué?

—Porque no parece muy propio todo eso de espadas y capas para el alma de un cristiano. A no ser que esos caballeros de capa y espada no manejen la espada para herir y la capa para abrigarse, sino que empleen la espada de la Fe y la capa de la Caridad… ¿Y no tienen ustedes, como en la corte de España, esos gentiles hombres de casa y boca?

—No.

—Pues es una lástima. ¡Es una cosa tan expresiva eso de casa y boca! Casa y boca, capa y espada. ¿Qué más se puede pedir? Hay que reconocer que no hay como la Iglesia y luego la Monarquía para inventar cosas bonitas. Por eso se dice, y se dice bien, que fuera de la Iglesia no hay salvación.

—Es usted un pagano.

—Yo creo que usted también lo es.

Macché!

—¿Qué hay después de esos camareros secretos de capa y espada, querido abate?

—Luego hay la Guardia Noble Pontificia, la Guardia Suiza Pontificia, la Guardia Palatina de Honor, el cuerpo de la Gendarmería Pontificia, los capellanes secretos, los clérigos secretos, los familiares de Su Santidad. Luego viene la gente de la administración palatina, las congregaciones y otras secretarías.

—¿Y los cardenales, viven bien?

—Sí.

—¿Cuánto ganan?

—Tienen veinte mil liras de sueldo fijo, y luego otras cosas.

—¡Pero eso es muy poco!

—¡Ah, claro! Antes estaban mucho mejor, cuando los Estados Pontificios. Con esas veinte mil liras tienen que gastar coche.

—¿Los que no sean ricos marcharán muy mal?

—Figúrese usted, algunos tienen que vivir en un tercer piso. Ha habido quien ha comprado la túnica roja de lance.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Pero esa túnica es tan cara?

—Sí es cara, sí. Se hace con un paño especial que se fabrica en Colonia.

—¿Es que hay ya muchos cardenales que no son de familias ricas?

—Muchos.

—Han echado ustedes a perder el oficio.

Fueron al Trastevere y allí tomaron el tranvía; Preciozi bajó en la plaza de Venecia, y César siguió hasta la terminación de la vía Nacional.