DE los hijos del roder, el mayor estudió para cura, y la menor, Vicenta, se echó a perder.
—Preferiría que fuese un hombre y estuviese en presidio —solía decir Guillén. Lo cual no era nada extraño, porque para el roder el presidio era como la escuela de la firmeza y de la hombría de bien.
La Vicenta, la última hija del merodeador, era una muchacha rubia, alborotada e inquieta, de carácter violento a prueba de advertencias, de reprimendas y de palizas.
La Vicenta tuvo varios novios, todos señoritos, a pesar de la oposición y de los golpes del padre. Ninguno de estos novios señoritos se atrevía a llevarse a la muchacha a Valencia, que era lo que ella deseaba, por miedo al roder y a su trabuco.
Entonces ella se entendió con una vieja medio Celestina que apareció en el pueblo, y en su compañía se fue a Valencia.
El padre rugió como un león herido y juró por todos los santos del cielo tomar una venganza terrible; fue varias veces a la capital, con la intención de llevar a su hija arrastras al pueblo; pero no pudo dar con ella.
Vicenta Guillén, a quien, no se sabe por qué motivo, se le conocía en Valencia por la Generosa, tuvo sus altas y sus bajas, amantes ricos y pobres, y se distinguió por su atrevimiento y su espíritu de aventura. De ella se decía que, vestida de hombre, había tomado parte en varias algaradas populares.