Sábado, 21 de junio. 10:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

Al menos Fabel se sentía más limpio, y cambiarse de ropa fue como mudar una capa de piel arrugada; pero el par de horas que durmió no disipó la sombra de cansancio que seguía aferrándose a él, y tuvo que hacer un gran esfuerzo por eliminarla de su mente y movimientos. Como le había prometido, Werner recogió a Wolfgang Eitel poco antes de las ocho de la mañana, y un segundo equipo, dirigido por Paul Lindemann, pasó a buscar a su hijo a la misma hora. Eitel padre y Eitel hijo estaban en salas separadas, pero sus amenazas furiosas de demandar a los agentes individualmente, a la policía de Hamburgo en general y al gobierno regional habían sido casi idénticas. De hecho, Fabel sabía que si no daban con algo sólido contra los Eitel, tendrían que tomarse aquellas amenazas en serio.

Para subrayar el hecho, un reducido grupo de asesores legales, incluido Waalkes, esperaba en la sala de espera principal del Präsidium cuando llegó Fabel. Waalkes lo vio justo cuando iba a entrar en el ascensor y partió encolerizado hacia él. Fabel gritó un entusiasta «¡Buenos días, Herr Waalkes!» mientras las puertas del ascensor se cerraban, dejando a Waalkes a medio camino en el área de recepción y sin poder verbalizar su protesta enfurecida.

Fabel hizo salir a Werner de la sala de interrogatorios número uno, donde estaba entreteniendo a Wolfgang Eitel, quien exigía hablar de inmediato con sus asesores legales.

—Abajo hay un montón —dijo Fabel—. Dile que está autorizado a que esté presente un representante legal, pero deja primero que los chicos de delitos económicos y empresariales lo ablanden. Haz lo mismo con Norbert.

Fabel fue a su despacho y cerró la puerta. Cogió el teléfono y llamó a Susanne al Institut für Rechtsmedizin. Había hablado con ella después de marcharse del Speicherstadt la noche anterior y había percibido un tono preocupado en su voz. La había tranquilizado diciéndole que estaba bien, pero que tendría que ir al Präsidium, y que intentara dormir. Al colgar, se había sentido un poco culpable porque había experimentado una sensación agradable al ver que alguien volvía a preocuparse por él. Ahora la llamaba para resumirle las pruebas que había descubierto y explicarle brevemente su teoría sobre Vitrenko y su «padre espiritual», Blot Sven.

—Supongo que tiene algo de sentido —dijo Susanne, pero no parecía muy convencida.

—¿Pero?

—No lo sé. Como te he dicho, tiene sentido. Y creo que tienes razón. Al menos en lo principal. No tengo ninguna razón profesional sólida para dudar de tu teoría. Tan sólo me inquieta el ámbito de participación.

—¿Qué quieres decir, Susanne?

—No actúa solo. Puede que él ni siquiera participe. ¿Te acuerdas de Charles Manson en Estados Unidos, de los asesinatos en masa en las casas de Tate y LaBianca? Manson ni siquiera estuvo presente en la casa de Sharon Tate, y de la residencia de LaBianca se marchó después de ordenar a sus seguidores que mataran a las víctimas, pero antes de que se llevaran a cabo los asesinatos. Así que Manson no cometió los crímenes personalmente. Sin embargo, eran sus crímenes. Manipuló a otras personas para que los cometieran por él. Fue el artífice de un ámbito de participación que no sólo incluía a su «familia», sino que lo excluía a él.

Fabel reflexionó sobre lo que decía Susanne. Había estudiado en profundidad los asesinatos de Manson: Manson fortaleció los vínculos en su «familia» acostándose con todas las «chicas de Charlie», las integrantes femeninas de su grupo. Era el mismo truco que había utilizado Svensson para ganarse la lealtad de sus acólitas, como Marlies Menzel y Gisela Frohm, a la que Fabel se vio obligado a matar hacía tantos años en un muelle del puerto. Se dio cuenta de que él y Gisela no estuvieron solos en ese muelle. Svensson también estuvo allí. Invisible, insidioso. Su presencia sólo fue evidente para Gisela. Fabel soltó un suspiro sonoro, como si quisiera expulsar de su cabeza aquellos fantasmas.

—No lo sé, Susanne. Veo a Vitrenko como un carnicero práctico. Y si tengo razón, él se considera el heredero natural de Blot Sven, el maestro del sacrificio…

Fabel la oyó respirar al otro lado del teléfono.

—Tú ten cuidado, Jan. Ten mucho cuidado.

Werner entró en el despacho de Fabel justo antes de mediodía. Los agentes de delitos económicos y empresariales aún estaban con Wolfgang y Norbert Eitel; dos detectives les interrogaban por separado.

—Markmann, de delitos empresariales, opina que hay algo en este negocio inmobiliario, pero que aún no tenemos pruebas sólidas —dijo Werner desanimado—. Está formando equipos para hacer una redada en las oficinas de Gallacia Trading y del Grupo Eitel, pero la fiscalía no ve claro lo de tramitar una orden con unas pruebas tan endebles.

Fabel asintió. Ya había recibido una llamada de Heiner Goetz, el fiscal general del estado, quien le dejó clara su preocupación por poner bajo sospecha a unos personajes tan destacados. Fabel conocía a Goetz desde hacía años, y ambos se tenían un respeto mutuo, pero sabía que era un fiscal prudente y metódico a quien no le gustaba echar por el atajo. También sabía que Goetz pillaría cualquier mentira, así que tuvo que admitir que se estaba arriesgando mucho con los Eitel. Todo se reducía a una decisión de juicio, y Goetz estaba dispuesto a dar cierta flexibilidad a Fabel. Él, sin embargo, decidió no contarle a Goetz, en aquel momento, su plan de llamar a MacSwain para interrogarle: Fabel esperaba que MacSwain querría fingir que estaba dispuesto a colaborar.

—Los de delitos empresariales dicen que están jodidos si la fiscalía no acepta que han establecido motivos razonables para proceder a la detención —dijo Werner—. Y sin papeles que demuestren que han cometido un delito, no pueden presentar cargos.

Fabel endureció el rostro, cogió con rabia el teléfono y marcó el número de móvil que le había dado el ucraniano.

—No esperaba que me llamara tan pronto, Herr Fabel —dijo Vitrenko padre, en su alemán perfecto pero con mucho acento.

Fabel le explicó la situación con la fiscalía.

—Necesito algo concreto, lo que sea, que nos dé un motivo para retener a los Eitel más tiempo y meter mano a sus archivos. Los Eitel son la única posible conexión que tenemos con la organización de su hijo.

Hubo un silencio al otro lado del teléfono. Luego, el ucraniano dijo:

—No sé si puedo ayudarle. Ahora mismo no puedo darle nada. Pero quedemos esta noche a las ocho en el almacén de Speicherstadt.

La determinación seria del rostro de Fabel no se diluyó al colgar el teléfono.

—Werner, ve a buscar a Maria. Vamos a hacer una visita al BAO.

Maria hablaba mientras el trío caminaba enérgicamente por el pasillo que iba del ascensor al despacho de Volker. Le entregó a Fabel tres o cuatro hojas de papel grapadas.

—He hecho algunas averiguaciones sobre Vitrenko. No creo que consigamos más información sobre él. Por los datos que tengo, el Berkut se está convirtiendo en una unidad importante de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, aunque su función principal hasta ahora ha sido básicamente actuar como policía antidisturbios. Como unidad de operaciones, se parece al GSG9 de Alemania. Están muy bien adiestrados, de eso no hay duda. Me he puesto en contacto con su sede central en Kiev; se han mostrado dispuestos a colaborar, pero no han estado muy comunicativos respecto a Vitrenko. Parece que fue uno de sus expertos en terrorismo islámico más destacados, sobre todo por el tiempo que pasó en Afganistán y Chechenia. Lo único que les he sacado ha sido el currículo de Vitrenko. Entre todos los datos había esto… —Maria dio la vuelta a un par de páginas que sostenía Fabel. Había una hoja encabezada con lo que supuso que sería el emblema del Ministerio del Interior ucraniano en la parte superior de un texto escrito en cirílico. La siguiente página era la traducción al alemán—. Mira esto: dos semanas de entrenamiento en una unidad de perfiles de asesinos en serie en Odesa.

Fabel se detuvo.

—¿Y dijiste que mi trabajo para la Europol sobre los asesinatos de Helmut Schmied circulaba por Ucrania?

—Exacto. Aún no me han respondido, pero me juego lo que quieras a que formaba parte del programa del curso o estaba disponible.

Fabel sintió el ansia del cazador cuando está cerca de su presa.

—Por eso estamos tratando con un caso clásico de asesino en serie psicótico; porque se basa en casos de manual. Y me ha elegido a mí porque resulta que leyó el trabajo que publiqué sobre asesinos en serie.

Werner soltó una risa amarga.

—Y pensó que podría mover todos los hilos para despistarte.

—Sólo que no lo ha conseguido —añadió Maria.

Fabel le devolvió el expediente a Maria.

—Vamos —dijo, y Maria y Werner lo siguieron.

La secretaria hizo lo que pudo para detener el tren formado por Fabel, Maria y Werner que pasó a toda velocidad delante de ella y entró en el despacho de Volker. Éste estaba sentado a su mesa y hablaba en inglés con dos hombres en mangas de camisa sentados frente a él. Fabel supuso que los dos norteamericanos eran miembros del equipo de seis agentes del FBI que habían trasladado a la policía de Hamburgo tras los atentados del 11 de septiembre al World Trade Centre. Volker ocultó tras una sonrisa la irritación que le produjo que le molestaran.

—¿Supongo que se tratará de un asunto importante, Herr Hauptkommissar?

Fabel no respondió, sino que se quedó mirando con toda la intención a los dos norteamericanos.

—Lo siento, caballeros —dijo Volker en un inglés que a Fabel le pareció excelente—. ¿Les importa que concluyamos la reunión más tarde?

Al salir, los norteamericanos lanzaron una mirada a Fabel que estaba a medio camino entre la curiosidad y el enfado. Volker se recostó en el sillón de piel y extendió la mano, como invitándole a que desembuchara. Era un gesto de tranquilidad arrogante cuya intención, según advirtió Fabel, era hacerle explotar y, por lo tanto, inclinar la balanza de cualquier intercambio de palabras a favor de Volker. Como reconoció la estrategia de Volker, Fabel se quedó callado un momento antes de hablar, se acercó y ocupó una de las sillas que había dejado vacante uno de los estadounidenses.

—Sí, Oberst Volker, se trata de un asunto importante. Y urgente. Tengo intención de convocar una rueda de prensa acerca de los asesinatos que estoy investigando —mintió Fabel—. Debo aclarar unas cosas a la opinión pública. De hecho, tengo intención de hacerle una especie de favor. —Fabel sonrió con frialdad.

—¿Ah, sí? ¿Y eso?

—Bueno, he preparado una declaración que desmiente rotundamente que el BND esté protegiendo al asesino, un exagente antiterrorista ucraniano llamado Vasyl Vitrenko, sólo porque pueda ser una fuente útil de información sobre Al-Qaeda y otras organizaciones terroristas islámicas.

Fabel se dio cuenta de que Volker estaba empleando toda su fuerza de voluntad para que su rostro no traicionara sus emociones. Prosiguió:

—Voy a hacer hincapié en que usted, personalmente, nunca tendría nada que ver con una maniobra de encubrimiento como ésa y en que todos los rumores que afirman lo contrario son falsos.

Los labios de Volker mostraron sus dientes y esbozaron una sonrisa indescriptible.

—No será capaz.

—¿No seré capaz de qué? ¿De proteger su reputación ante estos rumores difamatorios?

—No existen tales rumores…

Fabel miró la hora.

—¿No? Entonces no es cierto que el Stern y el Hamburger Morgenpost hayan recibido unas informaciones incriminatorias y anónimas… —Fabel se inclinó hacia delante y casi le escupió las últimas dos palabras a Volker—: por ahora.

—Como ya le he dicho, no será capaz… —dijo Volker, pero su voz revelaba una sombra de duda.

—Oberst Volker, le agradecería mucho que pudiera cumplir nuestro acuerdo original y compartiera con nosotros toda la información de que dispone que sea relevante para esta investigación. Empecemos con la relación de los Eitel con un cártel basado en Kiev que se está beneficiando ilegalmente de iniciativas de reurbanización en Hamburgo. En estos momentos el departamento de delitos económicos y empresariales les está interrogando a ambos. Cuando vaya abajo después de esta reunión, Herr Oberst, me gustaría entregarles una prueba lo suficientemente sólida como para que la fiscalía del estado tramitara una orden de búsqueda y captura. Además de esto, quiero saber dónde encontrar al excamarada Vitrenko y a sus principales oficiales. Ahora bien, si todo esto sucediera, quizá no sería necesario filtrar estos documentos ni convocar la rueda de prensa que he mencionado.

Volker lanzó una mirada larga y oscura a Fabel.

—Podría complicarle muchísimo la vida, Fabel. Lo sabe, ¿verdad?

—Qué amable de su parte recordármelo, Volker. En especial delante de dos testigos.

—¿A qué cree que nos dedicamos exactamente, Fabel? ¿Cree que sólo somos una especie de departamento que se dedica a hacer putadas?

Fabel se encogió de hombros.

—Soy policía. Me gusta que sean los hechos los que hablen. Y por el momento, los hechos me dicen no sólo que ha estado ocultándome pruebas, sino también que es obvio que tiene sus propios planes respecto a Vitrenko.

Volker soltó una risa amarga.

—Para ser un agente de alto rango que investiga unos crímenes tan graves, parece que tiene la costumbre de hacer que los hechos encajen en su agenda particular de prejuicios.

—¿Niega que esté intentando cerrar un trato con Vitrenko?

—No. No se lo niego. Pero no hasta el punto de pasar por alto estos asesinatos, si es a eso a lo que se refiere. Y no niego que nuestros amigos norteamericanos quizá tengan menos remilgos a la hora de hacer tratos con el diablo, si con ello consiguen cazar a quien persiguen. Pero no. Si… —Volker enfatizó la palabra y la repitió—. Si Vitrenko es su asesino, no nos plantearíamos hacer ningún trato con él, por supuesto; aunque querríamos hablar con él. Y en cuanto a que no hemos estado muy comunicativos con la información… ¿Nunca se le ha ocurrido preguntarse si existía la posibilidad de que hubiera otra razón para mostrarnos tan reacios?

—¿Como cuál?

Volker se levantó y se apoyó en la mesa.

—Como que quizá no se pueda confiar en usted. Como que quizá uno de los agentes de su queridísima policía de Hamburgo acepta sobornos. Y quizá por eso asesinaron a Klugmann, alguien a quien recluté personalmente y un buen hombre.

—Eso es una cortina de humo, Volker. —Fabel también se puso en pie.

—¿Sí? Klugmann descubrió que había filtraciones reales que salían de la policía de Hamburgo. Averiguó que alguien, alguien con un cargo importante, quizá incluso un Kriminalhauptkommissar, ha estado vendiendo información de alto nivel a los ucranianos.

Fabel se tomó unos segundos antes de responder. En aquellos segundos construyó a toda prisa una red de cables y la lanzó sobre la ira que le invadía.

—¿Me está diciendo que por eso ha estado ocultando información sobre Vitrenko? No me lo creo.

—Pregúnteselo a Van Heiden. Él lo sabe todo. Alguien de este Präsidium o de una Polizeidirektion importante está vendiendo información a Vitrenko que le ayuda a cargarse a sus principales rivales, quedarse con sus operaciones y apropiarse de sus negocios, como pasó con el negocio con los colombianos en el que liquidaron a Ulugbay.

—Pero usted dijo que Klugmann dio información a los ucranianos…

—Así es. Y creemos que por eso está muerto. Klugmann tenía la sensación de que su contacto, Vadim, se estaba distanciando de él. Claro que cuando uno trabaja de infiltrado, se vuelve extremadamente paranoico; pero a Klugmann le preocupaba mucho que los ucranianos pudieran sospechar de él.

Fabel no dijo nada, pero recordó el miedo que había pasado Sonja cuando su equipo hizo la redada en el piso buscando a Klugmann. Y recordó que Klugmann se había buscado un refugio más oculto para, al final, acabar en el fondo de una piscina llena de porquería. Volker vio que Fabel consideraba sus palabras, y se recostó despacio en su sillón. Fabel lo imitó. Cuando Volker continuó, lo hizo en un tono notoriamente menos agresivo:

—Puede que recuerde, Herr Hauptkommissar, que se mostró más que crítico respecto a la forma en que, a través de Klugmann, proporcionamos información a los ucranianos sobre el negocio en el que Ulugbay acabó siendo asesinado. Bueno, no somos tan estúpidos o despiadados como usted parece creer. Nos aseguramos de que hubiera lagunas cruciales en los detalles que Klugmann suministró sobre el negocio de Ulugbay con los colombianos. Para asesinar a Ulugbay, había que saber más, mucho más, de lo que proporcionó Klugmann. Y quien realmente dio la información debió darse cuenta de que el confidente que Klugmann tenía en el departamento de narcóticos del MEK era inventado.

—¿Está diciendo que fue un agente de policía el que mató a Klugmann? —Fue Maria Klee quien se adelantó a la pregunta de Fabel.

Volker se encogió de hombros.

—¿Directamente? Quizá, no lo sé. ¿Indirectamente? Es probable. La persona que ha estado vendiendo información ha estado exigiendo un precio muy alto, y estoy bastante seguro de que haría lo que fuera para protegerse. Pero no tuvo que ensuciarse las manos necesariamente. Si avisó a la banda de Vitrenko de que Klugmann era un policía secreto, los ucranianos habrían aceptado gustosos la carga de eliminarlo.

—Jefe… —Werner, que se había quedado de pie al lado de Fabel, habló en voz baja y tensa.

—Mierda… Claro. Trajimos a nuestro testigo al Präsidium. Joder, Volker, si hubiéramos sabido todo esto antes, no lo habríamos puesto en peligro. Nunca pensamos, ni por un momento, que traerlo aquí lo señalaría. —Fabel se volvió hacia Werner—. Pon a Hansi en protección policial desde ya.

—Ahora mismo, jefe —dijo Werner, y salió del despacho.

Maria se sentó en la silla vacante que había al lado de Fabel. Éste puso cara de incredulidad.

—¿Así que afirma que por eso ha estado ocultando pruebas para esta investigación? —preguntó Fabel.

Volker soltó un suspiro.

—Yo no he estado ocultando nada. Si cree de verdad que Vitrenko está detrás de estos asesinatos, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle. De hecho, a raíz de la muerte de Klugmann ya no estamos dispuestos a hacer tratos con Vitrenko. —Volker se pensó mucho sus siguientes palabras—. No le caigo muy bien, ¿verdad, Fabel?

—No lo conozco. No me cae ni bien ni mal.

Volker soltó una risita ácida.

—Bueno, digamos que no le gusta lo que represento.

—No puedo decir que me guste demasiado.

—Ha dejado muy claro que para usted estoy a un paso de la Gestapo, mientras que su policía de Hamburgo representa todo lo que es bueno y puro. Pues deje que le diga una cosa, Fabel: tengo suerte de estar aquí sentado. Si la policía de Hamburgo se hubiera salido con la suya, mi árbol genealógico habría acabado en la prisión de Fuhlsbüttel de la policía de Hamburgo.

Fabel abrió más los ojos.

—¿Sorprendido? Mi padre era socialdemócrata y sindicalista. Un idealista de diecinueve años. Así que, inevitablemente, fueron a buscarlo en plena noche. Pero no fueron ni las SS ni la Gestapo quienes llamaron a su puerta. Fue su queridísima policía de Hamburgo quien se llevó a mi padre a la cárcel de Fuhlsbüttel. Pronto le cambiaron el nombre, ¿verdad, Fabel? Konzentrationslager Fuhlsbüttel: un campo de concentración para la policía de Hamburgo. Claro que usted preferiría olvidarse de todo eso.

Fabel conocía bien la historia: el campo de concentración de Fuhlsbüttel, conocido como Kola-Fu. Era el capítulo más oscuro, más infame, de la historia de la policía de Hamburgo. Después de que en marzo de 1933 los nazis subieran al poder en Hamburgo, la policía de la ciudad había sido la responsable de las redadas contra comunistas y activistas socialdemócratas. En septiembre de aquel mismo año, las SS pasaron a dirigirla, pero aquellos seis meses de control policial fueron suficientes para empañar la historia de la policía de Hamburgo para siempre.

—De acuerdo —dijo Fabel al final—, acepto lo que dice. Pero no veo a qué viene.

La respuesta de Volker a las palabras de Fabel fue inmediata.

—Viene a que usted tiene un montón de teorías sobre por qué entré en el BND. Pues bien, deje que le diga la verdad. Entré en el BND porque quería defender lo único que puede hacer que la historia de Alemania no vuelva a repetirse: la democracia y la Grundgesetz. Usted se considera un defensor de la ley. Bueno, yo me considero un defensor de la Ley fundamental: la Constitución. Lo hago porque creo que el único modo justo de gobernar que existe es una democracia liberal de verdad. —Se recostó en su sillón de piel—. ¿Sabe qué soy en realidad, Fabel? Un bombero. —Señaló la ventana con la cabeza—. Ahí fuera, Fabel…, ahí fuera hay toda clase de perdedores y desgraciados a quienes les gusta jugar con cerillas. De extrema derecha, de extrema izquierda, fundamentalistas religiosos chiflados… Están todos ahí fuera jugando con fuego en la oscuridad. Y mi trabajo consiste en apagar las chispas antes de que se conviertan en llamas.

—De acuerdo, supongo que le debo una disculpa —dijo Fabel—. Pero el hecho sigue siendo que nos ocultó pruebas.

—No nos debemos nada, Fabel, aparte de respeto mutuo y no hacernos el trabajo más complicado de lo que ya es. —Volker levantó el teléfono de la mesa, pulsó un botón y ordenó que le trajeran el expediente sobre Vitrenko.

Después de que se le entregara la carpeta a Volker, éste la abrió y sacó una hoja. Se la dio a Fabel. Contenía varias filas de iniciales y números. La examinó un par de veces antes de pasársela a Maria.

—No me dice nada —dijo Fabel. Miró a Maria, quien se encogió de hombros.

—Pero a sus compañeros de delitos empresariales, sí. —Volker echó hacia atrás la butaca de piel y entrelazó los dedos—. Son los rastreos de las transacciones. Detallan los movimientos de fondos entre cuentas, horas, fechas y cantidades. —Dejó que la butaca se moviera hacia delante de nuevo y entregó a Fabel dos hojas más de la carpeta—. Ésta es la clave de las cuentas. Detalla a quién pertenece cada una. También hay una orden de un tribunal federal… —Volker sonrió, casi con malicia—, para demostrar que obtuvimos la información de manera legal.

En la lista de titulares de las cuentas estaba Gallacia Trading, Klimenko International, Eitel Importing y otras empresas que Fabel no reconoció.

—Ahí tiene datos suficientes para conseguir una orden. Si los de delitos fiscales escarban en algunas de estas cuentas falsas, encontrarán un rastro que los llevará directamente a los Eitel. Y a ellos en persona, quiero decir; no a sus negocios. Puede que también halle alguna que otra sorpresa más.

Fabel levantó una ceja.

—Que sus expertos lo investiguen todo. —Volker se inclinó hacia delante, descansando el peso de sus anchos hombros sobre los codos—. En cuanto a Vitrenko… De verdad que no puedo darle ninguna pista sobre dónde encontrarlo. Es como un fantasma. No obstante, sí que tenemos localizados a un par de sus lugartenientes.

De nuevo, buscó en la carpeta y sacó un par de fotografías. Las dejó sobre la mesa y las giró para que Fabel y Maria las vieran. Eran las típicas imágenes de las vigilancias estrechas: estaban tomadas a distancia con teleobjetivo. Los dos hombres tendrían casi cincuenta años; uno era enjuto y nervudo; el otro, corpulento. Los dos tenían el aspecto peligroso de los soldados veteranos. Volker dio unos golpecitos con el dedo sobre la imagen del hombre enjuto.

—Éste es Stanislav Solovey. Fue él quien le señaló a Yari Varasouv las ventajas de la jubilación. El otro es Vadim Redchenko.

—¿El contacto de Klugmann? —preguntó Maria.

—Y su posible ejecutor —añadió Volker.

Fabel negó con la cabeza.

—Hans Kraus dijo que los asesinos hablaban alemán y no tenían acento. Y que dejaron deliberadamente la pistola de los servicios de seguridad ucranianos para que la encontráramos. Creo que intentaban despistarnos.

—Bueno, Redchenko es un asesino hasta la médula, aunque no liquidara él a Klugmann. Vivía en Reinbeck, donde dirigía un laboratorio de drogas y una red de tráfico desde una fábrica abandonada. Hicimos una redada conjuntamente con la unidad de narcóticos del MEK hace un mes.

—Deje que lo adivine —dijo Maria—. No había nadie.

—Exacto. De hecho, la fábrica se incendió antes de que tomáramos posiciones. Una especie de mina soviética y cubas de sustancias químicas inflamables colocadas estratégicamente se encargaron de hacer el trabajo. Un trabajo muy profesional y minucioso. Cualquier prueba que pudiéramos haber encontrado quedó destruida. Desde entonces, no hemos podido localizar a Redchenko en ninguna dirección concreta, aunque sí sabemos que visita con regularidad un par de negocios. Cada vez que lo hace, ponemos a alguien a seguirlo, y cada vez nos da esquinazo. Esta gente está muy bien adiestrada. Fíjese en el propio Vitrenko: no nos ha resultado fácil sacar información a los ucranianos; pero por lo que hemos descubierto, no sólo sirvió en las brigadas MDV Kondor y Alpha, sino también en la brigada Vysotniki, igual que algunos hombres de su banda. Vysotniki se basaba, y aún se basa, en el modelo del servicio especial aéreo británico, que está formado por pequeñas unidades operativas de once hombres. Por lo que hemos podido sacarles a nuestros contactos, Vitrenko estableció una unidad como ésas en Afganistán y la reactivó en Chechenia. Pero en lugar de once hombres, tenía trece. Creemos que es el número de hombres que tiene aquí.

—Encaja con la información que tenemos nosotros —dijo Maria.

Volker se puso las manos detrás de la cabeza.

—Nuestra operación con Klugmann y Tina Kramer estaba pensada para recabar información sobre Vitrenko. Nunca le engañé en eso, Fabel. Admito que nuestro objetivo último era ofrecerle una especie de trato: no procesarle por sus actividades mafiosas a condición de que colaborara con los norteamericanos y, por supuesto, pusiera fin a todas sus actividades ilegales. Pero es difícil que la inmunidad te parezca atractiva cuando parece casi imposible que te encuentren, y más aún que te detengan y reúnan las pruebas suficientes como para procesarte. Y, por supuesto, si Vitrenko está realmente detrás de estos asesinatos, retiraremos todas las ofertas. —Bajó los brazos y se inclinó hacia delante—. Me cree, ¿verdad, Fabel?

—Si me dice que es la verdad, Herr Volker —dijo Fabel.

Volker guardó todas las fotografías y papeles en la carpeta y se la entregó, empujándola por la mesa.

—Es la versión íntegra, no expurgada. No vaya a perderla.

Cuando Fabel y Maria regresaron a la Mordkommission, había llegado un mensaje de correo electrónico del FBI, dirigido a Werner. Maria lo imprimió y lo llevó al despacho de Fabel.

—Escucha esto… —Se sentó a la mesa frente a él—. John Sturchak… ¿El socio de negocios norteamericano de los Eitel?

Fabel asintió con la cabeza.

Maria examinaba el documento e iba informando a Fabel.

—El FBI está muy interesado en cualquier información que podamos tener sobre John Sturchak o los negocios en los que esté involucrado. Al parecer, Sturchak es hijo de Roman Sturchak, un agente de la División Gálata de las SS durante la misma época que Wolfgang Eitel. Sturchak fue uno de los ucranianos que regresaron a Austria para rendirse a los norteamericanos cuando finalizó la guerra. Si el Ejército Rojo lo hubiera capturado, lo habría matado. A Roman le permitieron emigrar a Estados Unidos y crear un negocio de importación. Es posible que este último negocio no sea la primera colaboración entre las familias Eitel y Sturchak. El negocio de Sturchak tiene su sede en Nueva York, y según el FBI, sospecharon que Roman Sturchak tenía relaciones con el crimen organizado, pero nunca fue acusado de ningún delito. John Sturchak asumió el control del imperio empresarial Sturchak cuando su padre murió en 1992. Cuando cayó el muro, hubo una avalancha de inmigrantes ucranianos, legales e ilegales, hacia Estados Unidos. Según esta información, se sospecha que John Sturchak ayudó a algunos a entrar sin pasaporte o visado válidos. Los norteamericanos tienen ahora un grave problema con la mafia de Odesa, asentada en Brighton Beach, en Brooklyn, Nueva York. —Maria levantó la vista del documento—. Ya he oído hablar de ellos; la mayoría son ucranianos y rusos. Comparados con ellos, los de la mafia italiana son unos angelitos. —Maria volvió a mirar el documento—. Existe la sospecha de que John Sturchak tiene una relación estrecha con grupos mafiosos rusos y ucranianos.

Fabel esbozó una gran sonrisa.

—O sea que ésa es la conexión que Wolfgang Eitel, defensor de la ley y el orden, no puede permitirse que salga a la luz: que hace negocios con la mafia ucraniana.

Maria siguió leyendo el documento:

—Mierda. Escucha esto. Una de las razones por las que el FBI ha sido incapaz de presentar cargos contra Sturchak es por cómo funciona la mafia de Odesa. Opera de un modo totalmente distinto al de la mafia italiana. Está organizada en células dirigidas por un Pakhan o jefe. Cada célula está integrada por cuatro grupos que operan por separado. Nadie tiene contacto directo con el Pakhan, que los controla a través de un «general». A esto hay que añadir que tiene la costumbre de reclutar equipos de «sicarios» que puede que ni siquiera sean de origen ruso o ucraniano y que hacen un trabajo, cobran, y no tienen ni idea de para quién han trabajado realmente. Así que las probabilidades que tiene el FBI de llegar hasta Sturchak son prácticamente nulas.

—¿Por eso tienen tanto interés en saber si hemos encontrado algo que lo relacione directamente con actividades criminales?

—Exacto. Pero aún hay más. Al parecer, las mafias rusa y ucraniana no hacen muchos negocios de drogas. Andan metidas en chanchullos financieros y de alta tecnología, pero su actividad principal son las transferencias financieras ilegales: montar negocios de importación-exportación falsos para blanquear el dinero que recaudan con sus actividades mafiosas en Rusia y Ucrania hacía y desde Estados Unidos, normalmente vía bancos europeos o inversiones en negocios inmobiliarios.

—Como éstos de aquí en Hamburgo. —Fabel se permitió un instante de satisfacción. Las piezas empezaban a encajar en una esquina del rompecabezas. Puede que sólo fueran los Eitel, pero al menos existía la posibilidad de encerrar a alguien por su participación en todo aquel caos. Se puso de pie de repente y con decisión, agarrando con fuerza la hoja de rastreo de las cuentas y la clave que la acompañaba.

—Vamos a hablar con nuestros compañeros de delitos económicos y empresariales.