Imaginemos que usted y un violinista han ido a pasar un día de campo. Si los dos se detienen en medio de un gran campo llano y el violinista empieza a tocar, notará que el violín suena mucho más suave que cuando lo toca en el salón de su casa.
En una habitación, el violín suena más fuerte porque sus oídos reciben las ondas de presión multiplicadas muchas veces. Reciben las ondas que viajan directamente a sus oídos, pero también las que iban en otras direcciones pero que han rebotado contra las paredes, el suelo y el techo. Además de incrementar el volumen, este efecto de rebote hace que el sonido venga de todas partes, lo que hará que usted se sienta sumergido en la música.
En el campo, el violín suena más suave porque usted sólo recibe una dosis doble del sonido: una vez directamente desde el instrumento, y otra rebotado del suelo. El resto del sonido, que viaja en otras direcciones, se aleja de sus oídos.
Así, pues, el sonido reflejado no sólo tiene la ventaja de que oímos más fuerte la música, sino que además se crea la sensación de estar sumergido en ella.
Las dimensiones de la habitación, así como el material que recubre las paredes, el suelo y el techo, determinan su viveza acústica. Usted mismo puede comprobar la viveza de una habitación si da una palmada y escucha el tiempo que tarda en desvanecerse el sonido. En una habitación pequeña llena de muebles y con cortinas gruesas, el sonido muere casi enseguida, por lo que se dice que la habitación está acústicamente muerta. En una habitación más grande con paredes duras, el sonido rebota de parte a parte varias veces antes de desvanecerse, así que se dice que está viva. En una sala de conciertos, la reverberación de su palmada puede tardar hasta dos segundos en morir. Los músicos suenan mejor en una habitación viva que en una muerta, que es la razón por la que se produce un sonido estupendo cuando cantamos en el baño, rodeados de superficies duras y lisas.
Aunque disfrutamos cuando los sonidos duran más al rebotar por la habitación, queremos que los sonidos rebotados de cada nota se fusionen, de modo que lleguen a nuestros oídos como una sola nota prolongada. Si las paredes estuvieran demasiado lejos, el tiempo entre rebotes sería excesivo y no oiríamos una sola nota prolongada, sino más bien la nota, luego un silencio, y luego la nota nuevamente: el temible eco. Los diseñadores de salas de conciertos viven con la esperanza de que sus diseños den al público mucha reverberación placentera pero sin ecos. Se trata de un equilibrio precario, ya que ambos efectos son provocados por el rebote de las ondas sonoras contra las paredes, el techo y el suelo.
La diferencia entre una sala de conciertos y el salón de una casa es que, a menos que seas la reina de Inglaterra, la sala de conciertos es mucho más grande, y una de las características inexorables de los espacios grandes es que las paredes están muy alejadas unas de otras. En una gran sala de ese tipo, el sonido reflejado tiene que hacer un largo recorrido, desde el violín hasta la pared y luego desde la pared hasta nuestro tímpano. El sonido que viene desde el instrumento viaja directamente sin desvíos y por tanto llega antes. Así que ambos sonidos se escuchan como eventos distintos: uno es el eco del otro.
En una habitación pequeña, las ondas reflejadas y las directas llegan a nuestros oídos más o menos a la vez, ya que el viaje de ida y vuelta hasta la pared no es mucho más largo que la ruta directa. Aunque el sonido directo llega antes, el reflejado le viene pisando los talones. Si el intervalo entre la llegada de ambos es de menos de 40 milésimas de segundo, nuestro sistema auditivo asume fácilmente que ambos forman parte de un solo sonido. Un intervalo mayor a 40 milésimas de segundo se produce únicamente si el viaje de ida y vuelta del sonido reflejado es al menos doce metros más largo que la ruta directa del violín a nuestros tímpanos. Esto bien puede suceder en un espacio grande como una sala de conciertos.
Los ingenieros acústicos que diseñan los espacios para conciertos pueden reducir los problemas de eco colocando materiales absorbentes, que reflejan poco el sonido, en los sitios donde el viaje de ida y vuelta del sonido reflejado sería excesivamente largo. También pueden angular las paredes para que el sonido rebote por la sala de forma óptima para dar una sensación de plenitud acústica pero sin ecos.
Algunos auditorios tienen paneles absorbentes desplazables o ajustables que se pueden configurar para hacer frente a distintas situaciones. Por ejemplo, es deseable que haya menos sonido reflejado para una conferencia o la actuación de un cómico que para un concierto. También se pueden usar paneles de este tipo para mejorar la acústica de edificios que ya tenían problemas de eco. Un ejemplo muy conocido es el techo del Albert Hall de Londres. En ese caso, la enorme cúpula que cubre el edificio solía reflejar el sonido como eco, hasta que se instalaron unas grandes setas absorbentes.
Los micrófonos y los altavoces son aparatos muy parecidos; de hecho, no haría falta mucho esfuerzo para convertir cualquier micrófono en un altavoz o viceversa.
La siguiente ilustración muestra que un micrófono consta de sólo dos partes importantes:
Un micrófono transforma el movimiento hacia adentro y hacia afuera de un cono de papel en señal eléctrica. Podemos aumentar la potencia de dicha señal eléctrica si la pasamos por un amplificador, y entonces utilizarla para hacer que el gran cono de papel de un altavoz se mueva hacia adentro y hacia afuera, para reproducir la música original a mayor volumen.
Un altavoz es, sencillamente, un micrófono al revés. Cuenta con un dispositivo que convierte la señal eléctrica en un temblor que se transmite a un cono de papel o de plástico (que suele ser de mayor tamaño que el del micrófono).
Si queremos que la voz de un cantante suene más fuerte, le pedimos que cante delante de un micrófono. La copia eléctrica del sonido se pasa por un amplificador que la hace mucho más potente. Entonces utilizamos está copia eléctrica amplificada para hacer que el cono de papel del altavoz (normalmente de mayor tamaño) tiemble hacia adentro y hacia afuera de la misma manera como lo hizo el cono del micrófono, con lo que la música se reproduce a mayor volumen. Está chupao.
En vez de utilizar un micrófono y un amplificador para reproducir la música a mayor volumen inmediatamente (como se haría en un concierto), podemos tomar la señal eléctrica y almacenarla en algún sitio. Por ejemplo, los temblores eléctricos pueden utilizarse para accionar una máquina que realice unos surcos ondulados en un disco de plástico o de metal. Más tarde, podemos utilizar una máquina parecida a la que hizo los surcos para convertir el temblor mecánico en señal eléctrica, que entonces se puede pasar por un amplificador y transmitir la señal amplificada a un cono de altavoz, que temblará hacia adentro y hacia afuera, con lo que podremos oír la música (esto es exactamente cómo funcionan los discos de vinilo).
Hay, por supuesto, muchas otras maneras de almacenar la información musical generada a partir de un micrófono, como la cinta magnética, que guarda ondulaciones de magnetización, o el almacenamiento en chips de silicio o discos compactos, en los que las ondulaciones se convierten en un flujo de datos digitales. Cada técnica utiliza el mismo principio: tomas el sonido y lo conviertes en información que se almacena y, posteriormente, decodificas la información para recuperar el sonido.
Desde que se generalizaron los CD en la década de 1980, no ha cesado un feroz debate respecto a si permiten realizar una mejor copia de la música que los discos de vinilo que reemplazaron. Muchas de las discusiones han girado en torno a la diferencia entre la tecnología analógica y la digital, así que quisiera abordar dicha diferencia antes de seguir adelante.
Para mantener sencilla esta parte de la exposición, no voy a hablar directamente sobre la música. Voy a hablar únicamente sobre el almacenamiento y reproducción de imágenes, de modo que pueda dibujar mis ejemplos. Pero para no alejarnos demasiado de la música, utilizaré el dibujo de una onda sonora.
Digamos que queremos copiar un patrón de ondas por métodos analógicos y técnicas digitales:
Un sistema de registro analógico simplemente toma un dibujo de unas ondas e intenta hacer una copia directa de él siguiendo sus curvas. El principio es parecido al de un ciclista que sigue la línea central de una carretera con curvas. La precisión con la que la siga dependerá de la velocidad a la que vaya, lo cerradas que sean las curvas y cuánto tiempo pasó en el bar después de comer.
Un ejemplo típico de reproducción analógica sería si calcamos una imagen utilizando papel vegetal y un lápiz. Es fácil entender que la precisión del calcado mejoraría si utilizamos el ancho exacto de la línea y si somos muy cuidadosos al hacerlo. Sin embargo, puede haber momentos en los que la línea que estamos copiando hace ondulaciones demasiado finas para poderlas seguir con precisión.
La reproducción digital utiliza un método totalmente distinto de las técnicas analógicas. La palabra digital significa que el ordenador debe reducir la tarea a una serie de datos que se pueden expresar como sí o no. En este caso, el ordenador probablemente dividirá la imagen de la línea ondulada en una serie de pequeños cuadrados, como se puede ver abajo. El ordenador podría apuntar una cámara a la imagen y preguntar: ¿Hay un trozo de línea oscura en este cuadrado? Esto lo haría en cada uno de los cuadrados. El ordenador entonces almacena todas las respuestas, sean sí o sean no. Cuando el ordenador tiene que reproducir la imagen, imprime un cuadrado negro para cada sí y deja el cuadrado en blanco para cada no. La ventaja de este sistema es que los ordenadores pueden almacenar billones de síes o noes con una enorme precisión. La información se puede almacenar y reproducir sin errores en cualquier momento, y no se depende para nada de un mecanismo en movimiento. La desventaja es que las curvas están formadas de pequeños cuadrados. Si como punto de partida los cuadrados no son lo suficientemente pequeños, la imagen reproducida no tendrá la suavidad de curvas del original. Esto lo he ilustrado mostrando la diferencia entre una buena copia digital y otra en la que los cuadrados son demasiado grandes.
El principio de la reproducción digital. Estas dos imágenes se produjeron digitalmente, utilizando un ordenador para dividir la curva en una serie de cuadrados negros. Si usamos millones de cuadrados minúsculos, como hicimos en la primera imagen, conseguimos una curva suave. Si los cuadrados son demasiado grandes, como en la segunda, la imagen pierde mucha calidad y el trazado de la curva se registra solo aproximadamente.
Ahora que sabemos la diferencia entre la tecnología analógica (que se usa para producir discos de vinilo) y la tecnología digital (CD), podemos responder a la pregunta original: ¿son mejores los discos de vinilo que los CD? La respuesta es que hay poquísimas personas que pueden notar la diferencia entre las dos (mientras los discos de vinilo estén en perfectas condiciones y utilicemos un buen equipo en ambos casos). Esto lo demostraron dos psicólogos de la música (Behne y Barkowsky) en 1993. Tomaron a 160 individuos que eran aficionados serios a los sistemas de sonido y que tenían fuertes opiniones sobre el debate respecto a los discos compactos y los de vinilo. Sólo cuatro de los 160 fueron capaces de percibir si estaban escuchando un CD, aunque los entusiastas del vinilo empezaron la prueba con la opinión de que los CD tenían un sonido estridente y muerto en contraste con el sonido cálido del vinilo. Recordemos, además, que no se trataba de oyentes medios, sino que eran entusiastas que se tomaban muy en serio el tema y tenían fuertes opiniones. El número de oyentes medios que serían capaces de percibir la diferencia entre el sonido de un CD y el de un disco de vinilo seguramente sería inferior a 1 de 100. Esto sucedía en 1993; desde entonces, las mejoras en la tecnología sin duda han reducido todavía más esta cifra y han convertido la cuestión en algo prácticamente irrelevante.
Gran parte de la controversia CD-vinilo probablemente se pueda atribuir a la nostalgia tecnológica, que ya nos viene de cuando los habitantes de las cavernas discutían acaloradamente sobre la superioridad de las puntas de bronce para sus flechas respecto a esos inventos modernos: las puntas de hierro. En la década de 1930, los aficionados a la música se quejaban de que, debido a que las nuevas tecnologías podían grabar tanto música fuerte como suave, echaban de menos la distorsión producida por cada clímax orquestal en sus discos viejos. Más tarde, una crítica respecto a la tecnología de grabación más reciente (Dynagroove, de RCA) señalaba que «algunos oyentes objetan al sonido ultrasuave, pues lo consideran estéril». Yo personalmente pienso que la diferencia entre el vinilo y el CD se hace irrelevante si se compara con variables como los ruidos de la calefacción central, el tráfico o alguna voz de fondo que se queja y pregunta si va a seguir mucho rato sonando el jazz.
Imaginemos que estamos en un concierto oyendo a nuestra banda favorita (los Hurones Psicodélicos de la Muerte), mientras tocan su balada de rock épica ¿Ya está listo mi chocolate, cariño?
Durante los versos tranquilos y románticos, podemos oír con toda claridad todos los instrumentos, incluyendo la guitarra acústica que toca el cantante. Sin embargo, cuando tocan el coro heavy, lo único que oímos es el bajo, la batería y la guitarra eléctrica. Podemos ver que el cantante sigue tocando su guitarra acústica, pero el sonido queda totalmente ahogado por los instrumentos más fuertes.
Si esta canción la graban en un CD, todos los sonidos hechos por todos los instrumentos se grabarán fielmente como información digital, incluso la música inaudible producida por la guitarra acústica durante el coro. En el proceso de grabación digital se va a registrar la misma cantidad de datos para la guitarra oculta que para los instrumentos con más volumen. Ni en el concierto ni en el CD podríamos oír esos sonidos ocultos, así que la fiel recogida de esa información es inútil, aunque el equipo de grabación la realiza automáticamente, ya que no es capaz de discriminar.
Este ocultamiento de un instrumento por otro sucede en cualquier actuación con cualquier tipo de música. A veces, como en el ejemplo anterior, un instrumento queda sepultado varios segundos o incluso minutos. Sin embargo, en muchos casos, se enmascaran ciertos instrumentos durante una fracción de segundo. Por ejemplo, un golpe fuerte de batería puede ahogar a toda la banda.
Aparte de dichos sonidos ocultos, un CD también contiene mucha información que sencillamente no podemos escuchar: frecuencias que son demasiado graves o demasiado agudas para el oído humano. Como hemos visto en capítulos anteriores, cada nota está formada por una familia de frecuencias relacionadas entre sí: la frecuencia fundamental, el doble de esa frecuencia, el triple, el cuádruple, en quíntuple, etc. Si tocamos las notas más agudas de ciertos instrumentos, algunos de sus armónicos estarán fuera de nuestro rango auditivo. De manera parecida, algunas combinaciones de notas bajas producen ondas subsónicas que son demasiado graves para los oídos humanos (aunque a veces las podemos sentir). En un CD, estas partes inaudibles de las notas se almacenan y se reproducen, aunque no las podamos oír.
En las décadas de 1980 y 1990, un grupo de científicos asquerosamente inteligentes desarrollaron un sistema para identificar la información oculta e inaudible en los CD de música. Una vez identificada, el segundo paso era desecharla y guardar la música sin esa información redundante. Resulta que aproximadamente el 90% de la información de un CD puede desecharse así a la hora de grabar un archivo MP3. Como resultado de este proceso, se puede grabar la música de diez CD en uno solo. Otra opción es guardar y reproducir la información digital en un ordenador o un equipo de música (iPod, etc.). Aunque la tecnología MP3 desecha la mayor parte de la información que se obtuvo al grabar la actuación musical originalmente, el oyente medio no nota diferencia alguna entre una música tocada desde un CD o un MP3.
Los entusiastas de los sistemas de sonido, o audiófilos, pueden gastarse el sueldo de un año en sus sistemas y si eso es lo que quieren, yo no seré quien les diga lo contrario. Por otro lado, se puede adquirir un sistema de música que será muy cercano a la sensibilidad de nuestros oídos por menos de 700 euros. Yo aconsejaría ir a una tienda especializada en equipos de música que anuncie sus productos como de alta calidad, pero precio bajo. También recomiendo comprar cosas de segunda mano a un aficionado. Hasta el nivel de los 700 euros, la calidad de los equipos aumenta a medida que sube su precio, en términos generales. Pero lo mejor es contar con un entusiasta del sonido que nos aconseje o consultar en revistas de Hi-Fi sus recomendaciones sobre «los mejores equipos por menos de 700 euros». Entre 700 y 2.000 euros las mejoras en la calidad de sonido son difíciles de detectar, y por encima de 2.000 euros la correlación entre dinero y calidad de sonido desaparece totalmente hasta donde yo soy capaz de discernir. (Es posible comprar cable de audio que cuesta más de 1.000 euros por metro: yo estaría muy interesado en conocer a alguien capaz de notar la diferencia musical entre dichos cables y los normales que cuestan unos pocos euros por metro.)
Cuando haya comprado su equipo, tiene dos opciones:
La mayoría de las melodías dura apenas unos pocos segundos; lo que se hace con esa minúscula cantidad de material es en lo que consiste la diferencia entre lo que llaman pop y lo que llaman música seria. Mi intención al hacer los siguientes comentarios no es hacer que uno de los géneros parezca mejor que el otro; a mí me encantan los dos. Además, voy a hacer algunas generalizaciones escandalosamente exageradas con el fin de explicarme mejor.
Un compositor de música pop tomará dos o tres ideas musicales cortas y las convertirá en una canción de tres minutos tocando dichas ideas unas detrás de otras. Por ejemplo, podría tomar la melodía A y convertirla en el estribillo, mientras que la melodía B se usaría para las estrofas. Entonces, la canción tomará la siguiente forma: introducción – estrofa – estribillo – estrofa – estribillo – solo de guitarra – estrofa – estribillo – coda.
Esta técnica de repetir continuamente las dos melodías produce varios efectos en el oyente (damos por sentado que se trata de buenas melodías):
Un aspecto común de las canciones pop y rock es la utilización de un gancho, una frase breve, repetitiva y fácilmente memorizable. El gancho puede ser melódico o rítmico y normalmente dura entre siete y doce segundos. A veces, la canción empieza por el gancho, como las primeras cinco notas de Whole Lotta Love, de Led Zeppelin, o la primera línea de Money, Money, Money, de Abba. En otros casos, hay que esperar un rato hasta que aparezca el gancho, que es lo que sucede con Momma Told Me Not to Come, de Three Dog Night, o Teenage Dirt Bag, de Wheatus. En todos estos casos, las palabras del título se encuentran en el gancho.
Los compositores de música seria tampoco hacen ascos a los ganchos. Basta con fijarnos en la Quinta Sinfonía de Beethoven, con su apertura da da da daah. Sin embargo, en términos generales, los compositores de música seria son un poco más cautos y tacaños con su material que los compositores pop. Su objetivo es tomar dos o tres melodías y utilizarlas como fundamento para una pieza de música que podría durar entre diez y cien minutos. Esto se hace con técnicas tales como: trocear las melodías y jugar con los fragmentos; fundir las melodías entre sí; tocar una melodía como acompañamiento de otra, insinuando que la aparición de dicha melodía es inminente. El compositor de una pieza larga podría utilizar fragmentos de la melodía principal como hitos para ir aumentando la expectación, sobre todo tomando en cuenta que la expectación es mucho más importante en las piezas largas que en las canciones pop breves.
Muchas personas, sobre todo los profesionales de la música clásica, piensan que el público conserva algún tipo de recuerdo de la tonalidad con la que empezó la pieza y por tanto puede sentir la vuelta a casa cuando se regresa a dicha tonalidad, como sucede muchas veces en la música clásica. Creo que esto está un poco cogido por los pelos. Es esperar demasiado de la memoria del oyente, a menos que tenga oído absoluto. Algunos estudios indican que nuestra memoria de lo que está sucediendo desde el punto de vista de la armonía perdura sólo un minuto o dos, lo que parece bastante más realista. Los oyentes sí se acuerdan de las melodías o efectos como motivos de percusión de un momento anterior de la pieza, y estarán encantados de vislumbrar cosas que reconocen. Pero en lo que respecta a la armonía, vuelvo a mi analogía de las distintas tonalidades como diferentes escalones de una rueda para hámster. ¿Cómo vamos a saber si el último escalón es el mismo con el que empezamos?
Creo que la experiencia de escuchar una pieza musical larga puede compararse a caminar encima de una alfombra decorativa que alguien va desenrollando delante de ti y volviéndola a enrollar según pasas. A medida que avanzas, aparecen nuevos patrones e imágenes y algunos se te quedarán grabados. Digamos que hace unos minutos hemos visto la imagen de un tigre y ahora vemos que empieza a aparecer una cola de tigre. El compositor podría optar por satisfacer nuestras expectativas enseñándonos el tigre nuevamente. O podría decidir sorprendernos: lo que parece una cola de tigre es en realidad una serpiente. Si escuchamos una pieza varias veces y nos familiarizamos con ella un poco mejor, nos llevamos menos sorpresas y tenemos una mejor visión de conjunto de la alfombra. También puede darnos mucha satisfacción ir reconociendo los diversos hitos del terreno a medida que avanzamos.
El trabajo de un compositor competente es crear expectativas y luego satisfacerlas o frustrarlas. Pero lo que no puede hacer y no debe ni intentar es producir excitación todo el tiempo. Como en cualquier clase de narrativa, e incluso en unos fuegos artificiales, hay que incluir deliberadamente algunos pasajes más tranquilos para que los momentos importantes tengan un mayor impacto.
Estas técnicas para piezas largas dan como resultado una música de la que no es fácil enamorarse a primera vista, y que sin embargo parece mejorar cada vez que la escuchas.
Al margen de que a usted le guste la música pop, el heavy metal o la música clásica, puede ser interesante que escuche sus piezas favoritas siguiendo un solo instrumento cada vez. Intente escuchar varias veces su canción pop favorita fijándose únicamente en lo que está haciendo el bajo, y posteriormente haga lo mismo con el resto de los instrumentos. De esta manera podrá aprender mucho acerca de cómo se organiza una pieza musical y además estará escuchándola realmente y no sólo oyéndola.
Me gustaría terminar con el mejor consejo que un oyente puede darle a otro. Sean cuales sean sus gustos actuales, seguramente hay algunos otros tipos de música que le producirían mucho placer si se familiarizara más con ellos. Mi consejo es: intente escuchar música un poco más variada, y dé a cada nuevo tipo de música una verdadera oportunidad. Si lo suyo es el heavy metal, intente algo de música folk; si le encanta Mozart, pruebe con Dolly Parton. Los géneros musicales no se excluyen unos a otros, y una forma fácil de aumentar el disfrute de su vida es expandir el ámbito de la música que escucha.