Esta nueva novela, la primera de una serie que trata sobre los Plantagenet, se gestó cuando descubrí a una de las reinas de Inglaterra más interesantes y que más curiosidad provocan: Isabel Woodville. Las cosas que cuento de ella son ciertas en su mayor parte, no ficción. ¡Llevó una vida que supera en mucho a mi imaginación! En efecto, fue la descendiente de los duques de Borgoña más famosa por su belleza. Éstos conservaban con cariño la tradición de que descendían de Melusina, la diosa del agua. Cuando descubrí ese dato, me di cuenta de que con, que fue una reina más bien relegada al olvido y poco apreciada, iba a poder reescribir la historia de una soberana de Inglaterra que era también descendiente de una diosa e hija de una mujer juzgada por brujería y hallada culpable.
Dado mi interés personal por la visión que se tenía de la magia en la Edad Media —por lo que ello nos indica respecto del poder que tenían las mujeres y de los prejuicios con que se encontraban las damas poderosas—, supe que iba a ser un terreno muy fértil para mí en tanto que investigadora y escritora; y efectivamente lo ha sido.
Sabemos que Isabel conoció a Eduardo cuando acudió a él para solicitarle ayuda económica y que se casó con él en secreto; pero el encuentro en el camino bajo un roble (que todavía crece en la actualidad en Grafton Regis, Northamptonshire) es una leyenda popular y puede ser cierta o no. Que sacara una daga para evitar la violación fue un rumor que se extendió en aquella época; no sabemos si fue un hecho histórico. Pero una buena parte de la vida que llevó junto a Eduardo está bien documentada, así que me he inspirado en las crónicas y he basado mi novela en los datos que existen. Como es natural, en ocasiones he tenido que elegir entre versiones rivales y contradictorias y otras veces he tenido que llenar las lagunas de la historia con explicaciones elaboradas por mí misma.
En esta novela hay más ficción que en las anteriores porque hemos retrocedido en el tiempo con respecto a los Tudor y los datos que existen son más fragmentarios. Además, este país estaba en guerra y muchas decisiones se tomaban en el momento, sin dejar ningún registro documental. Algunas de las decisiones más importantes fueron conspiraciones secretas y, con frecuencia, he tenido que deducir de las pruebas que han sobrevivido los motivos que dieron lugar a determinadas acciones o incluso qué fue lo que sucedió. Por ejemplo, no poseemos ninguna prueba fiable de la denominada «conspiración de Buckingham»; en cambio, sabemos que lady Margarita Stanley, su hijo Enrique Tudor, Isabel Woodville y el duque de Buckingham fueron los principales cabecillas de la rebelión que se llevó a cabo contra Ricardo. Está claro que todos tenían diferentes motivos para arriesgarse como lo hicieron. Conservamos algunos indicios acerca de los intermediarios y alguna que otra idea de los planes, pero la estrategia exacta y la estructura de mando eran y siguen siendo secretas. He estudiado las pruebas que conservamos hoy en día y las consecuencias de la conspiración, y aquí sugiero el modo en que seguramente todo se llevó a la práctica. El elemento sobrenatural del aguacero, que cayó en la realidad, es por supuesto ficticio, y resultó muy divertido imaginarlo.
Igualmente, ni siquiera ahora sabemos con exactitud (después de cientos de teorías) qué les ocurrió a los príncipes de la Torre. Yo especulo que Isabel Woodville preparó un refugio seguro para su segundo hijo varón, el príncipe Ricardo, después de que el primero, el príncipe Eduardo, fuera apartado de su lado. Sinceramente dudo que fuera capaz de poner a su segundo hijo en las manos del hombre sospechoso de haber encarcelado al primero. La provocativa sugerencia, presentada por muchos historiadores serios, de que el príncipe Ricardo pudo haber sobrevivido me llevó a especular que tal vez Isabel no lo envió a la Torre, sino que se sirvió de otro niño que ocupó su lugar. Pero debo advertir al lector de que no existen pruebas fehacientes de ello.
Una vez más, no existen evidencias definitivas del modo en que los dos niños hallaron la muerte, si es que murieron, ni de quién dio la orden. Y, naturalmente, aún no se han encontrado cadáveres que se hayan podido identificar sin duda con los de los príncipes. Sugiero que el rey Ricardo no mató a los niños, puesto que con ello tenía poco que ganar y mucho que perder; tampoco creo que Isabel Woodville hubiera dejado a sus hijas a su cuidado si hubiera creído que era el asesino de sus dos varones. Asimismo, parece ser que hizo volver a su hijo Thomas Grey de la corte de Enrique Tudor, lo cual acaso indique que estaba desencantada con la reivindicación de Tudor y con la alianza formada entre éste y Ricardo. Todo ello continúa siendo un verdadero misterio y yo me limito a agregar mi sugerencia a las otras muchas que existen, propuestas por historiadores, algunas de las cuales el lector podrá encontrar en los libros enumerados en la bibliografía.
Estoy en deuda con el erudito profesor David Baldwin, autor de Elizabeth Woodville: Mother of the Princes in the Tower, tanto por el retrato claro y comprensivo que hace de la reina en su libro como por el asesoramiento que me prestó cuando escribí esta novela. Y también estoy agradecida a los muchos historiadores y entusiastas cuyos estudios están basados en el amor que sienten hacia este período de la historia, un amor que ahora yo también comparto y que espero que embargue al lector de la misma manera.
Se puede encontrar más información sobre la investigación realizada para escribir este libro en mi sitio de la red, ‹PhilippaGregory.com› —donde también incluyo detalles de seminarios relativos a este libro que di cuando estuve de gira por el Reino Unido, por Estados Unidos y por todo el mundo—, así como en los boletines habituales de la red.