13

Château des Pommes Bleues

25 de junio de 2005

LAS CENAS EN EL CASTILLO siempre implicaban un gran despliegue gastronómico cuando había invitados, y esta noche no era diferente. Bérenger Sinclair había confiado en el personal de cocina y en su bodega para ofrecer una fiesta languedociana de proporciones medievales y decadentes. La conversación también era muy animada. Tammy mostraba un aplomo merecedor de un oscar. Adoptó su habitual actitud provocadora, como si estuviera recuperada por completo.

Maureen disfrutó viendo a Sinclair y Tammy discutir amistosamente con Peter, convencida de que su primo podría salir indemne de cualquier debate teológico. Lo sabía por propia experiencia.

Sinclair se lanzó a su perorata.

—Sabemos que el Nuevo Testamento procede del Concilio de Nicea. El emperador Constantino y su concilio tenían muchos evangelios donde elegir, pero sin embargo seleccionaron cuatro, que luego fueron alterados de manera radical. Fue un acto de censura que cambió la historia.

—No puedes evitar preguntarte qué decidieron ocultarnos —intervino Tammy.

Peter no se sentía nada molesto por una discusión que había sostenido cientos de veces. Su respuesta sorprendió a sus presuntos antagonistas.

—No cejen en su empeño. Recuerden que ni siquiera nosotros sabemos con seguridad quiénes escribieron esos cuatro evangelios. De hecho, sólo estamos seguros hasta cierto punto de que no fueron escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Debieron ser atribuidos a los evangelistas en algún momento del siglo dos, y algunos dirían que ni siquiera eso se acerca a la verdad. Además, incluso con la escasa documentación que posee el Vaticano, no podemos asegurar en qué idioma estaban escritos los evangelios.

Tammy se quedó patidifusa.

—Pensaba que estaban escritos en griego.

Peter negó con la cabeza.

—Las primeras versiones que tenemos están en griego, pero deben de ser traducciones de textos más antiguos. No estamos seguros.

—¿Por qué es tan importante el idioma original? — preguntó Maureen—. Aparte de los errores de traducción.

—Porque el idioma original es la primera indicación de la identidad y el origen geográfico del autor —explicó Peter—. Por ejemplo, si los evangelios originales hubieran sido escritos en griego, eso indicaría que los autores eran helenizantes, una influencia griega reservada para la élite, para los cultos e ilustrados. Por tradición, no pensamos en los apóstoles así, de modo que esperamos otra cosa, una lengua vernácula como el arameo o el hebreo. Si estuviéramos seguros de que los originales estaban escritos en griego, deberíamos investigar quiénes eran los primeros seguidores de Jesús.

—Los evangelios gnósticos descubiertos en Egipto estaban escritos en copto —aportó Tammy.

Peter la corrigió con delicadeza.

—Existen textos coptos, pero muchos fueron copiados del griego y traducidos al copto.

—¿Y eso qué nos da a entender? — preguntó Maureen.

—Bien, sabemos que ninguno de los seguidores originales era egipcio, lo cual nos dice que algunos se exiliaron a Egipto y que el cristianismo primitivo floreció allí. Los cristianos coptos.

—Pero, entonces, ¿qué sabemos con certeza sobre esos cuatro evangelios?

Maureen se sentía intrigada por la conversación. En el curso de sus investigaciones, no había podido permitirse el lujo de profundizar en los temas relativos a la historia del Nuevo Testamento. Se había concentrado en los pasajes sobre María Magdalena.

—Sabemos que Marcos fue el primero —contestó Peter—, y que el de Mateo es una copia casi exacta del de Marcos, con casi seiscientos párrafos idénticos. El de Lucas también es muy parecido, aunque el autor aporta algunos datos que no se encuentran en Marcos y Mateo. No obstante, el Evangelio de Juan es el más misterioso de los cuatro, pues adopta una postura política y social muy diferente de la de los otros tres.

—Sé que hay quienes creen que María Magdalena escribió el cuarto evangelio, el que se atribuye a Juan —añadió Maureen—. En el curso de mi investigación, entrevisté a un erudito muy brillante que afirmó eso. No es que esté de acuerdo con él, pero la idea me parece fascinante.

Sinclair meneó la cabeza y respondió con vehemencia.

—No, yo no lo creo. La versión de María Magdalena aún espera ser descubierta.

—El cuarto evangelio es el gran misterio del Nuevo Testamento —dijo Peter—. Hay muchas teorías, incluida la teoría del concilio: que fue escrito por varias personas a lo largo de un período de tiempo, en un intento por comunicar los acontecimientos de la vida de Jesús de una manera específica.

Tammy escuchaba a Peter con interés.

—Pero a mí me parece que muchos cristianos tradicionalistas quieren taparse los oídos y hacer caso omiso de los hechos —contestó. Era un tema que la apasionaba, y había sostenido muchas discusiones similares durante su vida—. No quieren conocer esta historia, sólo quieren creer a ciegas lo que la Iglesia les dice. O lo que les dicen los curas.

Peter replicó con pasión.

—No, no. No lo entiende. No se trata de ceguera, sino de fe. Para la gente de fe, los hechos no importan. No cometa el error común de confundir fe con ignorancia.

Sinclair lanzó una risita burlona.

—Hablo en serio —continuó Peter—. La gente de fe cree que el Nuevo Testamento fue inspirado por Dios, por lo tanto da igual quién escribió los evangelios o en qué idioma. Los autores fueron inspirados por Dios. Y quien tomó la decisión de compilar los evangelios en los concilios de Constantinopla o Nicea también estaba inspirado por Dios. Etcétera, etcétera. Es una cuestión de fe, y ahí no hay espacio para la historia. Ni se puede discutir. La fe es algo que no puede ser discutido.

Nadie contestó, a la espera de lo que diría Peter a continuación.

—¿Cree que no conozco la historia de mi Iglesia? Pues sí, por eso las investigaciones y opiniones de Maureen no me ofenden en absoluto. Por cierto, ¿saben que algunos estudiosos creen que el Evangelio de Lucas fue escrito por una mujer?

Sinclair expresó su sorpresa.

—¿De veras? No lo había oído nunca. ¿Esa idea no le molesta?

—En absoluto —replicó Peter—. La importancia de las mujeres en la Iglesia primitiva, así como en la propagación del cristianismo, es algo que no se puede negar. Tampoco sería deseable, cuando pensamos en grandes mujeres como Clara de Asís, que mantuvo cohesionado el movimiento franciscano después de que Francisco muriera tan joven. — Peter contempló los rostros asombrados de Sinclair y Tammy—. Lamento arruinar una discusión tan perfecta, pero estoy de acuerdo con la idea de que María Magdalena merece el título de «Apóstol de los apóstoles».

—¿De veras? — preguntó Tammy con incredulidad.

—Desde luego. En los Hechos de los Apóstoles, Lucas explica las condiciones exigidas para ser apóstol: haber sido discípulo de Jesús en vida de éste, haber sido testigo de su crucifixión y su resurrección. Si nos lo tomamos al pie de la letra, sólo hay una persona que cumple esas condiciones: María Magdalena. Los apóstoles varones no presenciaron la crucifixión, lo cual es ciertamente vergonzoso. María Magdalena es la primera persona a la que se aparece Jesús cuando resucita.

Maureen intentaba contener las carcajadas al ver las caras de Sinclair y Tammy. Estaban estupefactos por la demostración de inteligencia y personalidad de Peter.

Su primo continuó.

—Las únicas otras personas que encajan con la descripción de los apóstoles son otras Marías: la Virgen María, así como María Salomé y María la de Santiago, las cuales estuvieron presentes en la crucifixión y en el sepulcro el día de la resurrección.

Cuando Peter miró a Maureen, ésta ya no pudo contenerse más. Su carcajada resonó en la habitación.

—¿Qué pasa? — preguntó Peter con malicia.

—Lo siento —se disculpó ella, y levantó al instante su vaso de vino para dar un sorbo y ocultar su expresión risueña—. Es que… Bien, Peter suele sorprender a la gente, y a mí siempre me divierte ser testigo.

Sinclair asintió.

—Admito que no es usted como había supuesto, padre Healy.

—¿Y qué suponía, lord Sinclair? — preguntó Peter.

—Bien, con las debidas disculpas, esperaba una especie de perro guardián de la Iglesia romana. Alguien inmerso en dogma y doctrina.

Peter rio.

—Ay, lord Sinclair, pero ha olvidado algo muy importante. No sólo soy un sacerdote, soy jesuita. E irlandés, encima.

—Touché, padre Healy.

Sinclair alzó la copa en dirección a Peter. La orden de éste, la Compañía de Jesús, más conocida en todo el mundo como los jesuitas, se dedicaba a la educación y a la cultura. Si bien era la orden más numerosa de la Iglesia católica, los conservadores opinaban que los jesuitas formaban un grupo independiente, y así había sido durante varios siglos. Los llamaban la Infantería del Papa, si bien corrían rumores desde hacía cientos de años de que los jesuitas elegían a su propio líder en el seno de la orden, y respondían ante el Pontífice romano sólo para conservar las formas.

—¿Otros sacerdotes de su orden opinan igual que usted? — preguntó Tammy, intrigada—. Me refiero al papel de las mujeres.

—Siempre es imprudente generalizar —contestó Peter—. Como ha dicho Maureen, la gente tiende a convertir a los curas en estereotipos, dando por sentado que todos pensamos con un solo cerebro, lo cual no es cierto. Los curas son personas, y muchos de nosotros somos muy inteligentes y cultos, además de estar comprometidos con nuestra fe. Cada hombre extrae sus propias conclusiones.

»Pero hemos discutido largo y tendido sobre María Magdalena y la exactitud de los cuatro evangelios. Los apóstoles varones debieron considerar vergonzoso que Jesús confiara toda su misión a esta mujer, fuera cual fuera el papel que desempeñó en su vida y en su ministerio. En aquel tiempo, las mujeres no eran consideradas iguales a los hombres. Por lo tanto, los evangelistas se vieron obligados a escribir esto porque era verdad, por vergonzoso que les resultara. Pues aún en el caso de que los autores de los evangelios manipularan los hechos, no habrían alterado el elemento más importante de la resurrección de Jesús: que se apareció primero a María Magdalena. No se aparece a los apóstoles varones, se aparece a ella. Por lo tanto, creo que los autores de los evangelios no tuvieron otra alternativa que escribir esto porque era la verdad.

La admiración de Tammy por Peter estaba aumentando, y se reflejaba en su expresivo rostro.

—¿Quiere decir que está dispuesto a explorar la posibilidad de que María Magdalena haya sido el discípulo más importante de Jesús? ¿O que haya sido incluso más que eso?

Peter la miró con gran seriedad.

—Estoy dispuesto a explorar cualquier cosa que nos acerque a una sincera comprensión de la naturaleza de Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador.

Fue una estupenda velada para Maureen. Peter era la persona en quien más confiaba, pero había llegado a admirar a Sinclair y le consideraba fascinante. El que su primo hubiera encontrado un terreno común con el excéntrico escocés le causaba un profundo alivio. Tal vez podrían trabajar juntos para analizar las extrañas circunstancias de las visiones de Maureen.

Al terminar la cena, Peter, que había pasado el día explorando la región a solas, alegó cansancio y se excusó. Tammy hizo un comentario acerca de que debía efectuar unos retoques en el guión de su documental y le imitó. Sinclair y Maureen se quedaron solos. Animada por el vino y la conversación, acorraló a Sinclair.

—Creo que ha llegado el momento de que cumplas tu promesa —dijo.

—¿De qué promesa hablas, querida?

—Quiero ver la carta de mi padre.

Sinclair meditó unos momentos. Tras una breve vacilación, se rindió.

—Muy bien. Acompáñame.

Sinclair condujo a Maureen por un corredor sinuoso hasta una habitación cerrada con llave. Sacó el llavero del bolsillo, abrió la puerta y la dejó entrar en su estudio privado. Accionó un interruptor que había a la derecha, y un enorme cuadro que había en la pared del fondo quedó iluminado.

Maureen lanzó una exclamación ahogada, y después chilló de placer.

—¡Cowper! ¡Es mi cuadro!

Sinclair rio.

—Lucrecia Borgia reina en el Vaticano en ausencia del papa Alejandro vi. Confieso que lo adquirí después de leer tu libro. Fueron necesarias complicadas negociaciones para arrebatárselo a la Tate, pero soy un hombre muy decidido cuando quiero algo.

Maureen se acercó a la pintura con reverencia, y admiró el sentido artístico y el color utilizados por el pintor inglés del siglo XIX Frank Cadogan Cowper, el creador de aquella obra maestra. El cuadro plasmaba a Lucrecia Borgia sentada en el trono del Vaticano, rodeada de un suntuoso mar de cardenales ataviados de rojo. Había visto por primera vez el cuadro en su antiguo hogar, el Tate Museum de Londres. La había fulminado como un rayo. Para Maureen, esta sola imagen había explicado cientos de años de calumnias que esta hija del Papa había soportado. Le habían dedicado todos los epítetos imaginables, entre ellos puta asesina e incestuosa. Lucrecia Borgia había sido castigada por los historiadores medievales porque había tenido la audacia de sentarse en el sagrado trono de San Pedro, y también había dado órdenes papales durante las ausencias de su padre.

—Lucrecia fue la fuerza impulsora de mi libro. Su historia encarnaba el tema de la mujer que fue escarnecida y despojada de su verdadero poder en la historia —explicó Maureen a Sinclair.

La investigación de Maureen había revelado que las terribles acusaciones de incesto habían sido fraguadas por el primer marido de Lucrecia, un patán violento que quedó arruinado después de la anulación de su matrimonio. Inició los rumores de que Lucrecia había buscado la anulación porque mantenía relaciones sexuales con su padre y su hermano. Estas malignas mentiras perduraron durante siglos, perpetuadas por los enemigos de la muy envidiada familia Borgia.

—Son de la estirpe.

—¿Los Borgia? — preguntó Maureen con evidente incredulidad—. ¿Cómo?

—Por la rama de Sara Tamar. Sus antepasados fueron cátaros que escaparon a España. Buscaron refugio en el monasterio de Montserrat, y al final se establecieron en Aragón, donde adoptaron el apellido Borgia, antes de inmigrar a Italia. Pero no eligieron el lugar por accidente, espoleados por su legendaria ambición. César Borgia estaba decidido a sentarse en el trono, con el fin de devolver Roma a quienes consideraba sus auténticos regentes.

Maureen sacudió la cabeza, asombrada, y Sinclair continuó.

—La subida de su hija al trono fue emblemática de su descendencia cátara. En el Camino, los hombres y las mujeres eran iguales en todos los aspectos, incluido el liderazgo espiritual. César estaba dejando clara una cosa, lo cual provocó la caída de su hija. Por desgracia, la historia recuerda a los Borgia como seres malvados y conspiradores.

Maureen se mostró de acuerdo.

—Algunos escritores han llegado al extremo de llamarles la primera familia del crimen organizado. Me parece brutalmente injusto.

—Lo es, por no decir totalmente equivocado.

—Esa información sobre el linaje… —Maureen aún estaba asimilando la idea—. Añade un nuevo estrato a la historia.

—¿Crees que se avecina una secuela, querida? — bromeó Sinclair.

—Creo que se avecinan dos décadas de investigación, como mínimo. Estoy fascinada. Ardo en deseos de ver adónde me conduce todo esto.

—Sí, pero antes hay que examinar un capítulo de tu propia vida.

Maureen se puso tensa. Le había suplicado este momento, había insistido. Era el motivo de que hubiera ido a Francia. Pero ahora no estaba segura de querer saber.

—¿Te encuentras bien?

Él parecía muy preocupado.

Ella asintió.

—Estoy bien. Es que ahora que estoy aquí… Me siento nerviosa, eso es todo.

Sinclair indicó una silla, y Maureen se sentó, agradecida. El hombre abrió un archivador empotrado con otra llave y extrajo una carpeta.

—Descubrí esta carta en los archivos de mi abuelo, hace años —explicó a Maureen mientras andaba—. Cuando me informaron sobre tu obra y vi tu fotografía con el anillo, se dispararon timbres de alarma en mi cabeza. Sabía que en Francia había descendientes de los Paschal, pero también me acordaba de que, en otro tiempo, hubo un Paschal importante en Estados Unidos. No recordaba por qué, hasta que descubrí esta carta.

Sinclair depositó la carpeta con suavidad delante de Maureen y la abrió, revelando papel amarillento y tinta desteñida.

—¿Quieres que te deje a solas?

Ella le miró y sólo vio comprensión y seguridad en su rostro.

—No. Quédate conmigo, por favor.

Sinclair asintió, palmeó su mano, y después se sentó en silencio al otro lado de la mesa. Maureen levantó la carpeta y empezó a leer.

—«Estimado monsieur Gélis» —empezaba la carta.

—¿Gélis? — preguntó Maureen—. ¿No la enviaron a tu abuelo?

Sinclair negó con la cabeza.

—No, estaba en los archivos de mi abuelo, pero la escribieron a un hombre de la zona, descendiente de una antigua familia cátara apellidada Gélis.

Maureen pensó por un momento que se había topado con ese apellido antes, pero no le dedicó mucho tiempo. Estaba demasiado preocupada por los demás elementos de la carta.

Estimado monsieur Gélis:

Le ruego que me disculpe, pero no tengo otra persona a la que acudir. Me han dicho que posee usted extensos conocimientos sobre los asuntos espirituales. Que es usted un verdadero cristiano. Eso espero. Pues desde hace muchos meses estoy atormentado por pesadillas y visiones de Nuestro Señor en la cruz. He sido visitado por Él y me ha dado su dolor.

Pero no escribo por mí. Escribo por mi hijita, mi Maureen. Grita por las noches y me habla de las mismas pesadillas. Es poco más que un bebé. ¿Cómo puede ocurrirle esto? ¿Cómo puedo detenerlo, antes de que sienta el mismo dolor que yo?

No puedo soportar ver a mi hija así. Su madre me echa la culpa, amenaza con llevarse a mi hija para siempre. Ayúdeme, por favor. Haga el favor de decirme qué puedo hacer para salvar a mi hija.

Con mi más profundo agradecimiento,

Edouard Paschal

A Maureen se le nubló la vista a causa de las lágrimas. Dejó la carta y se puso a sollozar.

Sinclair se ofreció a quedarse con ella, pero Maureen rechazó la oferta. Estaba conmovida por la carta hasta lo más íntimo, y necesitaba estar sola. Pensó por un momento en despertar a Peter, pero luego decidió que no era prudente. Antes necesitaba reflexionar. El reciente desliz de Peter, cuando dijo que había «prometido a su madre no permitir que aquello volviera a suceder», había despertado sus sospechas. Su primo siempre había sido su ancla, la figura masculina salvadora de su vida. Confiaba en él, y sabía que jamás haría nada que no fuera por su bien. Pero ¿y si Peter estaba mal informado? Lo que él sabía de la infancia de Maureen, y sobre lo cual se negaba a hablar en términos concretos, se lo había contado su madre.

Su madre. Maureen se sentó en la enorme cama y se reclinó sobre las almohadas bordadas. Bernadette Healy había sido una mujer dura e inflexible, o al menos así la recordaba Maureen. Las únicas pistas de que en su juventud hubiera sido distinta procedían de las fotografías: guardaba algunas instantáneas de su madre en Luisiana, con la pequeña Maureen en brazos. Bernadette sonreía a la cámara, la proverbial madre primeriza orgullosa.

Maureen se había preguntado muchas veces qué había cambiado a Bernadette, qué había transformado a la joven y optimista madre de las fotos en la fría y severa mujer de sus recuerdos. Cuando se trasladaron a Irlanda, Maureen fue criada sobre todo por sus tíos, los padres de Peter. Su madre la depositó en la seguridad y el anonimato de una remota comunidad rural del oeste de Irlanda, y luego regresó a Galway para reanudar su trabajo de enfermera.

Maureen veía a su madre en raras ocasiones, cuando Bernadette volvía a la granja espoleada por el sentido del deber o la obligación. Estas visitas eran tensas, porque su madre era cada vez más una extraña para ella. Maureen adoptó a la familia de Peter como propia, y se entregó a la ternura reparadora de su numerosa y bulliciosa prole. Tía Ailish, la madre de Peter, desempeñó el papel de figura materna. La ternura y el humor de Maureen procedían de la influencia que había ejercido en ella la familia de Peter. La tendencia a la contención, el orden y la cautela eran de su madre.

Algunas veces, por lo general después de alguna desastrosa y destructiva visita de Bernadette, Ailish hablaba a solas con su sobrina.

—No has de juzgar a tu madre con excesiva severidad, Maureen —decía con tono paciente—. Bernadette te quiere. Tal vez su problema es que te quiere demasiado. Pero su vida ha sido dura, y eso la ha cambiado. Cuando seas mayor, lo entenderás.

El tiempo y el destino habían eliminado cualquier posibilidad de que Maureen llegara a comprender mejor a su madre. Bernadette fue víctima de un linfoma cuando ella era adolescente. Murió al poco tiempo. Peter había sido llamado al lecho de muerte de Bernadette, y fue el sacerdote que le administró la extremaunción. Oyó su confesión final, y había cargado sobre los hombros el peso de las sorprendentes revelaciones de su tía todos los días de su vida. Pero no quiso nunca hablar de ello con Maureen, alegando el secreto de confesión.

Y ahora había una nueva pieza en el rompecabezas. Maureen tenía que buscar una interpretación a la carta de su padre, un breve vistazo a la compleja herencia que le había legado. Lo consultaría con la almohada, y al día siguiente hablaría de ello con Peter, más despejada.

Carcasona

25 de junio de 2005

DEREK WAINWRIGHT DORMÍA a pierna suelta. El cóctel de fármacos y vino tinto se había mezclado con el agotamiento y la tensión, hasta sumirle en una especie de letargo.

De haber estado consciente, tal vez los pasos, el sonido de la puerta al abrirse o el cántico susurrado por su atacante le habrían advertido.

—Neca eos omnes. Neca eos omnes. Deus suos agnoset.

Matadles a todos. Matadles a todos. Dios reconocerá a los suyos.

Pero cuando el cordón rojo estuvo anudado alrededor de su cuello, ya era demasiado tarde para Derek Wainwright. Al contrario que Roger-Bernard Gélis, no tuvo la buena suerte de estar muerto cuando el ritual empezó.

Château des Pommes Bleues

MAUREEN SE ENCOGIÓ al oír una llamada en la puerta. En aquel momento no tenía ganas de ver a Sinclair o a Peter. Se sintió aliviada cuando oyó una voz femenina al otro lado de la puerta.

—¿Reenie? Soy yo.

Maureen abrió la puerta y vio a Tammy, que la miró y gimió.

—Estás hecha polvo.

—Caramba, gracias. Me siento de maravilla.

—¿Quieres hablar de ello?

—Todavía no. Estoy asimilando ciertos asuntos personales. Tammy vaciló. Maureen recuperó la concentración cuando vio algo nuevo por completo: Tamara Wisdom estaba nerviosa.

—¿Qué pasa, Tammy?

Su amiga suspiró y se pasó la mano por su largo pelo.

—Detesto hacerte esto cuando ya estás afectada por otra cosa, pero he de hablar contigo.

Maureen indicó el saloncito de su dormitorio.

—Entra y siéntate.

Tammy negó con la cabeza.

—No, necesito que vengas conmigo. He de enseñarte algo.

—De acuerdo —dijo Maureen, y siguió a Tammy por los laberínticos pasillos del Château des Pommes Bleues. Después de todo lo sucedido, no creía que nada pudiera sorprenderla ya. Estaba equivocada.

Entraron en la moderna sala de audio y vídeo donde Sinclair había enseñado a Maureen y Peter los mapas de la región comparados con las constelaciones. Tammy indicó un sofá de piel situado ante una pantalla de televisión gigante. Levantó un mando a distancia y se sentó al lado de Maureen. Respiró hondo y empezó su explicación.

—Quiero enseñarte algunas secuencias en las que he estado trabajando para mi próximo documental. Giran alrededor del linaje. Verás, necesito que me escuches bien, porque es muy importante y al final te concierne a ti y al papel que desempeñas en todo esto.

»Como ya sabes, el misterio de Jesús y María Magdalena ha inspirado a un buen número de sociedades secretas. Hablan en susurros del linaje. Llevan a cabo rituales supersecretos.

Tammy accionó el mando a distancia y la pantalla cobró vida. Por ella fueron desfilando diapositivas de una en una. Las primeras imágenes eran pinturas de María Magdalena, obras de maestros del Renacimiento y del Barroco.

—Algunos de estos grupos están integrados por fanáticos, pero otros cuentan con gente buena y espiritual. Sinclair es uno de los buenos, de modo que aquí estás a salvo. Te lo voy a explicar.

Hizo una pequeña pausa, mientras ordenaba sus ideas.

—Quería rodar una película que mostrara el alcance de este concepto, hasta qué punto la idea de un linaje sagrado está interiorizada en el mundo occidental y en nuestra historia. Mi deseo es plasmar un amplio abanico de quiénes eran, y son, sus descendientes. Desde los famosos hasta los tristemente célebres, pasando por los anónimos.

Retratos conocidos de figuras históricas y religiosas llenaron la pantalla, mientras Tammy continuaba.

—Algunos de ellos tal vez te sorprendan. Carlomagno. El rey Arturo. Robert Bruce[4]. San Francisco de Asís.

—Espera un momento. ¿San Francisco de Asís?

Tammy asintió.

—Su madre, la dama Pica, nació en Tarascón. De pura cepa cátara, de la rama de Sara Tamar, nacida en la familia noble Bourlemont. De ahí recibió el santo su nombre. Le bautizaron Giovanni, pero sus padres le llamaban Francesco porque les recordaba mucho la rama francocátara de su madre. ¿Has estado alguna vez en Asís?

Maureen negó con la cabeza. Cada nueva revelación la asombraba, la abrumaba. Contempló fascinada las imágenes del pueblo italiano de Asís, el hogar del movimiento franciscano.

—Has de entenderlo, es uno de los lugares más cargados de magia de la tierra. Además, el espíritu de san Francisco y de su compañera, santa Clara, aún sigue vivo allí. Creo que intentaron reproducir los papeles de Jesús y María Magdalena. Fíjate bien en las obras de arte que contiene la basílica de San Francisco. El maestro italiano Giotto, contemporáneo de Francisco, dedicó toda una capilla a María Magdalena, a quien se la ve en un mural llegando a las costas de Francia después de la crucifixión. El artista estaba expresando claramente su opinión. Hay mucho sentimiento cátaro en la filosofía franciscana.

Pulsó el botón de pausa cuando apareció el retrato de san Francisco, pintado por Giotto, en el que recibe estigmas del cielo.

—Francisco es el único santo del que existe constancia de que manifestó los cinco puntos de los estigmas. ¿Por qué? Por el linaje. Es descendiente de Jesucristo. Creo que existe la teoría de que cualquier persona con estigmas autentificados es del linaje. Pero lo importante de Francisco es que muestra los cinco. Y a nadie más le ha sucedido eso.

Maureen estaba contando, intentando seguir a Tammy.

—Las dos manos, los dos pies… Eso hacen cuatro, pero…

—El costado derecho. Donde el centurión atravesó a Jesús con la lanza. Pero debo corregirte. Los verdaderos estigmas no se producen en las manos, sino en las muñecas. En contra de la creencia popular, Cristo no fue crucificado por las manos, sino por las muñecas. Las manos no son lo bastante fuertes para aguantar el peso del cuerpo.

»De modo que, si bien se han observado estigmas autentificados en las manos, como en el caso del santo padre Pío, son los estigmas en las muñecas lo que llama la atención de la Iglesia. Por eso Francisco es tan importante. Aunque artistas como Giotto pintan los estigmas en las manos para causar un efecto dramático, documentos históricos nos cuentan una historia diferente. Francisco mostraba los cinco puntos, incluidas las muñecas.

Tammy desactivó el botón de pausa para pasar a la siguiente imagen, la estatua dorada de Juana de Arco que domina la rue de Rivoli de París. Después apareció otra imagen de Juana, la estatua del jardín de Saunière que habían visto dos días antes.

—¿Recuerdas cuando Peter me preguntó por esta estatua de Juana? Dijo que el mundo la considera un símbolo del catolicismo convencional. Bien, ella está aquí porque es cualquier cosa menos eso.

Apareció una foto de Juana de Arco enarbolando su tradicional bandera de «Jesús-María».

—Los cristianos creen que el lema de Juana se refería a Cristo y a su madre, porque en la bandera se leía «Jhesus-Maria». Pero no es así. Era una referencia a Cristo y María Magdalena, por eso juntó con un guión los nombres, para mostrarlos unidos. Jesús y su esposa, antepasados de Juana.

—Pero creía que era una campesina… Una… pastora.

Maureen emitió un gruñido cuando pronunció la última palabra.

—Exacto. Una pastora. ¿Y qué me dices de su apellido? «De Arco» indica que tenía cierta relación con esta región, Arques, aunque había nacido en Domrémy. Juana de Arco es una referencia a su linaje. Y a su peligroso legado. Berry te habló de la profecía, ¿verdad? De la Esperada.

Maureen asintió pausadamente.

—Creo que el mundo no está preparado para esto. Creo que yo no lo estoy.

Tammy pulsó el botón de pausa y se volvió hacia Maureen.

—Necesito que escuches el resto de la historia de Juana, porque es importante. ¿Qué sabes de ella?

—Supongo que lo que sabe casi todo el mundo. Luchó para devolver al delfín al trono de Francia, dirigió batallas contra los ingleses. Fue quemada viva en la hoguera por bruja, aunque todo el mundo sabe que no lo era…

—Fue quemada en la pira porque tenía visiones.

Maureen sopesó las palabras de Tammy, sin saber muy bien adónde quería ir a parar. Su amiga se explicó con vehemencia.

—Juana tenía visiones, visiones divinas. Y era del linaje. ¿Qué significa eso para ti?

No esperó la respuesta de Maureen.

—Juana era la Esperada, y todo el mundo lo sabía. Iba a cumplir la profecía. Tenía visiones que la habrían guiado hasta el Evangelio de la Magdalena. Por eso tuvieron que silenciarla de manera permanente.

Maureen estaba atónita.

—Pero… ¿el día de nacimiento de Juana era el mismo que el mío?

—Sí, pero no lo verás escrito en los libros de historia. Suelen decir que nació en enero. Fue ocultado a propósito para proteger su verdadera identidad, como bastarda real y como la esperada princesa del Grial.

—¿Cómo lo sabes? ¿Existe documentación que respalde lo que dices?

—Sí, pero has de dejar de pensar como una académica. Tienes que leer entre líneas, porque todo está ahí. Y no deseches las leyendas locales. Eres irlandesa, conoces el poder de las tradiciones orales, que se transmiten de generación en generación. Los cátaros no eran tan diferentes de los celtas. De hecho, existen toneladas de pruebas de que ambas culturas se fusionaron en Francia y España. Protegieron sus tradiciones al no reseñarlas por escrito, sin dejar pruebas para sus enemigos. La leyenda de Juana como la Esperada salta a la luz en cuanto rascas un poco en la superficie.

—Creía que las fuerzas inglesas ejecutaron a Juana.

—Falso. Los ingleses la detuvieron pero fue el clero francés el que la juzgó e insistió en su ejecución. El torturador de Juana fue un sacerdote llamado Cauchon. Por aquí es como un chiste, porque Cauchon suena igual que cochon, que significa cerdo en francés. Bien, fue ese cochino quien extrajo la confesión a Juana, y después manipuló las pruebas para imponerle el martirio. Cauchon tenía que matarla antes de que pudiera desempeñar el papel que le correspondía por ser la Esperada.

Maureen guardaba silencio, escuchando con atención a Tammy.

—Juana no fue la última pastora en morir. ¿Recuerdas la estatua de la santa por la que me preguntaste en Rennes-le-Château, la chica con el cordero?

—Santa Germana —asintió Maureen—. Anoche soñé con ella.

—Porque es otra hija del equinoccio de verano y la resurrección. Se la representa con un cordero pascual por motivos evidentes, pero también con una cría de carnero, lo cual representa que nació bajo el signo de Aries.

Maureen recordaba bien la estatua. El rostro solemne de la pastorcilla la había conmovido sobremanera.

—Su madre ocupaba una posición elevada en el linaje, la Marie de Negre de su tiempo. Cuando Germana era una niña, su madre murió de manera muy misteriosa. Ella fue criada por una familia adoptiva que la asesinó mientras dormía cuando estaba a punto de cumplir veinte años.

Tammy tomó la mano de Maureen, muy seria de repente.

—Escúchame, querida. Durante mil años ha existido gente capaz de matar para impedir el descubrimiento del Evangelio de María. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo?

Maureen empezó a darse cuenta de la gravedad de la situación. De pronto, sintió escalofríos.

—Todavía hay gente capaz de matar para impedir el cumplimiento de esa profecía. Si esa gente cree que eres la Esperada, puede que corras un gran peligro.

Tammy había tenido la previsión de llevar una botella de vino a la sala. Volvió a llenar la copa de Maureen, mientras ambas guardaban silencio un momento.

Maureen habló por fin, en un tono algo acusador.

—En Los Ángeles sabías mucho más de lo que me dejaste creer, ¿no?

Tammy suspiró y se reclinó en el sofá.

—Lo siento muchísimo, Maureen. Entonces no podía explicártelo todo.

Ni ahora tampoco, pensó abatida, antes de continuar.

—No quería asustarte. Nunca habrías hecho este viaje, y no podíamos correr ese riesgo.

—¿Podíamos? ¿Te refieres a ti y a Sinclair? ¿Eres miembro de la Sociedad de las Manzanas Azules?

—No es tan sencillo. Escucha, Sinclair hará cualquier cosa para protegerte.

—¿Porque cree que soy su chica de oro?

—Sí, pero también porque siente un gran afecto por ti. Me he dado cuenta. Pero Berry también se siente responsable. Te condujo al matadero, como al cordero pascual de tu apellido, cuando te exhibió con ese vestido. Debido a su entusiasmo, no se paró a pensarlo.

Maureen tomó otro sorbo del excelente vino tinto.

—¿Qué sugieres que haga? Estoy en territorio desconocido, Tammy. ¿Me marcho? ¿Olvido que esto ha sucedido y vuelvo a mi vida normal? — Lanzó una risita irónica—. Claro, ningún problema.

Su amiga la miró con semblante compasivo.

—Quizá deberías hacerlo, por tu bien. Berry podría sacaros a escondidas, a ti y a Peter, mañana. Eso le matará, pero lo hará si se lo pides.

—Y después, ¿qué? ¿Volveré a Los Ángeles, para vivir atormentada el resto de mi vida por visiones y pesadillas? ¿Se resentirá ni trabajo porque nunca más podré afrontar la historia de la misma manera, y seré incapaz de llevar a cabo futuras investigaciones, por temor a que algunos matones misteriosos me hagan daño? ¿Quién es esa gente tan peligrosa? ¿Por qué quieren impedir que se cumpla la profecía, hasta el punto de matar por ello?

Tammy se levantó y empezó a pasear de un lado a otro.

—Hay cierto número de facciones interesadas en conservar en secreto las opiniones de María Magdalena. Está la Iglesia tradicional, por supuesto, pero ésos no son los peligrosos.

—Entonces, ¿quiénes son? Maldita sea, Tammy, estoy harta de acertijos y jueguecitos. Alguien me debe una explicación completa, y la quiero ya.

Tammy asintió con aire sombrío.

—La tendrás por la mañana. Pero no soy yo quien debe dártela.

—¿Dónde está Sinclair? Quiero hablar con él. Ahora.

Su amiga se encogió de hombros.

—Te lo contará todo por la mañana, te lo prometo.

Pero cuando Bérenger Sinclair regresó al Château des Pommes Bleues, el mundo había cambiado.


… La llegada de Easa llamó la atención de todas las autoridades de Jerusalén, desde los sacerdotes del templo a la guardia de Pilatos. Los romanos estaban preocupados por la Pascua judía. Temían levantamientos o disturbios incitados por alguna oleada de sentimiento o nacionalismo judío. Y como nos acompañaban zelotes, Pilatos no tuvo otro remedio que tomar nota.

Entre nosotros había algunos que tenían hermanos en la casta sacerdotal. Nos informaron de que el sumo sacerdote Caifás, yerno de Anás, quien tanto nos despreciaba, se había reunido en consejo para hablar sobre «esa idea del nazareno convertido en mesías».

Ya he hablado suficiente de este Anás en el pasado, y ahora hablaré más de sus actos, pero con una advertencia: no condenéis a muchos por los actos de un solo hombre. Porque la casta sacerdotal es como todas las demás: algunos son buenos y justos en sus corazones, y otros no. Hay aquellos que obedecieron las órdenes de Anás en los días oscuros, sacerdotes y hombres. Algunos lo hicieron porque eran obedientes al templo, porque eran hombres buenos y justos, como lo era mi hermano cuando tomó aquella terrible decisión.

Nuestro pueblo estaba engañado por líderes corruptos, cegado a la verdad por aquellos que tenían el deber de darles algo más. Algunos se nos oponían porque temían más derramamiento de sangre judía, y sólo deseaban paz para el pueblo durante la Pascua. No puedo culparles por esa elección.

¿Hemos de condenar a los que no vieron la luz? No. Easa nos enseñó que no debemos rechazarlos, sino perdonarlos.

EL EVANGELIO DE ARQUES DE MARÍA MAGDALENA

EL LIBRO DE LOS DISCÍPULOS