Jueves, 5 de junio. 10:00 h

Stadtkrankenhaus (Cuxhaven)

A Max Sülberg el uniforme no le sentaba demasiado bien. De hecho, en sus veinticinco años de servicio en la policía de Niedersachsen, la mayoría de los cuales había pasado en la Polizeiinspektion de Cuxhaven, ningún uniforme le había sentado bien. Durante aquel tiempo, había pasado de ser un tipo delgaducho y desaliñado a ser barrigudo y desaliñado. Ahora, la camisa color mostaza de manga corta del uniforme le quedaba estrecha en la cintura y le hacía arrugas en el pecho y la espalda, y parecía que los pantalones del uniforme no habían pasado recientemente por la plancha. Era el tipo de policía desaliñado que normalmente tendría que rendirle cuentas al jefe, si no fuera porque las dos estrellas doradas de los distintivos verdes y blancos de los hombros indicaban que, de hecho, Max era el jefe.

Era un hombre bajito que se estaba quedando calvo, de rostro afable y bien curtido y que siempre tenía una sonrisa en los labios. Era un rostro familiar y de confianza para los que vivían en las tierras bajas y llanas comprendidas en el arco arenoso de la línea costera de Cuxhaven que iba de Berensch-Arensch a Altenbruch.

Ahora, la sonrisa de Max estaba ausente; la iluminación austera del depósito de cadáveres la había borrado de su rostro. A su lado estaba el doctor Franz Stern, un médico delgado y guapo de pelo negro y abundante que sobresalía inmaculadamente por encima del arrugado agente de la Schutzpolizei. Delante de ellos, sobre el acero frío de una camilla del depósito de cadáveres, descansaba el cuerpo aplastado de Petra Heyne, una estudiante de 19 años de Hemmoor. Max Sülberg llevaba mucho tiempo siendo policía, y eso significaba que, incluso en Cuxhaven, había visto casos de muerte y violencia más que suficientes. Sin embargo, mientras miraba el rostro sin vida de una chica que apenas era un año mayor que su propia hija, sintió el instinto irresistible de encontrar una almohada, algo, cualquier cosa, y ponérsela debajo de la cabeza. Y de decirle algo. Para consolarla. Meneó con fuerza la cabeza, incrédulo.

—Qué pérdida.

Stern suspiró.

—¿Qué demonios hacía caminando por la carretera, tan lejos de todo?

—Sólo puedo suponerlo. Tendremos que esperar a la autopsia, pero yo diría que iba drogada. El conductor del camión dice que parecía totalmente desorientada cuando apareció delante de él. Es evidente que no pudo hacer nada para esquivarla, pero le está costando mucho aceptarlo. Pobre hombre.

—¿Habéis avisado a los padres? —preguntó Stern.

—Están de camino. No llevaba bolso ni carné de identidad, pero sí una pulsera para emergencias médicas.

Sin pensar, Stern miró la muñeca de la chica. Una tontería, por supuesto, ya que la policía le había quitado la pulsera y la había guardado; pero algo le llamó la atención y frunció el ceño, sus cejas negras formaron una línea recta y le cubrieron los ojos. Se inclinó hacia delante.

—¿Qué? —preguntó Sülberg. Stern no respondió, pero dio la vuelta al antebrazo de la chica e inspeccionó la muñeca. Centró su atención en el tobillo derecho, y luego en el izquierdo antes de examinar en último lugar y con la misma intensidad la muñeca izquierda.

Sülberg soltó un suspiro de impaciencia.

—¿Qué pasa, Herr Doktor Stern?

Stern levantó la muñeca de la chica.

Sülberg se encogió de hombros.

—¿Qué se supone que debo mirar? No veo…

—Fíjese bien.

Sülberg cogió las gafas de leer del bolsillo de la camisa del uniforme y se las puso. Cuando se inclinó para examinar la muñeca de la chica, se le revolvió el estómago al percibir el olor a muerte reciente. Entonces lo vio. Tenía rozaduras en la piel, y la parte interior de la muñeca un poquito roja.

—Lo mismo en los tobillos… —dijo Stern.

—Mierda… —Sülberg se quitó las gafas—. La han atado.

—Ha estado atada toda la noche —dijo Stern—, pero no intentó soltarse. Yo diría que estuvo semiinconsciente o inconsciente mientras estuvo atada. Eso explicaría que estuviera desorientada y se pusiera justo delante del camión.

Por algún motivo, los músculos del rostro de Sülberg se tensaron y le dieron un aspecto más duro.

—No quiero esperar a los resultados de la autopsia, doctor Stern. Quiero que le haga un análisis de sangre.