El verano está tornándose muy caluroso. Lionel se escabulle de nuestro refugio y sale a Londres para reunirse con nuestros hermanos y sumarse a la rebelión que habrá de derrotar a Ricardo. Sin él me siento muy sola. Isabel está callada y distante y no tengo a nadie con quien compartir mis temores. Río abajo, mi hijo sigue prisionero en la Torre, y Jemma nos informa de que ya nadie lo ve jugando en los jardines, ni a él ni al pequeño que se hace pasar por su hermano. Antes hacían prácticas de tiro con arco en la explanada, pero ahora ya no se los ve. Desde nuestra tentativa de rescate, sus guardias los tienen encerrados en el interior. Yo empiezo a temer que con el calor que hace puedan contraer la peste y los imagino enclaustrados en esas celdas tan pequeñas y oscuras.
A finales de agosto oímos vocear a un barquero en el río y yo abro la ventana de par en par para ver qué sucede. A veces me traen regalos, que a menudo no son más que una cesta de pescado; pero este barquero tiene una pelota en la mano.
—¿Sois capaz de capturar una cosa al vuelo, excelencia? —me pregunta al verme en la ventana.
Yo respondo sonriente:
—Sí, soy capaz.
—Pues entonces coged esto —me dice, y me lanza la pelota, que es de color blanco. Entra volando por la ventana, por encima de mí, y yo la atrapo con las dos manos y río durante unos momentos por la alegría de poder jugar otra vez. Entonces me fijo en que se trata de una pelota envuelta en papel blanco y regreso a la ventana, pero el barquero ya ha desaparecido.
Retiro el envoltorio de papel y me llevo una mano al corazón y después a la boca para no lanzar una exclamación cuando reconozco la letra redondeada e infantil de mi pequeño Ricardo.
Queridísima señora madre:
Saludos y bendiciones [comienza con todo cuidado]. No se me permite escribir con mucha frecuencia ni deciros con exactitud dónde estoy, por si robaran la carta, salvo para decir que llegué sano y salvo y que aquí todo va bien. Son gentes bondadosas. Ya he aprendido a remar en bote y dicen que se me da muy bien y que soy habilidoso. Dentro de poco tiempo tendré que ir a la escuela, porque estas personas no pueden enseñarme todo lo que necesito saber aquí, pero volveré para pasar el verano y pescar anguilas —que están muy buenas cuando uno se acostumbra a ellas—, a no ser que pueda regresar a casa con vos.
Enviad mi cariño a mis hermanas, así como mi cariño y mi deber a mi hermano el rey. A vos os envío mi amor y mi respeto.
Firmado,
Vuestro hijo Ricardo, duque de York.
Aunque ahora me llamo Peter y he de acordarme de responder siempre a ese nombre. La mujer de esta casa, que es muy buena conmigo, me llama su pequeño Perkin, y a mí no me importa.
Leo la carta con lágrimas en los ojos; luego me las enjugo y vuelvo a leerla otra vez. Sonrío al pensar que le dicen que es habilidoso y me veo obligada a tomar aire para no romper a llorar al pensar que lo llaman Perkin. Siento ganas de sollozar por el hecho de que lo hayan apartado de mi lado, tan joven, tan pequeño; pero en cambio se encuentra a salvo, debería alegrarme de que esté seguro, el único de mis hijos que está apartado del peligro que entraña formar parte de esta familia en este país, en estas guerras que volverán a reanudarse. El niño que ahora responde al nombre de Peter irá a la escuela discretamente, aprenderá lenguas y música y esperará. Si ganamos, volverá a casa como un príncipe de linaje real; si perdemos, será el arma que ellos desconocen que tenemos, el niño oculto, el príncipe de reserva, la némesis de sus ambiciones: y mi venganza. Él y los suyos atormentarán a todo rey que venga detrás de nosotros, igual que espectros.
—Virgen santísima, protégelo —suplico con la cabeza entre las manos y los ojos cerrados con fuerza para contener las lágrimas—. Melusina, cuida de nuestro pequeño.