Sábado, 21 de junio. 4:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

El ambiente de la sala de investigaciones era una extraña mezcla de excitación y agotamiento. A aquellas horas de la noche previas al amanecer, los agentes que acababan de levantarse y aquellos que, como Fabel, Maria, Paul y Anna, llevaban despiertos y activos desde el día anterior se esforzaban por sacudirse de encima el cansancio físico que se pegaba a ellos y apagaba la emoción que suponía estrechar el cerco sobre su presa. Había un zumbido de voces que hablaban por teléfono, despertando a agentes contrariados de toda Europa, desde Hamburgo a Kiev.

Y ahí, en primer plano, aumentados y clavados en el centro de la pizarra, los fríos ojos verdes de Vasyl Vitrenko, como si fueran la mirada malévolamente heroica de algún dictador de la Europa del Este, se posaban con aire de desafío sobre aquellos que lo perseguirían. Al lado de la imagen de Vitrenko estaban las copias de las fotos del granero que les había dado su padre. Cuando Fabel pegó las imágenes en la pizarra, una incredulidad atónita acalló por un momento el vocerío de la sala.

Maria, que hablaba inglés razonablemente bien y un poco de ruso, perseguía por teléfono a los agentes de policía reacios de Odesa y Kiev. También había revisado las bases de datos de la Europol y la Interpol, en las que encontró un dato aquí y otro allá que les ayudaron a formarse una idea de la persona que había detrás de la imagen colgada en la pizarra.

Fabel aprovechó un momento de relativa tranquilidad en la sala para convocar a la mayoría de su equipo, que esperó a que los compañeros que seguían al teléfono finalizaran sus llamadas.

Fabel se colocó delante de la pizarra y se apoyó en la mesa, apretando los nudillos en la superficie de cerezo pulida. Respiró hondo antes de comenzar el informe sobre lo que le había contado el ucraniano. La sala quedó en silencio, reinaba una calma intensa, como si alguien hubiera atado el aire y lo estuviera tensando, mientras Fabel reproducía el relato del anciano sobre cómo había perseguido a su hijo por las montañas y llanuras medio desiertas de Afganistán, siguiendo un rastro de atrocidad cada vez mayor, que había culminado en el descubrimiento del granero. Luego, les hizo un resumen de lo que sabía sobre los asesinatos de Kiev.

—Muy bien, gente. Tenemos un sospecho principal claro; pero, mientras conseguimos los datos necesarios para que la fiscalía del estado tramite la orden para proceder a su detención e interrogatorio, no tenemos ninguna prueba sólida para trincarlo. —Fabel se dio la vuelta y dio un golpe con la palma de la mano en el retrato ampliado—. Coronel Vasyl Vitrenko, exagente del Berkut ucraniano o unidad antiterrorista Águilas Doradas. Cuarenta y cinco años. Y un hijo de puta duro y desalmado. Tenemos a un testigo ocular, aunque posterior a los hechos, que afirma que Vitrenko orquestó asesinatos en masa siguiendo exactamente el mismo modus operandi que hemos visto aquí en Hamburgo. También tenemos una serie de asesinatos idénticos en Kiev… Pero, de nuevo, estos episodios no nos sirven de mucho porque no podemos relacionar de forma concluyente a Vitrenko con estos crímenes, especialmente porque la policía ucraniana cree que ya tiene al autor. Pero lo que sí tenemos es un posible móvil. Parece ser que al menos dos de nuestras víctimas tenían información, potencialmente muy dañina, sobre un gran chanchullo inmobiliario en el que estarían implicados nuestros amigos los Eitel y contactos ucranianos. ¿Maria?

Maria Klee cogió sus notas y las hojeó. Comenzó a hablar, pero el cansancio le había resecado la garganta, y tosió un poco antes de empezar.

—He hablado con la policía ucraniana de Kiev, la unidad antiterrorista del Berkut y el servicio secreto SBU. Como era de esperar, el SBU no se ha mostrado muy comunicativo, pero la policía sí me ha dado información sobre los asesinatos de Kiev. Parece que piensan que nuestro asesino es un imitador, porque, como ha dicho el Hauptkommissar Fabel, juran que detuvieron al verdadero culpable. —Volvió a mirar sus notas—. Un tal Vladimir Gera… —Maria se atrancó con el apellido y volvió a intentarlo—. Vladimir Gerassinenko. Al parecer, era un tipo brillante que trabajaba de interventor de ferrocarril. Hubo tres víctimas. Dos de ellas fueron, bueno, sacrificadas como parte de una especie de rito. Había la sospecha de que en los rituales participaron otras personas, pero a Gerassinenko lo condenaron por el tercer asesinato.

—¿La periodista? —preguntó Fabel.

—Sí. Y la mató en su casa.

—Igual que a Angelika Blüm. —Fabel expuso aquella obviedad para remarcar el hecho, pero su voz sonó apagada y cansada—. ¿Hay alguna posibilidad de mandar a alguien a Ucrania para que interrogue a este tal…?

—Gerassinenko… —Maria ayudó a Fabel con el nombre—. No es probable. Ucrania firmó una moratoria de la pena de muerte en 1997 y la abolió en 2000…, pero Gerassinenko fue ejecutado en 1996.

Fabel soltó un suspiro.

—¿Qué más has descubierto?

—Bueno… Tu hombre, el padre de Vitrenko, ya no está en servicio activo en ninguna sección de la policía ucraniana. He hablado con una persona del Ministerio del Interior, la única que han querido sacar de la cama, y, según él, el comandante Stepan Vitrenko se retiró hace años del Berkut. Al tipo con el que he hablado he podido sacarle que para Vitrenko padre dar caza a su hijo se ha convertido en una especie de cruzada individual. Al parecer, los soviéticos lo mandaron tras Vitrenko en Afganistán, y desde entonces se ha convertido en una obsesión para él.

—Imagino por qué —dijo Fabel.

—Tengo que añadir —dijo Maria— que la única razón por la que los ucranianos dan más importancia a la desaparición de Vitrenko que a la de una persona desaparecida normal y corriente es porque se trata de un gran especialista en antiterrorismo y crimen organizado. Por lo que a ellos se refiere, el único delito que ha cometido es desertar de su puesto.

—¿Qué hay del Berkut, esta unidad antiterrorista a la que perteneció? —preguntó Fabel.

—Básicamente, es la unidad antidisturbios y antiterrorista multiusos. Amnistía Internacional ha mostrado su inquietud respecto a su forma de actuar. Depende del Ministerio del Interior ucraniano. Por lo que he averiguado, el cometido de Vitrenko estaba más allá de los parámetros operativos habituales del Berkut. Era un agente muy prometedor con pericia en crímenes civiles, políticos y terroristas. Ucrania tiene un problema grave con el crimen organizado, y las tensiones entre la población de minoría rusa y la de mayoría ucraniana son importantes. A esto cabe añadir el hecho de que seguramente es el país con el mayor número de asesinos en serie del mundo; razón por la cual tienen los mejores expertos mundiales en encontrar a este tipo de asesinos.

Fabel se frotó la barba de veinticuatro horas.

—Si el padre de Vitrenko ha emprendido una cruzada individual para encontrarlo, ¿quién es la chica que trabaja con él? ¿Y por qué?

—Creo que tengo la respuesta —dijo Maria, y volvió a buscar en sus notas para encontrar el dato relevante—. Creo que es la teniente Martina Onopenko. Hasta hace poco era agente de la policía de Kiev.

—¿Una inspectora?

—No…, era policía uniformada. Pero también tiene experiencia militar. También resulta que es la hermana pequeña de la periodista asesinada. Al parecer, comparte la convicción del anciano de que el verdadero culpable del asesinato de su hermana es Vitrenko. Dimitió de la policía cuando se negaron a reabrir el caso.

—Qué asociación más improbable —dijo Fabel en tono meditativo—. La hermana de una víctima y el padre del sospechoso principal…

Maria se encogió de hombros.

—Sólo es una suposición mía sobre quién puede ser la chica. Sirvieron juntos en Ucrania después de la desaparición de Vitrenko, de eso no hay duda. —Maria le pasó a Fabel una fotografía de una mujer joven—. Me la han enviado por correo electrónico nuestros amigos ucranianos…

Fabel examinó la fotografía. En muchos sentidos, la chica de la imagen se parecía a la ayudante del anciano ucraniano, pero tenía el pelo más oscuro y la cara más ovalada.

—Se parece, pero no es…

—Ya lo sé. Ésta es la periodista de Kiev asesinada. Valerie Onopenko.

—Pues entonces seguro que es la hermana de la mujer que va con Vitrenko padre. Parece que este caso trata de asuntos familiares.

—Hablando de eso —Werner se acercó al frente del equipo reunido—, he investigado a nuestros amigos los Eitel. Ya sé que no nos centramos en ellos como autores de los asesinatos, pero los dos tienen coartadas sólidas para el primer asesinato. El padre tiene una coartada confirmada para el segundo, y Norbert Eitel, para el tercero. He hablado con algunos de nuestros hombres de la unidad de delitos económicos y empresariales del segundo piso, pero me han dicho que ahora mismo no están investigando a los Eitel por nada, aunque han mostrado mucho interés por estas acusaciones de fraude inmobiliario. Les he pasado una copia de nuestro expediente. Me han dado una relación completa de las empresas y negocios registrados que controlan los Eitel o de aquellos por los que tienen interés. Y, en efecto, son los directores de Neuer Horizont. —Ahora le tocaba a Werner repasar sus notas—. También tienen intereses en Gallacia Trading. Es un holding que al parecer está haciendo negocios con la rama inmobiliaria del Grupo Eitel. Este dato es el que ha avivado el apetito de la unidad de delitos económicos y empresariales. He podido establecer que Gallacia Trading está codirigida por Wolfgang Eitel, Norbert Eitel, Pavlo Klimenko y un hombre de negocios estadounidense llamado John Sturchak. Gallacia Trading ha comprado bastantes propiedades inmobiliarias en Hamburgo últimamente.

—Y Pavlo Klimenko es uno de los hombres de Vitrenko. —Fabel se quedó pensando un momento—. ¿Qué sabemos del estadounidense?

—No mucho, pero me están traduciendo un correo electrónico al inglés para mandarlo al FBI y a la Interpol.

—Deberíamos hablar otra vez con los Eitel —dijo Fabel—. Y creo que en esta ocasión en vez de disfrutar nosotros de su hospitalidad empresarial, ellos deberían disfrutar de la nuestra.

Anna Wolff se puso en pie. Aún llevaba el vestido elegante que había elegido para la cita con MacSwain, pero se había puesto su característica chaqueta de piel encima. Tenía la cara demacrada y pálida bajo el maquillaje.

—¿Qué hay de MacSwain?

—¿Qué pasa con él?

—¿Sigue siendo sospechoso o no? —A pesar del cansancio, había un tono desafiador en su voz.

—Para estos asesinatos, no. Pero lo mantendremos bajo vigilancia de todas formas. Sigo pensando que es posible que tenga algo que ver con los secuestros, y ahora creo que no están relacionados con el caso principal. Pero tengo que tener cuidado, Anna. Al Kriminaldirektor Van Heiden cada vez le inquietan más los gastos: cree que si MacSwain se da cuenta de que hemos estado vigilando todos sus movimientos sin tener pruebas sustanciales que indiquen que es sospechoso, nos podría caer una demanda embarazosa.

Anna volvió a sentarse.

Fabel, que seguía de pie, se quedó un momento callado antes de dirigirse de nuevo a todo el equipo.

—Y ahora, clase de historia. —Había puesto una caja archivadora encima de la silla que estaba junto a otra en cuyo respaldo había colgado su chaqueta Jaeger. Levantó la tapa y sacó un fajo de papeles. La audiencia se revolvió impaciente. Los inmovilizó con una mirada fría—. Es necesario. Nos enfrentamos a un modus operandi con forma de ritual que tiene mil años de historia. Nuestro asesino, Vitrenko, vive tanto en el pasado como en el presente. Tenemos que comprender qué sentido perturbado de la historia y del destino le impulsa a actuar. He descubierto bastantes cosas que nos interesan…

Fabel no mencionó que había despertado a Mathias Dorn con una llamada telefónica. El profesor Dorn le había proporcionado los datos clave que necesitaba o pistas por dónde seguir buscando. Y lo que era más importante, Dorn había recordado el nombre del rey vikingo que había ocupado el lugar del rey Inge I cuando éste se negó a llevar a cabo el sacrificio que se celebraba cada nueve años en Uppsala. Fabel cogió una fotocopia de entre los papeles y la clavó en la pizarra, junto a la imagen de Vitrenko y casi encima de ella. Era la fotocopia de una ilustración en plancha de cobre del siglo XIX. Aparecía un guerrero de espaldas improbables montado sobre un corcel de aspecto temible. Tenía el pelo claro y con tirabuzones, un bigote enorme y una barba con trenzas y cuentas. Llevaba una guerrera y una manta de piel enorme a modo de capa sobre los improbables hombros. Le cubría la cabeza un casco con alas de águila.

—Éste es el verdadero padre de Vasyl Vitrenko —dijo Fabel—; no el ucraniano que lo persigue. Al menos, creo que eso es lo que piensa Vitrenko.

Fabel esperó a que cesara el parloteo repentino, incluidas algunas risas.

—Sólo es una suposición mía. La someteré a la opinión de Frau Doktor Eckhardt mañana…, quiero decir esta mañana… Pero éste, damas y caballeros, es Sven. Como en Hijo de Sven. Su nombre completo es Blot Sven, Sven el Sanguinario o Sven el Sacrificador, dependiendo de cómo se interprete. Fue rey de Suecia entre 1084 y 1087. Su hermanastro, el rey Inge I, se convirtió al cristianismo y se negó a realizar ritos paganos de sacrificio en el templo de Uppsala. Sven recuperó los sacrificios, y de ahí su nombre. Inge huyó a Västergötland, y Blot Sven se convirtió en rey de Suecia, o Svealand. Puede que os preguntéis, ¿qué relación hay entre un loco ucraniano y Suecia? —Fabel clavó una segunda ilustración, igualmente heroica, junto a la de Blot Sven—. Este caballero es Rurik, el primer gran príncipe de Kiev. Supuestamente, Rurik era un príncipe vikingo de esta zona de Alemania, quizá de Frisia. Los guerreros a los que guió a la conquista de Novgorod y Kiev eran los rus; de ahí viene el nombre de Rusia. Además de los rus, la banda de Rurik también estaba compuesta por varegos y otros mercenarios. La historia, por muy improbable que pueda sonar, es que los eslavos asentados en lo que ahora es Ucrania y Rusia vivían en la anarquía e invitaron a Rurik y a su hermano para que establecieran el orden. Es la misma fábula que se cuenta sobre los sajones en Inglaterra; en este caso, los hermanos fueron Hengist y Horsa. El caso es que Rurik y sus hombres eran extranjeros que subyugaron a una tierra extraña. Se debían lealtad exclusivamente los unos a los otros. Y su recompensa era riquezas y éxito. Acabarían convirtiéndose en la elite de aquella nueva tierra y en los fundadores de las aristocracias rusa y ucraniana. Vitrenko y sus hombres están haciendo lo mismo aquí…, y Vitrenko lo ha envuelto todo con sus conceptos semimíticos de hermandad en el campo de batalla y rituales vikingos secretos.

—Pero todo esto son gilipolleces —dijo Werner—. No pueden creer en serio que son un grupo de vikingos que ocupan una tierra nueva.

—Sí que pueden. Y a pesar de que todo esto es una gilipollez, puedes decir lo mismo de cualquier religión o sistema de creencias si no los compartes. Lo importante no es aquello en lo que se cree, sino el acto de creer en sí. Da igual lo extraño o extremo que pueda parecerle a los demás. Es lo que hace que jóvenes por lo demás cuerdos estrellen aviones en edificios llenos de gente.

Werner meneó la cabeza, más porque sentía un desconcierto triste y desanimado que porque no estuviera de acuerdo. Fabel continuó:

—Para empezar, no tengo ni idea de si Vitrenko creía en estas historias o si utilizó el mito como estratagema para manipular a quienes estaban bajo su mando —prosiguió Fabel—. Pero estoy plenamente convencido de que ahora cree en todo esto…

Hizo una pausa y recordó el final de la conversación que había tenido con el viejo soldado ucraniano. Había hundido los fuertes hombros al hablar de cómo era Vitrenko de niño. El chico pálido con los ojos de su padre que era capaz de tanto y que había mostrado tener una sed temprana y enorme de crueldad. Historias sobre cómo había manipulado, intimidado y engatusado a otros niños para que llevaran a cabo actos de tortura contra animales pequeños. Luego, contra otros niños. Fabel siguió:

—Y también tengo la seguridad de que Vitrenko es un psicópata desde que tiene memoria. Pero en lugar de tratarlo y tenerlo controlado, lo mandaron a academias militares soviéticas de elite donde sus habilidades naturales, y su psicopatía, se aguzaron. —Fabel cogió los papeles de la mesa y los agarró formando un cono. Los sostuvo delante de él como si estuvieran en llamas; como si fueran una antorcha encendida que ofrecía a sus compañeros—. Vasyl Vitrenko es la persona más peligrosa a la que nos hemos enfrentado. Matará a cualquiera que suponga una amenaza para él. Y eso os incluye a vosotros. Y me incluye a mí.

Fabel no sabía qué más decir. Inundaban su mente las imágenes de las víctimas, de los ojos del padre de Vitrenko mientras lo agarraba por la garganta…, los mismos ojos fríos color esmeralda que su hijo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar a Ursula Kastner, Tina Kramer y Angelika Blüm mirando esos ojos gélidos y brillantes mientras la vida se les escapaba. El resto del equipo debía de estar en un lugar oscuro parecido, porque durante unos segundos el silencio fue absoluto. Fue Maria Klee quien lo rompió.

—¿Qué hay del padre de Vitrenko? ¿Lo has traído?

Fabel negó con la cabeza.

—Pero atacó a un agente de policía. A ti. No podemos permitir que quede impune.

—Puedo y lo haré. Fue a mí a quien atacó, y he suspendido su búsqueda. Ha accedido a ponerse en contacto conmigo cuando necesitemos volver a compartir información. Creo sinceramente que lo único que quiere es detener a su hijo. —Mientras hablaba, el primer mensaje de correo electrónico resonó en su mente: «Podrá detenerme, pero nunca me atrapará».

—¿Y qué hace mientras tanto el padre de Vitrenko? —El ceño fruncido de Maria era casi un gesto de enfado.

—Hace exactamente lo que hacemos nosotros: intenta encontrar y detener a Vitrenko.

—¿Y si lo encuentra él primero? —Werner retomó el hilo de Maria.

Fabel recordó haberle preguntado lo mismo al anciano mientras salían del despacho modular y se adentraban en la penumbra resonante del almacén. El ucraniano se había vuelto hacia él y con voz tranquila y apagada le había dicho: «Pondré fin a todo esto». Fabel miró fijamente a Werner y mintió.

—Me ha dado su palabra de que nos entregará a Vitrenko y cualquier prueba que descubra. Por eso no quiero detenerlo. Quiero que se lo trate como un confidente clave. ¿Entendido? —Se inclinó de nuevo hacia delante, con los nudillos sobre la mesa; su rostro serio y tenso no traslucía el cansancio—. Necesito que empiecen a pasar cosas ya. Primero, quiero tener a los Eitel aquí para interrogarles. Ya. Si protestan, quiero que se los detenga bajo sospecha de ser cómplices de asesinato. Y, Werner, que los chicos de la división de delitos económicos y empresariales recopilen todas las preguntas que quieran hacerles. Estaría bien someterlos a un interrogatorio conjunto. —Werner asintió con la cabeza.

»Segundo —prosiguió Fabel—. Quiero que busquéis e investiguéis a todos los confidentes ucranianos. A fondo. Quiero los lugares donde opera la banda de Vitrenko y quiero tenerlos antes de que acabe el día. Y para dejarlo bien claro, no me importa una mierda si nuestros colegas del LKA7 se ofenden. Yo también lo haré, además de exprimir a nuestros colegas del BND. —La expresión de Fabel aún se ensombreció más—. Nadie va a decirnos qué tenemos que saber. Y eso es todo por ahora. La Oberkommissarin Klee y el Oberkommissar Meyer os asignarán vuestras tareas. Werner, quédate un momento, quiero hablar contigo.

—Claro, jefe…

La sala tardó unos minutos en vaciarse. Werner se quedó sentado, y Anna Wolff rodeó la mesa de reuniones para acercarse a Fabel. Tenía la mirada ensombrecida, pero algo parecido a una actitud de desafío ardía en sus ojos.

—Bueno, ¿qué le digo si me llama?

—Si te llama ¿quién?

—MacSwain. Le he dado el teléfono que me asignasteis para la operación.

—Cancela el número. No quiero que vuelvas a tener contacto con él. No puedo justificar ante Van Heiden más operaciones secretas caras. Tenemos que comprobar más cosas sobre él, pero no es prioritario.

—Creo que es nuestro hombre, jefe.

Fabel frunció el ceño.

—¿Por qué, Anna? Ya has visto lo que tenemos sobre Vitrenko.

—MacSwain es un depredador. Por el modo en que te mira… Por cómo se mueve a tu alrededor. Como si fueras una presa. —Meneó un poco la cabeza, como si la irritara la pobreza de su descripción. Entonces clavó en Fabel una mirada intensa, seria y decidida—. Es el violador, jefe. Y sospecho que es un asesino. Nuestro asesino.

Fabel miró un momento a su subordinada sin decir nada. No podía condenar a un agente joven por reaccionar a la intuición que tenía sobre un caso o un sospechoso: él funcionaba igual; en algún rincón de su cerebro, procesaba los detalles más pequeños sobre cómo alguien se movía o hablaba, o las minucias de una escena. Y a partir de estos procesos internos podía llegar a una conclusión de la que estaría convencido, como Anna, aunque no pudiera racionalizarla con una prueba sólida. Después de todo, sólo era una impresión, una opinión sobre cómo había reaccionado MacSwain al ver a dos agentes de la policía de Hamburgo en su puerta, lo que había hecho que Fabel sospechara de él.

—De acuerdo, Anna. Confío en tu juicio, pero no puedo decir que esté conforme con tu conclusión. —Una vez más, volvió a rascarse la barba incipiente con los dedos—. Pondré a alguien a vigilar a MacSwain, sólo para asegurarnos. Pero no quiero por nada del mundo que vuelvas a verlo, sobre todo si tu intuición respecto a él es cierta. Puede que Werner y yo le hagamos una visita oficial para comprobar dónde estaba en las fechas clave. Claro que eso le alertará sobre el hecho de que lo estamos vigilando. —Fabel soltó un suspiro—. Pero debo decirte que creo que estás equivocada, Anna. Puede que no tengamos una prueba definitiva contra Vitrenko, pero las circunstanciales le apuntan de forma bastante concluyente.

—Ya lo sé —contestó Anna—. Ya lo veo. Pero gracias por no cerrarte a la posibilidad de que sea MacSwain.

—De nada. —Fabel miró a Anna fijamente. Parecía agotada. Él no había trabajado nunca en una operación secreta, pero conocía a muchos agentes que sí. Para un agente de policía, era uno de los retos más agotadores tanto física como emocional y mentalmente. Le vino a la cabeza la imagen de Klugmann, sentado frente a él en la sala de interrogatorios de la Davidwache. Recordó haber pensado que tenía los ojos enrojecidos por las drogas. Pero seguramente era por el estrés. Y seguramente los restos de anfetaminas encontrados en la autopsia eran la forma que tenía Klugmann de sobrellevarlo. Ahora Fabel detectaba la misma tensión nerviosa en los movimientos pesados de Anna, el mismo enrojecimiento y las mismas ojeras—. Escucha, Anna. He dispuesto que tengas libres las próximas veinticuatro horas. Vete a casa y duerme un poco.