Viernes, 20 de junio. 21:10 h
Sankt Pauli (Hamburgo)
Mientras MacSwain le abría la puerta del copiloto del Porsche plateado, Anna paseó la mirada tranquilamente por la calle. El maltrecho Mercedes amarillo del equipo de vigilancia estaba aparcado unos veinte metros más abajo, y vislumbró un débil movimiento detrás del parabrisas. Estaban en posición y preparados. Anna sonrió a MacSwain y subió al coche. Miró el reducido espacio del asiento trasero del Porsche y vio una gran cesta de mimbre sobre la tapicería de piel. MacSwain ocupó su lugar al volante y se fijó en su mirada de curiosidad.
—¿La has visto? —dijo sonriendo con complicidad—. He pensado que podríamos hacer un picnic.
La sonrisa de Anna sugería que estaba intrigada y tranquila, pero el nudo que tenía en la boca del estómago se tensó: una cesta de picnic sugería una ubicación remota. Y cuanto más remota fuera la ubicación, más difícil le resultaría al equipo de refuerzo seguirlos sin pasar desapercibido. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no mirar por el retrovisor exterior de MacSwain y comprobar que sus refuerzos iban detrás.
—Bueno… —comenzó en un tono intrigado—, ¿adónde vamos?
—Es una sorpresa —dijo MacSwain con una sonrisa, pero sin apartar la vista de la carretera.
Anna estaba sentada medio girada, observando el perfil de MacSwain. Había adoptado una postura relajada y cómoda, pese a la tensión fría que sentía en cada mínimo movimiento.
Anna repetía por dentro la frase «No me encuentro muy bien» una y otra vez, como si quisiera colocarla en un primer plano de su mente y tenerla a mano.
Salieron de Sankt Pauli. Fueron hacia el este y luego al sur.
«No me encuentro muy bien»: Anna coreó la frase de nuevo, y su mente se aferró a ella como una mano avariciosa.