Sábado, 21 de junio. 22:00 h

Harvestehude (Hamburgo)

Fabel había luchado por mantener al equipo en los límites de la emergencia sin caer en el pánico absoluto. El significado del mensaje estaba más claro que el agua. La Hija de David. El intento de engaño a MacSwain. Iba a por Anna. Maria había intentado hablar con ella por teléfono, pero no obtuvo respuesta. Fabel ordenó que una patrulla fuera de inmediato al apartamento de Anna en Eimsbüttel y que forzara la puerta si era necesario. Mientras, Fabel dirigiría el asalto a la casa de MacSwain.

El agente encargado de la vigilancia por fuera del bloque de MacSwain confirmó que el británico no había salido desde que volviera a las 17:56. No había habido ningún movimiento claro en el piso, aparte de cuando encendió las luces a eso de las 19:30. El agente incluso se había acercado a comprobar que el Porsche de MacSwain siguiera en su plaza de aparcamiento del Tiefgarage. Fabel envió a medio equipo, encabezado por Maria, escaleras arriba; él y Werner subieron con los demás, y con la pesada palanca, en el ascensor de acero.

Sólo había una puerta de entrada y de salida del apartamento. La otra única manera de salir era acceder al balcón y saltar a la calle desde el tercer piso. Dos agentes con chalecos antibalas del MEK empezaron a hacer girar la palanca, contando en silencio al compás, hasta que a la de cuatro presionaron la puerta e hicieron saltar la cerradura. La puerta voló hacia dentro y el equipo armado del MEK irrumpió en el piso, peinando el espacio vacío con sus metralletas Heckler & Koch.

Al instante, Fabel supo que no había nadie en el piso. Después de tres o cuatro minutos, el equipo confirmó sus sospechas.

—¡Mierda! —dijo Werner—. ¿Cómo es posible que nos haya vuelto a pasar?

—Pues porque estábamos mirando hacia otra dirección —dijo Fabel—. Debí haber escuchado a Anna y tener a un equipo entero vigilando a este cabrón.

Al mencionar el nombre de la policía, los dos agentes intercambiaron una mirada de complicidad, asustados.

—Habla con el equipo y averigua si han encontrado a Anna.

Werner abrió la tapa de su teléfono móvil con brusquedad.

—Jefe, ven a ver esto… —Maria le hizo señas para que entrara en un pequeño trastero, más bien un gran armario, situado en un extremo del piso. MacSwain se las había ingeniado para meter una mesa de ordenador pequeña y una silla en aquel lugar tan minúsculo. Las paredes estaban cubiertas de fotografías, recortes y notas escritas a mano. Dos reflectores en el techo iluminaban el mural, como si fuera una obra expuesta en un museo, y enfocaban directamente a una máscara tallada en madera, una réplica muy parecida a la imagen que Fabel había visto en el libro que le regaló Otto; un libro que también tenía MacSwain. El rostro barbudo tenía la boca torcida a modo de gruñido; el único agujero para el ojo quedaba ensombrecido por culpa del ángulo en que los reflectores proyectaban la luz.

Maria tuvo que echarse hacia atrás para que Fabel pudiera entrar en el trastero. Se imaginó la puerta cerrada tras de sí, y las garras de la claustrofobia lo oprimieron aún más. Fabel se dio cuenta de que aquella habitación era algo más que un lugar asignado para un propósito especial: era otra dimensión, un mundo aparte. MacSwain solía sentarse allí, con la puerta cerrada y tan densa e impenetrable como un puente levadizo de hierro; inmerso en un universo de verdades, costumbres y creencias alternativas que se habían conjurado a su alrededor. Pero Fabel no estaba seguro de cuánto había conjurado él y cuánto de Vitrenko había en todo aquello.

Algo dorado brillaba bajo la luz de los reflectores: la silueta ovalada de una placa de la Kriminalpolizei colgada de su cadena en un clavo en la pared. Esa placa debió de ser la llave al apartamento de Angelika Blüm y a su confianza; lo que la habría engañado haciéndole creer que su asesino era Fabel. Maria pasó por su lado y le señaló un recorte de periódico que estaba sujeto con una chincheta encima de las otras capas de papel.

—Dios mío… —murmuró—. Eres tú.

El artículo era de hacía un año y lo había recortado del Hamburger Morgenpost. La fotografía de Fabel estaba encima de un par de columnas dedicadas a la detención de Markus Stümbke. Éste había acosado y asesinado a una miembro del Senado, Lise Kellmann. Era obvio que la noticia era la continuación del artículo principal, porque tal como prometía el titular, explicaba con gran detalle la experiencia profesional de Fabel y su historial en la policía de Hamburgo. MacSwain había subrayado una referencia a sus orígenes británicos y alemanes y al hecho de que, a menudo, lo llamaban der englische Kommissar. Fabel recorrió con la mirada el resto de la exposición. Estaba dedicada, casi por completo, a la mitología e historia vikingas. Un mapa del norte de Europa mostraba las rutas que siguieron los vikingos; bajando por el Volga hasta llegar al corazón de Ucrania, siguiendo las costas del mar del Norte y del Báltico y, marcada otra vez en rojo, la ruta que tomaron para asaltar y asentarse en la costas del norte de Escocia. Con aquel rotulador rojo, MacSwain había trazado la línea de una historia personal falsa; una red fina pero inquebrantable de justificación perversa para sus acciones.

—¿No ves que aquí falta algo? —preguntó a Maria, y ella asintió.

—No hay fotografías ni cosas de las víctimas… No hay trofeos.

—Exacto.

Los asesinos en serie tratan de establecer una relación con aquellos a los que asesinan, aunque el primer contacto hubiera sido el asesinato mismo. Aquí no había referencias: ni a Ursula Kastner, ni a Angelika Blüm, ni tampoco a Tina Kramer. No había ninguna fotografía de las víctimas antes de su muerte. No había prendas de ropa. No había trofeos.

—Eso es porque él no eligió a sus víctimas —dijo Fabel—. Alguien las seleccionaba por él. El objeto de la obsesión de MacSwain no es su víctima, sino la persona que lo guía, su padre espiritual: Vitrenko. Y es éste quien ocupa el lugar que dejó un padre natural a quien le importaba una mierda su hijo.

Algo más llamó la atención de Fabel.

—No hay documentos del piso de Angelika Blüm. Y la cámara de vídeo desaparecida tampoco está aquí. Se los ha entregado a Vitrenko. Él le dijo cómo asesinar y qué debía llevarse de las escenas.

Werner apareció a su espalda. Con Maria y Werner detrás de él, se sintió atrapado en ese espacio tan pequeño y asfixiante. Se dio la vuelta y les indicó el espacio abierto del comedor con un movimiento de cabeza tajante. Los tres salieron del trastero.

—Es Anna, jefe. —La preocupación nublaba el rostro de Werner—. Malas noticias. No está en su apartamento y se ha dejado el bolso y el móvil.