Sábado, 21 de junio. 20:30 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

El informe del jefe de bomberos explicaba lo que Fabel ya sabía: «Además de la carga explosiva adherida a la columna, hemos hallado rastros de algún tipo de acelerador en el interior o alrededor del despacho; suponemos que era petróleo. No quedó mucho más en el despacho después de la explosión, y sea lo que sea que hubiera dentro, prendió de inmediato. Encontramos abiertos un par de contenedores de cinco litros. De todos modos, destruyó todas las pistas forenses de la escena del crimen».

Apesadumbrado, Fabel le dio las gracias al jefe, y el bombero salió de la oficina. Entonces hubo un silencio desalentador que Maria intentó llenar.

—Holger Brauner y su equipo de forenses están allí ahora —dijo Maria—, aunque no ha quedado mucho que recoger.

Fabel habló sin mirar ni a Maria, ni a Werner, ni a Paul.

—Está jugando con nosotros; conmigo. Quería que lo viera y que viviera para contarlo. Eso explica por qué dejó a esas mujeres colgadas en aquel maldito granero de Afganistán como si fueran trofeos; quería que los demás fueran testigos. —Fabel miró a sus colegas, y, por primera vez, éstos lo vieron perdido e indefenso—. Esto es arte, igual que esos cuadros que Marlies Menzel expone en Bremen.

—¿Y ahora qué, jefe? —Werner no le preguntaba: lo decía en un tono desafiador.

—Pues ahora me voy a casa a darme una ducha. —Fabel ya había tenido bastante muerte por aquel día. Tenía la piel y el pelo cubiertos de polvo y la boca y la garganta irritadas.

—Nos vemos en el Präsidium sobre las diez.

—De acuerdo, jefe. ¿Quieres que reúna al equipo?

Fabel sonrió. Maria nunca se quejaba, y hacía todo lo que hiciera falta para terminar el trabajo.

—Sí, por favor…, pero no cuentes con Anna. Le he dado el día libre. Creo que la operación MacSwain la ha dejado agotada.

Maria asintió.

—¿Podrías ponerte en contacto con el Kriminaldirektor Van Heiden para confirmar su asistencia a la reunión?

—Sí, jefe.