Viernes, 13 de junio. 15:45 h

Rotherbaum (Hamburgo)

Al menos, había tenido la cortesía de informar de sus intenciones a Kolski, de la Abteilung Organisierte Kriminalität. Fabel vio que la idea no le hacía mucha gracia; pero la información que le llegaba de la división de crimen organizado no era muy fluida precisamente, y se sentía con toda la libertad del mundo para llevar su investigación más allá de los límites de su departamento.

Fabel era consciente de que estaba mirando una propiedad de tres millones de euros. La casa de tres pisos que Mehmet Yilmaz tenía en Rotherbaum estaba, irónicamente, a sólo diez minutos del piso de Fabel. Su fachada Jugendstil modernista ofrecía una elegancia convincente a la calle flanqueada por árboles. Era una de las cinco casas que estaban en fila; cada una igual de inmensa en cuanto a tamaño, igual de sólida en cuanto a presencia, y totalmente distinta en cuanto a estilo: bauhaus descansaba al lado del art déco y del neogótico.

Fabel esperaba que le abriría la puerta un matón turco de bigote de escoba. No fue así: un ama de llaves joven y atractiva con el pelo rubio corto pero brillante le preguntó educadamente quién era y a quién quería ver, y condujo a Fabel por un vestíbulo de piedra pulida hasta una gran sala de recepción redonda. Era el centro de la casa; el techo de la habitación llegaba hasta arriba y estaba coronado por una cúpula cuya claraboya de cristal de colores circular veteaba el suelo de pinceladas de color. Desde algún rincón lejano de la casa, Fabel oyó que un piano dejaba de sonar y las risas de unos niños.

Había un par de pilas de libros encuadernados en piel sobre la enorme mesa de nogal redonda que ocupaba el centro de la sala de recepción. Fabel acababa de coger uno, una segunda edición de Las desventuras del joven Werther, de Goethe, cuando entró un hombre alto, delgado y bien afeitado de unos cincuenta años. Tenía el pelo medio castaño y canoso en las sienes.

—Hemos hablado por teléfono, Herr Kriminalhauptkommissar. ¿Quería usted hablar conmigo? —le preguntó Mehmet Yilmaz, con un alemán sin rastro alguno de acento turco.

Fabel se dio cuenta de que aún tenía el Goethe en la mano.

—Vaya, lo siento… —Dejó el libro en la mesa—. Está en un estado magnífico. ¿Es coleccionista?

—Pues la verdad es que sí —contestó Yilmaz—. De los románticos alemanes, del Sturm und Drang, esa clase de libros. Siempre que puedo, siempre que puedo permitírmelo, me gusta elegir primeras ediciones.

Fabel no sonrió; en este ambiente, resultaba difícil imaginar que a Yilmaz no le alcanzara para pagar algo. El turco se acercó a la mesa y cogió otro libro, un volumen más pequeño con las tapas color borgoña intenso.

—Theodor Storm, El jinete del caballo blanco; una primera edición y mi última adquisición. —Le entregó el libro a Fabel. La piel borgoña era suave y blanda, casi cálida. Era como si pudiera palparse su edad; como si las yemas de los dedos de Fabel rozaran todas las otras yemas que habían tocado el libro a lo largo del siglo pasado.

—Es precioso —dijo Fabel con absoluta sinceridad. Le devolvió el libro—. Siento molestarle en su casa, Herr Yilmaz, y le agradezco que me haya recibido avisándolo con tan poco tiempo. Pero he pensado que sería un poco menos formal… Me gustaría hacerle unas preguntas sobre un caso en el que estoy trabajando.

—Sí, eso es lo que me ha comentado por teléfono. ¿Está seguro de que no tendría que ser más formal? En concreto, ¿que mi abogado estuviera presente?

—Eso, por supuesto, depende de usted, Herr Yilmaz. Pero quiero dejarle claro que no he venido a hablar con usted porque lo considere sospechoso, sino simplemente porque quizá pueda proporcionarme información útil. Por cierto, Herr Yilmaz, antes de que sigamos, quería transmitirle mis condolencias por la muerte de su primo.

Yilmaz se acercó hacia una mesa de café y dos sillones de piel que había junto a la pared.

—Por favor, Herr Fabel, siéntese. —El ama de llaves rubia entró con una cafetera. Sirvió dos tazas y se marchó—. Gracias, Herr Fabel. No es habitual que un policía de Hamburgo me trate con tanta… educación. Es triste, pero Ersin siempre fue muy… impetuoso, diría yo. Bueno, haga sus preguntas, y haré lo posible por ayudarle. ¿De qué caso se trata? Por teléfono me ha dicho que quería hablarme de Hans Klugmann. Ya he hablado con sus colegas Herr Buchholz y Herr Kolski. Les dije que no tengo ni idea de dónde está.

Fabel comprendió que a Kolski le molestara esta visita a Yilmaz: ¿qué hacían ellos buscando a Klugmann?

—Sí. Pero no es el mismo caso. Yo investigo el asesinato de una joven prostituta a la que Klugmann alquilaba un piso. Sólo la conocemos por Monique.

Yilmaz bebió un sorbo de café sin dejar de mirar a Fabel. No mostró ningún tipo de reacción al oír el nombre. Ni un parpadeo. Nada.

—¿Trabajaba Monique para usted? —preguntó Fabel—. ¿Aunque fuera indirectamente, a través de Klugmann?

—No, Herr Fabel, no trabajaba para mí.

—Escuche, Herr Yilmaz, no me interesan en absoluto ni su negocio ni sus otras actividades. Lo único que intento es atrapar a un asesino en serie antes de que vuelva a matar. Todo lo que me diga es extraoficial.

—Se lo agradezco, Herr Fabel, y se lo reitero: esta chica no trabajaba para mí ni directa ni indirectamente. Me dedique a lo que me dedique, mi negocio no son las prostitutas callejeras baratas…

—¿Es posible que Klugmann le hiciera de chulo por su cuenta?

—Es posible. La verdad es que yo no lo habría sabido. Klugmann no es uno de mis hombres, aunque sus colegas de la división de crimen organizado del LKA7 insistan en que sí.

—Tiene que admitir que alguien con su historial laboral sería muy útil para su organización.

—Herr Hauptkommissar, hemos sido sinceros el uno con el otro hasta ahora. Con el mismo espíritu de franqueza, le diré algo, y como dice usted, extraoficialmente. Klugmann es alguien que vive al margen de la sociedad. Tiene razón, sus antecedentes especiales lo convierten en alguien muy útil, pero nadie de nuestro lado ha confiado nunca plenamente en él. Siempre hay dudas en torno a un expolicía. —Yilmaz bebió un sorbo de café—. Mi primo Ersin utilizaba a Klugmann como autónomo, pero eso es todo.

—Entonces, ¿cómo se gana la vida?

—Mi organización no es el único negocio de la ciudad, Herr Fabel. Además, trabajaba de forma regular como subdirector de uno de nuestros clubes, el Paradies-Tanzbar. Todo bastante legal. —Yilmaz esbozó una media sonrisa y bebió otro sorbo de café—. Bueno, casi.

—Creemos que en el piso de la chica había una cámara de vídeo escondida. Desapareció junto con las cintas. Usted dice que no tiene ningún negocio de prostitutas que hagan la calle. Bueno, yo no colocaría a esta chica en esa categoría. Era una puta de alto standing. ¿Qué me dice del chantaje? ¿Se dedica a ese negocio?

Sentado en el sillón de piel, la postura de Yilmaz se volvió más tensa.

—Me estoy empezando a cansar con todo esto, Herr Fabel. Ya le he dicho que no sabía de la existencia de esta chica, ni mucho menos de los planes que tuvieran ella y Klugmann. —Hizo una pausa, se recostó en el sillón y relajó su postura—. Mire, voy a explicarle algo. Llevo más de media vida viviendo en este país. Cuando llegué aquí, descubrí muy deprisa que sólo algunas puertas estaban abiertas a los Gastarbeiters turcos. La persona que me abrió una puerta fue Ersin, mi primo. Trabajé durante veinte años en su organización o vinculado a ella. Durante los últimos diez años he ido legalizando aquellas actividades que estaban bajo mi control. Ahora que Ersin ha muerto, yo controlo todo el negocio y lo estoy legalizando.

—Pero seamos sinceros, usted sigue siendo responsable de una parte enorme del negocio de las drogas de Hamburgo…

—Espero que no quiera sacarme una confesión —dijo Yilmaz con frialdad—. Sé que Buchholz me considera una especie de Al Capone turco, y admito con total libertad que he infringido y que continúo infringiendo la ley, pero soy un criminal más por casualidad que porque lo tuviera planeado. Aunque parezca mentira, soy un hombre de una gran moralidad, pero para mí la ley puede ser algo muy distinto a lo correcto y a la justicia. A veces creo que lo que más irrita al Hauptkommissar Buchholz es que un turco y delincuente, como él me ve, pueda conseguir de golpe lo que él lleva años intentando hacer: borrar del mapa la organización criminal Ulugbay. Admito que Ersin consideraría la posibilidad del chantaje, sobre todo si podía ejercer influencia en la víctima además de sacarle dinero. Pero yo no.

Yilmaz se puso en pie de repente y se dirigió hacia la chimenea de mármol ornamentado. Cogió un marco plateado con una fotografía y se lo llevó a Fabel. Era una foto de un chico sonriente, de unos catorce años. La suavidad infantil de su rostro ya estaba desapareciendo para revelar la misma mandíbula pronunciada que Yilmaz.

—¿Es su hijo?

—Sí. Johann. Un nombre alemán para un futuro alemán. Sólo habla un poco de turco y con un acento alemán muy fuerte. Su identidad tiene que estar en este país, Herr Fabel. Me estoy asegurando de que cuando se haga cargo del negocio familiar, éste sea un negocio limpio. Un negocio legal. Un negocio alemán.

Fabel le devolvió la fotografía.

—Le creo, Herr Yilmaz. Pero mientras tanto, sigue vendiendo drogas a los niños y luchando en guerras callejeras con los ucranianos.

El rostro de Yilmaz se tensó.

—No hay ninguna guerra con los ucranianos. Todo eso ha acabado.

—Pensaba que ellos eran los principales sospechosos del asesinato de su primo.

Algo parecido a una sonrisa irrumpió en el rostro de Yilmaz, pero sus ojos oscuros brillaron con frialdad y permanecieron clavados en Fabel.

—Herr Fabel, ¿quiere que le diga lo que pienso de usted?

Fabel se quedó un poco sorprendido, pero se encogió de hombros.

—De acuerdo. Adelante.

—Es usted policía. Un policía honesto y franco, creo yo. Es obvio que es un hombre inteligente, pero la forma que tiene de ver su función es simplista. De hecho, usted no la llamaría función, sino deber. Considera que su trabajo es proteger a los inocentes y atrapar a aquellos que les harían daño. A gente como yo. O a psicópatas u otras personas malas que rebasan la concepción simple del bien y del mal. Y para usted, la ley lo es todo. Es su escudo, el escudo con el que proteger a los demás.

—¿Y cree que es una visión equivocada?

—Yo he dicho simplista. Es un daltonismo moral. Para usted, las fuerzas de la ley son las fuerzas del bien, mientras que las personas como yo somos el mal. Algunos de sus compañeros, sin embargo, son más conscientes de las sombras que hay en medio. A veces ellos son las sombras que hay en medio.

—¿Está usted diciendo que hay agentes de policía implicados en la muerte de Ulugbay?

—Herr Fabel, lo que digo es que ahí fuera pasan un montón de cosas que alguien como usted está muy lejos de poder comprender. Y con el máximo respeto, creo que debería quedarse al margen. —Yilmaz se puso en pie—. Siento no poder ayudarle en su investigación.

Fabel dejó la taza de café en la mesa antigua.

—Herr Yilmaz, ahí fuera hay un monstruo. Está arrancando los pulmones a las mujeres, literalmente. Necesito toda la ayuda que pueda conseguir para detenerlo. Si hay algo que pueda decirme…

—Mentir a la policía es una habilidad que he ido afinando a lo largo de los años. Pero en este caso, le aseguro que le estoy diciendo la verdad. No sé nada de esta chica o de los planes que Klugmann tuviera con ella. —Yilmaz hizo una pausa, como si sopesara algo—. Haremos una cosa, pondré a alguna de mi gente a investigarlo. Quizá tengan acceso a fuentes que no hablarían con la policía. Y, por supuesto, nosotros podemos ser más… bueno, directos en nuestra forma de enfocar el tema. Le prometo que si descubrimos algo, se lo comunicaré.

Yilmaz acompañó a Fabel a la puerta. Al salir, Fabel se volvió hacia él.

—Lo que no entiendo es que si tantas ganas tiene de legalizar su negocio, ¿por qué no pone fin a sus actividades ilegales ya, en lugar de irse retirando paulatinamente?

Yilmaz se echó a reír.

—Pregunte a cualquier gestor de negocios: la diversificación tiene que estar financiada y apoyada por un negocio básico sólido. Una vez que la facturación de mis operaciones diversificadas (sobre todo de la rama constructora e inmobiliaria) haya igualado la del negocio básico, tendré la seguridad que necesito para legalizar totalmente mis actividades. —Cruzó el umbral de la puerta principal con Fabel, se dio la vuelta y contempló la casa.

—¿Le gusta mi casa, Herr Fabel?

—Sí. Es impresionante.

—Fue construida en los años veinte. El arquitecto que la diseñó fue responsable de varias fincas de Rotherbaum. Era el arquitecto alemán de mayor reputación y con una de las carreras más prósperas de Alemania. Un hombre rico, respetado y de éxito por derecho propio. —Yilmaz se volvió hacia Fabel—. También era judío. Murió en el campo de concentración de Dachau. Como le he dicho, Herr Fabel, yo hago una distinción entre lo que es legal y lo que es moral, y mi forma de entender el concepto de lo alemán tiene un límite. Si bien albergo esperanzas para mi hijo, sé que yo siempre seré un extranjero. Y por eso sigue habiendo un elemento «alternativo» en mis actividades empresariales. Adiós, Herr Fabel. Y suerte en su búsqueda.

Fabel llamó a la Mordkommission desde el coche. Había puesto a Maria tras la pista de ese tal John MacSwain que había mencionado Otto. No resultaría difícil encontrar un nombre tan particular como ése en Hamburgo, e irían más rápidos si se encargaba Maria que si esperaban a que Otto revisara sus papeles. Fabel habló con Werner, quien le comentó que tenían una dirección de John MacSwain en Harvestehude, pero que aún no disponían de más información sobre él.

—Tengo otra cosa extraña para ti, jefe —dijo Werner—. He recibido una llamada de un tal Hauptkommissar Sülberg de Cuxhaven. Quiere que lo llames urgentemente. Tiene un par de casos de violación múltiple en forma de ritual. Ha pensado que podrían estar relacionados con tu asesino en serie. Ah, y esa periodista, Angelika Blüm, ha intentado ponerse en contacto contigo de nuevo.

—De acuerdo, voy para allá. —Fabel cerró la tapa del móvil y se lo guardó en el bolsillo. Al encender el coche, vio a una chica guapa por el retrovisor exterior. Estaba subiéndose a un coche aparcado más abajo. Tenía el pelo corto, abundante y de un rubio iridiscente, e irradiaba una juventud ágil. No sabía exactamente de qué le sonaba.

La voz al otro lado del teléfono era cálida y modulada, y detrás del alemán estándar había un rastro de los mismos tonos Plattdeutsch con los que Fabel había crecido. No llevaban mucho rato hablando cuando Fabel se dio cuenta de que detrás del agradable tono provincial había una inteligencia perspicaz.

—Y usted cree que podría existir una relación entre estos ataques y los asesinatos que estoy investigando. ¿En qué se basa, Hauptkommissar Sülberg? —preguntó Fabel.

—Podría ser impreciso y decirle que es una corazonada. Pero hay una base para esta corazonada. Tengo a dos chicas en el Stadtkrankenhaus; una está ingresada, y la otra, en el depósito de cadáveres.

—¿Asesinada?

—No…, o al menos no de forma directa. Pero estoy tratando el caso como homicidio sin premeditación. Tanto a la chica muerta como a la que está ingresada en el hospital les administraron un hipnoalucinógeno sin que se dieran cuenta.

—¿La droga de las citas con violación?

—Es lo que indican los análisis. A las dos las ataron por las muñecas y los tobillos y sufrieron abusos siguiendo algún tipo de ritual. Leí los detalles de sus dos asesinatos en el dossier del Bundeskriminalamt y vi ciertos paralelismos. Anoche nuestra segunda víctima se quedaba en casa de una prima suya en Hamburgo. Conoció a un tipo en una discoteca de Sankt Pauli que le ofreció una botella de agua mineral, y cree que podía contener algún tipo de droga. Así que, según esto, la escena principal del delito se sitúa en su jurisdicción.

Fabel sonrió. Aquel poli pueblerino sabía hacer su trabajo.

—¿Qué le hace pensar que hay un componente de ritual en todo esto?

—Como sabe, estas drogas provocan una fuerte amnesia, pero entre laguna y laguna la víctima recuerda vagamente haber estado atada a una especie de altar. Dice también que cree que había una especie de estatua.

—Gracias por llamar, Herr Sülberg. Creo que merece la pena estudiarlo. Tengo a una psiquiatra forense trabajando conmigo en este caso, la doctora Eckhardt. ¿Le importa que venga conmigo?

Sülberg no puso ninguna objeción y concretaron una hora para verse al día siguiente.