Domingo, 15 de junio. 1:30 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
—Siento haberos convocado a una hora tan intempestiva —dijo Fabel, pero su expresión seria sugería que la disculpa era una pura formalidad.
Las figuras sentadas a la mesa tenían los ojos hinchados debido a un despertar inoportuno, pero nadie se quejó; todo el mundo se daba cuenta de la importancia que tenía que hubiera llegado un nuevo mensaje de correo electrónico.
—Pero este mensaje tiene unos giros desagradables, para empezar.
Werner, Maria, Anna y Paul asintieron sombríamente. Susanne también estaba sentada a la mesa, y los demás habían intercambiado miradas de complicidad al verla llegar con Fabel.
—A ver, ¿qué nos dice este mensaje? —El gesto de Fabel invitaba a responder a todo el mundo.
Fue Maria quien habló primero.
—Bueno, confirma de forma bastante desagradable que está disfrazándose de policía. En este caso, en concreto, de ti.
—Yo no voy de uniforme. Así que no puede llevar un uniforme de la Schutzpolizei.
—Parece que se ha hecho con una placa de la Kriminalpolizei o algún tipo de identificación… o las dos cosas —sugirió Werner.
—¿Qué me decís de la víctima? —dijo Fabel. Al mencionarla, recordó lo que el asesino había dicho en el mensaje: que había muerto pensando que él, Fabel, la había matado. Sintió una punzada de repugnancia en el pecho—. La describe como «una mujer de muchas palabras»…
—¿Una política? —se aventuró a decir Maria—. ¿Una actriz…, una escritora o una periodista?
—Es posible —dijo Susanne—, pero recordad que se trata de un psicópata que tiene una visión distorsionada del mundo. Puede que simplemente sea alguien que él cree que habla demasiado.
—Pero ¿qué hay de eso de que difama a los soldados, como dice él? Es como si fuera alguien que tiene un público —dijo Paul Lindemann.
—¿Qué hay del mensaje en sí? —preguntó Fabel—. Tenemos una dirección IP falsa, ¿no?
—La sección técnica lo está investigando —dijo Maria—. He sacado al jefe del departamento de la cama para que lo comprobara. No le ha hecho mucha gracia.
Werner se puso en pie de repente; la ira y la frustración ensombrecían su rostro. Fue hacia la ventana de cristales tintados que reflejaban la propia sala.
—Lo único que podemos hacer es esperar a que alguien encuentre el cadáver. No nos deja nada con lo que continuar.
—Tienes razón, Werner —dijo Fabel. Miró la hora—. Creo que deberíamos intentar recuperar horas de sueño. Os convoco de nuevo aquí, digamos, a las diez de la mañana.
Estaban todos levantándose cansinamente de la mesa cuando sonó el teléfono de la sala de reuniones. Anna Wolff era quien más cerca estaba, así que descolgó el auricular. El cansancio desapareció de repente de su cara. Levantó la mano que tenía libre para indicar a los demás que no salieran de la habitación.
—Era la sección técnica —dijo—. El proveedor nos ha dado una dirección IP auténtica. Pertenece a una tal Angelika Blüm. Y tenemos una dirección en Uhlenhorst.
—Dios mío —dijo Fabel—. Es la periodista que ha estado intentando localizarme.
—¿Una periodista? —preguntó Maria.
—Sí —dijo Fabel—, una mujer de muchas palabras.