Viernes, 20 de junio. 21:25 h

Altona (Hamburgo)

Anna lograba charlar con MacSwain de forma relajada, pero apartaba la vista de su perfil de vez en cuando para mirar por la ventanilla o al parabrisas del Porsche y lanzar así cuerdas de seguridad, anclándose cada vez a un panel de señalización o algún punto de referencia. Iban en dirección al Elba. ¿Dónde diablos la llevaba?

—Estoy intrigada —dijo Anna, trasladando a su voz la máxima calma.

MacSwain sonrió con complicidad.

—Tengo en mente una cosa muy especial para ti, Sara. Te prometo que es algo que no olvidarás…

Paul Lindemann se estremeció, como si la frase de MacSwain, escuchada a través del micro de Anna, le hubiera afectado profundamente. Se volvió hacia Maria, que estaba sentada a su lado en la parte de atrás de la furgoneta Mercedes.

—Esto no me gusta nada…

—Todavía no ha dicho o hecho nada que sugiera que deberíamos intervenir. Anna se está desenvolviendo bien. Y los estamos siguiendo de cerca. Intenta relajarte.

La mirada inexpresiva que Paul lanzó a Maria no sugería que los comentarios de ésta le hubieran convencido o tranquilizado. Se llevó la radio a los labios y pidió a los dos vehículos de seguimiento que lo pusieran al día. Ambos le confirmaron que el contacto visual era bueno y que los vigilaban de cerca.

—El objetivo acaba de entrar en Helgoländer, dirección sur —informó la voz del principal coche de vigilancia—. Parece que nos dirigimos hacia Landungsbrücken…

Paul agarró más fuerte la radio, como si al hacerlo pudiera extraer de ella información más satisfactoria.

—Kastor cuatro-uno a Kastor cuatro-dos… —El primer coche llamó al segundo—. Voy a retirarme. Adelántame y ponte a la cabeza. Kastor cuatro-cuatro… —El coche principal llamaba ahora a uno de los motociclistas—. Mira a ver si puedes colocarte delante y entrar en Landungsbrücken…

Se produjo otro silencio.

—Kastor cuatro a Kastor cuatro-cuatro… —A Paul se le acabó la poca paciencia que le quedaba—. Informa…

—Hemos entrado en Landungsbrücken… —Hizo una pausa y luego añadió con un tono perplejo—: Parece que nos dirigimos a Baumwall y el Niederhafen… o el Hanseboothafen… Ahora el objetivo está en Johannisbollwerk.

Anna sintió que el nudo que tenía en el estómago se tensaba. MacSwain salió de la carretera portuaria principal y pasó por los pontones que separaban los muelles del Niederhafen y del Schiffbauerhafen, que ofrecían atracaderos para los expositores y visitantes de la Feria del barco Hanseboot. Aparcó el Porsche y rodeó el coche para abrirle la puerta a Anna. Ella se quedó quieta un momento. Oía el chirrido, el tintineo y los zumbidos del bosque de mástiles de los yates que la rodeaban.

—Vamos —dijo MacSwain sin impaciencia—. Quiero enseñarte algo.

Anna tembló involuntariamente al bajarse del coche, aunque la noche no era fría. MacSwain no lo vio, porque estaba cogiendo la cesta de mimbre del asiento trasero. Cerró la puerta y utilizó el mando del llavero para cerrar el coche y poner la alarma. Con la cesta en la otra mano, extendió el codo para que Anna lo agarrara del brazo. Ella sonrió y lo hizo. Cruzaron el pontón hacia Überseebrücke. De repente, MacSwain se detuvo junto a un barco a motor pequeño pero elegante y que parecía caro.

—Ya hemos llegado. Es pequeño, pero cómodo y rápido. Nueve metros de eslora. Tres metros de ancho.

Anna se quedó mirando la embarcación. Era de un blanco inmaculado y tenía una única raya azul pintada en el casco. En prestigio y elegancia, era el equivalente acuático del Porsche de MacSwain.

—Es precioso… —La voz de Anna sonó apagada y vacía. En aquel momento no tenía ni idea de qué iba a hacer.

—¡Joder! Tiene un barco. —Paul miró a Maria con los ojos desorbitados—. Si Anna sube y MacSwain sale del puerto, los perderemos. Mierda. No se nos ocurrió que podía tener un barco. Voy a llamar al equipo para que la saque de ahí…

Maria Klee frunció el ceño.

—Pero eso tirará por tierra toda la operación. No podemos detenerlo por nada; no ha hecho nada malo. Lo único que haremos será descubrir la tapadera de Anna y alertar a MacSwain de que está bajo sospecha. Y Anna aún no nos ha pedido que intervengamos.

—Dios santo, Maria, si la saca al río, estará totalmente desprotegida. No podemos dejarla así de expuesta… —Cogió la radio. Maria puso la mano sobre la suya.

—Espera, Paul —dijo Maria—. Podemos avisar a la Wasserschutzpolizei y quizá incluso podamos solicitar un helicóptero. Estamos justo entre la policía portuaria de Landungsbrücken y la Wache de Speicherstadt; podemos conseguir refuerzos en el río en cuestión de minutos. Dile al equipo que avance, pero que se mantenga a distancia. Si sospechamos que Anna tiene problemas, podemos hacerles intervenir antes de que salga del atracadero. —Maria cogió su móvil con un gesto decisivo—. Llamaré a la Wasserschutzpolizei…

La mente de Anna iba a toda velocidad. Aquél era un elemento que no había previsto en su plan. Simplemente, se quedó mirando perpleja las líneas elegantes del barco como si mirara un arma cargada que apuntara en su dirección. Había bajado la guardia, y MacSwain lo notó.

—¿Sara? ¿Pasa algo? Esperaba que te impresionaría…

La voz de MacSwain devolvió a Anna al instante a la tarea que tenía entre manos.

—Lo siento. Es que los barcos no son lo mío, precisamente.

—¿Cómo? —MacSwain estaba escandalizado—. Eres de Hamburgo, ¿no? ¡Llevas el mar en la sangre! —MacSwain bajó por la pequeña escalera metálica, sujetando con cuidado la cesta con la mano que tenía libre. La dejó sobre la cubierta y extendió la mano para ayudar a Anna a bajar del muelle.

—No…, en serio, John… Tengo un problemilla con los barcos. Me mareo. Y me dan miedo…

MacSwain esbozó una gran sonrisa y sus ojos verdes brillaron bajo la luz tenue.

—No te pasará nada. Sube a ver qué tal. Ni siquiera lo pondré en marcha. Si no estás a gusto, iremos a cenar a la ciudad… Sólo pensé que sería bonito ver las luces de la ciudad desde el agua.

Anna tomó una decisión.

—De acuerdo. Pero si no estoy a gusto, vamos a otro sitio… ¿Trato hecho?

—Trato hecho…

En la furgoneta de mando, Paul miró a Maria muy serio y le dijo:

—Llama a Fabel.