EL FRAILE

MIENTRAS la Generosa llevaba una vida de escándalo, su hermano Francisco estudiaba en el colegio de Escolapios del pueblo y después ingresaba en el Seminario de Tortosa. No se distinguió allí por su inteligencia ni por su buena conducta; pero, a fuerza de tiempo y de recomendaciones, pudo ordenarse y decir misa en Villanueva. La sangre inquieta del padre bullía en él: era juerguista, brutal y pendenciero. Como en el pueblo la vida le era difícil, se marchó a América, dispuesto a ahorcar los hábitos. No debió de encontrar entre los seglares grandes horizontes, porque unos meses después profesaba, y diez o doce años más tarde volvía a España, como superior de la Orden, a un convento de la provincia de Castellón.

Francisco Guillén había cambiado de nombre, y se llamaba Fray José de Calasanz de Villanueva.

Fray José de Calasanz, al volver de América, había aprendido, si no de cánones, algo más de la vida que en sus primeros años de cura, y se había hecho un hipócrita redomado. Sus pasiones eran de una violencia extraordinaria, y a pesar de su habilidad para disimularlas, no podía ocultar del todo su fondo de barbarie.

Su nombre figuró varias veces de una manera escandalosa, al mismo tiempo que el de la mujer de un labrador, algo ligera de cascos.

Estas habladurías, que le desacreditaron ante la gente del pueblo, no le impidieron avanzar en su carrera, porque de pronto, y sin saber claramente el motivo, se le vio adquirir importancia e influir de una manera decisiva, no sólo en la Orden, sino también en el elemento clerical de la ciudad.

Al mismo tiempo que el Padre José de Calasanz iba prosperando, la Generosa entraba por el buen camino y se casaba en Valencia con el dueño de una tiendecilla de comestibles de una calleja próxima al Mercado, llamado Antonio Fort.

La Generosa, ya casada, escribió a su hermano para que la reconciliara con su padre. El fraile convenció al viejo bandolero, y la Generosa estuvo en Villanueva a recibir el perdón paternal.

La Generosa, después de casada, llevó una vida aparentemente retirada y devota. Su marido era un pobre diablo de pocas luces. La Generosa dio un gran impulso a la tienda. Desde que ella entró a dirigir el establecimiento se vio siempre gran afluencia de curas y frailes recomendados por su hermano. Algunos de estos hacían tertulia en la trastienda al anochecer, y se decía de un contertulio, un curita joven y murciano, que andaba en tratos con la dueña.

La tertulia de curas de la tienda de Fort fue un manantial de riqueza y de prosperidad para la casa. Las monjitas de tal convento recomendaban a las señoras conocidas que compraran el chocolate o el dulce en casa de Fort; los frailes de tal otro convento encargaban que les llevaran el azúcar o la canela, y el dinero iba llenando la caja.

La Generosa tuvo tres hijos: Juan, Jerónimo e Isabel.

Cuando los dos chicos mayores estaban en edad de comenzar sus estudios, el Padre José de Calasanz pasó una temporada en Valencia.

El Padre José tenía poderoso influjo entre la clerecía, y ofreció su apoyo a su hermana por si encontraba bien dedicar uno de sus hijos a la Iglesia.

La Generosa, que comenzaba a sentir grandes ambiciones, estimó que de sus dos hijos, el mayor, Juan, era el más serio y aplicado, y no vaciló en sacrificarlo a sus ambiciones.