Sábado, 14 de junio. 20:50 h

Uhlenhorst (Hamburgo)

A ngelika Blüm recogió el desorden que había sobre la mesa de café ancha y extendió un gran mapa detallado del centro y el este de Europa. Encima, puso las fotografías, recortes de periódico, los detalles de las empresas y los trozos de papel que había recortado, cada uno con un nombre escrito a mano: Klimenko, Kastner, Schreiber, Von Berg, Eitel (hijo), Eitel (padre). En el centro del mapa colocó el último nombre. Mientras que todos los demás estaban escritos en negro, este nombre estaba escrito en rojo y mayúsculas: Vitrenko.

Todo estaba ahí. Sin embargo, las conexiones que sostenían su teoría eran demasiado frágiles como para resistir la presión del examen de la jurisprudencia. Lo único que podía hacer era redactarlo todo, desenmascarar a los implicados y dejarlos en manos de investigadores con más recursos que ella. ¿Por qué no se había puesto en contacto con ella ese maldito policía? Sabía que Fabel estaba investigando el asesinato de Ursula y que lo que tenía que decirle arrojaría luz al caso. Angelika había leído lo del segundo asesinato: la chica cuya fotografía publicaron para intentar establecer su identidad. No reconoció a la mujer ni supo ver qué relación podía tener con Ursula o los otros elementos de su investigación. O este segundo asesinato era obra de un imitador, o había alguna conexión que escapaba al horizonte investigador de Angelika.

Apoyó los codos en las rodillas y meció la taza de café en las manos mientras examinaba los papeles esparcidos. Eran como los componentes de una máquina que esperan ser ensamblados, pero no sabía cómo funcionaba la máquina, cuál era su función primordial. Sin duda, si todos aquellos componentes pudieran juntarse, la historia sería brutal: un Stadsenator de Hamburgo, el Erste Bürgermeister, neonazis, una empresa líder en el sector de los medios de comunicación y, en el centro de todo, un comandante de las fuerzas especiales ucranianas sin rostro cuya sed de atrocidades le había labrado un nombre que los demás apenas osaban pronunciar: Vasyl Vitrenko.

Bebió un sorbo de café e intentó desconectar un momento de aquel rompecabezas. A veces había que mirar a otro lado para poder centrarse de nuevo y ver algo que había estado ahí delante todo el tiempo. El timbre de la puerta la sobresaltó. Suspiró, dejó el café encima del mapa extendido y fue hasta el telefonillo.

—¿Quién es?

—¿Frau Blüm? Soy el Kriminalhauptkommissar Fabel de la policía de Hamburgo. Ha estado intentando ponerse en contacto conmigo. ¿Puedo subir?

Angelika se miró el albornoz y las zapatillas de andar por casa que llevaba puestos, y juró entre dientes. Suspiró y presionó el botón para hablar por el telefonillo.

—Por supuesto, Herr Fabel. Suba. —Pulsó el botón para abrir y momentos después oyó los pasos resonando en el vestíbulo. Abrió la puerta, pero dejó puesta la cadenita. El hombre del vestíbulo levantó su placa de la Kriminalpolizei, y Angelika sonrió y quitó la cadenita.

—Discúlpeme, Herr Fabel, por favor. No esperaba a nadie. —Se hizo a un lado para dejarle pasar.