Viernes, 20 de junio. 21:05 h
Speicherstadt (Hamburgo)
Fabel estaba en lo cierto: no había espacio detrás de las columnas para que se escondiera un hombre. Pero sí para que una mujer delgada y ágil, de pelo rubio iridiscente y un aura de juventud, esperara sin ser vista; colocada estratégicamente para situarse con pasos rápidos y silenciosos detrás de cualquier persona que intentara subir los escalones de la puerta del despacho.
En cuanto la mujer lo desarmó, la boca del arma dejó de presionarle la nuca, y el temor de Fabel disminuyó un poco. Al mirar detrás del eslavo, que estaba en la puerta, vio a Mahmoot sentado al fondo del despacho. No parecía nada relajado y tenía un moratón en la parte derecha de la frente. Aparte de eso, parecía estar bien. El eslavo se hizo a un lado para dejar entrar a Fabel. Si quería hacer algún movimiento, tenía que ser ahora. Pero no pudo hacer nada. Era como si el eslavo le hubiera leído el pensamiento.
—Por favor, Herr Fabel, no haga ningún movimiento precipitado. —El acento encajaba con su rostro. Fabel se preguntó si aquel hombre sería uno de los ucranianos del Equipo Principal; si estaría mirando a Vasyl Vitrenko—. No tenemos intención de hacerle ningún daño ni a usted ni a su amigo.
—Tranquilo, Jan —dijo Mahmoot desde el fondo del despacho—. Son policías… más o menos. No te habría hecho venir si hubiera pensado que existía un peligro real.
El eslavo señaló una segunda silla, junto a Mahmoot.
—Por favor, Herr Fabel. Siéntese. —Cuando Fabel obedeció, el hombre se dirigió a la chica y le habló en alemán—: Martina, por favor, devuélvele al Hauptkommissar su arma.
La chica retiró con pericia el cargador de la empuñadura del arma y se los entregó a Fabel por separado. Él enfundó la Walther y se guardó el cargador en el bolsillo. Al hacerlo, advirtió que la chica llevaba el mismo modelo de automática que Hansi Kraus había recogido de la Schwimmhalle abandonada. La única diferencia era que su pistola no estaba decorada con incrustaciones y filetes. Se dirigió a Mahmoot.
—¿Estás bien?
Mahmoot asintió con la cabeza.
—Lo siento, Jan. Pero creo que deberías escuchar lo que tienen que decirte. Creen que van detrás del mismo tipo que tú. Llevan un tiempo vigilándote, y a mí me siguieron después de que nos reuniéramos en el transbordador.
Fabel se volvió hacia el eslavo, cuya sonrisa no casaba con sus fríos ojos verdes.
—¿Es usted algún tipo de agente de la ley ruso? Si es así, ¿por qué no ha procedido siguiendo los canales apropiados? Tengo que decirle que ha infringido diversas leyes federales alemanas; la ciudad está plagada de policías que lo buscan después de que me atacara.
Mahmoot se volvió deprisa en la silla e hizo por levantarse. La chica rubia movió el cañón de la automática para indicarle que se quedara sentado.
—¿Te atacaron?
Fabel asintió con la cabeza.
—Tus amigos no son tan adorables como puedan parecer.
—Siento lo sucedido, Herr Fabel —dijo el eslavo—. Pero no podía permitirme la complicación que suponía en aquel momento que me detuviera. Seguro que entenderá que podría haberle causado un daño grave y permanente si hubiera querido.
Fabel no hizo caso a aquel comentario.
—¿Quién es usted? ¿Para quién trabaja?
De nuevo, la sonrisa del eslavo no se trasladó a su fríos ojos verdes.
—Por ahora, cómo me llame carece de importancia. Mi compañera —señaló con la cabeza a la chica rubia— y yo somos agentes de la policía antiterrorista ucraniana. El Berkut.
—¿El servicio secreto ucraniano?
—No. Eso es el SBU (el Sluzhba Bespeky Ukrayiny), que, por desgracia, seguramente también tiene su papel en esta historia.
—¿Y qué tienen que ver estos asesinatos con el terrorismo?
—¿Directamente? Nada. Se lo explicaré todo a su debido tiempo, Herr Fabel. Me temo que hay mucho que contar, y mi alemán tiene sus límites, así que le pido que sea paciente. Lo principal es que creo que ambos podríamos beneficiarnos de un intercambio mutuo de información.
Fabel lanzó una dura mirada al eslavo. Le parecía que hablaba alemán con bastante solidez, a pesar del fuerte acento.
—¿Qué hacia en el piso de Angelika Blüm? ¿Y qué hacía por fuera de la escena del crimen de Sankt Pauli?
—Como ha señalado su amigo, tenemos interés en el mismo caso. Antes de morir, Frau Blüm estaba investigando ciertas transacciones inmobiliarias en las que participaba el grupo de empresas Eitel, ¿verdad?
Fabel se encogió de hombros para no concretar su respuesta. El eslavo sonrió.
—Estos negocios inmobiliarios se pusieron en marcha para beneficiar a Klimenko International, que es un consorcio con sede en Kiev. Este local en el que estamos estaba ocupado hasta hace poco por Klimenko International.
—¿Eran negocios ilegales? —preguntó Fabel.
El eslavo hizo un gesto con la mano para quitar importancia a esa cuestión.
—¿Técnicamente? Es probable. Dependían de la información que pasaban a Klimenko fuentes oficiales del gobierno de Hamburgo, quizá de un modo más predecible de lo que habrían querido las autoridades.
—Deje que lo adivine, ¿estos negocios se centrarían en la sociedad Neuer Horizont?
—Quizá esté usted más familiarizado con la situación de lo que creía. Sí, Herr Fabel, es correcto. Hay propiedades inmobiliarias por todo Hamburgo que tienen, por sí mismas, muy poco valor comercial. Pero en cuanto se anuncia que una zona va a rehabilitarse o a someterse a una urbanización importante, el valor del suelo en el que está la propiedad inmobiliaria aumenta de un modo espectacular.
—Así que Klimenko International y Neuer Horizont pueden hacer una fortuna comprando barato y antes de tiempo.
—Ésa era la idea. Ahora le diré algo que no volveré a repetir y que jamás será capaz de demostrar. Klimenko International es una tapadera de mi Gobierno. Ucrania es un país pobre, Herr Fabel. Sin embargo, tiene el potencial para convertirse en una parte de Europa muy rica y con mucha influencia. Hay gente que utilizaría cualquier instrumento o arma —y quiero decir cualquiera— que tenga a su disposición para asegurarse de que ese potencial se desarrolla. Klimenko International era una de estos instrumentos. Respondiendo a su pregunta…, la razón por la que estaba en el piso de Frau Blüm era descubrir si había algo allí que incriminara a mi Gobierno o pudiera ayudarme a llevar a cabo la misión que tengo encomendada. Luego le explicaré cuáles son los objetivos de esa misión. Pensé que quizá habían pasado por alto algún papel o información que no estuviera relacionado directamente con el asesinato, sino con la operación Klimenko. Los subestimé.
—No fue cosa nuestra. La persona que mató a Angelika Blüm borró todos los archivos de su ordenador, y tenemos la sospecha de que se llevó carpetas de su piso.
El eslavo se quedó mirando perplejo a Fabel y se pasó la mano por la cabeza, tocándose el abundante pelo blanco; luego, continuó hablando con su alemán de acento fuerte y gramaticalmente perfecto:
—Hay un tercer elemento en juego. Un elemento que, en parte, ya conoce. —Hizo una breve pausa, como queriendo puntuar la información proporcionada para enfatizar la importancia de lo que iba a seguir—. El testaferro en Hamburgo de la operación Klimenko era Pavlo Klimenko, el jefe putativo del consorcio. Klimenko es, en realidad, un agente del servicio secreto del SBU con una hoja de servicios impresionante en el ejército. Por desgracia, para aquellos que están detrás de esta empresa, hace algún tiempo se pusieron en juego otros intereses. ¿Le suena el nombre de Vasyl Vitrenko?
Fabel asintió con la cabeza.
—Supuestamente, es el jefe de una organización criminal ucraniana. Una banda nueva que está absorbiendo las actividades de todas las demás bandas de la ciudad.
—Vasyl Vitrenko es… era un alto coronel del Berkut. Vitrenko tiene una hoja de servicios que muchas personas admiran hasta el punto de adularlo. Otras lo consideran un monstruo. El diablo. En otro tiempo, en otro lugar, me encomendaron la responsabilidad de encontrar a Vitrenko y poner fin a sus peores excesos. Vitrenko ha reunido a diez de sus exoficiales subordinados, hombres que sirvieron a sus órdenes en Chechenia o Afganistán, o en ambos sitios. Estos hombres tienen un historial de valentía extraordinaria y crueldad extrema. Cada uno de estos oficiales se mantiene absolutamente leal a Vitrenko. Más aún, Vitrenko ha prometido hacerlos millonarios. Una promesa que ya está muy cerca de cumplir. Uno de estos oficiales era un tal comandante Pavlo Klimenko.
—¿Así que Vitrenko le robó el plan de corrupción delante de sus narices? —Fabel soltó una risa amarga.
Los ojos verdes del eslavo brillaron bajo la sombría luz artificial del despacho modular.
—Así es, Herr Hauptkommissar. Pero antes de que empiece a relamerse demasiado, querría señalar que su Gobierno también es capaz de llevar a cabo negocios turbios. ¿Cuál era el objetivo de la operación en la que participaba el desventurado Herr Klugmann?
—No estoy dispuesto a hablar de eso con usted.
—¿No? Muy bien, Herr Hauptkommissar. Permítame que responda yo a mi pregunta. Usted cree que Herr Klugmann realizaba una operación de vigilancia para recabar información sobre las actividades de Vasyl Vitrenko y su banda. ¿Correcto?
Fabel se encogió de hombros y asintió con la cabeza.
—Pues no, Herr Fabel. Herr Klugmann sólo tenía un objetivo: contactar y negociar con Vasyl Vitrenko. Klugmann era un agente del BND y tenía que ofrecerle un trato. Su Gobierno, que conoce perfectamente el pasado asesino de Vitrenko y su presente delictivo, está dispuesto a ofrecerle la inmunidad y un negocio lucrativo.
—¿Por qué diablos el Gobierno federal alemán haría negocios con un importante criminal?
—Por los atentados del 11 de septiembre de 2001.
—¿Qué?
—Ocho de los diez terroristas suicidas que llevaron a cabo los ataques contra el World Trade Centre de Nueva York vivieron o pasaron por Hamburgo justo antes del ataque. Ha sido un episodio bastante bochornoso tanto para la ciudad como para el país. En resumen, ustedes los alemanes harían lo que fuera para ayudar a los norteamericanos. Y los norteamericanos necesitan toda la ayuda que puedan obtener. Vasyl Vitrenko es un hombre sumamente inteligente y culto; también es un experto destacado en Afganistán y en el terrorismo islámico. La CIA ha dejado claro al BND que quedarían muy agradecidos si pudieran pescarles a Vitrenko. Su compañero, Klugmann, recibió la orden de iniciar las negociaciones, y el piso en el que mataron a la chica era el lugar donde se llevaban a cabo.
Fabel miró con dureza al eslavo y luego a la chica rubia. No sería la primera vez que la conveniencia y el imperativo de un «bien mayor» primaban sobre la ley. El eslavo lo miraba impasible, dejando que se tomara su tiempo para considerar su respuesta. Al final, Fabel dijo:
—Pero el único contacto que tuvo Klugmann con la nueva banda ucraniana era alguien llamado Vadim. Aparte de él, no estableció ningún contacto.
—No exactamente. Lo que tiene que preguntarse, Herr Fabel, es quién es la fuente de esa información y si tiene algún interés en confundirle. Vadim es, en realidad, uno de los hombres de Vitrenko, Vadim Redchenko, y Klugmann tendría contactos con él en calidad de intermediario principal. Pero Klugmann se reunió tres veces con Vitrenko. El resultado final de estas reuniones tan sólo puedo suponerlo. Pero las pruebas de la decisión de Vitrenko son sanguinariamente evidentes.
—¿Quiere decir que Vitrenko está cometiendo estos espantosos asesinatos?
—No tengo ninguna duda, Herr Hauptkommissar.