Lunes, 16 de junio. 22:50 h
Pöseldorf (Hamburgo)
Eran casi las once cuando Fabel llegó a casa. Había vuelto a convocar a su equipo para repasar todo lo sucedido. Ahora sabían que «Monique» era Tina Kramer, una agente del LKA7. Klugmann estaba muerto. Volker afirmaba que no había ninguna relación entre su investigación y el asesinato ritual de Tina Kramer. MacSwain estaba ahora oficialmente bajo vigilancia. Para ello, Fabel había negociado con Van Heiden y acordado crear un equipo de seis personas, que debía incluir dos jefes de equipo de la Mordkommission. A Van Heiden no le gustaban las corazonadas. Más concretamente, no le gustaba comprometer el presupuesto de la policía de Hamburgo por una corazonada; pero dejó que Fabel se saliera con la suya. Fabel había puesto a Paul y a Anna al frente de la vigilancia; sabía que necesitaban que les mostrara su confianza en ellos después de perder a Klugmann y de que éste hubiera aparecido muerto.
También repasaron de nuevo el asesinato de Angelika Blüm. Brauner, el jefe del equipo forense, les informó de que no habían hallado ninguna prueba en el portátil de Blüm. El informe preliminar de Möller de la autopsia confirmaba sus observaciones iniciales. Maria Klee aportó algo nuevo, pero admitía que era bastante tangencial. Dejó el programa de una exposición encima de la mesa. Era de una exposición de cuadros de Marlies Menzel en Bremen. No era que a Fabel le sonara el nombre, sino que lo llevaba grabado en la memoria. Marlies Menzel había salido hacía poco de la cárcel de Stuttgart-Stammheim. Había sido miembro del Radikale Aktionsgruppe de Svensson y había participado en el atraco en el que Fabel resultó herido. El día que metió dos balas en la cara de una chica de diecisiete años.
La exposición se titulaba «Alemania crucificada». Fabel notó una palpitación en el pecho al mirar las láminas fotográficas de los cuadros. Todos los lienzos estaban compuestos de brochazos y manchas color rojo sangre, negro y amarillo anaranjado: los colores de la bandera alemana. Cada lienzo era ligeramente distinto, pero todos utilizaban los mismos colores y todos mostraban a una figura indefinida que se encontraba crucificada y gritaba. Fabel entendió al instante por qué Maria había traído el catálogo: había algo que recordaba vagamente pero de un modo inquietante a las escenas de los asesinatos del Águila de Sangre. Hizo un gesto con la cabeza a Maria y le sugirió que fueran a visitar a Frau Menzel.
Después de la reunión, Fabel habló con Kolski y Buchholz, de la división de crimen organizado, y les informó de la operación del BND y la ejecución de Klugmann en la piscina. Fabel los observó a los dos mientras hablaba: su enfado parecía auténtico, pero no tanto como habría esperado; quizá cuando el trabajo de uno es tratar con el crimen organizado, se hace inmune al engaño. En todo caso, Fabel no tenía ninguna razón para dudar de que Buchholz, tal como había afirmado Volker, estuviera al tanto de la operación.
Fabel estaba muerto de cansancio cuando llegó a casa. Se sirvió una copa de vino y se hundió en el sofá de piel sin encender las luces del salón. Más allá de los ventanales de su piso, las luces de la ciudad brillaban en el espejo del Alster. Intentó no pensar en la voz por teléfono de Angelika Blüm, en su cuerpo despedazado, en Klugmann tirado en la mugre de una piscina abandonada, en una chica drogada que, tambaleándose, se había cruzado en el camino de un camión. Pero las imágenes bailaban aleatoriamente en su cabeza como abejas atrapadas en un tarro. Bebió un sorbo de vino blanco y le pareció que estaba agrio. Dejó la copa en la mesa y decidió hacer el esfuerzo titánico que suponía meterse en la cama. Antes de levantarse del sofá, sus párpados sucumbieron a la gravedad, y Fabel cayó en un sueño profundo.
A la una y media de la madrugada se despertó con un sobresalto de un sueño en el que le obligaban a ver una película snuff que había visto para una investigación de asesinato anterior. Esta vez era el rostro de Sonja Brun el que estaba morado y aterrorizado, y en lugar de máscaras de P.V.C. de bondage, los hombres del vídeo llevaban las máscaras de Odín con un solo ojo. Fabel se desnudó y se fue a la cama, pero se dio cuenta de que el cansancio no podía evitar que su mente dejara de ir a toda velocidad. Después de pasarse una hora dando vueltas en la cama, se levantó y volvió a vestirse. Cogió las llaves del coche y salió a la calle.
Fabel pasó por el Präsidium para recoger las llaves del piso de Blüm. No sabía qué esperaba encontrar allí, pero sintió la necesidad de estar rodeado de sus cosas, de pasear por lo que había sido su vida. Como mínimo, era un lugar tan bueno para pensar como cualquier otro.
Eran las tres y cuarto cuando se detuvo delante del edificio Jugendstil. Fabel aparcó justo donde la chica del piso dijo que había estacionado su acompañante. Las luces brillantes del vestíbulo ardían con intensidad, y cualquiera que se acercara a las puertas de cristal estaría visiblemente iluminado. Sin embargo, en la distancia, cualquier descripción habría sido tan general como la que había aportado la chica. Un hombre rubio, alto, bien vestido, ancho de espaldas. Pero ¿era el asesino?
Fabel cogió el ascensor hasta el tercer piso. Se quedó un momento delante de la puerta del apartamento antes de abrir. Se quedó mirándola fijamente como si pudiera ver a través de la madera y escudriñar la oscuridad del piso. Se descubrió recordando la última vez que había abierto aquella puerta y traspasado una verja al infierno, y cómo otra imagen de muerte grotesca se quedaba grabada en su cerebro. Apartó aquellos pensamientos de su mente y giró la llave. Después de encender las luces del pasillo, se dirigió hacia el despacho de Blüm. De nuevo, se descubrió preparándose mentalmente antes de encender las luces. Una vez más, la iluminación repentina reveló una escena inesperada; esta vez no era de horror, sino de sorpresa. Habían registrado el despacho de Blüm de un modo muy profesional. Habían retirado con cuidado los cajones del escritorio y los armarios, y los libros y archivos de las estanterías que cubrían las paredes; habían dado la vuelta a los muebles para comprobar la parte de abajo. No se podía decir que la habitación fuera un caos, sino un desorden demasiado sistemático. Y Fabel sabía que el equipo de Brauner no la había dejado en aquel estado. Alguien más había estado allí. Aquel pensamiento duró sólo una milésima de segundo antes de que Fabel tuviera una sensación repentina que le erizó el vello de la nuca: alguien más estaba allí.
Se quedó inmóvil. Escuchó la quietud del apartamento con tanta intensidad que amplificó la afluencia de sangre a las orejas y el sonido del metal rozando la piel dura de la pistolera mientras desenfundaba la Walther. Estaba de espaldas a la puerta del despacho y se sentía expuesto. Girándose deprisa y sin hacer ruido, volvió al pasillo. Silencio. Se quedó quieto durante medio minuto, esforzándose por escuchar cualquier sonido procedente de las otras habitaciones. Seguía sin oír nada. La tensión de su cuerpo disminuyó, pero sólo un poco, y recorrió el pasillo sin hacer ruido. Con la espalda pegada a la pared y el arma en alto en la mano derecha, abrió la puerta del dormitorio empujándola tanto como pudo. Con un giro, se colocó frente al marco y escudriñó el cuarto mirando por encima del cañón del arma. Quitó una mano del arma y buscó el interruptor de la luz. La habitación estaba vacía. Fabel soltó una risita: qué idiota era. Bajó el arma y se volvió de nuevo hacia el pasillo.
El primer pensamiento que Fabel registró fue la sorpresa. ¿Cómo se había movido el hombre con tanto sigilo y rapidez? Debía de estar en el salón principal, esperando el momento de actuar. Fabel alzó el brazo que sujetaba el arma, pero bajó la vista con incredulidad al notar que se detenía a medio camino. Su atacante lo agarraba con fuerza y firmeza, y era como si le astillara los huesos de la muñeca. La presión parecía obligarle a abrir la mano, y la Walther cayó al suelo de madera. Ahora tenía al hombre cerca y Fabel intentó levantar el otro puño, pero su atacante le agarró la garganta con la mano que tenía libre. Durante el ataque ralentizado por la adrenalina, Fabel se dio cuenta de que su asaltante no le estaba obstruyendo las vías respiratorias, sino que aplicaba una presión intensa en el cuello, justo por debajo del ángulo de la mandíbula. Fabel intentó gritar, pero se había quedado mudo. Mientras el mundo a su alrededor comenzaba a nublarse, Fabel tan sólo pudo preguntarse si morir era aquello y mirar con miedo e impotencia a los ojos verdes y brillantes del hombre que había visto en la escena del asesinato de Tina Kramer.