Lunes, 16 de junio. 10:05 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
Fabel estaba de pie junto a la mesa de cerezo de la sala de reuniones, esperando a que los demás ocuparan sus asientos. Se volvió hacia la pizarra que tenía detrás. Ésta era la presencia física de la investigación —su forma— y ahora estaba creciendo sustancialmente. Había un mapa de Hamburgo y alrededores, donde alfileres con banderitas marcaban las dos escenas principales de los asesinatos en Hamburgo y la escena secundaria donde se había hallado el cadáver de Ursula Kastner.
Las fotografías forenses del cuerpo destrozado de Angelika Blüm estaban ahora junto a las de las dos víctimas anteriores. Al lado de los mensajes de correo electrónico del asesino, habían pegado fotocopias de páginas de libros académicos sobre rituales vikingos. Fabel había escrito los nombres de las tres víctimas, la segunda identificada simplemente como «¿Monique?» en el centro del panel blanco. Encima de los nombres, Fabel había escrito «Hijo de Sven» y las palabras «Águila de Sangre». Arriba a la derecha, el nombre «Hans Klugmann» estaba unido con una flecha vertical a «Arno Hoffknecht», que a su vez tenía una flecha que lo conectaba con «Ulugbay/Yilmaz». Junto a esto, entre signos de interrogación, había escrito «ucranianos». Al otro lado, había escrito los nombres de las dos chicas a las que habían secuestrado con drogas utilizadas en las citas con violación. Aquello estaba unido a «Águila de Sangre» con una línea interrumpida por las palabras «¿Culto odinista?».
Encima de la mesa había una carpeta con el informe de lo que le había contado el profesor Dorn y los informes forenses y patológicos preliminares sobre el asesinato de Blüm. Encima de la carpeta, dentro de una bolsa de plástico, estaba el móvil que había recuperado del piso de Klugmann. Todo el equipo principal de la Mordkommission, excepto Maria Klee, estaba ahora reunido en torno a la mesa de cerezo: Fabel, Werner Meyer, Anna Wolff y Paul Lindemann. A Fabel le molestó que Maria no estuviera.
—Está terminando algo —le explicó Werner—. Ha dicho que no tardaría.
Además del equipo básico de la Mordkommission, había media docena de detectives de la Kriminalpolizei a quienes Van Heiden había reclutado para apoyar la investigación. Fabel había llamado a Susanne Eckhardt, y también asistía a la reunión. Al final de la mesa, Van Heiden escuchaba impasible mientras Fabel resumía su conversación con Dorn. Cuando acabó, Susanne Eckhardt fue la primera en hablar.
—Entiendo que Herr Professor Dorn haya sido capaz de recurrir a su pericia como historiador, pero ¿por qué está tan interesado en, bueno, para serte sincera, la psicología amateur? Ha identificado el modus operandi como un método que recuerda a este rito de sacrificio, pero también parece haber extrapolado un perfil del asesino.
—El profesor Dorn lleva muchos años trabajando con criminales —dijo Fabel.
—Pero eso no le faculta para…
Fabel se volvió y miró fijamente a Susanne. Había frialdad en su voz.
—Dorn fue mi profesor de historia europea en la universidad. Su hija, Hanna, fue secuestrada, violada y asesinada. Hace unos veinte años. Ella tenía veintidós. Creo que el profesor Dorn tiene un conocimiento más… —buscó la palabra exacta— íntimo del asesinato que nosotros.
Lo que Fabel no dijo fue que Hanna Dorn era su novia cuando sucedieron los hechos; que sólo llevaba saliendo con ella un par de semanas; que estaban a punto de cruzar esa línea entre la torpeza y la intimidad cuando un camillero de treinta años llamado Lutger Voss la raptó mientras volvía a casa después de una cita con Fabel. La policía le preguntó por qué no la había acompañado a casa. Él se había hecho la misma pregunta una y otra vez, y que tuviera que acabar un trabajo nunca le había parecido una respuesta lo bastante importante. Fabel se licenció justo después del juicio. Inmediatamente después, se incorporó a la policía de Hamburgo.
Van Heiden rompió el incómodo silencio.
—¿Qué probabilidades hay de que todo esto sea cierto, Frau Doktor? ¿Cree usted que este psicópata cree en esta tontería del Águila de Sangre?
—Es posible. Claro que es posible. Y eso explicaría la religiosidad de los mensajes. Pero si todo esto es cierto, nos enfrentamos a una psicopatía mucho más sofisticada y estructurada. Diría que lo planea todo con sumo detalle y con mucha antelación. Lo cual significa que deja el mínimo resquicio al azar.
Fabel hacía girar un lápiz entre los dedos. Suspiró y lo lanzó sobre la mesa.
—Y eso significa que es menos probable que cometa un error y nos deje una pista. Y un motivo religioso significa, como ya sospechábamos, que habría emprendido una especie de cruzada…, a menos que todo sea una cortina de humo. O al menos una cortina de humo en parte…
—¿Qué quieres decir? —preguntó Susanne.
—No sé exactamente qué quiero decir. No tengo ninguna duda de que nuestro hombre cree en toda esa mierda, pero quizá no sea lo que lo impulsa a matar. Quizá esté escondiendo otro motivo detrás de todo esto. ¿Por qué borró todos los archivos del ordenador de Blüm? ¿Y por qué robó documentos? Y no soy el único que ha pensando en esta posibilidad.
Entonces, Fabel hizo un breve resumen de lo que le había dicho Brauner.
—¿Frau Doktor? —Van Heiden le invitó a que respondiera a la afirmación de Fabel. Susanne frunció el ceño.
—Es posible. Las personas que tienen un motivo para asesinar a menudo «lo disfrazan» para que encaje con algún otro plan psicológico. —Se dirigió de nuevo a Fabel—. ¿Quieres decir que puede haber una división entre motivo y método? ¿Que su necesidad de matar no obedece al placer o la realización psicótica que el asesino obtiene con el asesinato?
—Exacto.
—Es posible. No puedo decir que sea probable, pero es posible.
La puerta de la sala de reuniones se abrió. Maria Klee entró con una carpeta gruesa y se disculpó por llegar tarde, aunque no parecía muy arrepentida y sí bastante satisfecha de sí misma. Fabel se quedó callado un segundo antes de seguir.
—La única forma de estar seguros —continuó Fabel— es verificando más hechos. Hay que encontrar más pruebas. Si las víctimas están relacionadas de algún modo, tenemos que encontrar esa conexión. Y hay que encontrar a Klugmann y descubrir qué nos oculta. ¿Hemos avanzado en ese tema?
Anna Wolff contestó.
—No, jefe. Lo siento. Es obvio que Klugmann sabe perderse. Estamos vigilando de cerca a su novia, Sonja, pero no ha intentado ponerse en contacto con ella.
Fabel se tocó la barbilla con el pulgar y el índice. Estaba preocupado.
—Quiero que estudiemos más detenidamente la conexión odinista. Tengo un nombre que hay que comprobar, el Templo de Asatru. Werner, también quiero que vayas a visitar al señor MacSwain otra vez y le preguntes dónde estaba cuando asesinaron a Angelika Blüm.
—¿Crees que es un posible sospechoso?
—Bueno, no nos dio tiempo de montar la vigilancia sobre él y, más o menos, podría encajar con la descripción que nos dio la chica del edificio de Blüm. Aunque si los datos son exactos, MacSwain tiene el pelo demasiado oscuro. —Fabel hizo una pausa. Su mente avanzaba, y una irritación amarga se reflejaba en su rostro—. Es imposible establecer los hechos que relacionan a las tres víctimas si no tenemos la identidad de una de ellas. Tenemos que averiguar sin falta la identidad de Monique. Es nuestra prioridad número uno. Alguien, en algún lugar, tiene que saber quién es.
Maria Klee lanzó la carpeta que llevaba sobre la mesa de reuniones. Todo el mundo miró en su dirección; sonreía de oreja o oreja, algo poco habitual en ella.
—Yo lo sé.
—¿Qué? —dijeron Van Heiden y Fabel a la vez.
—Conozco la identidad de Monique. Y tengo que decirte que es una bomba, jefe. —Maria se volvió hacia Van Heiden con aire de desafío—. Y alguien, en algún lugar, nos ha estado ocultando información clave para esta investigación.
—Por el amor de dios, Maria, dinos quién es. —La voz de Fabel sonó tensa y débil. Era el mayor avance en la investigación hasta el momento.
—La víctima se llama Tina Kramer. Tenía veintisiete años. —La declaración sencilla de Maria pareció electrificar el aire viciado de la sala de reuniones—. La buena noticia es que he descubierto su identidad. La mala es cómo la he descubierto.
—Al grano, Maria —dijo Fabel.
—Como sabéis, cotejé sus huellas con nuestra base de datos y la del Bundeskriminalamt; es decir, la base de datos de delincuentes fichados. No encontré nada. Así que amplié la búsqueda. Hice la típica comprobación de huellas por eliminación, en la que incluí las huellas dactilares que no pertenecen a delincuentes convictos.
—Pero eso sólo nos deja las huellas de los miembros de la policía… —A media frase, la voz de Van Heiden se apagó y su expresión cambió.
—Exacto… —Maria abrió la carpeta y sacó una fotografía tamaño folio de una mujer. Rodeó la mesa, se puso detrás de Fabel y colgó la imagen en la pizarra con una chincheta, al lado de donde Fabel había escrito «Monique». Maria dio una palmada a la fotografía como si quisiera pegarla para siempre en la pizarra de la investigación. Cogió el borrador y suprimió el nombre «Monique» de la pizarra, y cogió un rotulador de punta gorda para escribir «TINA KRAMER» con grandes mayúsculas. Fabel se levantó y se quedó mirando la cara de la fotografía: era la misma que la de la foto del depósito de cadáveres que había colgado al lado. Tenía el pelo más oscuro de lo que él recordaba, peinado todo hacia atrás. Llevaba una camisa de uniforme color mostaza con charreteras verdes. Detrás de él, Fabel oyó que el silencio electrificado de la sala estallaba en un murmullo de excitación. Al cabo de un rato, se dirigió a Maria.
—Mierda, no me lo puedo creer… ¿Es una de los nuestros?
—Sí. O al menos en parte. Pertenece… —Maria se corrigió a sí misma—. Pertenecía a la policía de Niedersachsen, con base en Hanover. Era Kommissarin de la Schutzpolizei. Según los datos que tengo, era de Hamburgo y, atentos a esto, fue trasladada al Bundeskriminalamt; concretamente al BAO, aquí en Hamburgo. —Maria examinó un informe de la carpeta—. Y no es una cagada administrativa con las huellas. En 1995, servía en un Sonder Einsatz Kommando de armas especial de la policía de Niedersachsen con base en Hanover. Hubo un atraco a un furgón de seguridad y se produjo un tiroteo entre los atracadores y la unidad. Recibió un disparo en la pierna. En el muslo derecho. Es nuestra chica, no hay duda.
—¿La trasladaron al BAO? —Fabel se volvió hacia Van Heiden. Su voz era seria y fría.
—Ni se te ocurra, Fabel. —Van Heiden hizo una mueca y un gesto con las manos como queriendo apartar de sí la acusación—. ¡Yo no sabía nada de esto! La Besondere Aufbau Organisation tiene una estructura bastante autónoma…, pero te juro que voy a descubrir quién lo autorizó sin saberlo o aprobarlo.
—Sólo para que me quede claro —intervino Susanne—. ¿El BAO es la unidad especial encargada de la lucha contra el terrorismo internacional?
—Sí —respondió Maria—. Es una colaboración entre nosotros, el Bundeskriminalamt, el servicio secreto del BND y el FBI estadounidense. Su objetivo principal es recabar información de inteligencia.
—Y seguramente llevan a cabo operaciones encubiertas —añadió Fabel. Se volvió hacia Maria—. ¿Seguía en el BAO?
—Sí. Y el traslado comenzó hace poco más de un año.
Van Heiden y Fabel se miraron. Pero fue Werner quien expresó lo que todos estaban pensando.
—Justo antes de que Klugmann fuera expulsado del cuerpo. Esta víctima… —Miró a Maria.
—Tina Kramer.
—Esta víctima, Tina Kramer —continuó Werner—, es agente del BAO, una unidad de inteligencia de lucha contra el crimen y el terrorismo altamente secreta, y también es exagente del SEK. Y Klugmann es exmiembro del Mobiles Einsatz Kommando.
Maria Klee volvió a ocupar su asiento en la mesa, se recostó en la silla y se pasó los dedos por el pelo rubio y corto.
—A lo que hay que añadir el hecho de que desaparecieran de la escena del crimen una cámara de vídeo y lo que hubiera grabado en ella. Y todo esto cuando asesinan a uno de los principales padrinos del crimen organizado. —Se inclinó hacia delante, entrelazó los dedos y apoyó su peso sobre los codos—. ¿Recordáis que me parecía tener visto a Klugmann?
—Sí… Dios mío, es cierto —dijo Fabel—. Pero no sabías de qué.
—Le he estado dando vueltas. No sabía de qué me sonaba. Pero cuando descubrí quién era Tina Kramer, se me ocurrió mirar el historial de Klugmann en el Bundeskriminalamt. Y ¿sabéis qué? El historial que consta en los registros federales y su hoja de servicios de la policía de Hamburgo no coinciden. Hay un baile de fechas. En concreto, el año en que se licenció en el ejército. Salió seis meses antes de lo que dice su historial y aparece en un lugar muy interesante.
—¿Dónde?
—En Weingarten.
Una sonrisa amarga de complicidad irrumpió en el rostro de Fabel.
—Claro. Tendría que haberlo sabido. ¿La escuela de reconocimiento a distancia de la OTAN?
—Exacto.
—¿Fabel? —dijo Van Heiden, e hizo un gesto de impaciente confusión.
—Están todos en el ajo, joder. Si lleva iniciales, está implicado. —Se dejó caer en la silla y tiró el lápiz sobre la mesa—. La escuela de reconocimiento a distancia en Weingarten es donde se entrena el GSG9. Una unidad antiterrorista de elite que oficialmente está integrada por policías y que forma parte de la policía fronteriza de Alemania. Pero, sin embargo, nuestros primos británicos enviaron al SAS para que entrenara al GSG9.
—En cuanto vi eso, todo encajó —dijo Maria—. Conocí a Klugmann en un seminario en Weingarten, cuando yo estaba en el Mobiles Einsatz Kommando. Sólo intercambié unas palabras con él, y no sabía cómo se llamaba. Llevaba el pelo rapado y estaba mucho más delgado. Pero me apuesto el sueldo de un mes a que era Klugmann. —Apretó los labios, y su boca formó una línea recta desalentadora—. Se trata de una operación secreta. Klugmann es el agente secreto infiltrado, y utiliza tanto como puede su historial real para ganarse credibilidad. Tina Kramer es su control. Tiene una identidad falsa, pero no está infiltrada.
Fabel respiró hondo.
—¡Eso es! Joder. Ahí es exactamente donde nos llevaba este maldito caso. Nuestro supuesto asesino en serie ha eliminado a una agente federal secreta. Es una coincidencia enorme. Tenemos que volver sobre el primer asesinato, la abogada, y ver si hay alguna conexión entre ella y esta policía. Y tenemos que comprobar qué relación tienen con Angelika Blüm. —Se volvió hacia Van Heiden—. Tendremos que echarle la bronca a alguien, Herr Kriminaldirektor. Estamos hasta el cuello de mujeres despedazadas, y estos idiotas andan jugando a los espías. Tendrían que habernos informado de la identidad de esta chica en cuanto apareció muerta.
—Ya sabemos a qué venía esa llamada telefónica de doce minutos a un número inexistente —le interrumpió Werner.
Fabel dio una palmada sobre la mesa.
—¡Dios santo…, tienes razón! Klugmann debió de llamar para recibir instrucciones. El pobre estaba de verdad en estado de choque aquella noche. Se encuentra a su contacto como recién salida del matadero y llama a su control para saber qué tiene que hacer. Le dicen que llame a la policía, pero que siga adelante con la operación y siga infiltrado. ¡Cabrones! —Se volvió de nuevo hacia Van Heiden—. Esto es obstrucción y ocultación de pruebas. Quiero que alguien acabe en la cárcel por esto. ¿Cuento con su apoyo?
Fabel esperaba que a Van Heiden le molestaría que le hiciera esa pregunta delante de todo el equipo. Sin embargo, el rostro de Van Heiden transmitió firmeza, seriedad y determinación.
—Me aseguraré de que consigas lo que necesites, Herr Kriminalhauptkommissar.
Fabel asintió con la cabeza para darle las gracias. Van Heiden sería muchas cosas, pero también era un policía serio y honrado. Fabel se volvió hacia sus dos tenientes.
—Buen trabajo, Maria, buen trabajo. Igualmente, Werner, por establecer la relación con la llamada telefónica.
—Hablando de eso… —dijo Van Heiden, y descolgó el teléfono de la sala de reuniones y pulsó el botón de su secretaria—. Póngame con el Hauptkommissar Wallenstein del BAO.
Con urgencia, Fabel indicó a su jefe que se detuviera. Van Heiden canceló la llamada y colgó el auricular.
—¿Qué tienes en mente, Fabel?
Fabel sacó el móvil de Klugmann de la bolsa de pruebas. Miró de manera inquisidora a Van Heiden, quien asintió con la cabeza de forma breve y seria. Fabel encendió el teléfono y pulsó la tecla de rellamada del último número marcado. Al otro lado de la línea, el teléfono sonó tres veces. De nuevo, nadie habló cuando descolgaron.
—Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la Mordkommission de la policía de Hamburgo. Quiero que me escuche con mucha atención y transmita esta información a quien esté al mando. Su operación está en peligro. Lo sabemos todo acerca de Tina Kramer y su otro agente. —Fabel tuvo mucho cuidado en no mencionar el nombre de Klugmann: aún seguía en su papel de infiltrado, y si el presentimiento que había tenido Fabel sobre quién escuchaba al otro lado no era correcto, el error que cometería podría ser letal—. Estoy con el Kriminaldirektor Van Heiden de la policía de Hamburgo y pasaremos un informe completo de la situación al Erste Bürgermeister y al Bundeskriminalamt. —Fabel hizo otra pausa. Tampoco obtuvo respuesta, pero no le colgaron. Ahora la voz de Fabel adoptó un tono más duro, más intenso—. Su agente está en peligro, y su tapadera ha quedado al descubierto. Fuera lo que fuera lo que esperaban alcanzar, ya no es alcanzable. Lo único que están haciendo es obstruir una importante investigación de asesinato. Si no colaboran con nuestra investigación con transparencia total, le prometo que me aseguraré de que se presenten cargos contra aquellas personas que estén detrás de esta operación.
Hubo un silencio eterno, y luego una voz femenina contestó:
—¿Está con nuestro agente?
Fabel miró a las personas sentadas en torno a la mesa con una expresión casi triunfal.
—No. Aún anda suelto. Lo estamos buscando. ¿Con quién hablo?
La mujer obvió la pregunta.
—Hemos perdido el contacto con nuestro agente. Por favor, si lo localiza, avísenos. Llame a este número. En breve, alguien lo llamará, Kriminalhauptkommissar. —Colgaron. Fabel soltó una risa amarga.
—Siempre pensé que había algo raro en Klugmann. Pero nunca imaginé que sería en el buen sentido, ya me entendéis.
—Sigue siendo poli, ¿verdad? —preguntó Werner.
—Sí. No sé seguro para quién trabaja, pero me hago una idea. Bueno, en cualquier caso, pronto lo descubriremos.
Nadie dijo nada. Nadie pareció advertir lo extraña que era aquella situación: una sala llena de agentes de policía en silencio, donde casi se podía cortar el aire, y todos los ojos clavados en el móvil del agente secreto desaparecido. Pasaron varios minutos. Entonces, el timbre electrónico apremiante del teléfono llenó la sala. Todos se sobresaltaron cuando sonó.
Ahora le tocaba a Fabel permanecer callado al coger el móvil y pulsar el botón de responder con el pulgar.
—¿Hauptkommissar Fabel? —Fabel reconoció al instante la voz indecisa que habló al otro lado de la línea, pero estaba demasiado cabreado para las cortesías de rigor.
—Lo espero en mi despacho en menos de una hora, Herr Oberst Volker. —Fabel colgó.
Fabel tardó sólo veinte minutos en poner punto y final a la reunión informativa, y adjudicó a su equipo tareas de investigación y de seguimiento. Después, se quedó esperando en su despacho. Conectó el buzón de voz del móvil y les dijo a Werner y a Maria que necesitaba estar a solas unos minutos para recomponerse antes de que llegara Volker. Necesitaba recopilar las ideas, los hechos y los conceptos surgidos del impacto que había tenido al conocer la identidad de la segunda víctima. Miró por la ventana hacia el Winterhuder Stadtpark y la ciudad que se extendía detrás. Pero no miraba nada en concreto. Su mente estaba en una zona oscura: aquella mitad gris del mundo que le había descrito Yilmaz, donde el espacio ocupado por los agentes de la ley está en algún punto entre lo legal y lo conveniente, un espacio de nubes y sombras.
No es fácil ser alemán. Se lleva a cuestas el exceso de equipaje de la historia reciente mientras, en comparación, otros europeos viajan ligeros. Diez siglos de cultura y progreso quedaron eclipsados por doce años a mediados de siglo, doce años en los que el mal más extremo se convirtió en algo habitual. Aquellos doce años definieron al mundo qué era ser alemán; a la mayoría de alemanes definieron qué era ser alemán. Ahora, no eran de fiar. Y los alemanes no volverían a confiar nunca en sí mismos.
Cada alemán centraba esta desconfianza en un lugar concreto, un aspecto de la vida alemana que tuviera una resonancia discordante, inquietante. Para algunos, era algo geográfico: los alemanes del norte desconfiaban de los del sur por su provincianismo fascista; o los alemanes occidentales, los Wessis, desconfiaban de los Ossis, los alemanes del Este, por miedo a que el nazismo se hubiera conservado criogénicamente en la larga helada del comunismo y que ahora empezara a descongelarse. Para otros, era algo generacional: los manifestantes de 1968 y 1969 que se revelaron contra la generación de la guerra y el conservadurismo tradicional alemán; la nueva generación que para dirigirse a alguien utilizaba Du en vez de Sie, desformalizando y liberalizando el propio idioma alemán.
El centro de la desconfianza de Fabel era la maquinaria oculta del Estado: los órganos internos de una democracia nueva que habían sido trasplantados de una dictadura moribunda. Y justo en el centro de todo ello, en el punto de mira de la desconfianza de Fabel, estaba el BND.
El Bundesnachrichtendienst se había creado en 1965. Formaba parte de la maquinaria de la guerra fría, como contrapeso al Stasi de la Alemania Oriental, o Staatssicherheitsdienst. El primer director del BND había sido el general Gehlen. La verdad era que desde que acabó la segunda guerra mundial, el BND había operado como la Organización Gehlen. Gehlen había sido general de la Abwehr, el servicio de inteligencia nazi, que había colocado a espías en el Reino Unido, Estados Unidos y por todo el mundo. La Abwehr también había operado como unidad de contraespionaje, localizando a agentes de la resistencia y a espías de los aliados en la Europa ocupada. En el desarrollo de sus funciones, había demostrado un apetito por las torturas ligeramente menor que la Gestapo o las SS. Después de la guerra, los norteamericanos tuvieron que hacer frente a una nueva amenaza, el comunismo soviético, y descubrieron que carecían de una red de inteligencia importante sobre la Europa del Este. Pero conocían a alguien que sí disponía de una red así: los alemanes. Así que en Pullach, cerca de Múnich, se creó la «Agencia de desarrollo económico del sur de Alemania»; pusieron a Gehlen al frente, y los aliados le dijeron que podía reclutar a todo el personal que necesitara.
Gehlen recorrió los campos de internamiento y liberó a docenas de hombres de las SS, quienes se incorporaron a la nueva red de inteligencia. Y Gehlen tenía la colaboración y el consentimiento plenos de los aliados. Parecía que no era momento de ponerse sentimental por unos pocos millones de judíos.
La Organización Gehlen, y el BND, su sucesor, no tuvieron éxito, ni mucho menos. El Stasi de la Alemania Oriental infiltró a agentes suyos en la organización desde el principio, y hubo diversos fracasos bastantes espectaculares y muy públicos. Después de la reunificación de Alemania, el BND dejó de tener su raison d’etre original, y comenzó a buscar un nuevo papel. La lucha antiterrorista, en la que estaba implicado desde finales de los sesenta, se convirtió en su función más importante. Pero ahora había que lidiar con grupos emergentes de neonazis, así como con facciones izquierdistas como la Rote Armee-Fraktion.
A mediados de los noventa, se decidió que el BND participara en la lucha contra el crimen organizado, algo que Fabel y otros policías habían visto con mucho escepticismo. Fabel era consciente de que las sombras de las maquinarias malignas del Estado que habían introducido los nazis eran alargadas y oscuras. Y para él, el BND yacía medio escondido entre esas sombras. Fabel no confiaba en el BND. Volker era el BND.
Unas nubes se desplazaron raudas por un cielo casi despejado. Fabel siguió mirando fijamente por la ventana, como si mirara más allá de lo visible. De Volker a Klugmann. Del BND al GSG9.
Fabel tenía el expediente adulterado de Klugmann sobre la mesa. Se dio la vuelta y volvió a mirar la fotografía. El lugar que ocupaba Klugmann en la investigación había cambiado, y ahora Fabel lo miraba desde una perspectiva distinta. La cara del expediente era la misma, pero era como si Fabel la viera por primera vez e interpretara sus facciones de forma distinta. Estaba bastante seguro de que Klugmann era agente del GSG9, lo cual, técnicamente, le hacía mantener su condición de policía. Oficialmente, el GSG9 —el Grenzschutzgruppe Neun— formaba parte de la policía fronteriza de Alemania, pero la tarea de sus agentes no tenía nada que ver con comprobar pasaportes o mirar debajo de los camiones de frutas para descubrir a inmigrantes en busca de asilo. El GSG9 nació, irónicamente, de la desconfianza de Alemania hacia sí misma.
La decisión de celebrar los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich fue un momento decisivo de la historia de Alemania. La imagen mental que nacía al unir los conceptos de Alemania y tradición olímpica dejaría de empezar y acabar con esvásticas ondeando sobre los Juegos de Berlín de 1936.
A las cuatro y media de la madrugada del 15 de septiembre de 1972 aún era de noche cuando un grupo reducido de personas, vestidas de atletas y con bolsas de deporte, entraron sigilosamente en la villa olímpica de Múnich. Su destino era el número 31 de la Connollystrasse: el alojamiento de la delegación israelí. Dieciséis horas después, por la pista de la base aérea militar de Fürstenfeldbruck, a veinticinco kilómetros al oeste de la villa olímpica, yacían desparramados los restos de metal retorcido de un helicóptero que había explotado y los cadáveres de cinco terroristas del grupo Septiembre Negro, de un policía y de nueve rehenes israelíes. Antes, en la villa olímpica, habían sido asesinados dos atletas israelíes más.
Con las atrocidades de las SS tan vivas en la memoria colectiva, Alemania se negó a sí misma, por ley, el derecho de crear una unidad antiterrorista militar de elite, como el SAS británico o el Delta Force estadounidense. El resultado de la falta de preparación de Alemania fue un intento de rescate desastroso e improvisado, llevado a cabo por tiradores sin la formación necesaria. El resultado también fue diecisiete muertos bajo la mirada impasible de los medios de comunicación de todo el mundo. Dieciséis meses después de aquello, el GSG9 comenzaba su actividad, planeado y organizado por Ulrich Wegener, un agente de cuarenta y tres años, nacido en el seno de una familia patricia de la Alemania Oriental. Wegener era una espina que las autoridades de la Alemania Oriental tenían clavada, y el Stasi lo encarceló durante dos años por hacer campaña a favor de la democracia y la reunificación. Cuando lo soltaron, Wegener escapó a la Alemania Federal y se incorporó a sus servicios de seguridad.
La premisa de la nueva unidad era sencilla: ningún miembro de las fuerzas armadas podía servir en el GSG9, sólo policías. En lugar de formar parte del ejército federal, el GSG9 era una unidad de trescientos cincuenta agentes de la policía fronteriza. En 1977, Wegener se convertiría en el héroe de la operación más exitosa del GSG9. La unidad, con la colaboración de dos observadores especiales del SAS británico, asaltó en Mogadiscio (Somalia) un Boeing 707 de Lufthansa secuestrado después de que unos terroristas, que exigían la liberación de los miembros del grupo Baader-Meinhof encarcelados en Alemania, mataran al comandante. Wegener dirigió el asalto personalmente y mató a uno de los terroristas. Fue el momento cumbre del GSG9.
Entonces, la época gloriosa acabó. En junio de 1993, el GSG9 intentó detener a Wolfgang Grams, un miembro de la Rote Armee-Fraktion en una estación de tren de Bad Klienen, en la Alemania Oriental. La operación se torció, y Grams mató a un policía e hirió a otro. El informe oficial, confirmado por pruebas forenses, afirmaba que, tras los hechos, Grams se había suicidado. Sin embargo, testigos civiles declararon haber visto que los agentes del GSG9 inmovilizaban a Grams en el suelo y le pegaban un tiro a quemarropa en la cabeza.
El escándalo subsiguiente supuso el fin de algunas carreras a nivel ministerial. Y el GSG9 se sumergió de nuevo en las sombras.
A Fabel no le entusiasmaba el GSG9, ni las unidades del Mobile y el Sonder Einsatz Kommando, diseñadas a imagen y semejanza de los equipos del SWAT estadounidense, que habían surgido en casi todos los cuerpos policiales de Alemania. La línea entre policía y soldado estaba cada vez menos clara e iba en contra de todos los instintos de Fabel. Con su opinión sobre estas unidades paramilitares no se había ganado ninguna amistad en los niveles superiores del Präsidium, en especial cuando señalaba como ejemplo a la Policía Montada del Canadá. Ésta había creado una unidad parecida al GSG9. La llamaron el SERT —el equipo de fuerzas especiales de emergencia—, y era una unidad antiterrorista sumamente eficaz. Y la disolvieron. Los agentes canadienses del SERT no pudieron conciliar el imperativo de matar que imponían las operaciones antiterroristas con su instinto natural como agentes de policía de preservar y proteger la vida. Fabel había pensado siempre que ésos eran la clase de policías con los que le gustaría trabajar.
Se centró en el rostro de Klugmann de la fotografía del historial. Era una cara más flaca que la que había visto en la sala de interrogatorios encalada de la comisaría de Davidwache. Era una cara tensa; los músculos y ligamentos tirantes sujetaban con firmeza la piel al cráneo poderoso. Era el tipo de cara que decía que el cuerpo oculto al que pertenecía era fuerte y atlético. La fotografía no era tan antigua; Klugmann debió de abandonarse para crear su identidad secreta.
Lo que Fabel no comprendía del todo era por qué se utilizaba a un agente del GSG9 para una operación secreta. El sigilo del GSG9 tenía una función táctica y operativa, no se debía a que recababa información de inteligencia. Fabel no dudaba en absoluto de que si Maria estaba convencida de haberse cruzado con Klugmann en Weingarten, era ahí exactamente donde lo había visto. Y los dos lugares que el GSG9 utilizaba para su adiestramiento eran Hangelar y Weingarten. No había duda de que, con tantas agencias especiales implicadas, fuera cual fuera el centro de la operación, el objetivo era importante. Volker era del BND; Klugmann, del GSG9. Fabel creía que la chica muerta, Tina Kramer, en realidad también era del BND. Parecía que sólo la policía de Hamburgo había quedado excluida de la operación. Y Fabel no tenía razón alguna para dudar de la palabra de Van Heiden sobre que no sabía nada en absoluto de la operación. Entonces, ¿por qué se había dejado al margen al principal cuerpo de seguridad de Hamburgo?
Llamaron a la puerta de un modo que no era ni indeciso ni seguro. Volker entró en el despacho de Fabel sin esperar a que éste le invitara a pasar. Algo había cruzado el rostro de Volker y se había llevado con él cualquier vestigio de cordialidad. La expresión de Volker no era hostil, pero tampoco transmitía ninguna otra emoción reconocible. Fabel se dio cuenta de que era el rostro que Volker tenía detrás de su máscara de afabilidad. Los ojos oscuros estaban vacíos, y tenía la boca apretada. Volker llevaba una gruesa carpeta verde debajo del brazo. Fabel le indicó con la mano que tomara asiento.
—¿Qué es lo que quiere saber, Fabel? Le diré lo que pueda.
Cuando Fabel habló, había seriedad en su voz.
—No, Volker…, no me dirá sólo lo que pueda decirme… —Fabel le hizo una seña a Werner, quien se acercó, cerró la puerta con toda la intención, apoyó su cuerpo robusto contra ella y cruzó los brazos rollizos sobre el pecho—. Me dirá todo lo que yo quiera saber. Y si no lo hace, le prometo que lo meteré en una celda, presentaré cargos contra usted por obstruir una investigación de asesinato y filtraré la historia a la prensa antes de que sus amigos de Pullach puedan sacarlo de esto.
—Teníamos una razón muy buena para no soltar prenda, Fabel. Aún estamos en el mismo bando, ¿sabe? —El rostro de Volker seguía inexpresivo.
—¿Ah, sí? Estoy intentando resolver una serie de asesinatos sanguinarios, y ha estado ocultándome información, información clave. Mis hombres han estado perdiendo el tiempo por todo Hamburgo intentando descubrir quién era la segunda víctima mientras usted entraba y salía tranquilamente del Präsidium con su identidad en el bolsillo. Mientras tanto, asesinan a una tercera víctima. Usted va por ahí jugando a los agentes secretos, y una pobre mujer lo paga con su vida.
—No existe conexión alguna entre Tina Kramer y las otras dos víctimas.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
Volker medio lanzó la pesada carpeta verde sobre la mesa.
—Está todo ahí, Fabel. Todo lo que tenemos sobre nuestra operación. Íbamos a compartirlo con usted de todas formas. Sólo necesitábamos que Klugmann apareciera. Hemos hecho nuestras comprobaciones sobre la relación de las otras dos víctimas con Tina Kramer y no hemos encontrado nada. Tina estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Su asesino debió de elegirla al azar, como a las otras víctimas.
—Eso es una patraña, Volker. Coincidencias como ésa no existen.
—Sí existen, y en este caso es lo que fue. La agente Kramer no era nuestro agente secreto principal. Era Klugmann. Kramer tenía el piso para que Klugmann pudiera hablar con sus contactos del hampa. Lo arreglamos todo para que Klugmann fuera un expoli corrupto, en concreto un exagente de las fuerzas especiales que le tuviera rencor a la policía. Está todo ahí… —Volker señaló la carpeta—. La historia era que Kramer le alquilaba el piso a Klugmann con el nombre de Monique para sugerir que era puta. Pero se supone que el acuerdo era que Klugmann seguía usando el piso para sus reuniones secretas.
—¿Reuniones con quién? ¿Cuál era el objetivo de la operación?
—Observar. Klugmann rondaba las actividades del crimen organizado sin casarse con nadie. Trabajaba para Hoffknecht, que a su vez trabajaba para Ulugbay, pero no estaba vinculado a la organización de Ulugbay. Ha estado dando voces para que se sepa que quiere participar en algún negocio serio.
—Eso no responde a mi pregunta. ¿Quién era el objetivo y qué finalidad tenía la operación?
—Era una operación para recabar información de inteligencia. El objetivo específico era una organización nueva ucraniana muy poderosa que ha llegado a la ciudad. Sospechamos que ellos mataron a Ulugbay. —Fabel recordó lo que le había contado Mahmoot. Dejó que Volker continuara—. Promovimos la operación porque nadie hablará sobre ellos. Nuestros contactos habituales tienen mucho miedo a hablar. Y con razón. ¿Recuerda que le he dicho que teníamos una buena razón para no soltar prenda?
Fabel asintió con brusquedad.
—Bueno, me temo que no le va a gustar. Nadie está dispuesto a hablar de esta nueva banda porque son increíblemente eficaces y despiadados a la hora de tratar con los informadores, los competidores o sencillamente con cualquiera que se interponga en su camino. Más aún, han dejado claro que tienen contactos dentro de la policía de Hamburgo, y que si alguien habla, se enterarán.
—¿Tienen confidentes en la policía? No me lo creo —protestó Fabel.
—Eso es lo que sugiere nuestro servicio de inteligencia. No sabemos seguro dónde, pero tiene que ser a un nivel bastante alto. Por eso la policía de Hamburgo quedó excluida. Era una operación conjunta del LKA7 y el BND, y reclutamos a Klugmann del GSG9. Lo siento, pero tuvimos que hacerlo así.
—¿Qué me dice de Buchholz y la división de crimen organizado?
Volker negó con la cabeza.
—Nadie de la policía de Hamburgo está al corriente de la operación. Corre el rumor, aunque parezca mentira, de que estos ucranianos antes eran policías y agentes de las fuerzas especiales del Ministerio del Interior soviético. Se supone que han establecido contactos con policías que sirven en Alemania. Por eso le dimos a Klugmann esos antecedentes: creímos que encajaría con mayor facilidad. Y como tenía un pasado auténtico en las fuerzas especiales, su tapadera se sostendría. Pero no podíamos arriesgarnos a que hubiera una filtración, así que aquí dentro nadie sabe nada.
—Supongo que por eso cambiaron el historial de Klugmann en la policía y que por eso no coincide con el historial federal.
Volker asintió con la cabeza.
—¿Quién dirige esta unidad ucraniana? —Werner habló sin moverse de la puerta. Volker no se volvió para contestar, sino que habló con Fabel como si hubiera sido él quien había formulado la pregunta.
—Ése era uno de los objetivos principales de la operación. No lo sabemos. Por el momento no tiene ni rostro ni nombre…
«Igual que pasó con nuestra segunda víctima», pensó Fabel.
Volker continuó:
—Klugmann ha establecido contacto con un tipo de la nueva banda ucraniana, a través de un miembro de la organización de Yari Varasouv…, o al menos de la organización que antes dirigía Varasouv. Klugmann sólo conoce a su contacto por el nombre de Vadim… Cree que su contacto es quien dice ser, sólo que ocupa un lugar bastante bajo en la jerarquía; si no, no se expondría. Dicho lo cual, creemos que sólo hay de diez a doce hombres en el grupo más importante, los llamamos el Equipo Principal. Cada uno dirige a media docena de «capitanes» existentes de las bandas antiguas. La forma que tiene esta banda de operar da sentido a la palabra «organizado» en crimen organizado. El Equipo Principal opera casi como la estructura de mando de un ejército de ocupación. De hecho, han eliminado los «gobiernos» de las organizaciones principales de Hamburgo, liquidando a los jefes de la banda. Eso los deja con un cuerpo sin cabeza que pueden controlar. Comenzaron con las bandas ucranianas, rusas y otras de la Europa del Este, y luego centraron su atención en la organización de Ulugbay. Empezaron a desestructurarla desde abajo. Y luego, por supuesto, eliminaron a Ulugbay de la estructura.
—¿Por qué hablarían con Klugmann si su tapadera sugiere que es un don nadie?
Volker dudó.
—Le dimos algo a Klugmann con lo que podía negociar.
—¿El qué?
—Fabel, tiene que entender que estamos jugando contra unos contrincantes muy peligrosos. Gente que a menudo es impredecible. Eso significa que a veces tenemos que correr riesgos. —Fabel no sabía lo que le contaría, pero ya sabía que no iba a gustarle. Volker suspiró—. Les dimos los detalles de la reunión del negocio de drogas donde asesinaron a Ulugbay.
Fabel se quedó mirando a Volker con incredulidad.
—¿Utilizaron una operación policial para ayudar a organizar la ejecución de un personaje importantísimo del hampa? Dios santo, ¿hay algo que no harían?
—¡Claro que no organizamos la ejecución! —La indignación de Volker no era convincente. Sus ojos se posaron en un punto de la mesa de Fabel—. Se jodió todo. A diferencia de lo que sabemos sobre esta banda nueva, nuestra información de inteligencia sobre Ulugbay es excelente. Le dimos a Klugmann detalles de un negocio de drogas muy importante que iba a reportarle millones a Ulugbay. Pero no esperábamos que él fuera en persona. Klugmann tenía los detalles de la reunión inicial, los nombres y datos de los colombianos implicados, las cantidades, etcétera. Klugmann podía decir que había conseguido la información a través de un contacto sobre el que tenía cierta influencia en la unidad de narcóticos del MEK. Fue suficiente para poner al descubierto a alguien del Equipo Principal. Es obvio que Vadim está en un nivel bajo del Equipo, pero eso es relativo cuando uno piensa en el poder que tiene cada uno de ellos. De todas formas, lo único que queríamos era dar credibilidad a Klugmann. No fue fácil tomar esa decisión. Tiramos a la basura una redada de drogas importante, pero pensamos que merecía la pena para desmantelar al Equipo Principal. Creímos que los ucranianos aparecerían en la reunión. Teníamos razón. Más de lo que hubiéramos querido. Antes de que nos diéramos cuenta, los colombianos se habían subido a un avión camino a Bogotá, y el cerebro de Ulugbay estaba desparramado por el suelo de un Parkhaus subterráneo.
—¿Ulugbay creía que iba a encontrarse con los colombianos?
—Sí. Pero en lugar de eso se encontró con una bala. Como ya le he dicho, se suponía que no tenía que estar allí. Creímos que los ucranianos les quitarían el negocio o, como mucho, que robarían las drogas.
—Dios santo, Volker, realmente no podían cagarla más, ¿verdad?
Volker lanzó a Fabel una mirada desafiadora.
—No tiene ni idea de a quién nos enfrentamos, Fabel. Tenemos a diez o doce ucranianos durísimos entrenados por el Spetznaz; todos sin rostro ni nombre, excepto uno. Ya ni siquiera corren rumores. Son como fantasmas, pero tienen prácticamente a todo el hampa de Hamburgo en sus garras. Sólo Yilmaz y lo que queda de la organización de Ulugbay están fuera de su control, pero no por mucho tiempo. Esta unidad ucraniana representa la mayor amenaza criminal que jamás ha vivido Hamburgo. Tenemos que tomar medidas radicales para detenerlos.
Fabel miró perplejo a Volker mientras asimilaba aquella información. No se creía que no supiera mucho más de lo que Mahmoot ya había sido capaz de contarle.
—¿Qué hay del líder? No me creo que no tengan nada sobre él.
—No tenemos nada. Lo único que sabemos es que el Equipo Principal está dirigido por un exagente de alto rango del Ministerio del Interior ucraniano. No tenemos ni su nombre, ni una descripción ni siquiera su edad, aunque sospechamos que ha servido en Chechenia. Y se rumorea que utiliza una brutalidad atroz para lograr sus objetivos.
—¿Cómo puede estar seguro de que no es él quien está detrás del asesinato de Tina Kramer?
—Porque no tiene ningún sentido. Nadie ha descubierto la tapadera de Klugmann, excepto ahora, usted, y vamos a tener que hacerle volver. Pero no hay nada que relacione nuestra operación con las otras dos víctimas. Y sin que descubrieran la tapadera de Klugmann, los ucranianos no tenían motivo alguno para matar a Kramer.
—¿Qué dijo Klugmann cuando los llamó aquella noche… justo antes de denunciar el asesinato a la policía?
—Estaba histérico. Nos contó lo que le había pasado a Kramer, y vimos que se trataba del mismo modus operandi del psicópata que había asesinado a la primera chica. Como he dicho, no vimos ninguna conexión, pero tuve que tomar una decisión operativa sobre la marcha. Le ordené a Klugmann que volviera, que abortara la misión. Por lo que sabíamos, podía ser que hubieran descubierto su tapadera. Le dije a Klugmann que cuando lo tuviéramos a salvo, nos pondríamos en contacto con la policía de Hamburgo y daríamos parte del asesinato.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Klugmann es uno de los mejores agentes con los que he trabajado. Me dijo que le dejara seguir adelante, que le dejara ocuparse de la situación, comprobar si habían descubierto su tapadera y dar parte él del asesinato a la policía.
Fabel volvió a pensar en el interrogatorio en la comisaría de Davidwache. Klugmann debía de tener unos recursos internos impresionantes. Se había quedado ahí sentado, escuchando las amenazas de Werner, las preguntas de Fabel, y había asimilado el impacto del espantoso asesinato de su compañera. No se le había caído la máscara ni una sola vez. Fabel había tenido sus sospechas, pero jamás se le ocurrió algo así. Junto a la puerta, Werner expresó los mismos pensamientos.
—¡Qué cabrón! Vaya huevos tiene el tío, eso lo reconozco. ¿Está a salvo?
—No lo sabemos. Hemos perdido el contacto. Usted se llevó su móvil, así que no podemos localizarlo ahí. Y no nos ha llamado. Estamos muy preocupados.
Fue en ese momento cuando Maria Klee llamó a la puerta. Su mirada era seria y resuelta, y le hizo una seña a Werner para que saliera del despacho.
Volker se volvió hacia el Kriminalhauptkommissar.
—Tiene que creerme, Fabel, si hubiéramos creído que la muerte de Kramer estaba relacionada con la operación, lo hubiera ido a ver de inmediato. En cualquier caso, sólo íbamos a ocultárselo hasta que localizáramos a Klugmann.
Fabel iba a decir algo cuando Werner volvió a entrar, con la expresión imperturbable.
—Parece que ya no tiene que preocuparse más por Klugmann —dijo—. La Polizeidirektion de Harburg acaba de encontrar un cadáver en una piscina abandonada. Y la primera descripción coincide con la de su hombre.