LO individual es la única realidad en la naturaleza y en la vida.
La especie, el género, la raza, en el fondo no existen; son abstracciones, modos de designar, artificios de la ciencia, síntesis útiles, pero no absolutamente exactas. Con estos artificios discurrimos y comparamos; estos artificios constituyen una norma dentro de nosotros mismos, pero no tienen realidad exterior.
Sólo el individuo existe por sí y ante sí. Soy vivo; es lo único que puede afirmar el hombre.
Las agrupaciones y separaciones constituidas por la clasificación, son como la cuadrícula que un dibujante pusiera delante de una figura para copiarla mejor. Las rayas de la cuadrícula dividirían las líneas del dibujo; pero las dividirían, no en la realidad, sino sólo en el campo visual del dibujante.
En lo humano, como en toda la naturaleza, el individuo es lo único. Sólo lo individual existe en el campo de la vida y en el campo del espíritu.
Lo individual es inagrupable e inclasificable. Lo individual no puede, en absoluto, entrar de lleno en un encasillado, y menos si este encasillado ha tenido por norma un principio ético. La ética es un mal sastre para vestir las carnes de la realidad.
Las ideas de lo bueno, de lo lógico, de lo justo, de lo consecuente, son demasiado genéricas para representarse completas en la naturaleza.
El individuo no es lógico, ni bueno, ni justo; es nada más, por la fuerza de la fatalidad de los hechos, por la influencia de la desviación del eje de la Tierra, o por cualquier otra cosa igualmente divertida. Todo lo individual se presenta siempre mixto, con absurdos de perspectiva y contradicciones pintorescas, contradicciones y absurdos que nos chocan, porque intentamos someter los individuos a principios que no son los suyos.
Si en vez de llevar corbata y sombrero hongo, lleváramos plumas y un anillo en la nariz, todas nuestras nociones morales cambiarían.
La gente de hoy, alejada de la naturaleza y de los anillos nasales, vive en el artificio de una armonía moral que no existe más que en la imaginación de esos sacerdotes ridículos del optimismo, que predican desde las columnas de los periódicos. Esta armonía imaginaria hace aborrecer las contradicciones, las incongruencias de lo individual; por lo menos, impulsa a no comprenderlas.
Sólo cuando la inarmonía individual deja de serlo, cuando pierde sus atributos de ser excepcional, cuando el molde se desgasta y se vulgariza y toma un carácter común, obtiene el aprecio de la mayoría.
Es lógico; lo borroso ha de simpatizar con lo borroso; lo vulgar y lo genérico tienen que identificarse con lo genérico y lo vulgar.
Desde un punto de vista humano, lo perfecto en una sociedad sería que supiese defender los intereses generales, y, al mismo tiempo, comprender lo individual; que diera al individuo las ventajas del trabajo en común y la libertad más absoluta; que multiplicara su labor y le permitiera el aislamiento. Esto sería lo equitativo y lo bueno.
Nuestra sociedad no sabe hacer ninguna de estas dos cosas; defiende lo particular contra lo general, porque tiene como norma práctica la injusticia y el privilegio; no comprende lo individual, porque lo individual constituye la originalidad, y la originalidad es siempre un elemento perturbador y revolucionario.
Una democracia refinada sería la que, prescindiendo de los azares del nacimiento, igualara en lo posible los medios de ganar, de aprender y hasta de vivir, y dejara en libertad las inteligencias, las voluntades y las conciencias, para que se destacaran unas sobre otras. La democracia moderna, por el contrario, tiende a aplanar los espíritus, a impedir el predominio de las capacidades, esfumándolo todo en un ambiente de vulgaridad. En cambio, ayuda a destacarse unos intereses sobre otros.
Gran parte de la antipatía colectiva por lo individual procede del miedo. Sobre todo en nuestros países del sur las individualidades fuertes han sido inquietas y tumultuosas. Las manadas de arriba, como las de abajo, no quieren que florezcan en nuestras tierras las semillas de los César o de los Bonaparte. Esas manadas anhelan la nivelación espiritual; que no haya más distinción entre un hombre y otro que un botón de color en la solapa o un título en la tarjeta. Tal es la aspiración de los tipos verdaderamente sociales; las demás distinciones, el valor, la energía, la bondad para los demócratas laminadores, son verdaderas impertinencias de la naturaleza.
España, que no tuvo nunca un medio social completo y que ha desarrollado su vida y su arte por convulsiones espirituales, a medida que han ido brotando hombres de brío y de acción, se siente hoy fracasada en su vida eruptiva, y quiere competir con los demás países en el amor, por lo general y lo ordenado, y en el aborrecimiento por o individual.
En España, donde el individuo y sólo el individuo fue todo, se aceptan como dogmas indiscutibles las aspiraciones colectivistas de otros pueblos. Hoy nuestra tierra comienza a ofrecer un brillante porvenir al que sepa exaltar las ideas y los sentimientos generales, aunque estas ideas y sentimientos pugnen contra el genio de la raza.
Seguramente sería una humorada lastimosa protestar contra la tendencia democrático-burguesa de hoy; lo que es, es porque debe ser y porque tiene su determinación y su momento, y rebelarse contra los hechos es, sin disputa, infantil.
Únicamente me refiero a estas características de la época actual, y las señalo para legitimar este prólogo que he escrito y que no sé, en último término, si dará más claridad o más oscuridad a mi libro…