Sábado, 21 de junio. 21:40 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
Maria, Werner, Paul y Van Heiden ya estaban allí cuando llegó Fabel. Maria también había llamado a los dos agentes del equipo ampliado que aún estaban de servicio. Fabel, con el libro que le regaló Otto bajo el brazo, entró con aire decidido en la sala de investigación y se paró delante de la pizarra.
—Dejadme que vaya al grano —dijo Fabel—. Tenemos a un nuevo sospechoso principal o, como mínimo, otro más: John MacSwain, veintinueve años, ciudadano británico residente en Alemania.
—¿Y qué pasa con Vitrenko? —preguntó Van Heiden.
—Vasyl Vitrenko aún es una parte importante de todo esto. Creo que nos encontramos ante un maestro y su aprendiz; o un sumo sacerdote y su acólito. Vitrenko es un manipulador consumado. Sus hombres lo siguen con una devoción incondicional que está fundada en un refrito deficiente de mitos y creencias nórdicas. Pero no sólo controla a los hombres: utiliza a todo tipo de personas para conseguir sus objetivos. Y eso incluye a gente con problemas psicológicos. John MacSwain es un ejemplo, igual que el tipo en Ucrania que fue ejecutado por una serie de crímenes similares a mediados de los noventa. —Fabel hizo una pausa, y en la sala se hizo un silencio sepulcral—. Vitrenko ha tenido acceso a material que yo escribí sobre un caso de asesinatos en serie en Hamburgo. También ha estudiado en uno de los institutos criminológicos más importantes, que está en Ucrania; y por lo que sabemos, este país tiene el índice más alto de casos de asesinos en serie del mundo. Eso explica por qué todo a lo que nos hemos enfrentado hasta ahora parece un caso de manual; pues porque está extraído de un manual. Con toda probabilidad, Vitrenko conoció a MacSwain a través de los Eitel, para los que trabajaba este último. Los Eitel están implicados, junto con Vitrenko, en una estafa inmobiliaria en la que también está involucrada la mafia de Odesa. Además, hemos relacionado directamente a Norbert Eitel en los casos de secuestro y violación de chicas según una especie de ritual. Tiene una cicatriz muy característica en la mano izquierda que coincide con la descripción que hizo una de las víctimas. Creo que Vitrenko está usando estos rituales como si fueran un tipo de vínculo. Además, me imagino que descubriremos que hay otros peces gordos enredados en todo esto.
Fabel hizo otra pausa. Le resultaba extraño ponerle voz al asunto, como si verbalizara lo que hasta el momento había sido un proceso puramente interno. Su público permanecía casi inmóvil y en absoluto silencio. Como no hubo preguntas, Fabel prosiguió.
—Respecto a los asesinatos, Ursula Kastner, la abogada que trabajaba para el gobierno regional, debió de encontrarse con irregularidades en los negocios inmobiliarios relacionados con la sociedad Neuer Horizont. Sospecho que destapó algún tipo de implicación de alto nivel y prefirió acudir a la prensa antes que a las autoridades. Y la prensa, en este caso, era Angelika Blüm. A Tina Kramer, la agente del BAO-BND, la asesinaron porque la identificaron como un contacto de primera línea de Klugmann, cuya tapadera había sido descubierta por dos agentes de policía; unos agentes que estaban sobornados y asesinaron a Klugmann en la Schwimmhalle y dejaron un arma de los servicios de seguridad ucranianos tras de sí para acabar de embrollarlo todo. Tres víctimas; un asesino. John MacSwain. El aprendiz.
Fabel señaló las imágenes de las tres mujeres asesinadas y después se dirigió hacia las fotografías tomadas en Afganistán.
—Esto, por otro lado, es la obra del maestro. Y yo he visto la obra de arte con mis propios ojos. El asesinato de hace unas horas del padre de Vitrenko y su ayudante llevaba su firma, y Vitrenko es lo bastante egoísta como para querer que yo lo viera antes de destruir las pruebas: su propio padre y la hermana de una de las víctimas de Kiev. Vitrenko no iba a confiárselo a MacSwain: ésta era su obra de arte.
—Pero, aparte de este último asesinato, ¿dices que MacSwain es el asesino? —preguntó Van Heiden.
—Sí. Vitrenko sabía qué teclas tocar con MacSwain. Es evidente que MacSwain es un sociópata. Vitrenko se dio cuenta. Supongo que entre ellos se reconocen. De todas maneras, John MacSwain se llevaba bastante mal con su padre, y me imagino que Vitrenko adoptó esa función paternal, y lo envolvió todo con una especie de galimatías vikingo. Seguramente, al principio MacSwain se encargaba de encontrar a las mujeres para los rituales que organizaba Vitrenko y que, en realidad, no eran otra cosa que violaciones en grupo disfrazadas. Debió de ver hasta dónde llegaba la locura de MacSwain. Recordad que estamos hablando de alguien que sabe qué busca. Fue entonces cuando dejó que el inglés se ocupara de sus misiones más sagradas. Supongo que MacSwain enviaba los mensajes de correo electrónico, pero que el texto se lo dictaba Vitrenko.
—Pero ¿por qué sospechas de MacSwain ahora, después de tanto tiempo? —preguntó Maria.
—Por su nombre. Lo hemos tenido delante todo el tiempo. —Fabel abrió el libro sobre la mesa que tenía delante—. El origen del apellido MacSwain. Es la forma anglosajona de un apellido gaélico irlandés y escocés. El prefijo Mac es patronímico: significa «hijo de». La parte Swain viene de los invasores vikingos que se asentaron en las islas occidentales de Escocia. Es una forma gaélica y anglicanizada del nombre nórdico antiguo Svein, que significa «chico».
Fabel calló. Podía sentir la electricidad suspendida en el aire. Todos sabían lo que estaba a punto de decir, pero tenían que escucharlo de su boca.
—MacSwain significa «Hijo de Sven».
—¡Lo sabía! —dijo Werner—. Y Anna también. Había algo que no le cuadraba con respecto a MacSwain.
—Acabo de tener una charla con Norbert Eitel —continuó Fabel—, que aún sigue detenido en el piso de abajo. Le he dicho que lo sabía todo sobre la participación de Vitrenko y MacSwain en las violaciones. No me ha contestado, pero sus ojos lo decían todo. Era la mirada de un hombre que está hasta el cuello de problemas. Está claro que MacSwain es nuestro hombre. —Fabel se volvió hacia Maria—. ¿Aún lo tenemos vigilado?
—He enviado a otro hombre, pero el agente que lo ha estado vigilando dice que no se ha movido en toda la tarde.
—Muy bien —dijo Fabel—. Quiero que todo el mundo se prepare para actuar dentro de veinte minutos. Maria, diles a los del equipo de vigilancia que no se muevan de allí.
Una agente uniformada llamó y sacó la cabeza por la puerta de la sala de reuniones.
—Hay alguien en la recepción que quiere verlo, Herr Hauptkommissar. Una tal Frau Kraus…
Margarethe Kraus podría haber tenido entre cuarenta y cinco y sesenta y cinco años. Era una de esas mujeres cuya compensación por tener aspecto de mujer madura de jóvenes era probablemente seguir pareciéndolo cuando llegaban a los setenta. Cualquier parecido familiar que hubiera habido entre madre e hijo debió de borrarse de las facciones de Hansi tras tantos años consumiendo heroína. Frau Kraus tenía la cara redonda y vacía y unos pequeños ojos marrones que tenían un aire de cansancio inmenso, como si nunca hubiera dejado atrás ningún momento de su vida, sino que lo hubiera llevado siempre consigo.
Estaba sentada en la sala de espera, cerca de la ventana, que brillaba en la noche como si fuera de obsidiana. Tenía las pequeñas manos juntas encima de un sobre. Se levantó con torpeza cuando entró Fabel.
—¿Frau Kraus? —Sonrió y le extendió la mano—. Le acompaño en el sentimiento.
Margarethe Kraus sonrió con amargura.
—Perdí a Hansi hace muchos años; la diferencia es que ahora tenemos un cuerpo al que llorar.
Fabel no supo qué decir. Asintió con una mezcla de simpatía y comprensión. Después de un silencio que pareció más largo de lo que en realidad fue, dijo:
—Quería hablar conmigo, Frau Kraus. ¿Era referente a Hansi?
La mujer de aspecto eternamente maduro no habló, sino que se limitó a entregarle un sobre. Fabel estaba confundido.
—Es de Hansi —dijo la mujer.
Fabel abrió el sobre. La carta estaba escrita a lápiz, pero la letra era impecable. Era como si una lejana memoria de disciplina escolar se hubiera manifestado en la escritura. Para Hansi, ésta había sido una carta importante, por razones obvias. Era demasiado doloroso leerla. Gran parte de ella era de una naturaleza muy personal: básicamente, Hansi le pedía perdón a su madre por haberles causado tanto dolor y sufrimiento a ella y a sus hermanas. Fabel empezaba a preguntarse por qué Frau Kraus había decidido compartir algo tan íntimo con él cuando llegó a los párrafos finales.
La razón por la cual te escribo ahora, Mutti, después de tantos años es porque creo que mis problemas se han acabado. No quiero que estés triste o que te asustes, pero tengo que decirte que creo que alguien vendrá a por mí. Si estoy en lo cierto, no creo que nos veamos nunca más. Si me ocurre algo malo, quiero que lleves esta carta al Kriminalhauptkommissar Jan Fabel, al Präsidium de la policía. Es un hombre honrado, creo, y podrá encontrar a la gente que hizo conmigo lo que sea que haya hecho.
Había dos policías en la cantina del Präsidium cuando estuve allí con Herr Meyer. Estaban sentados detrás de nosotros, a la izquierda. Uno de los hombres era viejo, y el otro, joven. El joven tenía el pelo rubio muy corto y tenía aspecto de forzudo o de levantador de pesas. Le pregunté a Herr Meyer quién era el de los músculos, y me dijo que era Lothar Kolski. Es el hombre al que vi en la piscina. El viejo que compartía mesa con él fue quien le ordenó que lo hiciera. No dije nada entonces porque me quedé helado cuando los vi en el cuartel general de la policía. Pensé que quizá la policía estaba detrás del asesinato, pero ahora sé que no es verdad. Herr Fabel sabrá qué hacer.
Tengo miedo, pero no tanto como pensaba. Soy un inútil, siempre lo he sido. Quizá sea mejor así.
Lo siento mucho, Mutti. No fui el hijo que te merecías, y tú fuiste mejor madre de lo que merecí.
Siempre tuyo,
Hansi
Cuando acabó de leer, Fabel se quedó mirando la carta durante un buen rato. Luego miró a Margarethe Kraus.
—Lo siento muchísimo, Frau Kraus. Gracias por traerme la carta.
—¿Es verdad que a Hansi lo mató un policía?
—A Hansi lo asesinaron unos criminales, Frau Kraus. —La miró fijamente y con sinceridad. Aquello no era ninguna mentira—. Pero le prometo que los atraparemos —dijo Fabel, sosteniendo la carta en alto—. Y los detendremos gracias a esto.
Margarethe Kraus sonrió con educación, como si alguien le acabara de decir cómo llegar a la estación de autobuses.
—Será mejor que me vaya; es muy tarde.
Fabel le estrechó la mano. Estaba fría y un poco húmeda.
—Lo lamento, pero tendrá que quedarse un rato más. Necesito que un agente le tome una declaración completa, y después la llevarán a casa. Me temo que deberemos tenerla bajo vigilancia durante unos días, sólo hasta que resolvamos todo esto.
Frau Kraus se encogió de hombros con resignación.
—Entonces esperaré aquí —dijo, y volvió a sentarse, plegando las manos sobre su regazo, pero esta vez sin la última carta de su hijo debajo.
Van Heiden estaba esperando a Fabel en la recepción. Éste le entregó la carta y le señaló el párrafo clave.
—Supongo que puedo dejar que se encargue usted de esto, ¿no, Herr Kriminaldirektor? —preguntó Fabel. Van Heiden no respondió, pero pudo leer el futuro próximo en su mirada furiosa: Buchholz y Kolski no lo sabían, pero un tren expreso iba a embestirlos.
—He venido a darte esto, Fabel —le dijo, y le entregó un mensaje de correo electrónico.