4

Miércoles 17 de marzo. 19:50 h

Norderstedt, al norte de Hamburgo

Por lo general sólo se tardaba una media hora en ir del Präsidium a Norderstedt, pero Fabel y Anna Wolff pararon en el camino para comer algo. El café Rasthof estaba prácticamente vacío, con excepción de un par de chóferes que, según supuso Fabel, pertenecían al camión y a la gran furgoneta Panel Van aparcados en el exterior. Los camioneros estaban sentados juntos a la misma mesa, dando cuenta de una montaña de comida en silencio y con expresión melancólica. Fabel observó sin demasiada atención a ambos hombres, los dos con vientres abultados y la complexión típica de las personas sedentarias de mediana edad; pero cuando pasó al lado de ellos notó que uno de los chóferes no tendría más de treinta años. Había algo en semejante desperdicio de la juventud que deprimió a Fabel. Pensó en lo que les esperaba a él y a Anna, una vida y juventud no desperdiciadas sino robadas, y una familia que había quedado rota y desintegrada. De todas las cosas a las que había tenido que enfrentarse como investigador de homicidios, nada lo afectaba tanto como las casas de los desaparecidos; en especial cuando la persona desaparecida era un niño. En ellas siempre se tenía la impresión de algo incompleto, algo sin resolver. En la mayoría de los casos, era simplemente una sensación abrumadora de espera: espera del momento en que el marido, la esposa, el hijo o la hija regresaran. O de que alguien pusiera fin a la espera anunciando que los desaparecidos estaban muertos. Alguien como Fabel.

Él y Anna Wolff escogieron el extremo más alejado de los camioneros, donde nadie pudiera oír la conversación. Anna pidió una salchicha bratwurst y café. Fabel tomó un bocadillo abierto y café. Cuando se sentaron, Anna puso sobre la mesa el expediente que había traído del coche y le dio la vuelta para que Fabel pudiera leerlo.

—Paula Ehlers. Tenía trece años cuando desapareció; de hecho desapareció el día después de su cumpleaños; de modo que ahora debería tener dieciséis. Como decía la nota, vivía en Buchsberger Weg, en el distrito Harksheide de Norderstedt. Su casa quedaba a tan sólo diez minutos andando de la escuela, y según el informe de la KriPo de Norderstedt, desapareció en algún momento de ese trayecto de diez minutos.

Fabel abrió el expediente. La cara que le sonrió desde la fotografía pertenecía a una chica pecosa y alegre. Una niña. Fabel frunció el ceño. Recordó el cuerpo en la playa, la cara que lo había contemplado sin expresión alguna desde la arena fría. Comparó a la Paula prepúber con la pospúber. Había una estructura común en ambos rostros, pero los ojos parecían distintos. ¿Sería tan sólo la diferencia entre la androginia de la niñez y los rasgos de una mujer casi formada de dieciséis años? ¿O esos cambios en el rostro se habían producido después de tres años de Dios sabe qué clase de sufrimientos? Los ojos. Fabel había contemplado durante un tiempo larguísimo los ojos de la chica muerta cuando yacía, muerta pero como si estuviera viva, en la playa de Blankenese. Eran los ojos lo que le molestaba.

Anna comió un bocado de la bratwurst antes de continuar. Cuando habló, golpeó el expediente con el dedo de una mano mientras se cubría la boca con la otra para evitar que cayeran migas.

—La policía de Norderstedt siguió todo el procedimiento al pie de la letra. Incluso reconstruyeron el trayecto de la escuela a la casa. Como después de un mes aún no la habían encontrado, catalogaron el caso como «persona desaparecida y posible homicidio».

Fabel hojeó el resto del expediente. Brauner había mandado hacer media docena de fotocopias ampliadas de la nota. Una de ellas ya estaba clavada en el tablero de incidentes de la oficina principal de la Mordkommission, y había otra en el expediente que Fabel tenía delante.

—Después de un año, retomaron el caso —continuó Anna—. Pararon e interrogaron a todos los que estaban caminando o conduciendo por la zona en el aniversario de la desaparición de Paula. Pero, una vez más, a pesar de todos sus esfuerzos, no encontraron nada. Un tal Kriminalkommissar Klatt, de la KriPo de Norderstedt, era quien estaba a cargo de la investigación. Lo he llamado por teléfono esta tarde… En resumidas cuentas, se ha puesto a nuestra disposición, incluso nos ha dado la dirección de su casa por si queremos visitarlo después de hablar con los Ehlers. Según Klatt, nunca hallaron ninguna pista verdadera, aunque comentó que vigilaron muy de cerca a uno de los maestros de Paula… —Anna acercó un poco la carpeta hacia ella y pasó las páginas del informe que la policía de Norderstedt había enviado por fax al Präsidium—. Sí… un tal Herr Fendrich. Klatt ha admitido que no tenía nada concreto sobre él, salvo un oscuro presentimiento sobre la relación entre Fendrich y Paula.

Fabel contempló el rostro pecoso de la fotografía.

—Pero si apenas tenía trece años…

Anna lo miró con una expresión de «no me vengas con ésas». Fabel suspiró; había sido un comentario ingenuo, incluso estúpido. Después de más de una década al frente de una brigada de homicidios muy poco de lo que la gente era capaz de hacer debería sorprenderlo, y mucho menos la posibilidad de que un maestro pedófilo se obsesionase con una de sus alumnas.

—Pero ¿Klatt no pudo encontrar nada específico para fundamentar sus sospechas? —preguntó. Anna estaba comiendo otro bocado y negó con la cabeza.

—Lo interrogó más de una vez —dijo Anna sin dejar de masticar, volviendo a cubrirse los labios con la punta de los dedos—. Pero Fendrich comenzó a hablar de acoso policial. Klatt se vio obligado a retroceder. Para ser justos con Fendrich, me da la impresión de que, ante la falta de cualquier otra ruta de investigación, se aferraron a cualquier cosa.

Fabel miró por la ventana la doble imagen del aparcamiento iluminado a la que se superponía el reflejo oscurecido de su propia cara. Un Mercedes aparcó y salió una pareja de alrededor de treinta años de edad. El hombre abrió la puerta trasera y una niña de unos diez se bajó del coche y automáticamente cogió la mano de su padre. Era un gesto instintivo y habitual, la innata expectativa de protección que tienen los niños. Fabel se volvió hacia Anna.

—No estoy convencido de que sea la misma chica.

—¿Qué?

—No digo que no lo sea. Sólo que no estoy seguro. Hay algunas diferencias. En especial en los ojos.

Anna se inclinó hacia atrás en su silla y frunció los labios.

—Entonces es una gran coincidencia, chef. Si no es Paula Ehlers, es alguien que se le parece muchísimo. Y que tenía su nombre y dirección en la mano. Como ya he dicho, una gran coincidencia… Y si hay algo en lo que he aprendido a no creer, es en las coincidencias.

—Lo sé. Como he dicho, es sólo que hay algo que no encaja.

La B433 corre recta a través de Norderstedt en su recorrido hacia el norte, en dirección de Schleswig-Holstein y Dinamarca. Harksheide se encuentra al norte del centro de la ciudad y Buschberger Weg está a la derecha de la carretera. Cuando se acercaban a la salida para Buschberger Weg, Fabel se dio cuenta de que la escuela a la que asistía Paula estaba un poco más arriba por la calle principal, adelante y a la izquierda. Paula habría cruzado esta transitada calle para llegar a su casa, y es posible que recorriera una parte de ella durante un rato. Allí había sido secuestrada. De un lado o del otro; lo más probable era que hubiera sido en la calzada en dirección a Hamburgo.

Era como Fabel había supuesto. Había una oscura electricidad en la casa de los Ehlers, algo intermedio entre la expectativa y el terror. La vivienda misma era la más común y corriente de las casas: una sola planta con un techo inclinado de tejas rojas, la clase de edificaciones que se ven desde los Países Bajos hasta la costa báltica y desde Hamburgo hasta el extremo septentrional de la Jutlandia danesa. Estaba rodeada por un jardín inmaculado, bien provisto pero totalmente carente de imaginación.

Frau Ehlers tenía poco más de cuarenta años. Su pelo debió de haber sido tan rubio como el de su hija, pero las décadas habían bajado un tono a su brillo. Tenía el pálido aspecto nórdico de la gente de Schleswig-Holstein, la angosta franja del norte de Alemania: ojos azules y claros y una piel prematuramente envejecida por el sol. Su marido era un hombre de expresión seria. Fabel calculó que tendría unos cincuenta años. Era alto y quizá demasiado delgado, un schlaksig, como decían en Alemania del Norte. También era rubio, pero con un tono más apagado que el color de su mujer. Sus ojos eran de un azul más oscuro y ensombrecido contra la pálida piel. En el momento de las presentaciones, Fabel procesó las imágenes que tenía delante con las que guardaba en su memoria: Los Ehlers, la chica en la fotografía del expediente, la chica en la arena. De nuevo algo chirrió en su cerebro, una inconsistencia apenas perceptible.

—¿Han encontrado a nuestra hijita? —Frau Ehlers buscó la respuesta en la cara de Fabel con una urgencia e intensidad que a él se le hicieron casi insoportables.

—No lo sé, Frau Ehlers. Es posible. Pero necesitamos que usted o Herr Ehlers realicen una identificación positiva del cuerpo.

—¿De modo que existe la posibilidad de que no sea Paula? —Había una insinuación de desafío en el tono de Herr Ehlers. Fabel miró de reojo a Anna.

—Supongo que sí, Herr Ehlers, pero todo indica que es muy probable que sea Paula. La víctima es más alta que Paula cuando desapareció, pero esa altura concuerda con el crecimiento que podría esperarse en un lapso de tres años. Y hay algunas evidencias que parecen relacionarla con esta dirección. —Fabel no quiso contarles que el asesino había etiquetado a su víctima.

—¿Cómo murió? —preguntó Frau Ehlers.

—No creo que sea conveniente entrar en ello hasta que nos aseguremos de que en verdad es Paula —respondió Fabel. La desesperación en los ojos de Frau Ehlers pareció intensificarse. Comenzó a temblarle el labio inferior. Fabel cedió—. La víctima que hallamos fue estrangulada.

Unos sollozos mudos atravesaron el cuerpo de Frau Ehlers. Anna dio un paso hacia delante y le puso un brazo en el hombro, pero Frau Ehlers se apartó. Se generó un silencio incómodo. Fabel se dio cuenta que estaba recorriendo la habitación con la mirada. En una pared había una fotografía enmarcada de gran tamaño. Era evidente que se había tomado con una cámara corriente y había sido ampliada más de lo aconsejable. Tenía una textura granulosa y la chica en el centro de la imagen tenía las pupilas enrojecidas por el flash. Era Paula Ehlers; sonreía a la cámara desde detrás de una gran tarta de cumpleaños adornada con el número trece. Fabel sintió un escalofrío cuando se dio cuenta de que ella estaba mirándolo desde el día antes de que fuera arrancada de su familia.

—¿Cuándo podemos verla? —preguntó Herr Ehlers.

—Hemos arreglado con la policía local que los lleven esta noche, si les parece bien. —Fue Anna quien contestó—. Nos encontraremos con ustedes allí. Un coche vendrá a recogerlos cerca de las nueve y media de la noche. Sé que es tarde…

Herr Ehlers la interrumpió.

—Está bien. Los esperamos.

De regreso al coche, Fabel percibió tensión en los movimientos de Anna. Ella se mantenía en silencio.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él.

—En realidad no. —Anna miró la casa pequeña y triste con su jardín cuidado y su tejado rojo—. Aquello debió de ser duro. No sé cómo habrán podido aguantarlo tanto tiempo. Toda esa espera. Toda esa esperanza. Contaban con que nosotros encontrásemos a su hija y, cuando por fin lo hacemos, ni siquiera podemos devolvérsela con vida.

Fabel desactivó la alarma y las cerraduras del coche y esperó hasta que ambos estuvieran sentados en el interior antes de contestar:

—Me temo que así son las cosas. Los finales felices ocurren sólo en las películas, no en la vida real.

—Pero actuaban como si nos odiasen.

—Nos odian —dijo Fabel con resignación—. ¿Y quién puede culparlos? Como acabas de decir, se suponía que la traeríamos de regreso viva, no que les diríamos que hemos encontrado su cuerpo abandonado en alguna parte. Contaban con que les trajésemos un final feliz. —Encendió el motor—. De todas maneras, mantengámonos concentrados en el caso. Es hora de visitar al Kriminalkommissar Klatt.

Norderstedt tiene una personalidad oficialmente dividida. Es parte del Gran Hamburgo, sus números telefónicos comparten el prefijo 040 de Hamburgo, y cuando Fabel y Anna atravesaron Fuhlsbüttel y Langenhorn hasta llegar a Norderstedt tuvieron la sensación de que recorrían un paisaje metropolitano continuo e ininterrumpido. Sin embargo, la Polizei de Hamburgo no tiene jurisdicción en la zona; en Norderstedt opera la Landespolizei de Schleswig-Holstein. De todas maneras, debido a su proximidad y la continua superposición de casos, la policía de Norderstedt tenía más contacto con la Polizei de Hamburgo que con su propia fuerza en los suaves paisajes y los pequeños pueblos de Schleswig-Holstein. Anna había llamado antes para que el Kommissar Klatt los esperara en la Polizeirevier Norderstedt-Mitte de la Rathausallee de la ciudad.

Cuando llegaron a la Polizeirevier, no los hicieron pasar, como ellos esperaban, a la oficina principal de la Kriminalpolizei; en cambio, una joven oficial uniformada los guió hacia una inhóspita sala de interrogatorios sin ventanas. La SchuPo les ofreció café, a lo que ambos accedieron. Anna echó una mirada sombría a la sala y, después de que la SchuPo saliera, ella y Fabel se miraron con un gesto elocuente.

—Ahora sé cómo debe de sentirse un sospechoso —dijo Anna.

Fabel sonrió con ironía.

—Exacto. ¿Crees que querrán decirnos algo?

Anna no tuvo oportunidad de responder; la puerta de la sala de interrogatorios se abrió y apareció un hombre de poco más de treinta años. Era bajo pero muy corpulento y tenía una cara grande, amable pero poco memorable, bordeada con un pelo negro y una barba rala. Saludó con una gran sonrisa a los policías de Hamburgo y se presentó como el Kriminalkommissar Klatt. Depositó el expediente que traía bajo el brazo sobre la mesa y les hizo a Anna y Fabel el gesto de que se sentaran.

—Lamento que tengamos que quedarnos aquí —dijo Klatt—. Por desgracia, ésta no es mi zona habitual. En realidad, mi despacho está en la Europaallee Revier, pero me pareció que a ustedes les resultaría más sencillo ubicarme aquí. Me están haciendo un favor… pero me temo que nuestras comodidades sean más modestas de lo que esperaba. —Se sentó. La cordialidad de su cara se diluyó en una expresión más sombría—. Al parecer han encontrado a Paula…

—La verdad, Kommissar Klatt, es que no lo sabremos con seguridad hasta que los padres identifiquen el cuerpo… pero sí, eso parece.

—Era tan sólo cuestión de tiempo. —Había una resignada tristeza en el amplio rostro de Klatt—. Pero uno siempre mantiene la esperanza de encontrarlos con vida.

Fabel asintió. Los sentimientos de Klatt reflejaban los suyos. La única diferencia era que Klatt tenía una oportunidad: en general, él trataba con vivos, mientras que el trabajo de Fabel como investigador de homicidios implicaba que alguien debía morir para que él se viera implicado. Durante un instante fugaz Fabel se preguntó cómo sería que lo transfirieran de vuelta a una oficina general de la KriPo. La agente volvió con el café.

—¿Creyó que había alguna oportunidad de que la encontraran viva? —preguntó Anna.

Klatt pensó un momento.

—No, supongo que no. Ya conocen las estadísticas. Si no encontramos a los desaparecidos durante las primeras veinticuatro horas, hay muchas probabilidades de que jamás vuelvan a su casa. Lo que pasa es que Paula fue la primera persona desaparecida menor de edad que me tocó investigar. Me impliqué personalmente. Tal vez demasiado. Era muy duro ver a una familia con tanto dolor.

—¿Era hija única? —preguntó Anna.

—No, hay un hermano… Edmund. Un hermano mayor.

—No lo vimos en la casa de los Ehlers —dijo Fabel.

—No. Es casi tres años mayor. Ahora tiene diecinueve o veinte. Está haciendo el servicio nacional en el Bundeswehr.

—Entiendo que lo han investigado en detalle —dijo Fabel como una acotación, no como una pregunta. Siempre que se produce un homicidio, el primer círculo de potenciales sospechosos es la familia inmediata de la víctima. Fabel se cuidó de sugerir que Klatt no conocía su trabajo. Pero si éste se ofendió, no dejó escapar ningún indicio de ello.

—Desde luego. Obtuvimos una descripción completa de todos sus movimientos de aquel día. Todo corroborado. Y los verificamos una y otra vez. Además, él estaba terriblemente preocupado por su hermana. No es posible que alguien actúe tan bien.

«Sí es posible», pensó Fabel. Él había encontrado a innumerables amantes, amigos o parientes de una víctima que mostraban una angustia genuina y que habían resultado autores de su asesinato. Pero no tenía duda de que Klatt había examinado cuidadosamente a toda la familia de Paula Ehlers.

—Pero usted sí sospechaba del maestro de Paula… —Anna volvió a comprobar su propia copia del expediente.

—Fendrich. Era el profesor de alemán de Paula. Yo no iría tan lejos como para considerarlo un sospechoso… Es sólo que había algo en él que no encajaba. Pero, finalmente, tenía una coartada bastante buena.

Klatt analizó el informe junto a Fabel y Anna. Estaba claro que gran parte de la investigación había quedado grabada en su cabeza. Fabel sabía cómo era tener un caso como ése: con noches en las que había tratado desesperadamente de conciliar el sueño pero condenado a mirar el techo oscuro, con preguntas sin respuesta girando junto a imágenes de los muertos, los angustiados y los sospechosos en el remolino de una mente agitada y exhausta. Cuando Klatt terminó y a Fabel y Anna no se les ocurrieron más preguntas, se levantaron y le dieron las gracias.

—Nos veremos más tarde, esta misma noche —dijo Klatt—. Entiendo que estarán presentes cuando los Ehlers identifiquen el cuerpo, ¿verdad?

Anna y Fabel intercambiaron una mirada.

—Sí —respondió Fabel—. Allí estaremos. ¿Usted también?

Klatt sonrió con tristeza.

—Sí, si no se oponen. Yo llevaré a los padres a Hamburgo. Si ésta es la conclusión del caso de Paula Ehlers, me gustaría estar presente. Quisiera despedirme de ellos.

—Por supuesto —dijo Fabel.

«Pero —pensó— ésta no es la conclusión del caso de Paula Ehlers; esto es apenas el principio».