Miércoles, 4 de junio. 19:40 h

Aussenalster (Hamburgo)

El sol del atardecer, que por fin había vencido a la lluvia, daba un brillo dorado al transbordador Rundfahrt de las 19:30. Fabel estaba en la cubierta, con los antebrazos apoyados en la barandilla. El transbordador no estaba especialmente lleno, y en la cubierta sólo había una pareja de ancianos, sentada en silencio en uno de los bancos. Simplemente tenían la vista clavada en el Aussenalster, sin hablar, sin tocarse, sin mirarse el uno al otro. A Fabel le pareció que lo único que les quedaba por compartir era la soledad, y reflexionó un momento sobre cómo, desde que se había divorciado, su soledad era absoluta. Indivisible y no compartida. Había estado con más de una mujer, pero con cada nueva pareja llegaba un dolor profundo que era algo parecido a la culpa, y nunca habían sido relaciones duraderas. En cada nueva aventura, Fabel buscaba algo sólido que significara alguna cosa para él, pero nunca lo había encontrado. Había crecido entre las comunidades luteranas muy unidas entre sí de la Frisia Oriental, donde la gente se casaba para toda la vida. Para bien y, muy a menudo, para mal. Jamás había pensado que no sería marido ni padre a tiempo completo, para siempre. Era una constante de su vida, un áncora de salvación, como ser policía. Luego, Renate, su esposa, había eliminado el matrimonio de su vida, y Fabel se sentía perdido desde hacía mucho, mucho tiempo. Y, ahora, cinco años después de su divorcio, cada vez que compartía cama con otra mujer era como si cometiera un pequeño adulterio; como si fuera infiel a un matrimonio que había muerto hacía muchos años.

El transbordador siguió navegando. Fabel había embarcado en el muelle de Fährdamm en el Alsterpark y ahora estaban saliendo de la extensión verde y dorada que parecía brillar bajo el sol del atardecer. Fabel acababa de mirar el reloj —las 19:40— cuando se dio cuenta de que a su lado había una figura apoyada en la barandilla. Se volvió para mirar a un turco alto, de unos treinta y cinco años, de rostro alargado y atractivo y pelo negro. El turco esbozó una gran sonrisa, y las líneas de expresión que ya tenía debajo de los ojos se acentuaron aún más.

—Hola, Herr Kriminalhauptkommissar. ¿Cómo va la lucha contra el crimen?

Fabel se rió.

—¿Qué quieres que te diga? Igual que tu negocio, siempre hay una clientela fija. ¿Cómo va el mundo del porno?

El turco se rió tan alto que la pareja de ancianos, todavía inexpresiva, miró en su dirección un momento antes de dirigir la mirada de nuevo al horizonte, simultáneamente y sin mediar palabra.

—Ya no me dedico a eso. La tecnología, ya sabes, el vídeo, el dvd y el cd-rom son ahora los que mandan. —Suspiró con una nostalgia exagerada—. Ya nadie quiere las viejas fotografías sucias de siempre. O sea, que me veo obligado a entrar en un negocio honrado.

—Por algún motivo no me parece que eso sea muy peligroso. —Fabel se quedó un momento callado—. Me alegra volver a verte, Mahmoot. Ahora en serio, ¿cómo va todo?

—Bien. He estado vendiendo las fotos de paparazzi a los tabloides. Acabo de cobrar un cheque de dos mil euros de Schau Mal! por una foto en la que se ve a uno de nuestros concejales más serios y entregados saliendo de un club de striptease.

—¿Schau Mal!? —Fabel parecía desconcertado. Mahmoot se rió.

—Sí, no les importa hacer tratos con un turco si pueden sacar algo que les haga vender ejemplares.

—¿Y puede ser que el concejal en cuestión fuera socialdemócrata? —preguntó Fabel.

—Bingo.

—No entiendo por qué tratas con ellos. Después de todo, sólo son un atajo de cabrones racistas.

Mahmoot se encogió de hombros.

—Escucha. Yo he nacido y me he criado en este país. Soy tan alemán como cualquiera. Pero como mis padres llegaron aquí como Gastarbeiters turcos, me he pasado la mayor parte de mi vida, de hecho hasta que el Gobierno de Schroeder subió al poder, sin derecho a tener ni pasaporte alemán ni la nacionalidad alemana. —La media sonrisa desapareció de su rostro—. He decidido que voy a coger cualquier cosa que pueda sacarle a este país.

Fabel miró hacia el agua. El transbordador había tocado el lado este del Alster en Uhlenhorst y ahora se dirigía hacia el sur.

—No puedo culparte, Mahmoot. Pero es que creo que tienes mucho talento. Algunas de esas fotografías que sacaste de familias inmigrantes eran magníficas… Odio ver cómo se desperdicia tanto talento.

—Escucha, Jan, estoy orgulloso de ese trabajo, pero nadie quiso comprarlo. Así que tomo fotos baratas para tabloides de mierda y, cuando eso se acabe, tendré que hacer fotos porno. Lo odio, ya lo sabes, pero tengo que ganarme la vida.

—Sí, ya lo sé.

—Bueno. —La sonrisa volvió al rostro de Mahmoot—. No me has llamado para verme y hablar de cómo me va. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Un par de cosas. Primero… —Fabel metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó una fotografía. Era la cara de la chica asesinada. La habían tomado en el depósito de cadáveres y le habían limpiado la sangre y peinado el pelo; la muerte y la iluminación estéril habían convertido su rostro en una máscara blanca inerte—. Me temo que es lo único que tenemos, aparte de una vieja fotografía borrosa de cuando era adolescente. ¿La reconoces?

Mahmoot negó con la cabeza.

—No.

—Mírala bien. Creo que era puta. Quizá trabajaba en el negocio del porno.

—Conmigo no, pero no está, bueno, no tiene el mejor de los aspectos en esta foto. Es difícil de decir. —Mahmoot le devolvió la fotografía.

—Quédatela —dijo Fabel—. Pregunta por ahí. Es importante.

—¿Cómo se llamaba?

—Ése es el problema, Mahmoot. Aparte de Monique, que creemos que sólo era el nombre que utilizaba para ejercer su profesión, no tiene nombre, ni una dirección fija ni siquiera una historia antes de la noche en que fue asesinada. Excepto una cosa: tenía una herida de bala en el muslo derecho. Creemos que se la hizo entre hace cinco y diez años. ¿Te dice algo?

—Lo siento, Jan… Pero deja que husmee un poco por ahí a ver qué puedo descubrir. ¿Cómo la mataron?

—Alguien decidió realizar una clase de anatomía con ella. La abrieron y le arrancaron los pulmones.

—¡Joder! —La estupefacción de Mahmoot era auténtica. Fabel no había entendido nunca cómo Mahmoot lograba conservar su inteligencia y humanidad, teniendo en cuenta a qué se dedicaba—. ¿Es el gran caso del que hablan los periódicos?

—Me temo que sí —dijo Fabel—. Este tipo es nuestra prioridad número uno. Tiene toda la pinta de tratarse de un asesino en serie. Tengo que atraparlo antes de que se le abra de nuevo el apetito.

—Haré lo que pueda. Pero ya sabes que tengo que tener cuidado. Mi círculo social no es precisamente famoso por su conciencia cívica. Si creen que trabajo para la poli, seré yo quien acabe en el depósito.

—Ya lo sé. Y quiero que tengas especial cuidado con este tema…

—¿Por qué?

—Hay muchas cosas en todo esto que no me gustan. De repente, el BND se ha puesto a husmear en el caso…, y el dueño del piso es un exagente del Mobiles Einsatz Kommando.

Mahmoot se sobresaltó.

—¿Hans Klugmann?

A Fabel le sorprendió que Mahmoot conociera el nombre.

—¿Lo conoces?

—Vagamente. Nuestros caminos se han cruzado alguna vez, por decirlo de alguna forma. —Mahmoot se irguió y dio un paso hacia atrás—. Oh, no… Espera un segundo… Klugmann trabaja para Ersin Ulugbay y Mehmet Yilmaz, ¿verdad?

—Eso creemos.

—Mira, Jan, te ayudo siempre que puedo. Después de todo, te lo debo. Pero esto es distinto. No voy a husmear en los asuntos de Ulugbay. No sólo es el padrino más importante de la mafia turca de Hamburgo, sino que está loco de atar, joder.

—Vale, vale, ¡tranquilo! —Fabel levantó las manos como si quisiera poner freno a la vehemencia de la negativa de Mahmoot—. No quiero que hagas nada arriesgado, tan sólo que estés atento. Que veas si puedes enterarte de algo sobre Klugmann. ¿Qué sabes de él, de todas formas?

—Sólo que la mitad del tiempo trabaja de matón para Ersin Ulugbay y la otra mitad hace de chulo por cuenta propia. Es un chulo de poca monta, pero es bastante chungo, por lo que dicen. Tiene novia: Sonja Brun. Es bailarina del Paradies-Tanzbar. Antes era puta, trabajaba para él, pero Klugmann la sacó de la calle. El amor antes que los negocios, al parecer.

—¿De qué la conoces?

—Del Elixir,… ya sabes, la revista de porno duro. Me contrataron para un par de sesiones hará unos seis meses. Sonja era una de las chicas. Es buena chavala. Se me revolvía el estómago cuando la veía hacer las cosas que tuve que fotografiar. Bueno, el caso es que Klugmann la pasó a recoger después de la sesión. No era un hombre alegre. Se enfadó un poco con Sonja al salir. Fue entonces cuando dejó la calle y dejó de dedicarse a la fotografía porno.

—¿Qué me dices del Paradies-Tanzbar?

—Básicamente, Klugmann es el matón del local. El Paradies es un negocio legal, no se llevan a cabo actividades dudosas. El dinero entra de la manera habitual: hombres de negocios gordos y borrachos de Frankfurt o Stuttgart que ven los espectáculos del escenario y que están demasiado mamados para darse cuenta de que les están cobrando treinta euros por una copa de vino barato. Pero en el local no se folla. Ulugbay compró el Paradies hará un año, a precio de ganga, al parecer. Luego puso a Hoffknecht para que lo dirigiera, lo que fue como colocar a un vegetariano al frente de una carnicería. Puedes tener por seguro que Hoffknecht deja a las chicas en paz. Al parecer, le van más los chicos de dieciocho años. Por lo que sé, el trabajo de Klugmann consiste en mantener a raya a los alborotadores, y si algún «cliente» monta un número porque los precios son desorbitados, él ayuda a explicarles la factura, tú ya me entiendes. —Mahmoot se quedó un momento callado, sacudió la cabeza con desaprobación y soltó una risa irónica. Luego, en su rostro apareció su sonrisa habitual—. De acuerdo… Husmearé un poco y hablaré con Sonja. Incluso tendré una charla con ese viejo marica de Hoffknecht. A ver qué descubro. Pero no te prometo nada.

Fabel sonrió.

—De acuerdo. Gracias, Mahmoot. Aquí tienes lo de siempre para cubrir gastos… —Fabel sacó un sobre abultado del bolsillo interior y se lo entregó a Mahmoot, quien se lo metió deprisa en el bolsillo de la chaqueta de piel.

—Hay una cosa más que deberías saber sobre la banda de Ulugbay si es que no la sabes ya…

—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?

—Están un poco presionados. Muy presionados, de hecho. Se habla de que hay una organización ucraniana nueva en la ciudad…

—Creía que de todas formas ya había una guerra de territorios entre turcos y ucranianos…

—Ahora ya no. Esta nueva organización ha asumido el control de todas las bandas ucranianas que hay. Las viejas aún existen y siguen teniendo a sus jefes de siempre, pero pagan «impuestos» a la nueva organización y no tienen permitido luchar entre ellas o con los turcos. El rumor es que han obligado a Yilmaz, el primo de Ulugbay, a llegar a un trato con la nueva organización. Se dice que está presionando mucho a Yilmaz para que acelere su plan de legitimar el negocio de Ulugbay…, para que se retire, por así decirlo, de su negocio ilegal. Al parecer, el propio Ulugbay está muy cabreado por todo este asunto.

—¿Y quién dirige esta nueva organización?

—Ése es el tema. Se supone que esta banda ucraniana nueva sólo tiene unos diez o doce hombres dirigidos por algún cabronazo.

Fabel miró hacia el agua, sopesando lo que acababa de contarle Mahmoot. ¿Por qué demonios Buchholz y Kolski no le habían comentado nada de aquello? Había que reconocer que no era un dato clave en su investigación, pero podría tener algo que ver. Se volvió hacia Mahmoot.

—Lo que no entiendo es que si esta banda nueva es tan pequeña, ¿por qué los otros ucranianos, o los turcos, no la han borrado del mapa?

—No has oído cómo hablan los ucranianos (o, mejor dicho, cómo no hablan) sobre estos tipos. A ver, conoces a Yari Varasouv, ¿verdad? —Fabel asintió: Varasouv era un matón ucraniano gigantesco, sospechoso de diversos asesinatos del hampa. Se decía que estaba especializado en matar a sus víctimas a golpes que propinaba sólo con sus manos enormes. La policía de Hamburgo nunca había podido reunir las pruebas suficientes para encerrarlo—. Pues incluso Varasouv susurra cuando habla de esta gente, joder. Al parecer, ha aceptado prejubilarse a instancias de sus nuevos jefes. Hazme caso, esta nueva organización le da un miedo que te cagas. Y los ucranianos son tipos durísimos; es casi como si les asustara algo más aparte de la amenaza de morir.

—Sigo sin comprender qué tienen de especial estos nuevos rostros.

—Corre el rumor de que son ex Spetznaz…

—¿Y qué? Sé que eso los convierte en gente sumamente peligrosa, pero la mitad de las mafias rusas, ucranianas y bálticas de Europa emplean a matones de las fuerzas especiales exsoviéticas…

Mahmoot negó con la cabeza con impaciencia.

—No, no. Estos tipos son distintos. Pertenecían a una unidad especial de la policía de campo. Del Ministerio del Interior soviético o alguna mierda así. Son veteranos de Afganistán y Chechenia. No sé lo que hicieron allí, pero yo digo que fuera lo que fuera, es lo que hace que todo el mundo esté cagado de miedo.

El altavoz anunció que el transbordador estaba entrando en el muelle de Sankt Georg. Mahmoot estrechó la mano de Fabel con un apretón cálido, asegurándose primero de que nadie era testigo de aquel acto de amistad entre él y un policía.

—Yo me bajo aquí. Averiguaré lo que pueda sobre esa chica y Klugmann. Cuídate, amigo.

—Tú también, Mahmoot.

Fabel se quedó mirando cómo Mahmoot desembarcaba. Cuando el transbordador volvió a ponerse en marcha, Fabel se fijó en una chica bonita de pelo rubio corto que acababa de bajarse del transbordador; el sol moribundo daba a sus cabellos una tonalidad dorada iridiscente. Notó una punzada al contemplar su radiante juventud. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el otro lado del transbordador, y no vio que la chica tomaba la misma dirección que Mahmoot, a unos veinte metros de distancia.