Miércoles, 14 de abril. 22:00 h
Der Kiez, Sankt Pauli, Hamburgo
Henk Hermann se acomodó en la silla. Había escuchado el relato de Anna acerca de la operación en la que Paul Lindemann había muerto, en la que Maria había sido apuñalada y en la que la misma Anna había estado muy cerca de perder la vida.
—Por Dios, debió de ser muy duro. Ahora entiendo lo que quieres decir. Evidentemente yo sabía algo. Pero no todos los detalles. Comprendo a qué te refieres cuando dices que aquello sacudió al equipo. Que afectó a la forma en que operabais, quiero decir.
—Sé que Fabel quedó muy afectado. ¿Has visto la expresión que tenía en la cara cuando Olsen golpeó a Werner? No nos permite meternos en ninguna situación arriesgada antes de que intervenga un grupo del MEK. Supongo que necesita… Supongo que todos necesitamos recuperar la confianza en nosotros mismos.
Se produjo un incómodo silencio. Era como si a Henk se le hubiese ocurrido algo pero luego lo hubiera pensado mejor.
—¿Qué? —preguntó Anna—. Adelante. ¿Qué es lo que quieres preguntarme?
—Es algo personal. Espero que no te moleste.
Anna lo miró con una expresión de intriga en su rostro.
—Vale…
—Es sólo que he visto tu collar. La cadena que llevas.
La sonrisa desapareció de los labios de Anna pero su cara siguió relajada. Sacó la estrella de David de debajo de la camiseta.
—¿Qué…? ¿Esto? ¿Te molesta?
—No… Por Dios, no… —Henk de pronto pareció ponerse nervioso—. Es sólo que me suscita curiosidad. Me han contado que estuviste un tiempo en Israel. En el ejército. Y regresaste.
—¿Te resulta tan sorprendente? Soy alemana. Hamburgo es mi ciudad. Es donde pertenezco. —Se inclinó hacia delante y susurró en actitud conspirativa—. No se lo digas a nadie… pero somos cinco mil en Hamburgo.
Henk parecía incómodo.
—Lo siento. No debería habértelo preguntado.
—¿Por qué no? ¿Te resulta extraño que eligiera vivir aquí?
—Bueno. Con una historia tan terrible… Quiero decir, no te culparía si no quisieras vivir en Alemania.
—Como ya he dicho, yo soy, en primer lugar, alemana. Después soy judía. —Anna hizo una pausa—. ¿Sabías que, justo hasta antes de que los nazis tomaran el poder, Hamburgo era una de las ciudades menos antisemitas de Europa? En toda Europa los judíos sufrían toda clase de restricciones sobre los oficios que podían desempeñar; también tenían límites para ejercer el derecho al voto. Pero en la Ciudad Hanseática de Hamburgo, no era así. Ésa es la razón de que, hasta que llegaran los nazis, Hamburgo tenía la comunidad judía más numerosa de Europa; conformábamos el cinco por ciento de la población. Incluso durante «el capítulo oscuro», mis abuelos consiguieron esconderse en casas de amigos de esta ciudad. Hacía falta mucha valentía para hacer algo así. Más valentía, si he de ser honesta, que la que creo que yo misma habría tenido. En cualquier caso, hoy es una ciudad en la que puedo sentirme cómoda. Es mi casa. No soy una flor del desierto, Henk. Necesito riego constante.
—No sé si yo podría perdonar…
—No tiene que ver con perdonar, Henk. Tiene que ver con no bajar la guardia. Yo no fui parte de lo que ocurrió con los nazis. Tú tampoco. Ni nadie de nuestra edad. Pero jamás olvidaré que sí ocurrió. —Hizo una pausa, girando la copa entre las manos con expresión ausente. Luego lanzó una pequeña carcajada—. De todas maneras, no creas que perdono tanto. Me atrevería a decir que tú te has enterado de que, en algunas escasas ocasiones, me he visto envuelta en situaciones… polémicas, podríamos llamarlas.
—Me he enterado —rió Henk—. Algo respecto de un skinhead de Rechtsradikale y testículos magullados, ¿no?
—Cuando veo a esos tristes gilipollas con sus cabezas rapadas y sus chaquetas verdes infladas, tiendo a irritarme un poco, por decirlo de alguna manera. Como he dicho, no bajo la guardia. Mientras tanto, mi hermano Julius es una de las figuras más importantes de la comunidad judía de Hamburgo. Es abogado de derechos civiles y un miembro prominente de la Sociedad Alemano-Judía. Y trabaja a media jornada en la Talmud-Tora-Realschule del Grinderviertel. Julius cree en construir puentes culturales. Yo creo en cuidarme las espaldas.
—Da la impresión de que piensas que la visión de tu hermano es equivocada.
—No necesitamos puentes culturales. Mi cultura es alemana. Mis padres, mis abuelos y los padres de ellos… la cultura de ellos era alemana. No somos diferentes. Si me creo diferente, si tú me tratas como si fuera diferente, entonces Hitler ha ganado. Tengo una parte adicional en mi patrimonio cultural, eso es todo. Estoy orgullosa de ese patrimonio. Estoy orgullosa de ser judía. Pero todo lo que me define se encuentra aquí… es alemán.
Henk pidió más bebidas, se quedaron sentados y dejaron que la conversación vagara libremente. Anna se enteró de que Henk tenía dos hermanas y un hermano, que había nacido en Cuxhaven, pero que cuando aún era pequeño su familia se mudó a Marmstorf, donde su padre trabajaba como carnicero.
—La Metzgerei Hermann… La mejor carnicería del sur de Hamburgo —dijo Henk. Había tratado de decirlo con un tono de falso orgullo, pero Anna sonrió cuando descubrió que el orgullo de Henk era verdadero—. Como la mayoría de los suburbios de Hamburgo, Marmstorf parece más una aldea que un Stadtteil. No sé si lo conoces… El centro está lleno de viejas Fachwerk, casas construidas con madera y cemento, esa clase de cosas. —Henk pareció entristecerse—. Todavía me siento mal por no haber seguido con la carnicería de mi padre. Mi otro hermano está en la Universität Hamburg, estudiando para médico. Mis hermanas no están interesadas en ninguna de las dos cosas; una es contable y la otra vive con su marido y sus hijos en las cercanías de Colonia. Mi padre sigue al frente del negocio, pero ya está demasiado viejo. Creo que todavía espera que yo abandone la policía y me ocupe de la carnicería.
—Supongo que eso es imposible.
—Me temo que sí. Siempre quise ser policía, desde que era un niño. Era una de esas cosas que sabes sobre ti mismo. —Hizo una pausa—. Entonces, ¿qué te parece? ¿He aprobado?
—¿A qué te refieres?
—Bueno, todo esto tiene que ver con lo nuestro, ¿no? Ver si puedes trabajar conmigo.
Anna sonrió.
—Lo harás bien… Pero en realidad no era ésa la intención. Es sólo que trabajaremos juntos y sé que no he sido, bueno, muy amable contigo. Lo siento. Pero supongo que entiendes que las cosas todavía están un poco tensas. Después de lo de Paul, quiero decir. En cualquier caso… —Anna levantó la copa—. Bienvenido a la Mordkommission…