Château des Pommes Bleues
28 de junio de 2005
PETER ESTUVO TODA LA NOCHE traduciendo. Maureen se negó a abandonar la habitación, y descansaba de vez en cuando en el sofá de terciopelo. Roland trajo más almohadas y una colcha. Maureen le miraba mientras deambulaba de un lado a otro con cara de preocupación. Por extraño que fuera, se encontraba bien. No le dolía nada la cabeza, y se sentía asombrosamente fuerte.
Se quedó en el sofá porque no quería agobiar a Peter. Ya se ocupaba de ello Sinclair, pero a Peter no parecía importarle. Maureen pensó que ni siquiera debía darse cuenta. Su primo estaba absorto por completo en la sagrada naturaleza de sus tareas de escriba.
Tammy aparecía de vez en cuando para saber cuánto avanzaba Peter, pero se retiró tarde, al mismo tiempo que Roland. Maureen los había visto juntos todo el día, y llegó a la conclusión de que no se trataba de una coincidencia. Pensó en la noche de la fiesta, cuando oyó a Tammy en el pasillo de su habitación, en compañía de un hombre que hablaba inglés con acento. Tammy y Roland. Algo se estaba cociendo, y parecía, sin duda, que se trataba de una pareja nueva. Supuso que su relación era reciente. Cuando todo se calmara, arrancaría la confesión a Tammy. Quería saber toda la verdad sobre las relaciones que albergaba el Château des Pommes Bleues.
Su atención se desplazó a los manuscritos al oír la exclamación de Sinclair.
—¡Dios mío! ¡Mirad esto!
Había estado observando por encima del hombro de Peter. Éste escribía como un poseso en libretas, traduciendo el texto griego literalmente. Al principio, sería difícil encontrar sentido a las frases. Primero habría que llevar a cabo la transcripción, para luego aprovechar todos sus conocimientos del idioma con el fin de modificar las frases y dotarlas de una forma lógica, desde el punto de vista del siglo XXI.
—¿Qué pasa? — preguntó Maureen.
Peter alzó la vista y se pasó las manos sobre la cara.
—Tienes que verlo. Ven aquí, si puedes. En este momento, no me atrevo a mover el manuscrito.
Maureen se levantó del sofá poco a poco, aún consciente del golpe en la cabeza, pese a su milagrosa recuperación. Se acercó a la mesa y tomó asiento a la derecha de Peter. Sinclair indicó los manuscritos, mientras Peter se explicaba.
—Esto aparece al final de cada segmento importante, que nosotros llamaremos capítulos. Parece un sello de lacre.
Maureen siguió el dedo de Sinclair hasta el símbolo en cuestión. El ahora familiar dibujo del anillo de Maureen, nueve círculos que bailaban alrededor de un décimo, aparecía estampado al pie de la página.
—El sello personal de María Magdalena —dijo Sinclair con fervor. Maureen colocó el anillo junto a la imagen. Eran idénticos. De hecho, habrían podido ser obra del mismo orfebre.
Cuando el sol se alzó sobre el Château des Pommes Bleues, Peter ya había traducido casi todo el primer libro, la narración en primera persona de la vida de María Magdalena. El sacerdote trabajaba como un hombre poseído en este Evangelio de la Magdalena, encorvado sobre las páginas. Sinclair le había llevado té, pero aparte de un breve descanso para tomar dos sorbos, Peter no quiso interrumpir su trabajo. Estaba muy pálido, y Maureen se sentía preocupada.
—Tienes que descansar, Peter. Has de dormir unas horas.
—No —replicó—. No puedo. Ahora ya no puedo parar. No lo entiendes porque aún no has visto lo que yo he visto. He de continuar. He de saber qué más dice Ella.
Todos habían decidido esperar a que Peter estuviera satisfecho con la traducción para leer algún fragmento. Respetaban su talento y eran conscientes de la enorme responsabilidad que recaía sobre sus hombros, pero de todos modos les costaba esperar. En aquel momento, sólo Peter conocía el contenido de los manuscritos.
—No puedo abandonarlos —continuó, con los ojos brillando de un modo que Maureen no había visto en su vida.
—Sólo cinco minutos. Acompáñame fuera cinco minutos y respira un poco de aire puro. Te sentará bien. Después vuelves y te traeremos el desayuno.
—No, nada de comer. He de ayunar hasta que acabe la traducción. Ahora no puedo parar.
Sinclair creía comprender lo que Peter sentía, pero también le preocupa su aspecto agotado. Probó una táctica diferente.
—Padre Healy, su labor es encomiable, pero la precisión se verá afectada por el cansancio. Diré a Roland que baje a vigilar los manuscritos mientras usted descansa.
Sinclair tocó un timbre para llamar al mayordomo. Peter miró el rostro preocupado de Maureen.
—De acuerdo —concedió—. Cinco minutos, para respirar un poco de aire matinal.
Sinclair abrió las puertas de los Jardines de la Trinidad, y Maureen entró con Peter. Una paloma voló sobre los rosales, mientras la fuente de María Magdalena gorgoteaba bajo el sol de la mañana.
Peter fue el primero en hablar, en voz baja y transida de emoción.
—¿Qué está pasando, Maureen? ¿Cómo hemos llegado, a participar en esto? Es como un sueño, como… un milagro. ¿Te parece real?
Maureen asintió.
—Sí. No sé cómo explicarlo, pero experimento una inmensa sensación de calma. Como si todo estuviera sucediendo según un plan preestablecido. Y tú estás tan metido en esto como yo, Pete. No es una casualidad que me acompañaras, ni que seas profesor de lenguas muertas y sepas griego. Todo esto fue… orquestado.
—Sí que tengo la sensación de desempeñar un papel en un plan maestro, pero no estoy seguro de cuál, ni por qué.
Maureen se detuvo a oler una gloriosa rosa roja en plena floración. Después se volvió hacia Peter.
—¿Cuándo empezó todo esto? ¿Fue planeado antes de que naciéramos? ¿O antes incluso? ¿Estaba previsto que tu abuelo trabajara en la Biblioteca de Nag Hammadi con el fin de prepararte para esto? ¿Acaso fue planeado hace dos mil años, cuando María escondió su evangelio?
Peter guardó un momento de silencio antes de contestar.
—Antes de esta noche te habría dado una respuesta muy diferente.
—¿Por qué?
—Por Ella, y por lo que dice en los manuscritos. Afirma exactamente lo mismo que acabas de decir. Es asombroso. Dice que algunas cosas están previstas en el plan de Dios, que algunas personas están destinadas a desempeñar un papel concreto. Es increíble, Maureen. Estoy leyendo un relato de primera mano sobre Jesús y los apóstoles, escrito por alguien que habla de ellos en términos humanos. No hay nada como este… —vaciló sólo un momento en utilizar la palabra— evangelio en ninguna literatura sagrada. Me siento indigno de él.
—Pero eres digno —le aseguró Maureen con vehemencia—. Fuiste elegido para esto. Piensa en la intervención divina que fue necesaria para reunimos a todos en este momento y lugar, con el fin de contar esta historia.
—Pero ¿qué historia contaremos? — Peter parecía atormentado, y por primera vez Maureen comprendió que estaba luchando con demonios interiores muy fuertes—. ¿Qué historia cuento? Si estos evangelios son auténticos…
Maureen paró en seco y le miró con incredulidad.
—¿Cómo puedes dudarlo, después de todo lo que nos ha traído aquí, a este lugar?
Maureen se tocó la nuca, en el punto donde el profundo corte estaba cicatrizando.
—Para mí es una cuestión de fe, Maureen. Los pergaminos están perfectamente conservados, ni un error, no falta ni una palabra. Las jarras ni siquiera estaban cubiertas de polvo. ¿Cómo es posible? Una de dos: falsificación moderna, o acto de la voluntad divina.
—¿Qué crees en el fondo?
—He pasado veinte horas seguidas traduciendo el documento más asombroso. Casi todo lo que estoy leyendo es… herético, en esencia, pero también aporta una perspectiva de Jesús hermosa, desde un punto de vista humano. Pero lo que yo crea carece de importancia. Los manuscritos tendrán que ser autentificados mediante un proceso riguroso, para que el mundo los acepte a la larga.
Hizo una pausa, y aprovechó el tiempo para ordenar todas las ideas que daban vueltas en su cabeza.
—Si se demuestra que son auténticos, esto significará un desafío a todo cuanto ha creído gran parte de la raza humana durante los últimos dos mil años. Pone en duda todo lo que me han enseñado, todo lo que he creído.
Maureen miró a Peter, su primo y mejor amigo, durante un largo momento. Siempre había sabido que era una roca, un pilar de fuerza e integridad absoluta. Era un hombre de intensa fe y lealtad a su Iglesia.
—¿Qué vas a hacer? — preguntó.
—No he tenido tiempo de pensar en eso. Tengo que ver lo que dice el resto de los pergaminos para examinar hasta qué punto contradicen o confirman los evangelios tal como los conocemos. Aún no he llegado a la descripción de la crucifixión ni de la resurrección según María.
Maureen comprendió de repente por qué Peter se resistía tanto a abandonar los pergaminos antes de terminar la traducción. La versión autentificada escrita por María Magdalena de los acontecimientos posteriores a la crucifixión podía ser fundamental para las creencias de una tercera parte de la población de la tierra. El cristianismo se basaba en la idea de que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día. Y como María Magdalena fue la primera testigo de su resurrección según los evangelios, su versión en primera persona de dichos acontecimientos sería vital.
Maureen averiguó en el curso de su investigación que los autores que habían escrito sobre María Magdalena como esposa de Jesús habían adoptado, de manera abrumadora, la postura de que Jesús no era el Hijo de Dios, ni resucitó de entre los muertos. Existían diversas hipótesis sobre el hecho de que Jesús sobreviviera a la crucifixión. Otra teoría habitual era que su cuerpo físico había sido robado por sus seguidores. Nadie había afirmado jamás que Jesús se había casado, siendo al mismo tiempo el Hijo de Dios. Por algún motivo, estas dos circunstancias siempre habían sido consideradas mutuamente excluyentes. Tal vez por eso la existencia de María como primer apóstol siempre había sido tan amenazadora para la Iglesia a lo largo de la historia.
No cabía duda de que todas estas cosas habían estado dando vueltas en la cabeza de Peter durante las últimas e intensas horas. Contestó a la pregunta de Maureen.
—Todo dependerá de la postura oficial que adopte la Iglesia.
—Y si lo rechazan, ¿qué harás? ¿Te decantarás por la institución eclesiástica, o por lo que sabes que es verdad en el fondo de tu corazón?
—Espero que ambas cosas no se excluyan mutuamente —dijo Peter con una sonrisa irónica—. Quizá soy muy optimista. Pero si eso ocurre, llegará el momento.
—¿El momento de qué?
—Eligere magistrum. De elegir amo.
Terminaron el paseo y volvieron al castillo. Maureen logró persuadir a Peter de que tomara una ducha para refrescarse antes de regresar al trabajo. Ella volvió a su dormitorio para lavarse la cara y ordenar sus ideas. El agotamiento estaba al acecho, pero aún no podía rendirse. Al menos, hasta conocer el contenido de los manuscritos.
Mientras se secaba la cara con una elegante toalla roja, alguien llamó a la puerta.
Tammy entró en la habitación.
—Buenos días. ¿Me he perdido algo?
—Todavía no. Peter nos leerá el primer libro en cuanto considere que la traducción es aceptable. Dice que el texto es asombroso, pero no sé nada más.
—¿Dónde está?
—En su habitación, descansando un poco. No quería separarse de los manuscritos, pero insistimos. Lo está pasando fatal, aunque no quiera admitirlo. Para él, es una responsabilidad enorme. Incluso una carga enorme.
Tammy se sentó en el borde de la cama de Maureen.
—¿Sabes lo que no entiendo? ¿Por qué molesta a tanta gente la idea de que Jesús se casara y tuviera hijos? ¿En qué le disminuye eso, o su mensaje? ¿Por qué los cristianos han de sentirse amenazados?
Tammy continuó con apasionamiento. No cabía duda de que había estado pensando muy en serio al respecto.
—¿Qué me dices de ese famoso párrafo del Evangelio de Marcos, el que leen en las ceremonias matrimoniales? «Mas desde el principio de la creación varón y hembra los hizo; por causa de esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se harán los dos una sola carne».
Maureen la miró sorprendida.
—No sabía que conocieras tan bien los evangelios.
Tammy le guiñó un ojo.
—Marcos, capítulo diez, versículo diez. La gente utiliza el evangelio contra nosotras sin cesar, y trata de disminuir la importancia de María, de modo que me dediqué a buscar los versículos que apoyan nuestras creencias. Y es lo que Jesucristo predica en el evangelio. Encuentra una esposa y quédate con ella. ¿Por qué iba a predicar algo que él no pudiera hacer?
Maureen meditó con detenimiento sobre la pregunta de Tammy.
—Buena pregunta. Para mí, la idea de Jesús casado le hace más accesible.
Tammy aún no había terminado.
—Y llama padre a Dios, de modo que ¿por qué no podía Cristo, Hijo de Dios hecho a su imagen y semejanza, engendrar hijos? No lo entiendo.
Maureen meneó la cabeza. No tenía respuesta para una pregunta tan trascendental.
—Supongo que, en última instancia, es una pregunta para la Iglesia, y para los que aceptan su doctrina.
Al anochecer, Peter anunció que había terminado la traducción provisional del primer libro.
Sinclair se levantó de la mesa.
—¿Está preparado para leérnosla, padre? En tal caso, me gustaría llamar a Roland y Tamara. Su papel en todo esto ha sido muy importante.
Peter asintió.
—Sí, llámelos. — Después miró a Maureen, con una indescifrable combinación de luces y sombras en los ojos—. Porque ha llegado el momento.
Tammy y Roland bajaron corriendo, y se reunieron con los demás en el estudio de Sinclair. Cuando todos estuvieron congregados alrededor de Peter, éste explicó que todavía quedaban algunos fragmentos de la traducción que exigirían más tiempo y opiniones de expertos. En conjunto, no obstante, contaba con una sólida traducción y una idea bastante aproximada de quién era María en realidad, y de cuál había sido su papel en la vida de Jesucristo.
—Llama a éste el Libro del Gran Momento.
Tomó el fajo de libretas y empezó a leer en voz baja a su público.
—«Soy María, llamada la Magdalena, princesa de la tribu real de Benjamín e hija de los nazarenos. Soy la esposa legítima de Jesús, el Mesías del Camino, quien era hijo real de la casa de David y descendiente de la casta sacerdotal de Aarón.
»Mucho se ha escrito sobre nosotros y más se escribirá en tiempos venideros. Muchos de los que escriben sobre nosotros desconocen la verdad y no estuvieron presentes durante el Gran Momento. Juro ante Dios que las palabras que confío a estas páginas son ciertas.
Eso fue lo que ocurrió durante mi vida, durante el Gran Momento, el Tiempo de la Oscuridad, y todo lo que sucedió después.
»Lego estas palabras a los hijos del futuro, para que cuando llegue el momento puedan encontrarlas y saber la verdad sobre aquellos que iniciaron el Camino».
La historia de María Magdalena se desplegó ante ellos con todos sus detalles, inesperados y sorprendentes.