Guardamos luto por ella, pero Jorge, apenas le ha dado sepultura, apenas ha apagado las velas, regresa ya a la corte pavoneándose, repleto de planes para encontrar nueva esposa. Y esta vez apunta bien alto. Carlos de Borgoña, el esposo de nuestra Margarita de York, ha muerto en batalla y su hija María es duquesa y heredera de uno de los ducados más ricos de la cristiandad.
Margarita, siempre defensora de York y fatalmente ciega a los defectos de su familia, sugiere que su hermano Jorge, que por fortuna está libre, contraiga matrimonio con su hijastra. Con ello atiende más las necesidades de su hermano de York que las de su pupila de Borgoña, o así lo creo yo. A Jorge, naturalmente, la ambición lo inflama al instante. Le anuncia a Eduardo que piensa tomar a la duquesa de Borgoña o a la princesa de Escocia.
—Imposible —contesta Eduardo—, mi hermano ya es lo bastante desleal cobrando el estipendio ducal que le pago. Si fuera rico como un príncipe y poseyera una fortuna independiente, ninguno de nosotros estaría a salvo. ¡Imaginad los problemas que nos causaría en Escocia! ¡Santo Dios, imaginadlo intimidando a nuestra hermana Margarita en Borgoña! Ella acaba de enviudar y su hijastra de quedar huérfana. Antes preferiría enviarles un lobo que a Jorge.