Miércoles, 4 de junio. 10:00 h

Polizeipräsidium (Hamburgo)

Fabel volvió a leerlo en voz alta, luego dejó la página en la mesa y fue hacia la ventana. La sala de información estaba en la tercera planta del Polizeipräsidium. El tráfico de la calle latía con el cambio de los semáforos: el ritmo tranquilizador de la vida de Hamburgo.

—¿Y el mensaje iba dirigido a ti personalmente? —preguntó Van Heiden.

—Sí, igual que el último. —Fabel bebió un poco de té. Estaba tan flojo que casi no sabía a nada: tal como les gusta a los frisones; tal como le gustaba a Fabel. Siguió de espaldas a los demás, mirando a través de la lluvia, más allá del Winterhuder Stadtpark, a donde la ciudad se elevaba hacia el cielo plomizo.

—¿No hay forma de rastrear el mensaje? —preguntó Van Heiden.

—Por desgracia no, Herr Kriminaldirektor —contestó Maria Klee—. Parece que nuestro amigo tiene un conocimiento muy sofisticado de la tecnología de la información. A menos que lo pillemos cuando esté conectado, no hay forma de localizarlo. Incluso en ese caso sería improbable.

—¿La sección técnica lo ha estudiado?

—Sí, señor —dijo Maria Klee. Fabel seguía sin volverse; continuaba centrado en el tráfico denso de la calle—. También tenemos a un experto independiente examinando el mensaje. No hay forma de rastrearlo.

—Es perfecto —dijo Fabel—. Una carta o una nota anónimas nos aportan pruebas físicas; podemos buscar el ADN, realizar análisis de la letra, identificar de dónde han salido el papel y la tinta…; pero un mensaje de correo electrónico tiene una presencia electrónica. Desde el punto de vista forense, no existe.

—Pero yo creía que era imposible enviar un mensaje de correo electrónico anónimo —dijo Van Heiden—. Debemos de tener una dirección IP.

A Fabel le sorprendieron los conocimientos que tenía Van Heiden de la tecnología de la información.

—Así es. Tenemos dos mensajes de correo electrónico distintos, cada uno con una dirección y una identidad de proveedor de acceso a internet distintas. Hemos rastreado las dos y hemos descubierto que nuestro hombre ha entrado en lo que debería ser una red de seguridad impenetrable y ha abierto cuentas falsas… Luego, ha enviado los mensajes desde estas cuentas.

Fabel se apartó de la ventana. Había seis personas sentadas a la mesa de cerezo. Los cuatro miembros principales del equipo de la Mordkommission de Fabel —Werner Meyer, Maria Klee, Anna Wolff y Paul Lindemann— estaban sentados juntos a un lado. En el otro, estaba una mujer atractiva de pelo oscuro y de unos treinta y cinco años, la doctora Susanne Eckhardt, la psicóloga criminal. Presidiendo la mesa estaba Horst Van Heiden, Leitender Kriminaldirektor de la policía de Hamburgo: el jefe de Fabel. Van Heiden se levantó de la silla; parecía que su destino genético era ser policía; incluso ahora, con su traje gris claro de Hugo Boss, lograba transmitir la impresión de que llevaba uniforme. Anduvo los pocos pasos que había hasta la pared de la sala de información, en la que grandes fotografías en color, tomadas desde distintos ángulos, mostraban el cuerpo despedazado de la joven. Sangre por todas partes. Huesos blancos asomaban relucientes entre la sangre y la carne. Dos mujeres distintas, dos escenarios distintos, pero el horror que presidía las imágenes era el mismo: los pulmones extraídos y colocados fuera del cuerpo. Los ojos de Van Heiden examinaron el horror, manteniendo el rostro impasible.

—Supongo que ya sabes quién me espera (nos espera) arriba, ¿no, Fabel?

—Sí, Herr Kriminaldirektor. Lo sé.

—Y ya sabes que me está haciendo la vida imposible para que acabemos con… con esto.

—Soy muy consciente de las presiones políticas que tiene, señor. Pero lo que a mí me preocupa es evitar que otra pobre mujer acabe siendo víctima de este animal.

Los pequeños ojos azules de Van Heiden brillaron con cierta frialdad.

—Mis prioridades, Herr Kriminalhauptkommissar, son exactamente las que deberían ser. —Volvió a mirar las imágenes—. Tengo una hija que tiene más o menos la edad de la segunda víctima. —Se volvió hacia Fabel—. Pero no me hace ninguna falta tener al Erste Bürgermeister de Hamburgo todo el día encima.

—Como le he dicho, señor, todos estamos intentando atrapar a este cabrón cuanto antes.

—Otra cosa. Todo eso de «extender las alas del águila» y «nuestra tierra sagrada»… No me gusta. Suena a algo político. El águila… ¿El águila alemana?

—Podría ser —dijo Fabel, mirando a Susanne Eckhardt.

—Podría ser… —confirmó ésta. Al hablar, en su voz se coló un acento del sur; de Múnich, le pareció a Fabel—. Pero el águila es una imagen psicológica potente en cualquier cultura, un símbolo de poder y depredación. El águila podría ser su metáfora: observa, vuela en círculos, sus presas no la ven, y se abalanza silenciosa sobre su objetivo. Es más probable que esté motivado por un impulso sexual profundamente sublimado y abstraído que por una ideología política extremista. Este hombre no es un fanático: es un psicótico. Es distinto…, aunque tengo que admitir que la religiosidad del mensaje de correo electrónico (la sensación de cruzada) y el método en forma de ritual de las muertes me preocupan.

—¿Estáis buscando a un neonazi loco, o no? —La voz de Van Heiden tenía un tono agresivo.

—Lo dudo. Lo dudo mucho. Las víctimas no tienen un origen étnico no alemán, no son el objetivo típico de los ataques neonazis. Pero no puedo excluir esa posibilidad. Creo que es más probable que se trate de una cruzada personal. —Susanne Eckhardt tenía la expresión de alguien que intenta recordar dónde ha dejado las llaves del coche.

—¿Qué pasa, Frau Doktor? —preguntó Fabel.

La doctora Eckhardt soltó una risita casi patética.

—No es nada… o al menos nada que resistiera un examen profesional riguroso o incluso objetivo…

—Por favor, compártalo con nosotros de todas formas —dijo Van Heiden.

—Bueno, tan sólo es que este mensaje de correo electrónico presenta al clásico psicótico socialmente disfuncional. Está todo ahí: sentimientos de desplazamiento y aislamiento social; una moralidad pervertida que tiene un objetivo; identificación con un símbolo elevado de depredación…

Fabel sintió que una corriente eléctrica recorría el vello de su nuca. Otra cosa que era demasiado correcta.

—No lo entiendo. —Estaba claro que Van Heiden no captaba el mensaje implícito—. Ha dicho que no había duda de que el mensaje era auténtico; que lo había escrito nuestro asesino.

—No…, bueno, sí… —Eckhardt se rió de nuevo, dejando ver unos dientes perfectos que relucían como la porcelana—. En realidad, no sé lo que estoy diciendo. Sólo que si yo tuviera que sentarme a escribir la misiva de un asesino en serie, habría incluido todos estos elementos.

—¿Está diciendo que el mensaje es falso? ¿O que es auténtico? —La voz de Van Heiden adoptó de nuevo un tono agresivo—. Estoy confuso…

—Seguramente es auténtico. Dos asesinatos, dos mensajes recibidos. Si se trata de un impostor o de alguien que confiesa crímenes compulsivamente, el don que tiene de la oportunidad es increíble. Sólo establezco una proposición. No… una observación. —Examinó la sala en busca de apoyo. Lo encontró: Fabel asentía pensativo con la cabeza.

Van Heiden no le hizo caso.

—Eso es… aventurarse… ¿Tenemos algo más, Fabel?

—Este asesinato me preocupa especialmente —dijo Fabel—. Hay varias anomalías. De hecho, hay varias cosas que no sabemos sobre la víctima.

—Como su identidad… —dijo Van Heiden. Fabel no captó si era un comentario sarcástico o no.

—Estamos trabajando en ello.

Van Heiden hojeó las páginas del informe.

—¿Qué hay del exagente este del Mobiles Einsatz Kommando que estaba relacionado con la víctima? No me gusta la idea de que un exagente de la policía de Hamburgo fuera el chulo de una prostituta. A los medios de comunicación les encantan estas cosas.

—Por desgracia, hemos tenido que soltarlo —dijo Fabel—. Pero lo estamos siguiendo. Lo vigilaremos las veinticuatro horas del día. Estoy convencido de que oculta pruebas, pero no puedo demostrarlo.

—¿Ha visto su hoja de servicios?

—Acaba de llegarme —dijo Fabel, que se sentó y apoyó los codos en la mesa. Exageró un poco la tranquilidad de su postura: sabía que aquella informalidad ponía nervioso a Van Heiden, y le divertía irritarlo—. Aún no he tenido tiempo de mirarla, pero parece ser que Klugmann era un agente estrella que prometía mucho, hasta que lo acusaron de posesión de drogas. Antes de ingresar en la policía de Hamburgo, era Fallschirmjäger…

—¿Paracaidista del ejército?

—Sí. La base perfecta para el Mobiles Einsatz Kommando. —Fabel soltó una risita—. Te dan la formación necesaria para hacer todo lo que se te ocurra con un arma.

Van Heiden se enojó.

—El MEK realiza una función muy valiosa. Y son agentes de policía igual que nosotros. ¿Cómo era la hoja de servicios de Klugmann?

—Por lo que he podido ver, casi ejemplar…

—Un buen hombre que se vuelve corrupto…

—O un matón altamente profesional que cambia de bando… Todo depende de cómo se mire, señor.

Esta vez Van Heiden no picó.

—¿Cree que nos oculta algo?

—No me creo en absoluto que no sepa el nombre completo de la víctima. Pero su coartada es sólida. Tenemos que confirmar la hora exacta de la muerte, pero es casi seguro que Klugmann quedará fuera de la lista de sospechosos.

—¿Y por qué le ponemos vigilancia? ¿No podríamos emplear mejor nuestros recursos en otra cosa?

Fabel vio que los miembros de su equipo intercambiaban miradas de incredulidad.

—Señor, porque tenemos un cuerpo sin nombre hallado en circunstancias extrañísimas, y me parece que Klugmann es la mejor baza que tenemos para establecer su identidad. Como he dicho, creo que oculta algo. Por lo que sabemos, ese algo podría ser la identidad del asesino. Podría ser que ese tal Hijo de Sven fuera uno de los clientes de la chica.

Fabel advirtió la mirada de la doctora Eckhardt, pero no le hizo caso: ella sabía que Fabel estaba levantando una cortina de humo. Era evidente que se trataba de un ardid para sacarse a Van Heiden de encima. Funcionó.

—De acuerdo —dijo Van Heiden—. Pero me interesa más la identidad de nuestro asesino que la de la víctima. ¿Qué más tenemos?

—Aún estamos haciendo averiguaciones sobre la otra víctima. —Maria Klee sacó algunas notas de una carpeta—. Por los datos que tenemos, no existe conexión alguna entre las dos. Una prostituta y una abogada muy prometedora. Da la impresión de que elige a sus víctimas al azar.

—Puede que a nosotros nos parezca que las elige al azar —dijo la doctora Eckhardt—, pero para el asesino existe una conexión que nosotros aún no podemos ver. Recuerden que nos enfrentamos a un individuo profundamente trastornado: su lógica no es la misma que la nuestra. Podría haber una similitud en cuanto a estatura, forma de caminar, de la nariz… Por muy abstracto que parezca, hay rasgos comunes que el asesino ve… De hecho, quizá sólo los vea el asesino.

Hubo una pausa antes de que Werner interviniera.

—¿Y eso qué significa?

—Eso significa que cualquier mujer de Hamburgo, tenga la edad que tenga, sea de la clase social que sea, es un objetivo potencial.

Van Heiden se rascó el cabello gris.

—¿Y por ahora sólo tenemos una conexión potencial con el asesino, ese tal Klugmann, que puede que lo conociera o no si era cliente de esta última víctima?

—Hay otra conexión potencial. —La doctora Eckhardt no levantó la vista de la mesa. Tenía los brazos sobre la mesa a cada lado de las carpetas. Todo el mundo centró su atención en ella—. Y esa conexión es el Kriminalhauptkommissar Fabel… Del mismo modo que el asesino sigue un criterio abstracto a la hora de elegir a sus víctimas, ha elegido a Herr Fabel como su, bueno, su álter ego, su adversario en este juego, por así decirlo. A sus ojos, Herr Fabel es un digno adversario. Lo ha elegido como su némesis. De hecho, el Hauptkommissar Fabel se ha convertido en un elemento esencial de su fantasía, de su plan. Ha dejado claro que tiene intención de diseñar la conclusión de esta caza… —miró a Fabel—, quizá incluso provocando que usted lo mate. Dice: «podrá detenerme, pero nunca me atrapará»; es una promesa de algo.

—¿Que tendré que matarlo para detenerlo?

—Quizá. Es evidente que cree que la parte psicótica de su personalidad está a salvo de usted. Quizá tiene la fantasía de que es inmortal y que usted no puede cambiar eso, ni siquiera matándolo. Es como si hubiera una especie de barrera entre los dos.

—Soy policía, no verdugo. —Fabel se quedó callado, con el ceño fruncido—. Pero ¿por qué me ha elegido a mí?

—Eso no lo sé. Vuelvo a repetir que quizá sólo el Hijo de Sven sepa la razón de haberlo elegido; pero…

—Pero ¿qué? —preguntó Van Heiden.

La doctora Eckhardt continuó dirigiéndose directamente a Fabel.

—Bueno, siente que hay una conexión entre ustedes. Existe la posibilidad de que sus caminos se hayan cruzado en el pasado. O quizá se trate de alguien que haya conocido ahora.

—Pero eso no es seguro… —Fabel pronunció aquella afirmación más bien como una pregunta.

—No, no es seguro. Tan sólo es una posibilidad. Esta sensación de que están conectados puede basarse simplemente en lo que ha leído sobre usted, por ejemplo… sobre usted o sobre alguno de sus casos, y que lo haya elegido basándose en eso.

—Pero ¿podría tratarse de alguien cuyo camino se haya cruzado con el mío en el pasado, quizá de un modo significativo?

—Creo que es una posibilidad…, nada más.

Fabel se volvió hacia Van Heiden con una mirada cargada de significado. Van Heiden negó con la cabeza.

—No empieces con esa vieja historia, Fabel…

Fabel se encogió de hombros.

—Ya lo sé. Es sólo que es inevitable pensar que encajaría: Svensson burlándose de mí con toda esa mierda del Hijo de Sven, diciéndome que está vivo y que todo esto es obra suya.

Van Heiden negó con la cabeza.

—Déjalo, Fabel. Svensson está muerto. Lleva casi veinte años muerto.

—¿Quién es Svensson? —preguntó la doctora Eckhardt.

—Es historia —respondió Van Heiden—. Historia antigua, y no tiene nada que ver con este caso. Es alguien que murió hace mucho.

—Que presuntamente murió hace mucho —le corrigió Fabel—. En teoría, murió quemado. Pero no se hallaron pruebas suficientes que demostraran que era él. Se llamaba Hendrik Svensson y era un cabrón manipulador y perverso que dirigía una célula de chicas terroristas. Era un antiguo miembro de la Rote Armee-Fraktion —Fracción del Ejército Rojo— de Baader-Meinhof que montó su propio grupo. En aquellos tiempos había muchos grupos escindidos que no compartían la filosofía de la Baader-Meinhof de pasar completamente a la clandestinidad. Estaban el Movimiento 2 de junio y el SPK, que precedieron a la Rote Armee-Fraktion, y estaban las Revolutionäre Zellen —las células revolucionarias—, que combinaban terroristas activos clandestinos con «legales» que trabajaban a plena luz del día. Luego estaba el Rote Zora, que era exclusivamente femenino. Svensson se inspiró en todos ellos. Llamó a su unidad RAG: Radikale Aktionsgruppe. La mayoría de las chicas que dirigía no habían cumplido los veinte años. Las mandaba a colocar bombas en el Alsterarkaden y a atracar bancos.

—Fabel y yo ya hemos hablado de esto. —Van Heiden se volvió hacia la doctora Eckhardt—. Como la identificación del cuerpo no fue concluyente, Fabel sospecha que, quizá, de algún modo, Svensson ha vuelto de entre los muertos para llevar a cabo estos asesinatos.

—¿Eso es lo que cree? —le preguntó la doctora a Fabel.

—No, no necesariamente. En realidad, no. Tan sólo creo que no deberíamos descartar ninguna posibilidad…

—Lo siento —dijo la doctora Eckhardt—. Pero no lo entiendo: ¿por qué se le ocurre considerar a esta persona sospechoso potencial? No veo la conexión entre un terrorista muerto y estos asesinatos en serie…

—Admito que es altamente improbable. Y acepto lo que dice Herr Kriminaldirektor Van Heiden: probablemente fue Svensson quien murió en la explosión. Pero ha sido este elemento del Hijo de Sven lo que ha hecho que empiece a hacerme preguntas…, así como las referencias continuas a las águilas. El nombre en clave de Svensson era Águila. Además, también está la extraña relación que tenía con las mujeres.

—¿Extraña en qué sentido?

—Parecía que necesitaba dominarlas completamente. Se dice que intimaba físicamente con todas las chicas de su grupo. Los periódicos las apodaron «el harén de Svensson».

—¿Y qué relación tiene Svensson con usted?

—En 1983 intentaron atracar el principal Commerzbank, en Paul-Nevermann-Platz. Había tres mujeres, que eran miembros del grupo escindido de Svensson. Al salir, tropezaron con dos agentes de la Schutzpolizei que hacían su ronda a pie. Se produjo un tiroteo… Dos de las chicas terroristas y un agente murieron, y el otro resultó gravemente herido. Yo llegué al lugar cuando la terrorista superviviente huía. La perseguí hasta el muelle, le grité que soltara el arma, pero se volvió y disparó. Me dio en el costado y yo respondí: dos tiros, en la cara y en la cabeza. Murió en el acto. Se llamaba Gisela Frohm. Tenía diecisiete años. Era una cría.

—Comprendo. —La doctora Eckhardt se quitó las gafas y pareció evaluar a Fabel durante unos momentos—. Entiendo que establezca una relación, pero tengo que decir que aunque ese tal Svensson hubiera sobrevivido, no sería un sospechoso natural en estos asesinatos.

—¿Por qué no?

—Pues porque no encaja en el perfil: por edad, psicología, y todo lo demás. —La doctora Eckhardt se echó para atrás un mechón de pelo negro que había caído sobre su frente ancha. Volvió a ponerse las gafas antes de leer un papel de su carpeta—. Tenemos dos indicadores a partir de los cuales podemos construir un perfil de nuestro asesino: las pruebas físicas halladas en las escenas de los crímenes y el contenido de los mensajes de correo electrónico. El perfil amplio que tenemos en estos momentos nos dice que se trata de un hombre, de entre veinte y cuarenta años, pero lo más probable es que tenga menos de treinta. Es evidente que es inteligente, pero quizá no tanto como él cree. En cuanto a nivel de estudios, como mínimo se sacó el Abitur. Puede que esté licenciado y que tenga un trabajo con una responsabilidad razonable, aunque él creerá que está por debajo de sus posibilidades. O puede que, por algún motivo, no haya podido completar lo que él considera todo su potencial académico y tenga un trabajo técnico de categoría inferior.

»Como ya ha señalado Frau Klee, parece que tiene conocimientos avanzados de informática. Es probable, aunque no seguro, que viva solo. La referencia que hace en el mensaje al aislamiento y la marginación sociales concuerda con el perfil típico. Es un solitario; alguien con poca autoestima. Cree que su inteligencia está infravalorada y que el mundo que lo rodea subestima su potencial…, un mundo al que ahora le ha declarado la guerra. También puede ser que durante su infancia o adolescencia tuviera lugar un episodio —o una serie de episodios— en el que una mujer lo humillara o dominara. Otra posibilidad es que ocurriera algo y culpara a su madre por ser incapaz de protegerlo de un padre dominante o maltratador. Fuera lo que fuera, pudo coincidir con la pubertad, cuando las fantasías masturbatorias pueden girar en torno a sentimientos violentos de venganza hacia las mujeres. En este caso, el odio y el miedo que siente por las mujeres se han convertido en un vínculo indisoluble de su excitación sexual. Puede que tenga algún tipo de disfunción sexual y sea impotente, excepto cuando llega a la excitación y al orgasmo como consecuencia de ejercer la violencia extrema contra las mujeres.

—Pero no hemos hallado semen en las escenas de los crímenes, ni siquiera señales de penetración —comentó Fabel. La hermosa Frau Doktor le devolvió la mirada ladeando la cabeza y mirándolo por encima de las gafas.

—No. Pero eso no significa que no haya llevado a cabo un acto sexual. Puede que se pusiera un preservativo para no dejar rastros de ADN. Seguramente, lo que esta persona hace para obtener la satisfacción sexual está tan lejos de lo que es una función sexual normal que es imposible reconocerlo. Y como ya he dicho, puede que sea impotente. El crimen es de naturaleza sexual, pero puede que ni el propio autor vea o reconozca la motivación sexual del mismo. Y un elemento importante que se desprende del mensaje de correo electrónico, y de la naturaleza ritual de los asesinatos, es la religiosidad de este acto. Es una especie de ceremonia que lleva a cabo por razones más abstractas que por una mera satisfacción sexual inmediata.

Maria Klee intervino.

—¿Podría tratarse de más de una persona? Por lo que dice, es como si fuera casi un ritual. Si no es un tema político, ¿podríamos estar enfrentándonos a una especie de culto?

Werner Meyer soltó una risa llena de sarcasmo. Las dos mujeres lo obviaron. Fabel le dirigió una mirada de advertencia.

—Es posible, pero improbable —contestó Susanne Eckhardt—. Si fueran acciones realizadas por más de una persona, el perfil de nuestro autor principal, de la persona que comete los asesinatos, seguiría siendo el mismo. Cualquier otro participante sería un manipulador…, alguien cuyo papel llenaría el vacío dejado por el progenitor indiferente o maltratador. En estos casos (como en el de Leonard Lake y Charles Ng en Estados Unidos en los ochenta), un miembro de la pareja no tiene autoestima, mientras que el otro es patológicamente egoísta. Pero en este caso, creo que es mucho más probable que se trate de una cruzada en solitario. Lo ha explicado al detalle en su segundo mensaje. Es un lobo solitario. Y eso, por supuesto, es mucho más habitual que los asesinatos en serie en equipo. —La doctora Eckhardt hizo una pausa y se quitó las gafas—. Esta persona está compensando su falta de autoestima con estos actos. Por eso creo que es altamente improbable que el terrorista de Herr Fabel encaje en el perfil: no concuerda la edad, no concuerdan las motivaciones, no concuerda la psicología…, no concuerdan las ideas políticas.

Van Heiden reaccionó como si hubiera recibido una suave descarga eléctrica.

—¿Qué quiere decir con que «no concuerdan las ideas políticas»?

—Bueno, el perfil psicológico básico que he trazado, culpar a la sociedad de los fracasos personales, creer que se subestima el potencial personal en un mundo injusto…; casi todo, de hecho, excluyendo el trauma psicosexual, encaja también con el típico neonazi.

—¿No había dicho que este caso no tenía motivaciones políticas?

—Sí. Es lo que creo. Las motivaciones de este hombre seguramente son psicosexuales, pero como el resto de la gente, tiene sus opiniones políticas. En su caso, estas opiniones políticas pueden o no haberse tergiversado de forma grotesca desde su perspectiva psicótica y puede incluso que sean una especie de justificación, una excusa, para tales actos. Al menos en parte. Lo que quiero decir es que un terrorista de izquierdas como Svensson no tendría el mismo perfil.

Fabel asintió despacio con la cabeza.

—Acepto lo que dice, pero ¿qué pasa si resulta que el centro de todo esto soy yo? ¿Qué pasa si resulta que me está haciendo participar en, bueno, en alguna especie de desafío? Yo maté a una de sus mujeres, así que él mata a mujeres a las que yo, como policía, se supone que debo proteger.

Susanne Eckhardt se rió.

—Ahora nos hemos intercambiado los papeles, y tengo que decirle que eso es psicología barata. —Dejó las gafas sobre la mesa, irguió los hombros y echó la cabeza hacia atrás, clavando los ojos oscuros en Fabel. Éste se sintió incómodo bajo su mirada implacable y temió que se le notara la atracción que sentía por ella—. Pero si va a jugar a los psicólogos —prosiguió sonriendo—, deje que yo juegue a los policías. Usted mismo reconoce que estamos hablando de alguien que seguramente está muerto…

—Sí.

—Y en su último mensaje se ha descrito como alguien que «ha pasado toda la vida en los márgenes de las fotografías de los demás». No es que encaje precisamente con un terrorista con un harén de jovencitas acólitas que sale en las noticias…

Van Heiden se rió.

—Doctora Eckhardt, quizá debería darle el puesto de Herr Fabel… —Se volvió hacia Fabel mientras la sonrisa desaparecía—. Bien, Fabel, centrémonos en los sospechosos que están vivos.

Fabel seguía mirando a la doctora Eckhardt. Ella seguía sonriendo y le sostuvo la mirada; había intensidad en sus ojos.

—Bueno, como he dicho, sólo lo consideraba una posibilidad remota.

La doctora Eckhardt volvió a ponerse las gafas y examinó el informe.

—Otra cosa que deberíamos investigar son violaciones o intentos de violación previos que hayan quedado sin resolver. Puede ser que nuestro asesino haya cometido ataques sexuales en el pasado como preludio a la acción principal.

—¿Hemos investigado ataques recientes como los que ha descrito la doctora Eckhardt? —preguntó Van Heiden. Werner miró a Fabel; su expresión decía: «¿Por qué no se nos ha ocurrido?». Otra mirada de advertencia.

—Sí, Herr Kriminaldirektor —contestó Fabel—. Hemos interrogado a todos los delincuentes sexuales que encajan con el perfil. Nada; aunque hubo diversos ataques a mujeres en el área de Harburg y Altona el año pasado que quedaron sin resolver. Estamos interrogando de nuevo a las víctimas, por si acaso.

—Muy bien, Kriminalhauptkommissar Fabel —dijo Van Heiden—, manténgame informado. Mientras tanto, tenemos una cita. —Miró la hora—. ¿Nos vemos arriba dentro de diez minutos?

—De acuerdo.

Fabel se acercó a la pared que estaba cubierta con las fotos de las víctimas tomadas en las escenas de los crímenes. El flash confería a las imágenes una intensidad artificial: colores nauseabundos que estallaban en el papel brillante. Parecían irreales, goyescas. Sin embargo, eran reales: hacía cuatro largos meses, un día frío y ventoso, Werner y Fabel fueron a Lüneburg Heath, con los cuellos de los abrigos subidos para protegerse de un viento cortante nacido en Siberia que había recorrido la llana planicie báltica sin hallar ningún obstáculo. Era como un paisaje lunar; el resplandor severo de las lámparas de arco portátiles iluminaba la noche; el aire frío chisporroteaba con el parloteo sibilante de las radios de la policía. Se quedaron mirando el cuerpo mutilado de la primera víctima, Ursula Kastner, una abogada de veintinueve años que había salido de su despacho y había entrado directamente en el infierno. Yacía delante de ellos en el brezal con un vacío negro en mitad del pecho. Al día siguiente, había llegado el primer mensaje de correo electrónico para Fabel.

Se percató de la presencia de Maria Klee a su lado.

—¿Por qué lo hacen? —Fabel habló tanto para sí mismo como para ella. Pasó la vista por las imágenes.

—¿Por qué hacen el qué?

—¿Por qué acceden? Parece que la primera víctima quedó con el asesino. Encontramos su coche aparcado y cerrado en un área de descanso de la autobahn, y no había señales de forcejeo o de rapto con violencia. Y esta segunda víctima… es como si hubiera invitado a entrar al asesino; o éste tuviera llave. No hay señal de que forzaran la entrada, o de un forcejeo en la puerta o cerca de ella. Supongo, en cierto modo, que uno puede entender que una prostituta sea, bueno, acogedora. Pero Ursula Kastner era una joven inteligente que se preocupaba por su seguridad. ¿Por qué ambas accedieron a ver a un completo desconocido?

—Si es que era un desconocido —dijo Maria.

—Si sigue el perfil típico del asesino en serie, como sabes, no elige a víctimas que ya lo conozcan… —Susanne Eckhardt se unió a Fabel y Maria.

—Entonces, ¿por qué Kastner se fue con él y Monique lo dejó entrar? —Fabel repitió su pregunta. Maria se encogió de hombros.

—Quizá tenía algo que invitaba a confiar en él. —Susanne hizo una pausa, como si sopesara sus propias palabras—. ¿Recordáis el caso de Albert DeSalvo?

Maria y Fabel se miraron sin comprender.

—Albert DeSalvo. El estrangulador de Boston. Asesinó a doce mujeres en Boston a principios de los sesenta…

—¿Qué pasa con él? —La confusión de Fabel era auténtica.

—La policía de Boston se hizo exactamente la misma pregunta: «¿Por qué las víctimas lo dejaban entrar en su casa?».

—¿Por qué?

—DeSalvo era fontanero de profesión. Llamaba a la puerta y decía que el administrador del edificio le había pedido que se pasara. Si la víctima sospechaba o protestaba, DeSalvo simplemente decía «vale» y se marchaba como si no le importara. Como las víctimas no querían buscarse problemas con los caseros, como DeSalvo obviamente llevaba las herramientas auténticas de su profesión con él, y como no insistía, volvían a llamarlo y abrían la puerta.

—¿Qué quieres decir, entonces? —preguntó Maria—. ¿Que deberíamos buscar a un fontanero?

Susanne suspiró con impaciencia.

—No. No necesariamente. Pero es posible que se haga pasar por algo similar. Por alguien que invite a confiar en él, aunque para la víctima sea un desconocido.

Maria se golpeteó los dientes con el bolígrafo.

—Sabemos que este tipo tiene, como él mismo ha admitido, un aspecto anónimo. Quizá, antes de asesinar, disfrute vistiéndose como alguien que tiene autoridad…

—Vaya, Herr Fabel —Susanne Eckhardt dejó ver sus dientes perfectos con una gran sonrisa—, la psicología amateur de Maria es mucho mejor que la suya.

Fabel paseó la mirada por las imágenes de la pared.

—Supongamos que adorna su ritual vistiéndose como una figura que tiene autoridad. ¿Qué profesión proporciona autoridad sobre las víctimas además de ganarse su confianza absoluta?

Maria Klee se quedó mirando a Fabel un momento. Cuando habló, lo hizo casi en un susurro.

—Mierda.

—¿Informo yo al Kriminaldirektor o lo haces tú?

Antes de subir al despacho de Van Heiden, Fabel hizo una llamada al LKA7, la división especial del Landeskriminalamt dedicada a la lucha contra el crimen organizado. Pidió una cita para ver al Hauptkommissar Buchholz, quien estaba al frente del equipo que investigaba a la organización Ulugbay. Había algo en el tono de Buchholz que hizo que Fabel tuviera la sensación de que esperaba su llamada, pero que no la recibía de buen grado. Buchholz accedió a ver a Fabel a las dos y media de la tarde. Después de llamar a la división, Fabel sacó la carpeta azul de Klugmann, la que contenía su hoja de servicios en la policía de Hamburgo. Ahí estaba, tal como había esperado: Klugmann había trabajado seis meses —de hecho, los seis meses inmediatamente anteriores a su salida del cuerpo— a las órdenes directas de Buchholz como miembro de uno de los Mobile Einsatz Kommandos.

Fabel justo había acabado de recoger sus papeles para dirigirse al despacho de Van Heiden cuando Werner asomó la cabeza ovalada y calva por la puerta del despacho.

—Jan, el profesor Dorn ha dejado otro mensaje. Pide de nuevo si puede verte.

—¿Tienes su número? —Fabel no levantó la vista y siguió recogiendo sus carpetas.

—Sí. Dice que puede ayudarnos con este caso. Se muestra muy insistente, Jan.

Fabel no levantó la vista.

—Vale. Concierta la cita.

Werner asintió con la cabeza y desapareció. Fabel se colocó las carpetas debajo del brazo y salió del despacho para dirigirse al ascensor. Mientras lo hacía, notó que el estómago se le revolvía de un modo desagradable al recordar la cara de su viejo tutor. La vio con bastante nitidez. Luego, intentó recordar otra cara, una cara que también asociaba con el apellido Dorn, pero no pudo.

El despacho de Van Heiden estaba en la cuarta planta del Polizeipräsidium de la policía de Hamburgo. Al salir del ascensor, Fabel se encontró de inmediato con una joven recepcionista atractiva y sonriente de paisano. Llevaba el pelo rubio claro peinado hacia atrás en una coleta y vestía una sobria blusa blanca y un traje de chaqueta y pantalón negro. Fabel podría haber entrado en un banco, sólo que sabía que aquella joven recepcionista hermosa era una Polizistin y tendría una SIG-Sauer PG automática de 9 mm en la cintura de la falda. Tras confirmar la cita, la recepcionista condujo a Fabel por un pasillo hasta una gran sala de reuniones: un rectángulo largo con grandes ventanas a un lado que daban, como la sala de información de abajo, a la Hindenburgstrasse. Una larga mesa de cerezo estaba flanqueada a cada lado por sillones de piel negros. Tres de las sillas, hacia el final de la mesa, estaban ocupadas: Van Heiden estaba sentado entre un hombre achaparrado de constitución fuerte con el pelo negro y corto y entradas, a quien Fabel no reconoció, y un hombre obeso y rubio y de tez ligeramente rubicunda al que parecía como si le hubieran fregado la piel recientemente. Fabel vio que era el Innensenator Hugo Ganz, ministro del Interior de Hamburgo. Junto a la ventana había un cuarto hombre, de espaldas a Fabel, que miraba el tráfico de la calle. Era muy alto y llevaba un traje elegante que no era alemán, sino seguramente italiano. Los tres hombres de la mesa estaban enzarzados en una discusión y hacían referencias continuas a las notas que había sobre la mesa.

Fabel miró directamente al hombre desconocido de la mesa. Van Heiden comprendió la mirada e hizo las presentaciones.

—Éste es el Oberst Gerd Volker del BND. Oberst Volker, el Kriminalhauptkommissar Fabel. Siéntese, por favor, Fabel.

«Allá vamos», pensó Fabel. El BND —el Bundesnachrichtendienst— era el servicio de inteligencia, encargado de proteger la Grundgesetz: la Ley Fundamental o Constitución de la República Federal de Alemania. Era la labor del BND controlar a los grupos terroristas y extremistas, de derechas e izquierdas, activos o latentes, del paisaje político alemán. Y desde 1996, el BND se había implicado en la lucha contra el crimen organizado. La desconfianza de Fabel hacia el BND era profunda. La policía secreta es la policía secreta, da igual las siglas que tengan.

Volker sonrió y extendió la mano.

—Encantado de conocerlo, Herr Fabel. Leí mucho sobre su trabajo en el caso Markus Stümbke el año pasado… —Los dos hombres se dieron la mano.

—Y el Innensenator Ganz… —continuó Van Heiden.

Ganz extendió la mano; la cara rubicunda no esbozó ninguna sonrisa.

—Es un asunto terrible, Herr Kriminalkommissar —dijo Ganz, degradando el rango de Fabel varios grados—. Espero que esté empleando todos los medios a su disposición para ponerle fin.

—Erster Kriminalhauptkommissar —le corrigió Fabel—. Y no hace falta que le diga, Senator, que estamos haciendo todo lo posible para atrapar a este asesino.

—Estoy seguro de que es consciente de que la prensa está fomentando la preocupación entre la opinión pública hasta el punto de crear un estado casi de frenesí… —dijo la figura de la ventana, que por fin se volvió para mirar a los demás. Era un hombre alto, elegante, enjuto, de hombros anchos y unos cincuenta años, de ojos azules intensos y rostro largo, delgado e inteligente esculpido de líneas verticales. Tenía el pelo entre canoso y rubio y llevaba un corte caro. A Fabel, que también era un admirador de la buena sastrería inglesa, le pareció que la cara camisa azul oscura era de Jermyn Street, en Londres. Sin duda, el traje era italiano. El efecto global transmitía más buen gusto y estilo que ostentación. Fabel no había coincidido nunca con aquel hombre, pero lo reconoció al instante. Después de todo, le había votado.

—Sí, Herr Erster Bürgermeister, me doy cuenta. —Fabel giró el sillón de piel en el que estaba sentado para mirar al presidente de Hamburgo y jefe del gobierno regional, el doctor Hans Schreiber.

Schreiber sonrió.

—A usted lo llaman der englische Kommissar, ¿verdad?

—De forma incorrecta, sí.

—¿No es inglés?

—No. Puedo decir con toda sinceridad que no hay ni una gota de sangre inglesa en mi cuerpo. Mi madre es escocesa y mi padre era frisio. Vivimos en Inglaterra un tiempo cuando era pequeño. Recibí parte de mi educación allí. ¿Por qué lo pregunta?

—Era sólo curiosidad. Yo también soy un anglófilo. Después de todo, dicen que «Hamburgo es la ciudad más británica fuera del Reino Unido»… Bueno, me parece interesante; que lo llamen el Kommissar inglés, quiero decir. Lo distingue como alguien, bueno, distinto… ¿Se considera una persona distinta, Herr Fabel?

Fabel se encogió de hombros. No veía qué sentido tenía aquella conversación, y el tono personal empezaba a molestarle. La verdad era que sí se sentía distinto. Había sido consciente toda su vida de que en su carácter había un aspecto no alemán. Le fastidiaba y al mismo tiempo lo apreciaba.

Sin duda, Schreiber percibió la creciente intranquilidad de Fabel.

—Lo siento, Herr Fabel, no era mi intención ser indiscreto. Pero es que he leído su hoja de servicios, y es evidente que es usted un agente excepcional. Yo sí creo que es distinto, que tiene una ventaja, una perspectiva añadida que los otros no poseen. Por eso creo que usted es el hombre que detendrá a este monstruo.

—No tengo alternativa —dijo Fabel, y le explicó que ese tal Hijo de Sven lo había «elegido» como su némesis. Mientras Fabel hablaba, Schreiber asentía y fruncía el ceño como si absorbiera y sopesara cada dato; pero Fabel notó que el Bürgermeister recorría la habitación con la mirada. Aquel movimiento daba a sus ojos intensos de párpados caídos una mirada casi rapaz. Era como si su mente estuviera en varios sitios al mismo tiempo.

—Lo que yo quiero saber, Herr Hauptkommissar, es si tiene usted una estrategia… —preguntó el Innensenator Ganz—. Espero que no estemos permitiendo que sea este maníaco quien marque la pauta. Esta situación requiere una actuación policial proactiva…

Fabel iba a contestar, pero Schreiber se le anticipó.

—Tengo plena confianza en Herr Fabel, Hugo. Y creo que no ayuda en nada que nosotros los políticos le digamos a la policía cómo debe hacer su trabajo.

Las mejillas rosadas de Ganz se enrojecieron aún más. Había quedado claro quién estaba al mando. Lo extraño era que, aunque Schreiber había dicho lo que tenía que decir, Fabel no estaba del todo convencido de que tuviera realmente la confianza del Erste Bürgermeister; o de que él, a su vez, confiara en Schreiber.

Van Heiden rompió lo que se estaba convirtiendo en un silencio incómodo.

—Quizá sea un buen momento para que el Kriminalhauptkommissar Fabel nos presente su informe. —Schreiber ocupó su lugar en la mesa, y Fabel pasó a hacer un resumen de los avances en el caso hasta la fecha. Iba salpicando su informe con imágenes del caso. En diversos momentos, le pareció que Ganz se ponía bastante enfermo; el rostro de Schreiber era una máscara de solemnidad estudiada. Hacia el final de su presentación, Fabel se recostó en la silla y miró a Van Heiden.

—¿Qué pasa, Fabel? ¿Hay algo más de lo que quiera informarnos?

—Me temo que sí, Herr Kriminaldirektor. Por el momento, sólo es una teoría, pero…

—¿Pero?

—Como ya he señalado, no hemos hallado pruebas de que forzaran la entrada en el piso de la segunda víctima, ni tampoco de que se produjera un forcejeo violento en el primer momento de contacto entre el asesino y las dos víctimas. Por eso hemos llegado a la conclusión de que o bien iba armado y las convenció con amenazas, o bien las víctimas, bueno, confiaron en el asesino por alguna razón. Esto último significa una de estas dos cosas: que el asesino es alguien que ya conocían; aunque creemos que esto es sumamente improbable, dado el perfil que hemos realizado de nuestro asesino y la disparidad de clase social y zona de residencia de las víctimas…

—¿Y la segunda opción? —preguntó Schreiber.

—La segunda opción es que nuestro asesino se haga pasar por alguien que tenga autoridad o despierte una confianza implícita…

—¿Como por ejemplo? —preguntó Van Heiden.

—Como un agente de policía… o alguien del Ayuntamiento.

Hubo un momento de silencio. Schreiber y Ganz se lanzaron una mirada difícil de interpretar. Volker permaneció inexpresivo.

—Pero ni mucho menos es seguro, ¿verdad? —La pregunta de Van Heiden era más bien una súplica.

—No. No lo es. Pero hay que tener presente que las víctimas no forcejearon con el asesino. Podría tratarse de alguien que se hace pasar por un operario con una historia plausible, pero el perfil psicológico sugiere que el asesino podría disfrutar con el poder que le darían sobre sus víctimas un uniforme de policía o una placa.

Una rojez más intensa asomó a las mejillas de Ganz.

—Estoy seguro de que no tengo que señalarles, caballeros, que la policía de Hamburgo no goza de buena prensa en estos momentos. Justo ayer tuve una discusión, digamos que «enérgica», con la junta de la Polizeikommission sobre lo que consideran racismo institucional en la policía de Hamburgo. Lo último que necesitamos es que un maníaco que finge ser policía y destripa a mujeres se pasee por las calles de Hamburgo.

A Fabel se le acabó la paciencia.

—Por el amor de dios, nosotros no tenemos la culpa de que un psicópata elija disfrazarse de policía; y eso aún está por verse. No somos responsables ni podemos controlar…

—Eso no es lo que ha querido decir el Innensenator Ganz —dijo Schreiber—. Lo que ha querido decir es que la opinión pública va a desconfiar aún más de la policía si cree que hay un asesino psicótico que se disfraza de poli.

—Sólo si estamos en lo cierto, y sólo si nuestra sospecha sale a la luz. Como he dicho, por ahora tan sólo es una teoría.

—Espero que sea incorrecta, Herr Fabel —dijo Ganz; iba a continuar, pero al parecer, una mirada de Schreiber lo silenció.

—Estoy seguro de que no pasará —dijo Schreiber—. Tengo plena confianza en que Herr Fabel encontrará pronto a este monstruo.

«¿Ah, sí? —pensó Fabel—. Pues yo no estoy tan seguro».

—Por supuesto —Schreiber se dirigió a Van Heiden directamente—, espero que podamos informar de los progresos cuanto antes. Ya sé que para ustedes, caballeros, es difícil tener presente la inquietud de la opinión pública, y tampoco tienen por qué; pero yo sí debo preocuparme por la percepción que genera la prensa de los crímenes violentos que tienen lugar en Hamburgo. Otro asesino en serie es una razón más para que nuestras ciudadanas se sientan desamparadas.

Desamparadas. «Mierda —pensó Fabel—, esta gente ni siquiera habla un alemán sencillo». Schreiber se dirigió hacia la puerta. Ganz captó la indirecta y se puso en pie. Volker, el hombre del BND, Van Heiden y Fabel también se levantaron.

—Por favor, manténganos plenamente informados de sus progresos —dijo Ganz.

—Por supuesto, Herr Innensenator —contestó Van Heiden.

Después de que los dos políticos se marcharan, Fabel se dirigió a Volker.

—¿Puedo preguntar, Herr Oberst, qué interés tiene el BND en este caso?

—Espero que ninguno. —Por alguna razón, la gran sonrisa de Volker no se reflejó en su mirada. Fabel sintió que crecía su desconfianza en los hombres del BND—. Colaboro con la Besondere Aufbau Organisation que está establecida aquí en el Präsidium. Herr Van Heiden me ha alertado de que es posible que estos crímenes tengan algún componente político extremista de la Rechtsradikale.

Fabel asintió lentamente con la cabeza mientras procesaba la información. ¿Por qué este caso iba a despertar el interés de un hombre del servicio secreto del BND que colaboraba con la Besondere Aufbau Organisation? El Bundeskriminalamt había creado el BAO después del descubrimiento bochornoso de que un apartamento minúsculo en el número 54 de la Marienstrasse de Hamburgo había sido el centro de operaciones de los terroristas que emprendieron los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos. Al menos ocho de los terroristas, incluido el jefe de la célula, Mohammed Atta, habían pasado por el piso de Hamburgo. La respuesta del Gobierno alemán había sido crear el BAO. Setenta especialistas del Bundeskriminalamt, veinticinco detectives de la policía de Hamburgo y seis agentes del FBI norteamericano trabajaban en el BAO; su cometido era exclusivamente reunir información sobre Al-Qaeda y otros grupos terroristas islámicos. Fabel se dio cuenta de que le fastidiaba tener que hablar de su caso con alguien cuyas competencias no tenían nada que ver con la investigación.

—Ya le he dejado claro al Kriminaldirektor que es muy poco probable que estas acciones sean obra de algún tipo de neonazi. —Fabel se esforzó, sin éxito, por no trasladar la irritación que sentía a su tono de voz. Volker siguió sonriendo.

—Ya, sí, lo comprendo, Herr Fabel. Sin embargo, si existe alguna posibilidad de que este caso tenga un componente político, creo que es mejor que el BND esté al tanto de cómo evoluciona el caso. Prometo entrometerme lo menos posible. Si pudiera mantenerme informado, en particular sobre cualquier suceso que pudiera señalar que existe un componente político…

—Por supuesto, Herr Oberst Volker.

Van Heiden se levantó.

—Bueno, gracias, Herr Fabel, creo que a todo el mundo le ha parecido que su informe era muy instructivo. —Se dirigió hacia la puerta para acompañar a Fabel. Éste recogió sus carpetas y estrechó la mano que Volker le ofrecía.

Van Heiden le sujetó la puerta a Fabel y, cuando éste la cruzó, salió con él al pasillo. Bajó la voz con complicidad al hablar.

—Por el amor de dios, Fabel, avíseme si encuentra algo que demuestre que su teoría acerca de que este lunático se hace pasar por un policía es cierta. No me gusta. No me gusta nada. Sobre todo cuando parece ser que un exagente de la policía de Hamburgo era el chulo de la última víctima.

—Sí, Herr Kriminaldirektor.

Fabel iba a marcharse, pero Van Heiden lo agarró suavemente del brazo.

—Y Fabel, asegúrese de decírmelo a mí primero… Quiero que hable conmigo antes de comunicarle nada al Oberst Volker. —Fabel frunció un poco el ceño.

—Claro, Herr Kriminaldirektor…

Mientras Van Heiden volvía a entrar en su despacho, Fabel se quedó un momento en el pasillo poniendo en orden sus pensamientos. Había algo en todo aquel tinglado —la participación de Volker, el hombre del BND; la honda preocupación del Innensenator Ganz respecto a la posibilidad de que el asesino se hiciera pasar por policía, y la sensación de que Schreiber había «dirigido» toda la reunión— que hacía que Fabel tuviera la impresión de que pasaba algo más que su caza al asesino en serie: como si hubiera algún otro asunto del cual él no formaba parte.