Domingo, 15 de junio. 2:15 h
Uhlenhorst (Hamburgo)
El edificio reunía todos los criterios de la zona chic de Hamburgo. Lo habían construido en los años veinte y daba la impresión de que lo habían reformado a conciencia hacía razonablemente poco.
Fabel, que sabía un par de cosas sobre arquitectura modernista, creía que lo había diseñado Schneider, o al menos alguien de su escuela. Los contornos no eran rectos: las paredes encaladas se unían en curvas elegantes, más que en esquinas, y las ventanas de los apartamentos eran altas y anchas. Uhlenhorst nunca había llegado a alcanzar el mismo prestigio que Rotherbaum, pero aun así era un barrio próspero y moderno.
Justo delante de las puertas de bronce y cristal que daban entrada a un vestíbulo de mármol muy iluminado, estaban aparcados dos coches patrulla de la Schutzpolizei, que Fabel supuso que serían del Polizeikommissariat de Uhlenhorst. Un agente de uniforme de la Schutzpolizei hacía guardia en la puerta mientras otro escuchaba a un hombre alto de unos sesenta años que hablaba animadamente. Fabel aparcó detrás de los coches de policía y él, Maria y Werner se bajaron justo cuando Paul y Anna llegaban. Fabel se acercó dando grandes zancadas al policía de uniforme que escuchaba pacientemente al señor mayor. Las charreteras del policía anunciaron a Fabel que era el Polizeikommissar. Fabel mostró su placa de la Kriminalpolizei, y el policía asintió con la cabeza brevemente. El civil mayor, más alto, que tenía el aspecto despeinado y los ojos rojos de alguien a quien han despertado de un sueño profundo, abrió la boca para hablar. Fabel le interrumpió dirigiéndose directamente al Polizeikommissar.
—¿Nadie ha intentado entrar aún?
—No, señor. He pensado que era mejor esperar a que llegara usted. He apostado a dos hombres en la puerta de Frau Blüm, y dentro del piso no se oye ningún sonido.
Fabel miró al civil.
—Es el conserje. —El agente de la Schutzpolizei respondió la pregunta tácita de Fabel. Éste se volvió hacia el conserje y extendió la mano.
—Deme la llave maestra del piso de Frau Blüm.
El conserje tenía el aspecto altanero y semiaristocrático de un mayordomo inglés.
—Ni hablar. Ésta es una residencia exclusiva y los inquilinos tienen derecho a…
De nuevo, Fabel le interrumpió:
—Muy bien. —Se volvió hacia Werner—. Coge la palanca que está en el maletero del coche, ¿quieres, Werner?
—No pueden hacer esto… —protestó el conserje—. Necesitan una orden…
Fabel ni siquiera miró al conserje.
—No necesitamos una orden. Estamos investigando un asesinato y tenemos razones para creer que la inquilina está en peligro. —Movió la cabeza en dirección al coche—. Werner…, ¿la palanca?
El conserje saltó como si fuera a darle un ataque.
—No… Espere… Iré a por las llaves.
Las puertas del ascensor se abrieron al pasillo del tercer piso, una extensión ancha e inmaculada, muy iluminada por las lámparas que arrojaban focos de luz sobre el mármol prístino. Fabel le indicó con la mano al conserje que pasara primero. Examinaron lentamente el pasillo y se encontraron con dos agentes, uno a cada lado de la puerta del piso. Fabel detuvo al conserje colocándole una mano en el hombro y siguió adelante, indicando a Werner y Maria que lo acompañaran. Con un movimiento silencioso de la mano ordenó a Anna y a Paul que se colocaran al otro lado de la puerta, junto al segundo agente de la Schutzpolizei. Todo el mundo tenía los ojos puestos en Fabel. Éste se dirigió al conserje llevándose un dedo a los labios y susurró:
—¿La llave?
El conserje buscó la llave correcta. Fabel cogió el manojo, sonrió e hizo un gesto con la cabeza al conserje. Después, con un movimiento de la mano, le indicó que se retirara. La mímica continuó: se señaló a él y a Werner; levantó un dedo, y luego dos, para indicar que él y Werner entrarían primero. Fabel y Werner desenfundaron sus armas, y Fabel llamó al timbre de la puerta. Oyeron el zumbido electrónico del timbre dentro del apartamento. Luego, nada. Fabel hizo un gesto con la cabeza a Werner y metió la llave en la cerradura. Giró la llave y abrió la puerta con un movimiento fluido. Las luces del apartamento estaban encendidas. Werner entró seguido de inmediato por Fabel.
—¿Frau Blüm? —La llamada de Fabel obtuvo un silencio por respuesta. Escudriñó lo que podía ver del apartamento. Junto a la puerta había una silla y una mesa auxiliar. Un abrigo de mujer que parecía caro descansaba descuidadamente en la silla, y un bolso de piel italiano estaba tirado sobre la mesa. Fabel dejó de agarrar la Walther con tanta fuerza. Sabía que en el piso no había nadie. Nadie que estuviera vivo, por lo menos.
Las paredes del pasillo de la entrada eran de un azul pálido y estaban adornadas con grandes lienzos originales: estudios abstractos en tonos violetas y rojos intensos que contrastaban con la frialdad de las paredes.
Mientras Fabel cruzaba el pasillo, miró a la izquierda a través de las puertas dobles de cristal abiertas que daban al gran salón. La habitación estaba vacía. De nuevo, una frialdad elegante servía de telón de fondo a unos muebles caros y la correspondiente obra de arte original. En su examen rápido de la habitación, Fabel creyó ver las líneas alargadas de una escultura de Giacometti. Era pequeña, pero parecía un original. Siguió caminando. A la derecha, estaba el baño. Vacío. La siguiente puerta a la derecha era el dormitorio. Vacío. La última puerta del pasillo estaba cerrada, y cuando la abrió, la habitación estaba a oscuras. Alargó la mano y la deslizó por la pared hasta que encontró el interruptor. La luz procedente de una sucesión de apliques dirigidos inundó la habitación.
Horror.
Fabel no lograba entender por qué no estaba preparado para aquello. Sabía que la encontrarían muerta en el apartamento. Cuando vio aquella puerta cerrada y la habitación a oscuras, su instinto le había dicho que Angelika estaría allí. Pero aun así se sentía como si le hubiera arrollado un camión.
—Dios santo… —Era como si a Fabel le hubieran succionado el aire del pecho. Le entraron arcadas—. Dios bendito…
La habitación estaba pensada para ser un dormitorio, pero la habían rediseñado para convertirla en un despacho. Había estanterías, llenas de libros y carpetas, en tres de las paredes. La cuarta alojaba la ventana que ocupaba casi todo el largo de la habitación y que ahora estaba oculta tras unos estores bajados. Frente a la ventana había una mesa ancha de haya con un ordenador portátil encima. Como sucedía en el resto del piso, la decoración era comedida, elegante y refinada.
En el centro del cuarto había una explosión de carne, sangre y huesos. El cuerpo de una mujer. Boca abajo. Le habían abierto la espalda con cortes paralelos a la columna vertebral. Habían separado las costillas, dejando al descubierto el crudo interior del abdomen, y le habían arrancado los pulmones y los habían echado fuera.
Aparte de las zapatillas de toalla con suelas de esparto que llevaba, estaba desnuda. Habían lanzado un albornoz de toalla, a juego con las zapatillas, en un rincón del cuarto. Aparte de estas prendas de vestir, no había más ropa en la habitación.
Fabel vio que, además de la carnicería del torso, de la cabeza le salía un gran chorro de sangre que se extendía por el suelo de madera de pino. La parte posterior del cráneo era una masa apelmazada de sangre y pelo caoba.
—Joder. —Werner estaba ahora junto a Fabel y habló entre exclamaciones que intentaban contener las náuseas—. Joder.
Maria y Anna Wolff también entraron. Anna reprimió una arcada y salió corriendo por el pasillo. Fabel la oyó vomitar en el váter del baño de Blüm. A los chicos del Tatort les iba a encantar: acababa de contaminar la escena fundamental de un asesinato. Pero Fabel no pudo culpar a la dura Annita. Él mismo tuvo que cerrar los ojos un momento e intentar borrar la imagen de su retina hasta que logró recomponerse. Pensó en si Anna ya estaría mejor. Respiró hondo y despacio. No se acercó más al cuerpo, consciente de nuevo de la necesidad de preservar la escena principal del crimen, y cuando los demás comenzaron a apelotonarse en la puerta, les ordenó que recularan y salieran del piso.
Al cabo de una hora, todo el edificio estaba abarrotado de gente. Fabel le había pedido al Polizeikommissar de Uhlenhorst que solicitara más agentes para que fueran puerta por puerta a interrogar a los vecinos. El equipo del Tatort había llegado, encabezado por Holger Brauner, y también el doctor Möller, el patólogo. Fabel conocía a Brauner de investigaciones anteriores y tenía muy buena opinión de él. El único problema era que el capullo arrogante de Möller parecía competir siempre con Brauner. La verdad era que aunque Fabel no soportara tener que admitirlo, Möller también era un patólogo excelente y poseía una mente agudísima.
Fabel había acordonado la escena del crimen y la había dejado en manos del equipo del Tatort. El protocolo que seguían era que Brauner examinaba primero la escena, sin tocar el cuerpo, y sólo cuando él y su equipo habían acabado, Möller podía entrar para llevar a cabo su examen. Por consiguiente, Möller estaba en la puerta del piso, subiéndose por las paredes. Para Fabel, aquél fue el único momento bueno del día.
Brauner salió por fin. Sin mirar siquiera a Möller, le pidió a Fabel que entrara.
—Hay algo que tienes que ver antes de que lo meta en la bolsa para examinarlo en el laboratorio.
Brauner lo condujo hasta la escena del crimen. Fabel tuvo que pasar por delante del cadáver, rozando a dos técnicos del Tatort enfundados en sus batas. El fotógrafo estaba recogiendo su equipo, y en el cuarto apenas quedaba espacio para moverse. Brauner llevó a Fabel hasta la mesa y señaló el ordenador portátil. En la pantalla, había abierto un mensaje de correo electrónico enviado hacía poco. Era el que había llegado al Präsidium justo después de las once y los había conducido hasta allí. El asesino no sólo lo había enviado desde el portátil de Angelika Blüm; lo había dejado abierto y esperando su llegada.
—¡Será cabrón! —Fabel sintió que una furia ciega se apoderaba de él. Siempre se enorgullecía de mantener la calma, el control, pero aquel tipo le sacaba tanto de quicio que sus defensas habituales ya no pudieron soportarlo más—. Este cabrón se está mofando de nosotros. Es lo que quería, es exactamente la escena que tenía en mente: ¡yo en esta habitación con el cadáver y leyendo este puto mensaje por segunda vez! —Fabel se volvió hacia Brauner—. Entonces, ¿estaba aquí a las once?
—No necesariamente. El envío del mensaje estaba programado. Pero hay más. —Brauner, utilizando con cuidado un dedo enguantado en látex, seleccionó «Ocultar aplicación», y apareció el escritorio del portátil. Brauner clicó en una serie de carpetas. Estaban todas vacías.
—Es extraño —dijo Brauner—. ¿Qué clase de asesino en serie entra en el ordenador de su víctima y borra todos sus archivos?
—¿Puedo llevarme el portátil para que la sección técnica le eche un vistazo?
—No, aún no. Ya hemos sacado las huellas, pero quiero abrirlo. Los teclados de los ordenadores tienen tantos rinconcitos como botones; debajo de las teclas se quedan atrapadas todo tipo de cosas. Con un poco de suerte puede que demos con un pelo o algún epitelio de nuestro asesino.
—Lo dudo muchísimo —dijo Fabel desanimado—. Este tipo no comete errores. A pesar de esta forma de asesinar tan desagradable, es casi como si matara en una sala esterilizada. No deja nada de sí mismo.
—Aun así, vale la pena intentarlo —dijo Brauner, intentando parecer alentador sin conseguirlo—. Quizá tengamos suerte.
—Lo dudo. ¿Puedo decirle a Möller que ya puede entrar?
Brauner sonrió.
—Supongo que sí.
De camino al pasillo, Fabel se interesó por Anna Wolff, que tenía la cara amarilla debajo del pelo negro de punta, su rímel característico y el llamativo pintalabios rojo.
—Estoy bien, jefe… Lo siento. Esta vez me ha afectado…
Fabel sonrió para tranquilizarla.
—No tienes por qué disculparte, Anna. Nos ha pasado a todos. En cualquier caso, tu penitencia ya va a ser lo bastante dura: Brauner y el equipo del Tatort no van a dejar que lo olvides nunca.
Werner le dio un golpecito en el hombre a Fabel.
—No te lo vas a creer, Jan… Tenemos una hora de llegada y un testigo.
—¿Te ha dado una descripción?
—No muy buena, pero sí.
Fabel puso cara de impaciencia.
—En el piso de abajo vive una chica —continuó Werner—. Tiene unos treinta años y trabaja en una agencia de publicidad o algo igual de útil e importante. Bueno, el caso es que tiene un novio nuevo. Han ido al gimnasio a hacer algo de deporte y han vuelto sobre las nueve. Me ha dado la impresión de que el novio tenía planeado otro tipo de ejercicio con ella, en horizontal, ya sabes, pero no llevan tanto tiempo saliendo como para que ella le invite a subir. El caso es que han aparcado al otro lado de la calle sobre las ocho y media. El chico ha apagado las luces; es obvio que estaba haciendo todo lo posible para convencerla de que le dejara subir. Ha sido entonces cuando han visto que un tipo llegaba a pie. Si ha venido en coche, debe de haberlo aparcado a cierta distancia, porque ellos no lo han visto. Se han fijado en él porque, justo antes de llamar al timbre de uno de los pisos, se ha asegurado de echar un buen vistazo a la calle. La chica dice que incluso ha examinado el vestíbulo a través de las puertas de cristal.
—Entonces, ¿lo ha visto bien?
—Tan bien como ha podido por la hora que era y la distancia a la que estaba. —Werner abrió su libreta y comprobó sus notas—. Era alto y fornido. Ha hecho hincapié en que era ancho de hombros. No parecía fuera de lugar en este barrio e iba bien vestido, llevaba un traje gris oscuro.
«No era mi eslavo bajito y achaparrado de ojos verdes», pensó Fabel.
—Era rubio y llevaba el pelo bastante corto —continuó Werner—. Pero aquí viene lo importante… La chica dice que llevaba una gabardina gris claro colgada sobre una bolsa de deporte grande.
—Las herramientas de su oficio —dijo Fabel en voz baja y con amargura.
—La chica dice que no lo había visto nunca antes de esta noche, y el conserje sólo ha sugerido a un posible inquilino, pero la chica lo conoce de vista y jura que no era él. En cualquier caso, la chica vio que nuestro hombre llamaba al timbre de uno de los pisos, así que no es probable que se tratara de un inquilino. Nos quedan algunos apartamentos por comprobar, algunos están vacíos, pero por el momento todo el mundo niega haber recibido la visita de alguien que encaje con la descripción.
—¿Alguien lo ha visto marcharse?
—No. Y nadie ha oído ruido de forcejeo o gritos de socorro. Es un edificio bastante sólido, pero sería lógico pensar que alguien hubiera oído algo.
—No te dejes engañar por toda esa sangre, Werner. Este tipo es frío y lo planea todo al detalle. Esperaremos a tener la autopsia completa, pero por cómo tenía la parte posterior de la cabeza, creo que le ha dado un golpe y ha muerto en el acto o casi. Es obvio que el cabrón le ha dicho que era policía, probablemente yo, y ha dejado que ella pasara delante. Mientras le daba la espalda, ¡bumba!, le ha machacado el cráneo. Eso le ha dejado todo el tiempo del mundo para abrir su cajita de herramientas y ponerse a trabajar.
Werner se tocó el pelo.
—Este tipo da miedo, Jan. Parece que nunca comete ningún error. Excepto esta noche. No ha examinado bien la calle. Pero aparte de una descripción imprecisa de alguien que lo ha visto sólo un momento y de lejos, no nos ha dejado nada más.
—Veremos lo que tienen que decir Brauner y Möller. —Fabel le dio a Werner una palmadita alentadora en el hombro rollizo—. Quizá hoy ha tenido un mal día.
De nuevo en el apartamento, Fabel vio que Möller, el patólogo, seguía junto al cuerpo, escribiendo notas en una tablilla con sujetapapeles. Se volvió hacia dos técnicos del Tatort.
—Si el fotógrafo ha terminado, ya podéis llevar el cuerpo al depósito. —Mientras hablaba, Möller vio a Fabel y le hizo un gesto con la cabeza. Su actitud brusca habitual parecía haberlo abandonado, y había una mirada casi compungida en sus ojos. Fabel pensó que aquel asesino estaba empezando a afectar a todo el mundo.
—Supongo que no te hace falta mi opinión profesional para decirte que es el mismo modus operandi que los otros dos.
—No —dijo Fabel—. Me ha mandado un mensaje de correo electrónico desde ese ordenador de allí.
Möller meneó la cabeza con incredulidad.
—En cualquier caso, para que conste, te diré que no tengo ninguna duda de que esto es obra de la misma persona o personas. Te entregaré un informe completo cuando haya realizado la autopsia, por supuesto. Echa un vistazo a esto… —El patólogo se encorvó y señaló con su bolígrafo el punto en el que habían cortado la carne y habían separado las costillas.
Fabel se inclinó hacia delante para mirar. Parecía algo salido de una carnicería. «Concéntrate —se decía a sí mismo—, céntrate en el detalle, no mires a la persona. Concéntrate». Pero aun así tuvo que reprimir las arcadas.
—¿Ves el pequeño error que ha cometido nuestro amigo? —Con el bolígrafo, Möller resiguió la línea de un borde dentado que salía en diagonal del corte principal—. Se puede ver la forma del filo. Es un filo ancho; diría que se trata de una espada corta o un cuchillo de caza muy pesado. Le sacaré unas fotos durante la autopsia.
Fabel respiró despacio antes de hablar.
—¿Es la única desviación de los cortes principales?
Möller se rascó la barba entrecana.
—Sí… Ése es el tema. No ha sido un arrebato de locura. Se ha tomado su tiempo. —Señaló la parte posterior de la cabeza de Angelika Blüm—. De nuevo, tenemos que el traumatismo mortal o casi mortal ha sido en la parte posterior del cráneo; de nuevo, ha sido con un instrumento contundente y ovalado; y de nuevo, tenemos las disecciones para acceder a los pulmones y conseguir esta, bueno, marca característica, supongo.
—Una marca horrible —dijo Fabel.
Möller no contestó de inmediato. Estaba en cuclillas y se irguió con un quejido. Miró fijamente el cuerpo; era como si no lo viera, como si mirara más allá de él.
—Este hombre debe de tener una fuerza física como mínimo considerable. En una operación quirúrgica, para abrir un cuerpo normalmente hace falta una sierra esternal y separadores de costillas mecánicos. Este hombre abre a sus víctimas con una precisión asombrosa y luego separa las costillas. Es muy fuerte.
Maria entró en el cuarto y le hizo una seña a Fabel.
—¿Jefe?
Él la siguió hasta el salón. Holger Brauner estaba en la habitación con su equipo.
—Mira esto —le dijo a Fabel, señalando la mesa de café con la mano enguantada—. ¿Qué ves?
Fabel se quedó mirando una gran mesa rectangular de madera clara. Parecía robusta y cara. Se encogió de hombros.
—Aparte de una mesa de café, nada.
—Exacto —dijo Brauner—. Ningún adorno. Ni ceniceros, ni cuencos, ni libros. —Levantó una de las lámparas de mano de alta potencia del equipo forense. Inundó la superficie de la mesa con una luz fría y blanqueadora—. Mira aquí… —Brauner se inclinó hacia delante y dibujó un cuadrado en la mesa—. Aquí había algo. Y aquí. —Su dedo dibujó un círculo en el otro lado de la mesa—. Aquí también. —Apagó la lámpara y se volvió hacia la ventana, oculta tras los estores bajados—. Estas ventanas son fantásticas, ¿verdad? Lo he comprobado con la brújula: este cuarto está orientado al sur. Este cuarto recibe la mejor luz del día. Se convierte en un espacio alegre, con mucha luz.
—¿Vas a cambiar de carrera y hacerte agente de la propiedad inmobiliaria, Holger? —le preguntó Fabel.
Brauner se rió.
—El sueldo sería muchísimo mejor, eso seguro. Pero no; lo que pasa es que la luz aclara los muebles. Incluida la madera. En estas zonas un poco más oscuras de la mesa es donde tenía libros, adornos…, objetos que estaban aquí la mayor parte del tiempo.
—Pero que ahora no están.
—Exacto. Y no creo que nuestro asesino los haya cambiado de sitio. —Brauner se acercó al zócalo de piedra que rodeaba la chimenea de gas. Cogió tres libros que estaban apilados uno encima de otro y los colocó sobre la mesa. El borde del libro de abajo coincidía con la zona ligeramente más oscura que había señalado. De una mesa alta que había detrás de Fabel cogió un objeto de cerámica contemporáneo de base circular. También coincidía con la sombra de la mesa—. Nuestro tipo es tan meticuloso que se habría asegurado bien de volver a colocarlo todo donde lo había encontrado. Yo diría que Angelika Blüm recogió la mesa para extender algo encima. Papeles o algo así. Fuera lo que fuera lo que tenía aquí encima, nuestro asesino se lo ha llevado. Y después no ha sabido qué había que colocar de nuevo en la mesa.
—¿Quieres decir que crees que roba cosas a sus víctimas para llevárselas como trofeo?
—No, Jan. —De repente, la voz de Brauner sonó más tensa—. No creo que este tipo sea un asesino en serie psicopático que mata al azar. La mayoría de asesinos en serie psicopáticos se llevan trofeos, ya sea un objeto personal o un órgano interno. Los trofeos de este tipo de nuestro hombre son todos documentales. ¿Recuerdas que me preguntaste si habíamos encontrado una agenda de citas o un diario en el apartamento de la segunda chica? Lo que no acaba de encajar es por qué ha borrado todos los archivos del ordenador. Apuesto a que si seguimos buscando, aún encontraremos menos. La chica era periodista, ¿verdad?
Fabel asintió con la cabeza.
—Trabajaba por cuenta propia, ¿verdad? ¿Y tenía el despacho en el cuarto de al lado?
—Supongo —dijo Fabel.
—Entonces te sugiero que revises sus archivos. Yo digo que ahí también faltará material.
Fabel miró a Brauner, luego a Maria y luego a Werner, que había entrado en el salón y había oído la parte principal de la teoría de Brauner.
—¿Estás diciendo que tiene un motivo oculto, objetivo? No hay duda de que este tipo es un psicópata…
Brauner se encogió de hombros.
—Eso tiene que decirlo tu psiquiatra forense, pero sí, estoy de acuerdo en que el asesino es un psicópata. Sin embargo, eso no quiere decir que tenga que encajar en las pautas de un asesino en serie. ¿Has oído hablar de Iván el Terrible?
—Claro.
—Iván el Terrible unió Rusia. Fue el padre de la nación. Había una serie de principados feudales dispersos, y él los convirtió en una nación cohesionada. Ése era su motivo. Pero además de ser monarca y general, Iván encajaba en todos los criterios de asesino psicopático. De hecho, en muchos sentidos, encajaba en el perfil del clásico asesino en serie: un niño tímido, tranquilo y sensible a quien maltrataron desde la infancia. A raíz de esto, cuando era pequeño, torturaba y mataba animalitos. Luego, cuando tenía treinta años, mató a su primer hombre. Después de eso, cometió numerosas violaciones, asesinatos, actos de tortura terribles… entre los que se incluía freír, hervir, empalar a sus víctimas o echarlas a animales salvajes. Estamos hablando de miles de violaciones y cientos de asesinatos que Iván llevó a cabo personalmente. —Brauner movió la cabeza en dirección a la habitación de al lado—. Incluso tenía una afición parecida por los rituales. Tenía un cuerpo de guardaespaldas personales, la oprichnina. Los instruía casi como a una orden sagrada y él era su abad. Violaban, torturaban y mutilaban a sus víctimas parodiando las misas rusas ortodoxas.
—¿Adónde quieres ir a parar, Holger?
—Es evidente que Iván era un psicópata. Un sociópata, de hecho, que no sentía ninguna empatía por sus víctimas. Pero también era un hombre extremadamente inteligente y sus peores crímenes los llevaba a cabo dentro de un contexto estructurado. Utilizaba su psicopatía como herramienta para infundir terror y consolidar su control sobre el Estado y el pueblo. Lo que quiero decir es que el comportamiento sociópata de Iván no era un fin en sí mismo; era su medio para conseguir un fin. Canalizaba esa psicopatía para favorecer sus estrategias y lograr sus objetivos.
—¿Y crees que con este tipo pasa lo mismo, sólo que a una escala menor? —preguntó Fabel. Todo lo que decía Brauner encajaba con lo que él mismo había empezado a creer después del segundo asesinato.
—Sí, pero aparte, creo que tu asesino está haciendo alarde de su psicopatía. Quiere que creáis que mata al azar para esconder lo que sea que tenga entre manos.
—¿Y qué tiene entre manos? —Maria miraba la mesa de café con el ceño fruncido como si quisiera ver lo que ya no estaba allí—. Mata a una periodista, y creemos que roba algunos de sus papeles.
—Papeles relacionados con un artículo en el que estaba trabajando, ya que los tenía esparcidos por la mesa para estudiarlos —añadió Werner.
—¿Mata a la periodista para matar la historia? —Maria alzó la vista y miró a Fabel.
—Podría ser. Pero no encaja con los otros asesinatos. Una prostituta y una abogada.
—Quizá sí encaje, sólo que aún no hemos visto la conexión —dijo Werner—. Después de todo, casi no tenemos nada sobre la prostituta muerta. Quizá tuviera algo que ver con el artículo que preparaba Angelika Blüm. ¿Un escándalo sexual, quizá?
—Angelika Blüm no era una periodista de tabloides; pero si fuera un escándalo sexual con tintes políticos o algo así, quizá. —Fabel se frotó la barbilla frustrado, como si aquel gesto fuera a estimular su actividad cerebral—. Tenemos que descubrir quién era Monique. Y tenemos que volver sobre el caso Kastner. Tenemos que estudiar más detenidamente sus documentos personales. Y no investigamos su vida profesional porque creímos que se trataba de una víctima elegida al azar. Tenemos que examinarlo todo de nuevo. Maria…, ¿podrías encargarte tú? Ya sé que estás investigando la identidad de la segunda víctima, pero me gustaría que también llevaras esto.
—Claro, jefe —respondió Maria sin demasiado entusiasmo. Fabel esperaba que Werner se sentiría aliviado por no tener que hacerse cargo de aquel trabajo. No fue así. Sabía que a Werner le molestaba que diera tanta responsabilidad a Maria, pero ahora mismo Fabel no tenía tiempo de sentarse a hablarlo con él.
—Werner, necesito que hagas un seguimiento de los contactos profesionales de Angelika Blüm, a ver si puedes descubrir en qué estaba trabajando. Mientras tanto, averigüemos si alguien más llegó a ver a nuestro visitante misterioso.
Brauner habló de nuevo:
—Por cierto, Jan, hemos encontrado un segundo grupo de huellas.
—¿Sí? —Fabel levantó las cejas.
—No te emociones demasiado. Están por todas partes, algunas son recientes, otras bastante antiguas y difíciles de tomar, pero creo que pertenecen a la misma persona. Alguien que, bueno, conoció íntimamente el piso de Frau Blüm durante cierto tiempo. No es muy probable que se trate de nuestro hombre.
Fabel se desanimó y entristeció de repente, como si hubiera tenido una bajada de adrenalina y un cansancio lento le reclamara el cuerpo y la mente. Regresó al despacho de Blüm.
Fabel bajó la mirada al cuerpo destrozado que en su día había sido Angelika Blüm. Los técnicos patólogos habían desplegado una bolsa para cadáveres y estaban preparándose para mover el cuerpo y colocarlo encima. Se quedó mirando cómo cerraban con cremallera los restos de una mujer que había intentado ponerse en contacto con él varias veces, a través de unas llamadas que no había considerado importante devolver porque tenía que dirigir una investigación de asesinato primordial. Ahora ella formaba parte de esa investigación. Le habló a una mujer que ahora ya no podía escucharle.
—Bueno, Frau Blüm, será mejor que descubra qué diablos quería decirme.