Miércoles, 14 de abril. 21:30 h
Der Kiez, Hamburgo
Henk Hermann había aceptado de buen grado la invitación de Anna de ir a tomar algo después del trabajo, pero con un brillo de recelo en sus ojos.
—No te preocupes —le había dicho Anna—. No voy a violarte. Pero deja tu coche en el Präsidium.
Henk Hermann pareció incluso más incómodo cuando Anna arregló que un taxi los llevara al Kiez y los dejara en la puerta del pub Weisse Maus. Por lo general estaba repleto de clientes, pero a esa hora en un día entre semana no tuvieron problemas en encontrar una mesa. Anna pidió un cóctel rye-and-dry y miró a Henk.
—¿Cerveza?
Henk levantó las manos.
—Será mejor que me limite a…
—Un rye-and-dry y una cerveza, entonces —le dijo al camarero.
Hermann se echó a reír. Miró a la muchacha bonita y menuda que tenía delante; podría haber sido cualquier cosa excepto una mujer policía. Sus grandes ojos oscuros estaban realzados por una sombra de ojos un poco exagerada. Sus labios carnosos y en forma de corazón llevaban un lápiz labial rojo como un camión de bomberos. Tenía el pelo negro corto y lo había modelado con gel dándole una forma casi puntiaguda. Ese aspecto, sumado a su acostumbrada combinación punk-chic de camiseta, tejanos y una chaqueta de cuero que le iba grande parecía especialmente preparado para darle la apariencia de una chica dura. No daba resultado: esos elementos, juntos, conspiraban para acentuar su feminidad de niña. Pero, según Henk había oído, sí era dura. Realmente dura.
Anna inició una charla sobre temas sin importancia y sin demasiado entusiasmo mientras esperaban la bebida. Le preguntó a Henk qué pensaba de la Mordkommission, qué tenía de diferente con su tarea como SchuPo, y formuló otras preguntas azarosas y poco inspiradas. Los tragos llegaron a la mesa.
—No tienes que hacer esto, ¿sabes? —Henk bebió un sorbo de su cerveza.
—¿A qué te refieres? —Anna enarcó sus oscuras cejas y al hacerlo su cara pareció la de una colegiala inocente.
—Sé que te caigo mal… Bueno, tal vez eso sea muy fuerte… Sé que no apruebas del todo que Herr Fabel me incorporara al equipo.
—Gilipolleces —dijo Anna. Se quitó la chaqueta de cuero y la colgó del respaldo de la silla. Al hacerlo, su collar se salió de debajo de la camiseta. Ella volvió a acomodarse en la silla y se metió el collar otra vez debajo de la camiseta—. Él es el jefe. Sabe lo que hace. Si dice que tú eres adecuado para el trabajo, eso me basta.
—Pero no estás contenta con la decisión.
Anna suspiró. Bebió un gran sorbo de su trago, una combinación de bourbon y ginger ale.
—Lo siento, Henk. Sé que no te he dado la mejor de las bienvenidas. Es sólo que… Bueno, es sólo que me ha costado mucho sobreponerme a la muerte de Paul. Entiendo que Fabel te contó todo aquello…
Henk asintió.
—Bueno, sé que necesitamos que alguien ocupe su lugar. Pero que no ocupe su lugar, si entiendes a lo que me refiero.
—Lo entiendo. En serio —dijo Henk—. Pero, para ser honesto, no es mi problema. Es una historia de la que no formo parte. Tú tienes que aceptar que he entrado en este equipo para hacerlo lo mejor que pueda. No conocí a Paul Lindemann ni tomé parte en aquella investigación.
Anna bebió otro sorbo y frunció la nariz cuando el alcohol bajó por la garganta.
—No. Te equivocas. Sí eres parte de aquella historia. Si eres parte del equipo, eres parte de lo que le ha ocurrido al equipo. Y aquella noche, en los Altes, todos cambiamos. Yo, Maria, sólo Dios sabe lo mucho que cambió Maria allí, incluso Werner y Fabel. Y perdimos a uno de los nuestros. Todavía estamos, todos nosotros, enfrentándonos a ello.
—De acuerdo. —Henk se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa—. Cuéntamelo.