Epílogo

«¿Qué es verdad?»

PONCIO PILATOS (JUAN, 18-38)

MI VIAJE POR EL LINAJE DE MARÍA MAGDALENA, en busca de la respuesta a la pregunta de Poncio Pilatos, empezó con María Antonieta, Lucrecia Borgia y una reina guerrera celta del siglo I. Conocida como Boadicea, su apasionado grito de batalla «Y gwir erbyn y byd» significa en galés «La verdad contra el mundo». He llevado estas palabras como mi mantra personal durante una investigación que ha abarcado mi vida adulta, la cual me condujo por un sendero tortuoso a través de dos mil años de historia.

Desde hace mucho tiempo me he sentido impulsada a desenterrar grandes historias jamás contadas, capas de experiencia humana que están enterradas, en silencio y a veces de manera deliberada, bajo informes académicos. Como mi protagonista Maureen nos recuerda, «La historia no es lo que ocurrió. La historia es lo que está escrito». Más a menudo de lo esperado, lo que conocemos y aceptamos como historia fue creado por un autor movido por intereses políticos. Esta certeza me convirtió en investigadora de tradiciones populares desde muy temprana edad. Me produce una inmensa satisfacción explorar culturas de primera mano, buscar al historiador o escritor local para descubrir las auténticas crónicas humanas que no se encuentran en bibliotecas o libros de texto. Mi herencia irlandesa hace que conceda un enorme respeto al poder de los testimonios orales y las tradiciones vivas.

Mi sangre irlandesa también me impulsó a ser escritora y activista, y como tal me vi inmersa en la tumultuosa política de Irlanda del Norte durante la década de 1980. Fue durante este período cuando desarrollé un punto de vista cada vez más escéptico sobre la historia documentada y, por tanto, aceptada. Como testigo de acontecimientos históricos, me di cuenta de que en todas las circunstancias la versión presentada se parecía muy poco a lo que yo había visto suceder delante de mí. En muchos casos, el relato de dichos hechos en periódicos, telediarios, y más tarde en libros de «historia», me resultaba casi irreconocible. Todas estas versiones documentadas fueron escritas bajo la influencia de prejuicios políticos, sociales y personales. La verdad se perdía para siempre, salvo tal vez para aquellos que habían sido testigos oculares de los acontecimientos. En general, estos testigos eran gente de clase obrera que sólo quería seguir adelante con sus vidas. No iban a escribir cartas a los periódicos nacionales, ni buscar un editor que inmortalizara su versión para la posteridad. Enterraban a sus muertos, rezaban por la paz y hacían lo posible por continuar adelante. Pero también conservaban su experiencia como testigos de la historia de una manera personal, volviendo a contar lo que habían presenciado a la familia y la comunidad.

Mis experiencias en Irlanda reforzaron mi creencia en la importancia de las tradiciones orales y culturales, pues a menudo son la fuente más rica de entendimiento que poseemos de la experiencia humana. Estos acontecimientos localizados en las calles de Belfast se convirtieron en mi microcosmos. Si parecían lo bastante importantes para ser reconstituidos y alterados por la prensa nacional, ¿qué podía deducirse de ello cuando el concepto se aplicaba al macrocosmos de la historia del mundo? ¿La tendencia a manipular la verdad no tendía a reforzarse cuando ahondábamos en el pasado, en una época en que sólo los muy ricos, los muy cultos y los que triunfaban en política eran capaces de documentar los acontecimientos?

Empecé a sentir una obligación abrumadora de cuestionar la historia. Como mujer, quería llevar esta idea un paso más adelante. Desde el alba de los documentos escritos, la inmensa mayoría de los materiales que los eruditos consideran aceptables desde un punto de vista académico han sido creados por hombres de cierta posición social y política. Creemos, por lo general sin vacilaciones, en la veracidad de los documentos sólo porque pueden ser «autentificados» en un período específico de tiempo. Pocas veces tenemos en cuenta que fueron escritos en tiempos más oscuros, cuando las mujeres tenían menos importancia que el ganado, o cuando se creía que no tenían alma. ¿Cuántas historias maravillosas se han perdido porque las mujeres que las protagonizaron no fueron consideradas lo bastante importantes, lo bastante humanas, para merecer una mención? ¿Cuántas mujeres han sido borradas por completo de la historia? ¿No sería lógico suponer que esto sucedió sobre todo en el siglo I?

También hay mujeres que fueron tan poderosas e influyentes en gobiernos mundiales que no pudieron ser ignoradas. Muchas que encontraron un lugar en los libros de historia fueron recordadas como célebres villanas, adúlteras, intrigantes, mentirosas, incluso asesinas. ¿Eran justas estas descripciones, o mera propaganda política para desacreditar a mujeres que osaban hacer valer su inteligencia y poder? Armada con estas preguntas y mi creciente sensación de desconfianza por lo aceptado académicamente como pruebas históricas, me puse a investigar y escribir un libro sobre mujeres de mala reputación que habían sido calumniadas e incomprendidas. Empecé a trabajar con las antes mencionadas: María Antonieta, Lucrecia Borgia y Boadicea.

María Magdalena fue al principio uno de los múltiples temas de mi investigación. Me propuse abordar este enigma del Nuevo Testamento desde el punto de vista de su importancia como seguidora de Cristo. Sabía que el concepto de María Magdalena como prostituta prevalecía en la sociedad cristiana, y que el Vaticano había hecho algunos esfuerzos para corregir esta injusticia. Ése fue mi punto de partida. Mi intención era incorporar la historia de María Magdalena, una entre más, en el contexto de una obra que abarcaba veinte siglos.

Pero María Magdalena tenía otros planes para mí.

Empecé a experimentar una serie de sueños recurrentes y obsesivos que se centraban en los acontecimientos y personajes de la Pasión. Sucesos inexplicables, como los vividos por Maureen, me condujeron a investigar pistas relativas a las leyendas de María Magdalena, en lugares tan dispares como McLean, Virginia o el desierto del Sáhara. Viajé desde la montaña de Masada a las calles medievales de Asís, desde las catedrales góticas de Francia a las colinas ondulantes del sur de Inglaterra, sin olvidar las islas rocosas de Escocia.

Me esforcé por compensar los elementos surrealistas de mi vida, caminando por una línea daliniana entre la típica mamá de barrio residencial e Indiana Jones. Comprendí por fin que durante casi toda mi vida me había estado preparando para este viaje de descubrimiento. Experiencias personales y profesionales, en apariencia no relacionadas entre sí, empezaron a establecer una pauta compleja, lo cual me condujo a descubrir una serie de secretos familiares que jamás habría imaginado antes. Incluso tuve que afrontar la sorpresa de desechar por inciertas cosas que creía a pies juntillas sobre algunos miembros de mi familia. Casi dos décadas después de su fallecimiento, descubrí que mis conservadores y muy tradicionales abuelos paternos (mi hermosa abuela del sur y su devoto marido baptista del sur) habían estado muy implicados en actividades relacionadas con la francmasonería y las sociedades secretas. Averigüé que mi abuela estaba emparentada con algunas de las familias más antiguas de Francia, un hecho que cambiaría, no sólo el curso de mi investigación, sino de mi vida. La sorpresa definitiva llegó con la revelación de que mi fecha de nacimiento era el tema de una profecía relacionada con María Magdalena y sus descendientes, la Profecía de Orval, formulada por Bérenger Sinclair. Estas «coincidencias» personales se convirtieron en la llave maestra que abriría puertas cerradas hasta entonces a los investigadores precedentes.

Mi interés en el folclore de María se convirtió en una obsesión cuando conocí fascinantes tradiciones culturales antiguas que habían sido conservadas con amor y ferviente pasión por toda Europa occidental. Fui invitada al sanctasanctórum de sociedades secretas y conocí a guardianes de información tan sagrada que me sorprende que todavía existan, así como la información que protegen, después de dos mil años.

Lo que no hice fue ponerme a explorar temas que ponían en cuestión el credo de mil millones de personas. Nunca fue mi intención escribir un libro que abordara un tema tan espinoso como la naturaleza de Jesucristo o su relación con sus íntimos. No obstante, al igual que mi protagonista, descubrí que a veces nos eligen el camino. En cuanto descubrí la Historia Más Grande Jamás Contada desde la perspectiva de María Magdalena, supe que no había vuelta atrás. Me poseyó entonces como me posee ahora. Estoy segura de que siempre será así.

Dos milenios de controversia han hecho de María Magdalena el personaje más escurridizo del Nuevo Testamento. En mi búsqueda de la verdadera mujer que hay detrás de la leyenda, comprendí que no albergaba el menor deseo de hacer un refrito de todas las fuentes tradicionales, tal como han sido interpretadas por los sospechosos habituales. Me envolví en el confortable manto de folclorista y fui en busca de un misterio más profundo. Descubrí que las numerosas tradiciones populares y mitos relativos a María Magdalena son tan abundantes como antiguos en Europa occidental. La Esperada y los libros posteriores de esta serie exploran teorías acerca de la identidad y el impacto de esta controvertida María, inspiradas por subculturas del sur de Francia y otros lugares.

El folclore y las tradiciones de Europa también proporcionaron nuevos datos sobre los misterios de María, los que nunca han sido explicados de ninguna manera que yo considere aceptable en el saber tradicional. Un extracto del Evangelio de san Marcos (16, 9) ha sido utilizado contra María durante siglos: «Resucitado Jesús la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de quien había echado siete demonios». Este solo versículo ha provocado afirmaciones radicales sobre el estado mental de María, incluyendo libros dedicados a la idea de que estaba poseída por demonios o padecía alguna enfermedad mental. No fue hasta que me familiaricé con el punto de vista de Arques, tal como está presentado aquí (Jesús curó a María después de que la hubieran envenenado con una pócima mortífera conocida como el veneno de los siete demonios), cuando la frase de Marcos adquirió para mí su verdadero sentido.

En una época en que las mujeres se definían por sus relaciones, María Magdalena no es identificada como la esposa de nadie en el Nuevo Testamento, y mucho menos como la esposa de Jesús. Este hecho ha llevado a los estudiosos a afirmar de manera categórica que la idea del matrimonio de Jesús y María era imposible. Pero esto crea otro enigma, pues es la única mujer con personalidad propia e independiente en los cuatro evangelios. Es un personaje autónomo, lo cual indica que habría sido fácilmente reconocible por la gente de su tiempo, y del período inmediatamente posterior. Creo que las complicadas relaciones de María (su posición de noble que es a la vez viuda y esposa) eran problemáticas. Habría sido torpe, e incluso políticamente incorrecto, intentar identificarla en función de sus relaciones con los hombres. Como resultado, llegó a ser conocida por su nombre y título: María Magdalena.

Además, su iconografía siempre me ha intrigado. Pese a la naturaleza enigmática de su leyenda, evolucionó hasta llegar a ser uno de los temas más populares de los grandes artistas de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco. Existen centenares de retratos de María Magdalena, obra de maestros italianos como Caravaggio y Botticelli, o de europeos modernos como Salvador Dalí y Jean Cocteau. Hay una pauta común en todos los retratos de María Magdalena, tan diferentes entre sí: se la plasma una y otra vez con los mismos elementos: una calavera, que en teoría representa su penitencia, un libro, que se cree simboliza los evangelios, y el tarro de alabastro utilizado para ungir a Jesús. Siempre va de rojo, una tradición que hunde sus raíces en la historia y se cree relacionada con la idea de que era una ramera.

Pero yo creo ahora que la iconografía está vinculada con esta versión secreta de su historia, tal como ha sido conservada en Europa de manera clandestina. Para mí, esta calavera es una clara representación de Juan, por quien siempre hará penitencia. El libro es una referencia a su propio evangelio, o bien a la obra de Easa, El Libro del Amor. Y el manto y el velo rojos representan su linaje real en la tradición nazarena. Creo de todo corazón que muchos de los grandes artistas y autores de Europa eran cómplices de la «herejía» de María Magdalena y del rico legado que dejó en el continente.

A lo largo de este camino se desvelan con todo detalle las historias jamás contadas de los héroes y antihéroes del Nuevo Testamento. El lector descubre en estas páginas una interpretación muy diferente (y espero que muy humana) del papel de la tristemente célebre Salomé. Juan el Bautista es un hombre diferente visto a través de los ojos de María Magdalena, y de quienes le han venerado durante dos mil años. Es mi ferviente deseo que el lector no crea que me ensaño en este retrato de Juan. Tanto María como Easa reiteran que era un gran profeta. Creo que también era un hombre de su tiempo y del lugar en que habitaba, un hombre comprometido con su ley, un hombre opuesto firmemente a cualquier reforma. Si bien estoy segura de no ser la primera escritora que indica una rivalidad entre los seguidores de Juan y los de Jesús (y no seré la última), soy consciente de que la idea de Juan como primer marido de María será escandalosa para muchos. Me llevó años, literalmente, asimilar esta revelación antes de estar preparada para escribirla. El legado de Juan, a través del hijo que tuvo con María Magdalena, se continuará revelando en mis futuros libros.

Durante el proceso de escritura me enamoré de los discípulos Felipe y Bartolomé. Vistos a través de los ojos de María, eran héroes extraordinarios. Pedro cobró vida para mí de una forma que trasciende al «hombre que negó a Jesús», al igual que desarrollé una nueva perspectiva de Judas en su trágico y eterno papel desempeñado en la Pasión.

Tal vez la información que más me entusiasmó fue la relativa a Poncio Pilatos y su heroica y conmovedora esposa, una princesa romana conocida como Claudia Prócula. Documentos guardados en los archivos vaticanos y una fascinante tradición regia francesa apoyan la extraordinaria historia de la relación de Jesús con la familia de Pilatos, un informe que autentifica sus milagros y explica los actos más enigmáticos de Pilatos en el Evangelio de Juan. Creo que el material sobre Pilatos es fundamental para una nueva comprensión de los acontecimientos concernientes a la Pasión, y me fascinó descubrir que Claudia es una santa en las tradiciones ortodoxas, al igual que Poncio Pilatos en las Iglesias abisinias.

Trabajé para confirmar el nuevo material sobre María Magdalena desde muchos ángulos diferentes, utilizando la correspondencia del siglo I de Claudia Prócula, publicada por Issana Press, múltiples versiones del Nuevo Testamento apócrifo, escritos tempranos de los padres de la Iglesia, cierto número de fuentes gnósticas de incalculable valor, e incluso los manuscritos del mar Muerto. Comprendo que esta versión de los acontecimientos pueda resultar sorprendente, incluso asombrosa, pero confío en que los lectores se sientan inspirados para explorar por su cuenta estos misterios. Existe un tesoro de información, la mayoría escrita entre los siglos II y IV, que no está incluida en el canon tradicional de la Iglesia. Hay miles de páginas de material por descubrir: evangelios alternativos, textos complementarios de los Hechos de los Apóstoles y escritos diversos que revelan detalles y opiniones sobre la vida y época de Jesús, los cuales constituirán una novedad absoluta para lectores que nunca han buscado más allá de los cuatro evangelistas. Creo que explorar todo este material con el corazón y la mente abiertos puede construir un puente de luz y comprensión entre las muchas divisiones de la cristiandad, y aún más.

A lo largo de mis años de investigación, he discutido, interrogado, argumentado e incluso admitido muchos puntos con sacerdotes y creyentes de numerosos credos. Cuento con la bendición de tener amigos y asesores de muchos sectores espirituales, incluyendo sacerdotes católicos, ministros luteranos, practicantes gnósticos y sacerdotisas paganas. En Israel, me reuní con estudiosos y místicos judíos, así como con guardianes ortodoxos de los santos lugares de la cristiandad. Mi padre es baptista, mi marido católico devoto. Todas estas personas se convirtieron en parte del mosaico de mis creencias, y al final, en parte de esta historia. Pese a las numerosas diferencias entre sus filosofías, cada una de estas personas me bendijo con el mismo don: la posibilidad de intercambiar ideas y entablar un diálogo exento de ira.

Existen elementos de esta historia que no puedo confirmar con ninguna fuente académica «aceptable». Existen como tradiciones orales y han sido conservados en entornos muy protegidos por aquellos que han temido repercusiones durante siglos. Al trabajar en este libro, he ido construyendo mi teoría basándome en dos mil años de pruebas circunstanciales. Si bien no puedo aportar pruebas concluyentes, cuento con el respaldo de muchos testimonios interesantes y de una serie impresionante de obras de arte, muchas creadas por grandes maestros del Renacimiento y del Barroco. Presento mi caso dentro del contexto de dichas pruebas, y dejo que el jurado de lectores emita su veredicto.

Debo ser discreta sobre la fuente principal de información nueva presentada aquí por motivos de seguridad, pero diré esto: el contenido del Evangelio de María Magdalena, tal como está interpretado aquí, proviene de material sin revelar todavía. Nunca había sido presentado en público antes. Me he tomado licencias poéticas en la interpretación para hacerlo más accesible a los lectores del siglo XXI, pero creo que la historia que cuenta es auténtica, y de su puño y letra.

En mi necesidad de proteger la naturaleza sagrada de esta información y de quienes la custodian, no tuve otra alternativa que escribir este libro de ficción, al igual que haré con los posteriores de la serie, como ficción. Sin embargo, muchas aventuras de mi protagonista, y prácticamente todos sus encuentros sobrenaturales, están basadas en mis propias experiencias vitales. En numerosos casos, Maureen recibe información de la misma forma que me pasó a mí durante mi investigación, como le pasa a Tammy. Si bien los personajes son ficticios, he hecho lo posible por proporcionar al lector una experiencia auténtica. Ciertamente me he tomado libertades con la descripción de algunos lugares, que, no obstante, sin duda serán reconocidos por los lectores que han investigado estos misterios por su cuenta. La tumba de Arques, tal como la pintó Poussin, ya no existe. Fue dinamitada por el actual propietario de la finca, cansado de las idas y venidas de tantos curiosos. También solicito la indulgencia del lector por otras licencias que me he tomado. En concreto por la traducción en tiempo récord de Peter del Evangelio de Arques. En realidad, la traducción de dicho documento llevaría meses o incluso años.

He tardado casi dos décadas en escribir este libro, y a lo largo del camino, a veces traicionero, he recibido ayuda de valor incalculable de muchas almas intrépidas. Agradezco muchísimo los conocimientos compartidos y confiados a mis manos por individuos fenomenales, algunos de los cuales corrieron grandes peligros por ayudarme. Muchas veces me pregunté si valía la pena contar esta historia. Creo que no he dormido una noche de un tirón desde hace más de diez años, preocupada por los detalles del libro y sus posibles repercusiones.

Mientras revisábamos las pruebas de imprenta, el controvertido Evangelio de Judas fue hecho público por primera vez. De inmediato empecé a recibir correos electrónicos de lectores que reconocían que hay elementos de este sensacional descubrimiento que corroboran mi afirmación de que Judas no «traicionó» a Jesús. Y que, de hecho, se limitó a cumplir las dolorosas órdenes de su amigo y maestro. La injusticia hecha a Judas y a su reputación es quizá mayor que la sufrida por María Magdalena a lo largo de veinte siglos. Creo que ha llegado la hora de devolver a quienes fueron íntimos de Jesús su justo papel en la historia. Como plantea el padre Healy, «¿Y si hubiéramos estado negando a Jesús su deseo final durante dos mil años?» En mi esfuerzo por resolver esta pregunta, presento mi propio retrato de Judas como un leal amigo y hasta como un héroe; a María Magdalena como esposa, madre, alma gemela y compañera; a Pedro como alguien que negó a su amigo y maestro sólo porque así se lo ordenó Jesús. Creo, también, que los descubrimientos arqueológicos del pasado y del futuro continuarán arrojando luz y demostrarán que estos retratos son fieles y justos.

Sólo puedo confiar en que el resultado final sea digno de los guardianes de la verdad de María Magdalena, que dependen de mí para dar a conocer la historia. Sobre todo, espero que transmita el mensaje de amor, tolerancia, perdón y responsabilidad personal de María, de una forma que sea capaz de inspirar al lector. Es un mensaje de unidad y tolerancia para gentes de todas las creencias. A lo largo de todo el proceso, he sido fiel a las enseñanzas de paz de Cristo, y a la convicción de que podemos crear el cielo en la tierra. Mi fe en Él, y en Ella, me ha impelido a seguir adelante en algunas noches muy oscuras del alma.

Soy consciente de que seré objeto de críticas por parte de estudiosos y académicos, muchos de los cuales me llamarán irresponsable por presentar una versión que no puede ser confirmada mediante fuentes aceptables. Sin embargo, no voy a disculparme por el hecho de contradecir prácticas académicas aceptadas a la hora de narrar mi historia. Mi enfoque se basa en mi convicción personal, tal vez radical, de que es irresponsable limitarse a aceptar lo que estaba escrito. Llevaré la etiqueta de «antiacadémica» con no poco orgullo, y me armaré con el grito de batalla de Boadicea. Sólo el lector decidirá cuál es la versión de la historia de María que resuena en su espíritu.

De todos modos, tiendo la mano de la amistad a todos los escritores e investigadores que han teorizado, postulado, argumentado, especulado y forjado con valentía durante dos mil años de pistas e indicios falsos, con el fin de comprender la naturaleza de María Magdalena y sus hijos. Los desacuerdos vehementes sobre el papel de nuestra Magdalena (y de los muchos artistas y autores que la han retratado) son acaso la esencia misma de la búsqueda de la verdad. Espero que tengan a bien llamarme hermana cuando todo esté dicho y hecho.

Dos mil años después, y todavía es la verdad contra el mundo.

KATHLEEN MCGOWAN

22 DE MARZO DE 2006

LOS ANGELES