A la sombra de un quiosco con columnas de madera dorada, cerca de un estanque donde se bañaban cuando el calor resultaba excesivo, Pianjy y su esposa Abilea jugaban al juego del perro y el chacal. En la superficie plana de una mesita de madera de sicomoro se habían practicado treinta agujeros en los que los adversarios plantaban unos bastoncillos puntiagudos, cuyo extremo superior tenía forma de cabeza de perro o de cabeza de chacal.
Ni el rey ni la reina iban vestidos, pero su piel estaba untada de aceite de moringa y perfumada con kyphi, la obra maestra fabricada por su hija. Tras haber hecho el amor en la deliciosa agua de la alberca, se enfrentaban con seriedad.
Después de una brillante maniobra, Pianjy estaba convencido de que sus chacales iban a vencer a los perros de su esposa. Pero al monarca, conmovido por la salvaje belleza de Abilea, le resultaba cada vez más difícil concentrarse. Sintiendo aquella mirada que resbalaba por su cuerpo como una mano acariciadora, la soberbia nubia comenzó a moverse de modo casi imperceptible para turbar más aún al jugador.
Adelantó la mano muy lentamente hacia la mesa de madera de sicomoro, desplazó un perro de cabeza fina y agresiva y se apoderó de cinco chacales.
—Has ganado —reconoció Pianjy—. Pero has hecho trampa.
—¿Trampas, yo?
—Me has hechizado.
—¿Acaso lo prohíben las reglas del juego?
El faraón negro abrazó a su esposa como si le demostrara su amor por primera vez.
—Como todas las reinas de Egipto, eres una gran hechicera. Tu mirada conoce el secreto de mundos que yo no puedo alcanzar.
—Muy modesto eres, majestad… ¿No tienes, acaso, el poder?
—¡Qué me sirva para proteger Nubia de cualquier peligro!
—¿Qué podemos temer?
La mirada de Pianjy se ensombreció.
—Tal vez ese generoso sol oculte las tinieblas.
Un pequeño mono trepó a lo alto de una palmera, un gato grande y rojizo, de confortable vientre, se deslizó bajo un macizo de hibiscus.
Alguien se acercaba.
—¡Soy yo, majestad! —anunció Cabeza-fría, que llevaba un pesado cofre lleno de papiros—. ¡Tengo los informes de Puarma!
En presencia del faraón y de la gran esposa real, y por orden suya, Cabeza-fría explicó a los miembros del Gran Consejo el contenido de los informes.
—Los capitanes Puarma y Lamerskeny han encontrado una fuerte oposición en el Medio Egipto. De acuerdo con las órdenes de su majestad, han salvado y protegido Tebas, no han atacado la ciudad sagrada de Thot, Hermópolis, cuyo príncipe, Nemrod, traicionó la confianza del faraón, pero han intentado apoderarse de Herakleópolis, ciudad que ha pasado también al enemigo, debido a la derrota de Peftau. La ciudad ha sido transformada en fortaleza y nuestros expertos la consideran, actualmente, inexpugnable.
—¡La misión del cuerpo expedicionario ha sido, pues, un fracaso! —advirtió el decano Kapa estupefacto.
—La situación es más grave de lo que suponíamos —reconoció el escriba—. Tefnakt es un verdadero jefe guerrero y ha reunido a un gran número de soldados al norte de Herakleópolis, cuyas murallas son defendidas por arqueros de elite. De modo que los capitanes Lamerskeny y Puarma deben limitarse a hostigar al enemigo e impedirle el paso hacia el sur.
—¿Puede Tefnakt, de todos modos, atacar Tebas?
—La ciudad santa no corre riesgo alguno. Nuestras tropas han cerrado la frontera meridional y la provincia de la Liebre, y la guarnición de la ciudad de Amón está en alerta permanente. En realidad, Tefnakt no puede ya avanzar.
—Y nosotros —advirtió el decano con amargura— tampoco podemos avanzar hacia el norte. ¡El prestigio del faraón ha quedado manchado, ya no reina sobre su propio país!
—Los oficiales del cuerpo expedicionario no cejan en sus esfuerzos, pero deben cuidar a sus hombres y no separarse de sus bases lanzándose a una aventura demasiado arriesgada. Según el capitán Lamerskeny, de cuyo valor y experiencia no puede dudarse, es imposible aniquilar a las fuerzas de Tefnakt.
Un pesado silencio acogió estas palabras. La reina Abilea lo rompió.
—¿Cómo tratan a la población del Medio Egipto?
El escriba se sintió turbado.
—Majestad, no…
—¡La verdad, Cabeza-fría!
—Los rebeldes están en guerra y no se preocupan del bienestar de aquellos a quienes consideran sus súbditos. Nuestras tropas intentan socorrer a los más necesitados, pero varias aldeas han sido destruidas y han perecido muchos inocentes.
—Egipto se hunde en la anarquía —dijo el decano—. Ni justicia, ni seguridad, ni respeto por los demás, sólo la horrible violencia y la desgracia que repta como una serpiente.
—Dejemos de poner en peligro inútilmente a nuestros soldados —recomendó el obeso Otoku— y levantemos una barrera de fortines al norte de Tebas. Puesto que el Medio Egipto se ha perdido, aceptémoslo. ¿No hay que sacar lecciones de una derrota?
—¡Pianjy es el faraón del Alto y el Bajo Egipto! —protestó el viejo Kapa—. No debe abandonar más de la mitad del territorio a un revoltoso que asfixia al pueblo bajo el yugo de una implacable tiranía.
—Es una visión de gran nobleza, pero está superada y soy el primero en deplorarlo —dijo Otoku con gravedad—. La edad de oro ha terminado. Nadie la resucitará. Dejemos de soñar y limitémonos a los hechos: Pianjy gobierna un reino compuesto por Nubia y el Alto Egipto, Tefnakt ha echado mano al resto del país y no lo soltará. Que nuestro objetivo sea sólo uno: preservar los valores sagrados, la felicidad de nuestra vida y la paz. En consecuencia, negociemos y reconozcamos la frontera nacida de estos combates.
Pianjy se levantó. Por su mirada y su actitud, Abilea comprendió que estaba tan furioso como una pantera encolerizada.
La voz del rey llenó la sala de audiencias.
—Rechazo la injusticia y las bárbaras exigencias de quien se considera el más fuerte. Tefnakt ha violado la ley de Maat y seguirá violándola si no intervengo. Cuando di a dos capitanes la misión de aniquilar el ejército enemigo, pensaba que terminarían rápidamente con esa sedición. ¿Cómo se han comportado nuestros soldados? ¡Han dejado al enemigo casi indemne y han fortalecido su decisión de perjudicarnos! Tan cierto como que estoy vivo y Ra me ama, tan cierto como que mi padre Amón me guía, yo mismo me dirigiré a Egipto y pondré fin a los perniciosos manejos de Tefnakt. Le obligaré a renunciar para siempre al combate y los del Norte probarán la firmeza de mi puño.
Nadie osó tomar la palabra después del rey.
Su esposa le siguió hasta la terraza de palacio.
—Sé que no lo apruebas, Abilea, pero no tengo ya derecho a gozar de una felicidad egoísta mientras Egipto es presa del sufrimiento. Realmente esperaba que Lamerskeny y Puarma me dispensaran de abandonar Napata y lanzarme, personalmente, a esta batalla. Al subestimar al enemigo, me equivoqué gravemente. Ahora mi corazón está lleno de furor contra mí mismo, contra mi imprudencia y mi falta de lucidez. A causa de mis debilidades, Tefnakt se ha creído capaz de conquistar las Dos Tierras. Yo debo librarlas del fardo que ha caído sobre ellas y del que me considero responsable.
—Te equivocas, Pianjy. El deseo de conquistar y destruir para satisfacer su sed de poder personal es el único objetivo en la vida de Tefnakt, y nada ni nadie le habrían hecho retroceder.
—Retrocederá, lo juro.
—Pianjy…
—No, Abilea. Debo partir para que la ley de Maat viva. Si el faraón no cumple su primer deber, la felicidad desaparecerá de esta tierra.
—No pido que te quedes. Pero quiero partir contigo.