Martes, 17 de junio. 5:20 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
De lo primero que Fabel tuvo conciencia fue del dolor: un dolor que excedía todas las definiciones de jaqueca, que sobrepasaba cualquier resaca; una sierra que le taladraba el cráneo. Luego oyó el sonido de los pájaros, anunciando el despuntar del día con su canto. Fabel levantó un poco la cabeza y fue recompensado con una puñalada fría de dolor que le recorrió el cuerpo. Volvió a dejar caer la cabeza hacia atrás. No tenía ni idea de dónde estaba o cómo había llegado allí, ni siquiera de qué día era. Tardó casi un minuto en recuperar por completo la conciencia. El eslavo. Se irguió de repente y recibió el impacto de otra sacudida aún mayor, esta vez acompañada de vértigo repentino y náuseas. Sacó la cabeza de la cama y vomitó. La terrible jaqueca no remitió, pero no le importaba. Sentir dolor quería decir que estaba vivo. Se dejó caer en la cama y buscó el móvil en el bolsillo. No estaba. Tampoco el arma estaba en su funda. Se incorporó lentamente para poder echar un vistazo a la habitación. Estaba en la cama de Angelika Blüm. El eslavo debía de haberle tumbado allí. El dolor de cabeza envolvía cada uno de sus pensamientos. Bajo la pálida luz gris vio que el móvil, el arma y la cartera estaban encima del tocador. Tardó otros cinco minutos en levantarse de la cama y acercarse tambaleándose al tocador. Arrastró el móvil por la superficie de madera de arce y pulsó la tecla asignada al número del Präsidium.
A la hora de comer, todos los policías, tanto de uniforme como de la Kriminalpolizei, tenían una descripción del eslavo bajito y de constitución fuerte que había atacado a Fabel. El médico del Krankenhaus Sankt Georg que examinó a Fabel no pudo ocultar lo impresionado que estaba por la profesionalidad del ataque. El eslavo había cortado muy eficazmente el suministro de sangre al cerebro de Fabel y le había dejado inconsciente. Apenas le había ocasionado daños permanentes, aunque el dolor que sentía era debido a las neuronas que habían muerto por la falta de oxígeno. El personal del hospital insistió en que Fabel pasara la noche en observación, y él estaba demasiado cansado y dolorido para discutir. Un sueño tranquilo y relajado le venció.
Fabel se despertó poco después de las dos de la tarde. La enfermera avisó a Werner y a Maria Klee, quienes habían estado fuera esperando pacientemente a que Fabel despertara. Maria, con una informalidad inusitada, se sentó en el borde de la cama. Werner se quedó de pie, incómodo. Era como si le violentara ver a su jefe tan vulnerable. Sólo arrastró una silla de la esquina y se sentó cuando Fabel insistió.
—¿Estás seguro de que se trata del tipo que viste por fuera de la escena del segundo asesinato? —le preguntó Werner.
—No tengo ninguna duda. Lo miré fijamente a los ojos.
El rostro de Werner se endureció.
—Pues es nuestro hombre. Es el Hijo de Sven…
Fabel frunció el ceño.
—No lo sé. Si lo es, ¿por qué no me ha matado?
—Lo ha intentado con todas sus fuerzas —dijo Maria.
—No…, no lo creo. El médico dice que ha sido muy profesional…, que sabía cómo dejarme inconsciente. Si hubiera querido matarme, podría haberme liquidado, silenciosamente y sin armar ningún escándalo, en lugar de tumbarme en la cama de Blüm.
—Pero lo hemos visto en las escenas de dos crímenes. Eso ya lo convierte en sospechoso —protestó Werner.
—Pero ¿por qué ha aparecido por allí después del asesinato? ¿Y por qué ha elegido registrar el piso justo ahora en vez de cuando mató a Angelika?
—Quizá creía que se había dejado algo —sugirió Maria.
—Todos sabemos que este asesino no se deja nada. En cualquier caso, el equipo de Brauner examinó el apartamento al milímetro. No se les pasaría nada por alto, y nuestro hombre lo sabía. El otro tema es que el tipo que me atacó no encaja con la descripción que nos dio la chica del edificio. —Hizo una pausa. La luz del sol que se colaba por la ventana alta y estrecha del hospital dibujaba un triángulo brillante en la moqueta de la habitación de Fabel y resplandecía con frialdad sobre la porcelana, las tuberías de acero inoxidable y la grifería de la pila que había junto a la puerta. Le dolía la cabeza; se recostó en la almohada y cerró los ojos. Habló sin abrirlos—. Lo que me inquieta de verdad es la fuerza de ese anciano y la forma en que me ha dejado fuera de juego de un modo tan profesional. Se requiere entrenamiento para eso.
Werner estiró las piernas y apoyó los pies en las barras de metal de debajo de la cama de hospital.
—Bueno, tanto tú como Maria decís que parece extranjero. Ruso o así. Si es tan hábil con las manos, podría ser uno de los integrantes del Equipo Principal…, la organización ucraniana de la que nos habló Volker.
—Supongo que sí. —Fabel seguía sin abrir los ojos—. Todo apunta a que haya estado en las fuerzas especiales. Pero, insisto, ¿por qué no ha acabado el trabajo?
—Es algo muy gordo matar a un policía de Hamburgo —dijo Werner—. Una cosa es cargarse a Klugmann, pero quien asesina a un Hauptkommissar de la Mordkommission no tiene dónde esconderse.
—Fuera quien fuera y fuera lo que fuese lo que hacía allí —dijo Maria—, tenemos a todos los agentes de Hamburgo buscándolo.
Fabel se incorporó despacio; el esfuerzo se trasladó a su voz.
—No estoy seguro de que vaya a ser tan fácil encontrarlo, Maria. ¿Qué hay de MacSwain? ¿Lo estamos vigilando de cerca?
—Paul y Anna lo tienen controlado —dijo Werner—. Están allí la mayor parte del tiempo, incluso cuando hay otros agentes cubriendo el turno. Creo que les da miedo cagarla otra vez como con la vigilancia sobre Klugmann.
—Bien. Mañana saldré de aquí y podremos revisarlo todo. Mientras tanto, me informáis de cualquier cosa que surja.
—De acuerdo, jefe —dijo Werner. Fabel volvió a cerrar los ojos y descansó la cabeza en la almohada. Werner miró a Maria y con la barbilla señaló en dirección a la puerta. Maria asintió y se levantó de la cama.
—Nos vemos luego, jefe —dijo.
Fabel pasó el día mirando por la ventana, haciendo zapping por los canales de televisión en busca de algo que valiera la pena ver, y durmiendo. A medida que transcurría el día, fue percibiendo un agarrotamiento en el cuello y una molestia debajo de la mandíbula, donde el pulgar del eslavo había cortado el suministro de sangre a su cerebro.
Susanne se presentó tan campante a media tarde y de inmediato se puso a examinar a Fabel, echándole los párpados hacia atrás con el pulgar, mirándole primero un ojo y después otro y girándole la cabeza con las manos para evaluar la movilidad del cuello.
—Si ésta es la idea que tienes de los preliminares —dijo Fabel sonriendo—, debo decirte que conmigo no funciona.
Susanne no estaba de humor para bromas. Fabel se dio cuenta de que estaba preocupada de verdad y aquello le conmovió. Ella se sentó en la cama y le cogió la mano durante un par de horas, a veces hablando, a veces en silencio, mientras Fabel dormitaba. Cuando una enfermera entró para acompañarla fuera, le sorprendió la autoridad feroz con que Susanne se deshizo de ella. Se quedó hasta después de las seis y luego volvió una hora por la noche. A las nueve y media, Fabel se abandonó a un sueño profundo, impenetrable y tranquilo.