Miércoles, 4 de junio. 14:45 h
Polizeipräsidium (Hamburgo)
El LKA7 —la división de crimen organizado— está separado del resto del Polizeipräsidium de Hamburgo por unas puertas de seguridad robustas, que a su vez se controlan desde un mostrador de seguridad. Las cámaras de seguridad del circuito cerrado rastrean los pasillos que llevan al LKA7, y todo aquel que se acerca al departamento está vigilado por los agentes armados del mostrador de seguridad. Un entorno seguro dentro de un entorno seguro: una comisaría dentro de una comisaría.
La lucha contra el crimen organizado en Hamburgo se había convertido en un juego hermético y violento. Las mafias inmigrantes —en concreto, turcas, rusas, ucranianas y lituanas— se enfrentaban constantemente con las bandas autóctonas alemanas por el control de los dos mercados criminales más lucrativos: el sexo y las drogas. Incluso había un departamento especial, el LKA7.1, dedicado a la lucha contra los Ángeles del Infierno de Hamburgo, que se habían hecho con una parte del mercado del crimen organizado.
El LKA7, en consecuencia, también se había ganado la reputación de ser hermético. Era una guerra, y los agentes de la división habían adquirido una mentalidad más propia de soldados que de policías.
Fabel se acercó a la puerta de seguridad y tocó el timbre. Obedeciendo las órdenes de un altavoz situado encima de la puerta, se identificó y mostró su placa de policía a la cámara. Un potente zumbido eléctrico y un fuerte clic le confirmaron que había obtenido el permiso para entrar. Un agente uniformado mayor de constitución fuerte y con la cabeza rapada esperaba a Fabel en el mostrador de seguridad.
—En seguida vendrá alguien, señor. —El hombre del mostrador sonrió. Era evidente que le faltaba práctica—. Le acompañarán a ver al Hauptkommissar Buchholz.
Fabel acababa de sentarse en la pequeña área de recepción cuando otro hombre corpulento se le acercó. Llevaba el pelo rubio muy corto y se le marcaban los músculos debajo del tejido apretado del polo negro. Los hombros anchos estaban enmarcados por una pistolera de cuero oscuro que guardaba una enorme magnum automática no reglamentaria. Al acercarse, el hombre musculoso le sonrió, dejando al descubierto una hilera de dientes blancos perfectos. Fabel pensó: «¿Morderá?».
—Buenos días, Herr Kriminalhauptkommissar. Soy el Kriminalkommissar Lothar Kolski; trabajo con el Hauptkommissar Buchholz.
Fabel se puso en pie y se dio cuenta de que seguía teniendo que alzar la vista para mirar a Kolski mientras se daban la mano.
—Sígame, por favor, Herr Fabel; le acompañaré.
Kolski habló de temas banales mientras recorrían el pasillo. A Fabel aquella experiencia le pareció surrealista: caminar junto a una mole armada hasta los dientes que charlaba sobre el tiempo y lo mucho que deseaba tomarse las vacaciones que le debían. A Gran Canaria, seguramente.
El despacho de Buchholz estaba en una hilera uniforme de oficinas que flanqueaban el pasillo. Mientras los otros despachos tenían dos mesas de trabajo una frente a la otra y estaban ocupados sin duda por equipos de dos agentes, Buchholz tenía uno para él solo. Kolski sujetó la puerta para que Fabel entrara, y éste se sintió como un satélite insignificante que orbita alrededor de un planeta gigantesco al pasar al lado del cuerpo de Kolski para acceder a la sala. Detrás de una gran mesa con un ordenador estaba un hombre de unos cincuenta y cinco años. Se estaba quedando calvo y los cabellos negros que le quedaban eran cortos y ásperos, y a su vez se extendían hacia una barba de cuatro días que oscurecía la mitad inferior de su rostro de tipo duro. Parecía como si le hubieran roto la nariz en más de una ocasión. Fabel había oído que, de joven, Buchholz había sido boxeador, y vio que en la pared de detrás había unas fotografías enmarcadas: la misma cara pero más joven; una constitución más delgada pero igualmente fuerte. Cada fotografía mostraba al joven Buchholz en distintas etapas de su carrera de boxeador amateur y su nariz en distintas etapas de destrucción. Una fotografía mostraba a un Buchholz adolescente, vestido de boxeador, levantando un trofeo. El pie rezaba: «Campeón júnior de los pesos semipesados de Hamburgo-Harburg, 1964».
—Pase y siéntese, Herr Fabel. —Buchholz medio se levantó de su asiento y señaló una de las dos sillas que tenía enfrente. Fabel se sentó y se sorprendió al ver que Kolski ocupaba la otra silla.
—El Kriminalkommissar Kolski dirige el equipo Ulugbay —dijo Buchholz—; seguramente él podrá contarle más que yo.
—Puede que no tenga nada que ver con el caso, pero como parte de la investigación de este asesinato sería ideal poder coordinarnos con el LKA7. Evidentemente, sería con usted, Herr Kolski. Creemos que la víctima era prostituta y que posiblemente trabajaba para Ulugbay, mediante un hombre llamado Klugmann…, un exagente de la policía de Hamburgo.
Buchholz y Kolski se miraron con complicidad.
—Claro, sí —dijo Kolski—, conocemos bastante bien a Herr Klugmann. ¿Es sospechoso en su investigación?
—No. De momento, no. ¿Debería serlo?
—Usted cree que se enfrenta a un asesino en serie. ¿Un psicópata? —preguntó Buchholz.
—Sí… —Fabel abrió la carpeta y entregó una fotografía de la escena del crimen a Buchholz. Éste estudió la foto en silencio antes de pasársela a Kolski, quien soltó un silbido lento y largo mientras asimilaba la imagen—. Es obra de nuestro hombre —prosiguió Fabel—. ¿Hay alguna razón por la que debiéramos investigar más detenidamente a Klugmann?
Buchholz sacudió la cabeza con incredulidad y miró a Kolski, que encogió los hombros enormes para descartar esa posibilidad.
—No, conozco a Klugmann desde hace mucho tiempo. Es un policía que se volvió corrupto… y Ulugbay recurre a su fuerza alguna vez, pero no me imagino a Klugmann haciendo algo así. Es un matón, no un psicópata.
—Tengo entendido que antes de que lo echaran, Klugmann trabajó para el LKA7, en el Mobiles Einsatz Kommando destinado a su unidad de narcóticos…
—Así es…, por desgracia —respondió Buchholz—. Algunas operaciones salieron mal. Era como si los objetivos consiguieran información de alguien de dentro, pero no pensamos por nada del mundo que uno de los nuestros fuera la fuente. Luego, por supuesto, se supo que Klugmann estaba intercambiando información por drogas. Si no lo hubiéramos descubierto cuando lo hicimos, quién sabe el daño que podría haber ocasionado…
—¿Cómo lo pillaron?
—Registramos su taquilla —respondió Kolski. Cruzó los brazos y las gruesas fibras musculares tensaron el tejido de su camisa—. Encontramos una automática no registrada, un fajo de dinero y algo de cocaína…
—¿Qué dice? ¿Aquí en el Präsidium?
—Sí.
—¿Y no le pareció… un poco raro? ¿Oportuno, incluso?
—Pues sí, la verdad —dijo Buchholz—. Además, recibimos un chivatazo a través de una llamada anónima. Si no, no lo habríamos pillado nunca. Pero Klugmann confesó casi de inmediato que consumía drogas y declaró que pensaba que el Präsidium sería el escondite más seguro. Después de todo, ¿a quién se le ocurriría buscar drogas ilegales aquí dentro?
—Pero estamos hablando de una cantidad ridícula de droga, ¿verdad?
—Sí, unos pocos gramos. Pero los suficientes. —Buchholz se inclinó hacia delante—. Como dice usted, fue todo un poco demasiado fácil, pero tenemos una teoría al respecto.
—¿Sí?
—Ulugbay tiene bien cogido a Klugmann. Jamás pudimos demostrar que Klugmann hubiera estado pasando información sobre nuestras operaciones a los turcos. Si hubiéramos podido, Klugmann aún estaría entre rejas. Da la casualidad de que sólo pudimos acusarlo de posesión de una cantidad ridícula de droga y por tener un arma de fuego ilegal. Incluso logró quedarse con la pasta: no pudimos demostrar que era dinero sucio. Fue suficiente para echarlo del cuerpo, pero no suficiente para encerrarlo.
Kolski retomó el hilo.
—Pero Ulugbay podría proporcionarnos las pruebas que necesitamos cuando quisiera, y servirnos la cabeza de Klugmann en bandeja.
Fabel asintió en silencio.
—Así que Klugmann no tuvo más remedio que trabajar para Ulugbay…
—Exacto —dijo Buchholz.
—¿Cree que Ulugbay estaba detrás del chivatazo anónimo?
—Es posible, pero bastante improbable. Ahora Klugmann es muy valioso para Ulugbay, como fuente de información y matón altamente cualificado; pero era muchísimo más valioso cuando era agente de policía en activo de una unidad de operaciones especiales.
—Entonces, ¿quién delató a Klugmann? ¿Alguna idea?
—Quién sabe —dijo Buchholz—. Era una información muy valiosa, habríamos pagado muy bien al informador. Fue extraño que nos la dieran gratis y de forma anónima.
—¿Quizá fue alguien de la organización de Ulugbay que tenía sus propios planes?
—De nuevo es posible, y bastante improbable. Estos putos turcos son muy herméticos. Hacerse confidente no sólo va contra su código, sino que está castigado con la muerte (una muerte muy desagradable) y te arrancan la cara.
—Y aunque no te asuste lo que pueda pasarte —prosiguió Kolski—, siempre está la posibilidad de que lo paguen con tu familia… aquí en Alemania o en Turquía.
Fabel asintió pensativamente un instante; luego, dio unos golpecitos con el dedo en la fotografía de la escena del crimen.
—¿Podría entrar algo así en esta categoría? ¿Podría tratarse de una especie de castigo? Algún tipo de advertencia a modo de ritual, ya saben, una cosa de bandas…
Buchholz sonrió, un poco condescendientemente, pensó Fabel, y miró a Kolski.
—No, Herr Fabel, esto no es «una cosa de bandas». Creo que le irá mejor si se ciñe a la teoría del asesino en serie. Una vez dicho esto, no me gusta la idea de que Ulugbay pueda estar relacionado con este tema… —Buchholz se dirigió a Kolski—. Compruébalo, ¿de acuerdo, Lothar?
—Claro, jefe.
Buchholz se dirigió de nuevo a Fabel.
—Si Ulugbay hubiera querido matarla, la chica habría desaparecido y punto. Quizá no nos habríamos enterado nunca. Por otro lado, si hubiera querido dar ejemplo con ella porque lo hubiera engañado o delatado, la habrían encontrado con una bala en la cabeza. O en el peor de los casos, si realmente hubiera querido darle una buena lección, la habría torturado. De todas formas, hoy por hoy, Ulugbay intenta no llamar la atención…
—¿Sí?
—Ulugbay tiene un primo, se llama Mehmet Yilmaz —explicó Kolski—. Buena parte del éxito de Ulugbay se lo debe a los esfuerzos de Yilmaz. Éste ha estado legitimando gran parte de la actividad de Ulugbay, y creemos que es el cerebro de los elementos más rentables de la actividad criminal. A todos los efectos, Yilmaz es el jefe. Ulugbay puede llegar a ser un auténtico Arschloch. Es temperamental, impredecible e increíblemente violento. Las veces que hemos estado cerca de atrapar a ese cabrón ha sido porque se puso hecho una furia porque alguien insultó o amenazó a su organización. No piensa; explota y le da por matar a todo dios. Yilmaz, por otro lado, es nuestro verdadero objetivo. Intenta mantener a raya a Ulugbay, y nos dificulta conseguir pruebas decentes. Y aunque está intentando legitimizar sus negocios, es un hijo de puta. Cuando Yilmaz mata, lo planea como si fuera una operación militar; es frío, eficaz y no deja pruebas. Su seguridad es infranqueable. De todas formas, Yilmaz ha intentado pasar desapercibido y que la organización no llame la atención, para no comprometer su programa de legitimización.
—Entonces, ¿no cree que participarían en algo así?
—De ningún modo —respondió Buchholz—. Nunca ha sido su estilo, pero menos ahora. En cualquier caso, este tipo ya ha matado antes, ¿no?
—Sí. Una vez, que nosotros sepamos.
—¿Y la víctima anterior no está relacionada con la organización de Ulugbay?
—Que nosotros sepamos, no.
Buchholz se encogió de hombros y levantó las manos, las palmas hacia arriba. Al cabo de un rato, señaló distraídamente la carpeta que Fabel tenía en la mano.
—¿Tiene una copia del informe para nosotros?
Fabel le entregó la copia que había traído para Buchholz.
—Es para usted, Herr Hauptkommissar.
Buchholz se la entregó directamente a Kolski.
—Estaremos en contacto, Herr Fabel. Y, por supuesto, le agradeceríamos que nos lo notificara si decidiera investigar directamente a cualquier persona de la organización de Ulugbay.
—Por eso estoy aquí, Herr Hauptkommissar.
—Y se lo agradezco —dijo Buchholz—. Naturalmente, no podemos pedirle participar en su investigación, pero sí que podemos evitar pisarnos los unos a los otros.
—Espero que así sea y que podamos ayudarnos mutuamente, Herr Buchholz.