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Château des Pommes Bleues

23 de junio de 2005

EL COMEDOR QUE SINCLAIR había elegido para aquella noche era el de las ocasiones íntimas, menos formal que el cavernoso salón principal del castillo. La sala estaba adornada con excelentes réplicas de los más famosos cuadros de Botticelli. Ambas versiones de las obras maestras conocidas como las Lamentaciones cubrían casi toda una pared, mostrando a Jesús crucificado en la posición de la Pietà sobre el regazo de su madre. En la primera versión, una llorosa María Magdalena acuna su cabeza. En la segunda, sujeta sus pies. Tres pinturas de la Madonna del maestro del Renacimiento, Madonna de la granada, Madonna del libro y la Madonna del Magnificat, colgaban enmarcadas en costosos marcos dorados en las otras dos paredes.

Maureen y Peter sólo desviaron su atención de las obras de arte cuando vieron que un banquete tradicional del Languedoc les aguardaba. Soperas burbujeantes de cassoulet, el sabroso guiso de judías blancas con compota de pato y salchichas, llegaron a la mesa transportadas por criadas, mientras dejaban cestas con pan crujiente sobre la mesa. Botellas de vino tinto de Courbières esperaban a ser descorchadas.

—Bienvenidos a la sala de Botticelli —anunció Sinclair cuando entró—. Tengo entendido que, en fechas recientes, se les ha despertado cierta simpatía por nuestro Sandro.

Maureen y Peter le miraron.

—¿Nos ha hecho seguir? — preguntó Peter.

—Por supuesto —replicó Sinclair, como si fuera la cosa más natural del mundo—. Y estoy contento de haberlo hecho, porque me impresionó sobremanera que acabaran en los frescos de la boda. Nuestro Sandro estaba dedicado en cuerpo y alma a María Magdalena, lo cual resulta evidente en sus obras más famosas. Como ésta.

Sinclair señaló una réplica de El nacimiento de Venus, el cuadro ahora mítico que plasma a la diosa desnuda surgiendo de una venera sobre las olas.

—Representa la llegada de María Magdalena a las costas de Francia. Toma la apariencia de la diosa del amor, frecuente en la pintura del Renacimiento, y tiene una marcada relación con el planeta Venus.

—He visto ese cuadro cien veces, como mínimo —comentó Maureen—. No tenía ni idea de que era María Magdalena.

—Casi nadie lo sabe. Nuestro Sandro era un miembro fundamental de una organización de la Toscana dedicada a preservar su nombre y Su recuerdo, la Fraternidad de María Magdalena. ¿Comprendió el significado de los frescos que vio en el Louvre?

Maureen vaciló.

—No estoy segura.

—Inténtelo.

—Primero pensé en astrología, o al menos en astronomía. El escorpión representaba la constelación de Escorpio, y el arco representaba a Sagitario.

—Bravo. Creo que está en lo cierto. ¿Ha oído hablar del Zodíaco del Languedoc?

—No, pero sí del Zodíaco de Glastonbury, en Inglaterra. ¿Se parecen?

—Sí. Si superpone un plano de las constelaciones sobre esta región, descubrirá que diferentes ciudades corresponden a ciertas constelaciones. Lo mismo puede decirse de Glastonbury.

—Lo siento —dijo Peter, confuso—, pero no le sigo.

Maureen le informó.

—Era algo habitual para los antiguos, empezando por los egipcios. Los lugares sagrados de la tierra se han construido de manera que reproduzcan el cielo. Por ejemplo, las pirámides de Gizeh reproducen la constelación de Orión. Ciudades enteras se planificaron de forma que reprodujeran configuraciones estelares. Cumplían la filosofía alquímica de «Lo que está arriba es igual que lo que está abajo».

—El fresco de la boda es un plano —explicó Sinclair—. Sandro nos estaba indicando adónde debíamos mirar.

—Espere un momento. ¿Está diciendo que uno de los pintores más grandes de la historia participaba en esta teoría conspiratoria de María Magdalena?

—De hecho, padre Healy, estoy diciendo que muchos de los grandes pintores de la historia participaban en ello. Hemos de dar gracias a María Magdalena por muchas cosas, incluyendo un legado de tesoros artísticos de grandes maestros.

—¿Como Leonardo da Vinci? — preguntó Maureen.

El rostro de Sinclair se ensombreció tan repentinamente que Maureen se quedó sorprendida.

—¡No! Leonardo no está incluido en esa lista por buenos motivos.

—Pero pintó a María Magdalena en su fresco de la Ultima Cena. Y se especula con que era el cabecilla de una sociedad secreta que la reverenciaba a ella y a la feminidad divina.

Leonardo era el único artista con el que Maureen se había topado una y otra vez durante su investigación sobre María Magdalena. Se sentía sorprendida y confusa por el aparente desagrado que mostraba Sinclair por el tema.

Sinclair tomó un sorbo de vino y dejó la copa sobre la mesa con mucha lentitud.

—Querida mía, no arruinaremos esta velada hablando de ese hombre o de su obra. No encontrará referencias a Leonardo da Vinci en mi casa, ni en ninguna casa de esta región. De momento, esa explicación bastará. — Sonrió para animar un poco la atmósfera—. Además, tenemos muchos grandes artistas donde elegir, como nuestro Sandro, Poussin, Ribera, El Greco, Moreau, Cocteau, Dalí…

—Pero ¿por qué? — preguntó Peter—. ¿Por qué todos estos artistas tienen que ver con lo que es, en esencia, una herejía?

—Herejía según se mire. Pero para contestar a su pregunta, estos grandes artistas pintaban para clientes acaudalados que los apoyaban, y la mayoría de estos nobles clientes estaban relacionados con el sagrado linaje y eran descendientes de María Magdalena. Piense en esos frescos de Botticelli, por ejemplo. El novio, Lorenzo Tornabuoni, era de una rama de ese linaje. Su novia, Giovanna Albizzi, era de una estirpe noble todavía más elevada. Observará en el fresco que lleva una capa roja que simboliza su relación con el linaje de María Magdalena. Fue una boda muy importante, porque unió a dos dinastías muy poderosas.

Maureen y Peter guardaban silencio, a la espera de obtener más detalles de Sinclair.

—Incluso hay quien cree que todos estos artistas eran también de dicho linaje, y que su gran talento procedía de genes divinos. Esto es muy posible, probable en el caso de Sandro. Además, estamos seguros de que eso es cierto en el caso de varios maestros franceses, como Gorges de la Tour, que pintaron a su musa y antepasada una y otra vez.

Maureen se entusiasmó cuando reconoció esta referencia.

—Vi un cuadro de De la Tour en el curso de mi investigación. La Magdalena Penitente, en Los Ángeles.

El uso de la luz y la sombra en la hermosa pintura la había conmovido. María Magdalena, con la mano posada sobre la calavera de la penitencia, contempla la luz parpadeante de una vela que se refleja en un espejo.

—Vio una de las Magdalenas Penitentes —aclaró Sinclair—. Pintó muchas con sutiles variaciones. Varias se han perdido. Una fue robada de un museo en tiempos de mi abuelo.

—¿Cómo sabe que Georges de la Tour estaba relacionado con el linaje?

—Su nombre es la primera pista. De la Tour significa «de la torre». Es un juego de palabras, en realidad. El nombre Magdalena proviene de migdal, que significa «torre». Literalmente, es «María del lugar de la torre». Como ya sabe, algunos afirman que Magdalena es un título, significando que María era la torre, o la líder de su tribu.

»Cuando los cátaros fueron perseguidos, los supervivientes se vieron obligados a cambiar de nombre para proteger su identidad, pues los nombres cátaros se reconocían enseguida. Ocultaron su herencia a plena vista, utilizando apellidos como De la Tour» o… —hizo una pausa para crear un efecto dramático— De Paschal.

El asombro de Maureen fue mayúsculo.

—¿De Paschal?

—Por supuesto. El apellido De Paschal se utilizó para ocultar a una de las familias cátaras más nobles. Se ocultaron a plena vista. Se hicieron llamar De Paschal en francés y Di Pasquale en italiano. Hijos del Cordero Pascual.

»Además —continuó Sinclair—, sé que Georges de la Tour era del linaje, porque era el Gran Maestre de una organización dedicada a conservar las tradiciones del cristianismo puro, tal como lo trajo a Europa María Magdalena.

Esta vez fue Peter quien preguntó.

—¿Qué organización era ésa?

Sinclair indicó con un ademán que pasearan la vista a su alrededor.

—La Sociedad de las Manzanas Azules. Están cenando en la sede oficial de una organización que ha existido en esta tierra desde hace más de mil años.

Sinclair se había negado a continuar hablando de la sociedad, y se apartó del tema con la habilidad de un manipulador nato. Pasaron el resto de la cena comentando su visita a Rennes-le-Château y averiguando más datos sobre el enigmático cura Bérenger Saunière. Sinclair estaba muy orgulloso de su patronímico.

—El cura bautizó a mi abuelo en esa iglesia —explicó—. No me extraña que Alistair se dedicara en cuerpo y alma a esta tierra.

—Es evidente que le contagió esa dedicación a usted —observó Maureen.

—Sí. Cuando me dio el nombre de Bérenger Saunière, mi abuelo me bendijo de una manera muy especial. Mi padre se opuso, pero Alistair era un hombre de una voluntad de hierro, y nadie se le oponía mucho tiempo, y mucho menos mi padre.

Sinclair no quiso dar más explicaciones, y Maureen y Peter no insistieron en un tema que, sin duda, era muy personal y sensible.

Una vez terminada la cena, Sinclair salió del comedor, seguido de Maureen y Peter.

—Vengan, quiero volver al tema de Sandro y a su maravilloso descubrimiento del Louvre. Por aquí.

Les condujo hasta una enorme sala, incongruentemente moderna, que albergaba un equipo de cine casero de alta tecnología y varios ordenadores. Roland los esperaba junto a un monitor, y los saludó con un bonsoir cuando entraron. El criado pulsó varias teclas en un teclado, y después se inclinó para apretar el botón de una consola. Una pantalla descendió en la pared del fondo.

Apareció en ella un plano de la zona, y Sinclair señaló varios puntos de interés.

—Observarán pueblos conocidos: Rennes-le-Château está allí, y aquí estamos nosotros, en Arques. La tumba de Poussin que vieron ayer se encuentra aquí.

—¿Se halla en su propiedad? — preguntó Maureen.

Sinclair asintió.

—Estamos seguros de que uno de los tesoros más preciados de la historia de la humanidad está localizado en estas tierras.

Indicó a Roland con un gesto que dejara descender un mapa cuadriculado de constelaciones sobre el plano de la zona. Las constelaciones llevaban su nombre, y Escorpio estaba situado justo encima de la población de Rennes-le-Château. Arques se encontraba entre Escorpio y Sagitario.

—Sandro nos dibujó un plano. Ése fue su verdadero regalo de bodas a la noble pareja. De hecho, lo que creó era tan peligrosamente preciso que tuvo que ser destruido de inmediato. Los frescos estaban en unas paredes de la casa de los Tornabuoni, de modo que no pudieron derribarlos. Se limitaron a encalar las pinturas. Permanecieron ocultos hasta finales del siglo dieciocho, cuando fueron descubiertos por accidente.

Entonces Maureen comprendió.

—Por eso vive usted aquí. En Arques. ¿Cree que el Evangelio de María Magdalena está enterrado aquí?

—Estoy seguro. Ya ve que Sandro Botticelli también lo sabía. Mire el fresco de nuevo. Roland, por favor.

Roland pulsó teclas y apareció el fresco del Louvre. Sinclair señaló los elementos.

—Mire, la mujer del escorpión está aquí. Si nos movemos a la derecha, hay una mujer a su lado que no sostiene ningún símbolo. Sentada sobre ellas en un trono está la mujer del arco. Pero fíjese bien: esta mujer va vestida de rojo, las prendas de María Magdalena, y hace la señal de la bendición sobre la cabeza de la mujer que se encuentra entre ella y la mujer del escorpión. Es la «X» que indica el punto en el plano, entre Escorpio y Sagitario.

»Sandro conocía el emplazamiento del tesoro, y Poussin también. Tuvieron la amabilidad de dejarnos unas pistas para poder hallarlo.

Para Peter, todo aquel galimatías carecía de sentido.

—Pero ¿por qué esos artistas hicieron planos, que luego se exhibieron en público, con el fin de revelar el emplazamiento de un tesoro tan preciado?

—Porque hay que ganarse este tesoro. No puede ser descubierto por cualquiera. Es posible que estemos pisando cada día de nuestras vidas el mismísimo lugar donde María Magdalena enterró su tesoro, pero no lo veremos a menos que ella decida enseñárnoslo. Fue oculto mediante un procedimiento alquímico, una cerradura que sólo puede abrir la pertinente… energía, podríamos decir. La leyenda dice que el tesoro se revelará en su debido momento, cuando alguien elegido por María Magdalena venga a reclamarlo. Tanto Sandro como Poussin confiaban en que fuera descubierto durante su vida, y trataron de colaborar en el proceso.

»En el caso de Botticelli, se cree que Giovanna Albizzi poseía la capacidad de encontrar el tesoro. Por lo que se dice de ella, era una mujer virtuosa y espiritual, así como inteligente y culta. En el retrato que le hizo Ghirlandaio, incluyó un epigrama que rezaba: «¡Ojalá pudiera el arte reproducir el carácter y el espíritu! En toda la tierra no se encontraría un cuadro más hermoso».

»Por desgracia, no pudo ser. La pobre y encantadora Giovanna murió al dar a luz, justo dos años después de los esponsales.

Maureen estaba absorbiendo toda la información, intentando combinar la historia italiana con lo que había visto antes en Rennes-le-Château. Se le ocurrió una idea.

—¿Cree que Saunière pudo encontrar el Evangelio de María Magdalena? ¿Por eso se hizo tan rico?

—No. De ninguna manera. — Sinclair fue contundente en este punto—. Saunière lo buscaba, de todos modos. La gente de los alrededores dice que cada día iba a caminar kilómetros por la zona, examinando rocas, cavernas, en busca de pistas.

—¿Cómo está tan seguro de que no lo encontró? — preguntó Peter.

—Porque si lo hubiera encontrado, mi familia se habría enterado. Además, sólo puede encontrarlo una mujer, una mujer del linaje que haya sido elegida por la propia Magdalena.

Peter ya no pudo ocultar sus sospechas.

—Y usted cree que Maureen es la elegida.

Sinclair calló un momento para reflexionar, y después contestó con su habitual sinceridad.

—Admiro su franqueza, padre. Y para responder de la misma forma… Sí, creo que Maureen es la elegida. Nadie lo ha logrado, y miles lo han intentado. Sabemos que el tesoro está aquí, pero hasta los más intrépidos han fracasado en sus intentos de descubrirlo. Yo incluido.

Cuando se volvió hacia Maureen, su expresión y tono se suavizaron.

—Querida mía, espero que no se haya asustado. Sé que todo debe parecerle extraño, incluso espeluznante. Sólo le pido que me escuche. Nunca se le pedirá que haga nada en contra de su voluntad. Su presencia aquí es voluntaria por completo, y espero que elija quedarse.

Maureen asintió, pero no dijo nada. No sabía qué decir, cómo reaccionar ante aquella revelación. Ni siquiera estaba segura de qué sentía al respecto. ¿Era un honor? ¿Un privilegio? ¿O se trataba de algo aterrador? Quizá no era más que un peón en manos de un excéntrico y su secta. Parecía imposible que todo esto fuera, no sólo cierto, sino que estuviera relacionado con ella. Pero había algo en el comportamiento de Sinclair que se le antojaba sincero. Pese a sus opiniones radicales y excentricidades, Maureen no le consideraba un loco.

—Continúe—respondió por fin.

Peter pidió más detalles.

—¿Por qué cree que Maureen es la elegida?

Sinclair cabeceó en dirección a Roland.

—Primavera, por favor.

Roland pulsó más teclas, hasta que apareció en la pantalla la obra maestra de Botticelli, la Primavera, en todos sus gloriosos colores.

—Más de Sandro, nuestro muchacho. Lo conoce, por supuesto.

—Sí.

La respuesta de Maureen fue apenas audible. No estaba segura de lo que estaba pasando, pero sentía un nudo en el estómago.

—Por supuesto —contestó Peter—. Uno de los cuadros más famosos del mundo.

—La alegoría de la primavera. Poca gente conoce la verdad que se oculta tras esta pintura, pero Sandro, una vez más, rinde tributo a Nuestra Señora. La figura central es María Magdalena embarazada. Observe la capa roja. ¿Sabe por qué nuestra María representa a la primavera?

Peter estaba intentando seguir los razonamientos de Sinclair.

—¿Por la Pascua?

—Porque la primera Pascua cayó en el equinoccio de primavera. Cristo fue crucificado el veinte de marzo, y resucitó el veintidós de marzo. Una leyenda esotérica de la región indica que Magdalena nació también el veintidós de marzo. El primer rango del primer signo del Zodíaco, Aries, el carnero. Es la fecha de nuevos inicios y de la resurrección, y cuenta con la bendición adicional del número maestro espiritual veintidós, el número de la feminidad divina. Veintidós de marzo. ¿Significa eso algo para usted, Maureen, querida mía?

Peter ya había deducido la relación y se volvió para ver cómo reaccionaba Maureen ante esta revelación. Se quedó sin habla durante un largo momento. Cuando contestó, lo hizo en un susurro, con voz ronca.

—Es el día de mi cumpleaños.

Sinclair se volvió hacia Peter.

—Nacida el día de la resurrección, nacida del linaje de la Pastora. Nacida bajo el signo del carnero el primer día de la primavera y la resurrección.

Pronunció la sentencia definitiva.

—Querida mía, usted es el Cordero Pascual.

Maureen se había excusado al instante y había salido de la sala, pues necesitaba tiempo para pensar y asimilar toda la información y las deducciones de Sinclair. Se acostó en la cama y cerró los ojos.

La llamada a la puerta era inevitable, pero llegó antes de lo que esperaba. Por suerte, oyó la voz de Peter al otro lado de la puerta.

—Soy yo. ¿Puedo entrar?

Maureen se levantó de la cama y atravesó la habitación para abrir la puerta.

—¿Cómo estás?

—Agobiada. Entra.

Le indicó con un ademán que se sentara en una de las butacas de cuero rojo que flanqueaban la chimenea. Peter negó con la cabeza. Estaba demasiado tenso para sentarse.

—Escucha, Maureen. Quiero que te vayas de aquí antes de que la situación se haga más extraña.

Ella suspiró y se sentó.

—Pero si estoy empezando a obtener las respuestas que había venido a buscar. Que vinimos a buscar.

—No puedo decir que me interesen mucho las respuestas de Sinclair. Creo que corres un gran peligro.

—¿Por Sinclair?

—Sí.

Maureen le dirigió una mirada de exasperación.

—Oh, por favor. ¿Cómo quieres que me haga daño, si me considera la respuesta a su búsqueda de toda la vida?

—Porque su búsqueda es una fantasía, envuelta en siglos de supersticiones y leyendas. Esto es muy peligroso, Maureen. Estamos hablando de sectas religiosas. Fanáticos. Lo que me preocupa es qué te hará cuando se dé cuenta de que no eres su salvadora.

Maureen guardó silencio un momento. Formuló su siguiente pregunta con sorprendente calma.

—¿Cómo sabes que no lo soy?

Peter se quedó anonadado por la pregunta.

—¿Te has creído todo ese cuento?

—¿Puedes explicar todas las coincidencias, Pete? ¿Las voces, las visiones? Porque, aparte de las explicaciones de Sinclair, yo no puedo.

El tono de Peter fue firme, como si estuviera hablando con un niño.

—Nos iremos por la mañana. Encontraremos un vuelo a París desde Toulouse. Incluso podemos volar de Carcasona a Londres…

Maureen se mostró inflexible.

—Yo no me voy, Pete. No iré a ninguna parte hasta que encuentre las respuestas que he venido a buscar.

Peter estaba perdiendo los estribos.

—Maureen, juré a tu madre antes de morir que siempre cuidaría de ti, que no permitiría que te pasara lo mismo que a tu padre…

Peter calló, pero no antes de infligir el daño.

Ella experimentó la sensación de haber recibido una bofetada. Su primo dio marcha atrás enseguida.

—Lo siento, Maureen. Yo…

Ella le interrumpió.

—Mi padre. Gracias por recordarme otro motivo por el que debo seguir aquí. Para descubrir lo que sabe Sinclair acerca de mi padre. Me pasé casi toda la vida intrigada por él, porque mi madre sólo me decía que era un loco suicida. Supongo que a ti también te dijo lo mismo. Pero gracias a mis recuerdos de él, aunque son muy borrosos, sé que no es verdad. Si alguien puede ofrecerme una imagen más completa de él, haré lo que sea con tal de obtenerla. Se lo debo. Y a mí también.

Peter empezó a decir algo, pero desistió. Se dispuso a salir de la habitación, atormentado. Maureen le miró un momento, se ablandó y le llamó.

—Intenta ser paciente conmigo, por favor. He de entender esto. ¿Cómo sabremos que las visiones significan algo si no seguimos hasta el final? ¿Y si fuera verdad tan sólo una ínfima parte de lo que Sinclair ha dicho esta noche? Tengo que saber la respuesta, Pete. Si me voy ahora, me arrepentiré hasta el día de mi muerte, y no quiero vivir así. He estado huyendo toda mi vida, huyendo de todo. De niña, huí de Luisiana, tan lejos y tan deprisa que ni siquiera me acuerdo. Después de la muerte de mi madre, huí de Irlanda y regresé a Estados Unidos, huí a una ciudad en la que no había recuerdos, a un lugar en que todo el mundo se convierte en alguien diferente de como era al nacer. Los Ángeles es una ciudad donde todo el mundo es como yo, todo el mundo huye de lo que era antes. Pero yo ya no quiero ser así. Cruzó la habitación y se plantó ante él.

—Ahora, por primera vez en mi vida, tengo la sensación de que huyo hacia algo. Sí, es aterrador, pero sé que no puedo detenerme. Y no me gustaría afrontar esto sin ti, pero puedo hacerlo y lo haré si prefieres marcharte por la mañana.

Peter escuchó con atención durante todo su arrebato. Cuando terminó, asintió y dio media vuelta para marcharse. Se detuvo con la mano en la puerta un momento y se volvió hacia ella.

—No me iré, pero procura que no me arrepienta el resto de mis días. O de los tuyos.

Peter volvió a su dormitorio y pasó rezando toda la noche. Se descubrió meditando largo y tendido sobre las enseñanzas de Ignacio de Loyola, el fundador de la orden de los jesuitas. Un párrafo en particular, escrito por el santo en 1556, le obsesionaba:

Así como el demonio demuestra una gran habilidad para arrastrar a los hombres a la perdición, igual aptitud sería necesaria para salvarlos. El demonio estudió la naturaleza de cada hombre, estudió las características de su alma, se adaptó a ellos y se insinuó poco a poco en la confianza de su víctima, sugiriendo esplendores a los ambiciosos, ganancias a los codiciosos, placer a los lujuriosos y una falsa apariencia de piedad a los piadosos. Un conquistador de almas debería actuar del mismo modo cauteloso y hábil.

El sueño le esquivaba, mientras las palabras del fundador de su orden recorrían su corazón tanto como su mente.

Roma

23 de junio de 2005

EL OBISPO MAGNUS O’CONNOR se secó una gota de sudor de la frente. La cámara del Consejo del Vaticano tenía aire acondicionado, pero eso no le ayudaba en aquel momento. Estaba sentado en el centro de una gran mesa ovalada, rodeado de autoridades de la Iglesia. Las carpetas rojas que había entregado el día anterior estaban en las manos del vehemente y aterrador cardenal DeCaro, que hacía las veces de interrogador.

—¿Cómo sabe que estas fotografías son auténticas?

El cardenal dejó las carpetas sobre la mesa, pero no las abrió para revelar su contenido a los demás.

—Estaba presente cuando fueron tomadas. — Magnus se estaba esforzando por dominar el tartamudeo que le aquejaba en momentos de tensión—. El sacerdote de la parroquia del sujeto me habló de él.

El cardenal DeCaro extrajo una serie de fotografías de 20 x 25 centímetros de la carpeta. Eran en blanco y negro, y habían amarilleado con el tiempo, pero eso no disminuyó el impacto de las imágenes cuando pasaron alrededor de la mesa.

La primera en circular, etiquetada Prueba I, era una fotografía horripilante de los brazos de un hombre. Colocados uno al lado del otro, con las palmas hacia arriba, exhibían heridas sanguinolentas en las muñecas.

La Prueba II mostraba los pies del hombre, ambos con idénticas heridas sangrantes.

En la tercera foto, Prueba III, se veía a un hombre sin camisa. Un corte mellado y sanguinolento corría bajo la caja torácica, en el costado derecho.

El cardenal esperó a que las impresionantes fotografías acabaran de circular, para luego devolverlas a las carpetas y dirigirse a los miembros del Consejo. La expresión de los rostros congregados alrededor de la mesa era muy seria, y comprendió que todos sospechaban lo mismo.

—Estamos viendo estigmas auténticos. Aparecen los cinco puntos, incluso los de las muñecas.

Château des Pommes Bleues

24 de junio de 2005

SINCLAIR NO SE DEJÓ VER a la mañana siguiente. Roland recibió a Peter y Maureen, y los acompañó al comedor donde se servía el desayuno. Peter no estaba seguro de si las extraordinarias atenciones que estaban recibiendo eran una muestra de impecable hospitalidad o algo más cercano al arresto domiciliario. Estaba claro que Sinclair no quería que Maureen y él deambularan por su cuenta.

—Monsieur Sinclair me ha asegurado que tendrán a su disposición excelentes disfraces para el baile de esta noche. Está ocupado con los preparativos finales de la fête, pero ha puesto al chófer a su disposición por si quieren dar una vuelta por la zona. Pensó que tal vez les gustaría ver los castillos cátaros de la región. Para mí sería un honor servirles de guía.

Aceptaron la oferta, y el gigantesco Roland les enseñó la zona, un recorrido que aderezó con excelentes comentarios. Los condujo a las ruinas de las poderosas fortalezas cátaras, explicó que, en tiempos pretéritos, los ricos condes de Toulouse habían rivalizado en poder y privilegios con los reyes de Francia. Todos los nobles de Toulouse eran de ascendencia cátara, o al menos simpatizaban con sus ideales. Era uno de los motivos de las crueles cruzadas contra los Puros, bien recibidas por el rey francés. De tal manera, pudo confiscar lo que había pertenecido a Toulouse, amplió sus posesiones francesas y aumentó sus ingresos, al tiempo que disminuía la influencia de sus rivales.

Roland hablaba con orgullo de su país natal y de su dialecto nativo, llamado oc, que daba nombre a la región. La lengua de oc llegó a ser conocida como el Languedoc en Francia. Cuando Peter llamó francés a Roland en un momento de la conversación, el criado afirmó al instante que él no era francés. Era occitano.

Roland narró con todo lujo de detalles las atrocidades que habían asolado su tierra y a su pueblo durante el siglo XIII. Habló con apasionamiento.

—Muchos extranjeros ni siquiera están enterados de la existencia de los cátaros, y si han oído hablar de ellos, creen que se trataba de una secta pequeña carente de importancia atrincherada en estas montañas. La gente no se da cuenta de que los cátaros eran la raza y la cultura dominantes de una zona de Europa extensa y próspera. Lo que sucedió aquí sólo puede ser calificado de genocidio. Cerca de un millón de personas fueron asesinadas por las fuerzas papales.

Miró a Peter con cierta compasión.

—No siento rencor contra los sacerdotes actuales por los pecados de la Iglesia medieval, padre Healy. Usted es sacerdote porque Dios le ha llamado, cualquiera puede darse cuenta de ello.

Roland les guió en silencio a continuación, mientras Maureen y Peter contemplaban maravillados los enormes castillos construidos sobre mellados picos montañosos, casi mil años antes. Estas fortalezas eran prácticamente inexpugnables debido a su emplazamiento montañoso, pero también incomprensibles desde el punto de vista arquitectónico. Estaban intrigados por los recursos que debía poseer una cultura capaz de construir fortificaciones tan enormes, en un paisaje despiadado e inhóspito, sin las ventajas de la tecnología moderna.

Después de comer en el pueblo de Limoux, Maureen se sintió lo bastante a gusto en la compañía de Roland para interrogarle acerca de su relación con Sinclair. Se encontraban en un café que dominaba el río Aude, que daba nombre a toda la región. El enorme criado había resultado ser una persona simpática y afable, incluso dotada de sentido del humor, traicionando así su apariencia intimidante.

—Me crie en el Château des Pommes Bleues, mademoiselle —explicité—. Mi madre murió cuando yo era un bebé. Mi padre trabajaba al servicio de monsieur Alistair y de monsieur Bérenger, y vivíamos en la propiedad. Cuando mi padre murió, insistí en ocupar su puesto en el castillo. Era mi hogar, y los Sinclair son mi familia.

La imponente estatura de Roland parecía disminuir cuando hablaba de la pérdida de sus padres y su lealtad a la familia Sinclair.

—Debió de ser muy duro para usted perder a sus padres —dijo Maureen.

Roland se puso muy rígido.

—Sí, mademoiselle Paschal. Como ya he dicho, mi madre murió cuando yo era un bebé, de una enfermedad incurable. He aceptado que eso era la voluntad de Dios. Pero la muerte de mi padre es otro asunto… Mi padre fue asesinado de una manera absurda, hace pocos años.

Maureen lanzó una exclamación ahogada.

—Dios mío. Lo siento muchísimo, Roland.

No quería forzarle a revelar más detalles. No obstante, Peter sintió que su necesidad de saber era superior a su inclinación normal hacia la discreción, de modo que formuló la pregunta.

—¿Qué ocurrió?

Roland se levantó de la mesa para indicar el final de la comida y de la conversación.

—Existen amargas rivalidades en nuestra tierra, padre Healy. Se remontan a mucho tiempo atrás, y nadie sabe el motivo. Este lugar… Lo baña la luz más hermosa. Pero esa luz atrae en ocasiones a la oscuridad más terrible. Combatimos la oscuridad como mejor podemos, pero al igual que nuestros antepasados, no siempre vencemos.

»No obstante, una cosa es cierta. Aquí no ha triunfado ningún intento de genocidio. Todavía somos cátaros, siempre hemos sido cátaros, y siempre lo seremos. Puede que practiquemos nuestra fe con discreción y en privado, pero es algo tan importante en nuestras vidas como siempre lo ha sido. No deje que los libros de historia o divulgación le convenzan de lo contrario.

Cuando Maureen regresó al castillo aquella tarde, una de las camareras la estaba esperando en su dormitorio.

—La peluquera no tardará en venir, mademoiselle. Su disfraz ya ha llegado. Si puedo hacer algo por usted…

Non, merci.

Maureen dio las gracias a la camarera y cerró la puerta. Quería descansar antes de la fiesta. Había sido un día estupendo, y había disfrutado de algunos de los paisajes más extraordinarios que había visto en su vida. Pero también estaba agotada, y se sentía algo más que inquieta por las enigmáticas revelaciones de Roland acerca del asesinato de su padre.

Vio una bolsa de ropa de gran tamaño tirada sobre la cama. Supuso que era el disfraz para el baile, bajó la cremallera de la bolsa de plástico y sacó el vestido. Tardó un momento en darse cuenta de lo que era, y después lanzó una exclamación ahogada.

Comparó el vestido con el del cuadro de Ribera y vio que era idéntico al voluminoso modelo con falda púrpura que llevaba María Magdalena en la versión del artista español.

A Peter no le entusiasmaba la idea de disfrazarse. Para empezar, no había entrado en sus planes asistir al baile, pues creía que sería impropio de él. No obstante, debido a la cadena de intrigas de Sinclair (y a la forma en que reaccionaba Maureen a ellas), estaba decidido a no perderla de vista. Esto significaba ponerse la recargada túnica y las mallas del siglo XIII que le habían asignado.

—Tonterías —masculló mientras extraía el disfraz de su envoltorio y se preguntaba por dónde debía ponérselo.

Peter llamó a la puerta de Maureen y se ajustó el disfraz con movimientos desmañados, mientras esperaba en el pasillo. No se pondría el sombrero. Era pesado, y se le acomodaba sobre la cabeza en un ángulo incómodo, al tiempo que le recordaba sin cesar su ridícula apariencia.

La puerta se abrió, y una transformada Maureen le recibió. El vestido de Ribera le sentaba como hecho a medida: el corpiño de encaje con los hombros al descubierto daba paso a un mar de tafetán del púrpura más intenso. Habían peinado el largo pelo rojo de Maureen de tal forma que parecía más abundante y con más volumen, y caía alrededor de sus hombros como una cortina lustrosa. Pero lo que más impresionó a Peter fue el nuevo y sorprendente aire de serenidad y confianza que proyectaba. Era como si hubiera asumido un papel que le sentaba a la perfección.

—¿Qué opinas? ¿No crees que es demasiado…?

—Desde luego. Pero pareces… una visión.

—Interesante elección de palabra. ¿Ha sido a propósito?

Peter guiñó un ojo y asintió, feliz de que volvieran a bromear y de que su relación no se hubiera visto afectada demasiado por la discusión de la noche anterior. La excursión por el extraordinario país de los cátaros les había sentado bien a los dos.

La acompañó por los sinuosos pasillos del castillo, en dirección a la sala de baile, que se hallaba en un ala alejada. Maureen rio cuando Peter se quejó de su disfraz.

—Te da un aspecto noble y gallardo —le aseguró.

—Me siento como un completo idiota —replicó su primo.

Carcasona

24 de junio de 2005

EN UNA VIEJA IGLESIA DE PIEDRA, situada a las afueras de la ciudad amurallada de Carcasona, estaban teniendo lugar los preparativos para otro tipo de celebración. Los miembros de la Cofradía de los Justos se habían reunido con toda solemnidad. Más de doscientos hombres, ataviados con sus hábitos oficiales, asistían a la ceremonia, con los pesados cordones rojos de su orden ceñidos alrededor del cuello.

No había mujeres en el grupo. Ninguna hembra había profanado jamás los salones o capillas privadas de la Cofradía. Placas grabadas con citas de san Pablo sobre las mujeres se exhibían en cada sede de la Cofradía. La primera era un versículo de la Primera Epístola a los Corintios:

Las mujeres en las iglesias callen, pues no les es permitido hablar; antes muestren sujeción, como también la ley lo dice. Que si algo desean aprender, pregunten en casa a sus propios maridos, porque es indecoroso a la mujer hablar en la iglesia.

La segunda era de la Primera Epístola a Timoteo:

A la mujer no le consiento enseñar ni arrogarse autoridad sobre el varón, sino que ha de estarse tranquila en casa.

No obstante, pese a que la Cofradía veneraba estas palabras de Pablo, éste no era su Mesías.

Las reliquias de su maestro ancestral se exhibían encima de almohadones de terciopelo sobre el altar: la calavera brillaba a la luz de las velas, y una falange de su dedo índice derecho había sido sacada del relicario para su exhibición anual. Tras la ceremonia oficial y la presentación por parte del Maestro de la Cofradía, cada miembro recibiría permiso para tocar las reliquias. Era un privilegio que, por lo general, se reservaba sólo para el Consejo de la Cofradía después del juramento de sangre de defender las enseñanzas de la justicia. Pero la fiesta anual era un peregrinaje al que asistían miembros de la Cofradía de todo el mundo, y esa noche se concedía a todos ellos el honor de tocar las reliquias.

El líder subió al púlpito para empezar su discurso de introducción. El aristocrático acento inglés de John Simon Cromwell resonó en las antiguas paredes de piedra de la iglesia.

—Hermanos, esta noche, no lejos de aquí, la semilla de la puta y el sacerdote perverso se han reunido. Celebran su impureza hereditaria con desenfreno. Pretenden profanar adrede esta noche sagrada para alardear de su lascivia malvada y demostrarnos su fuerza.

»Pero no nos sentimos intimidados. Pronto nos vengaremos de ellos, una venganza que ha esperado dos mil años para ver la plena luz de la justicia. Abatimos a su pastor malvado entonces, y ahora abatiremos a sus descendientes. Destruiremos a su Gran Maestre y a sus títeres. Eliminaremos a la mujer a la que llaman su Pastora y nos ocuparemos de que esa reina de las meretrices sea arrojada al infierno antes de que pueda propagar las mentiras de la bruja de quien desciende.

»Lo haremos en el nombre del Primero, el Único y Verdadero Mesías, porque me ha hablado y éste es su deseo. Lo haremos en nombre del Maestro de Justicia y con las bendiciones del Señor Nuestro Dios.

Cromwell empezó el ceremonial de las reliquias. Tocó primero la calavera, y después se demoró con reverencia en la falange del dedo. Dijo en voz alta cuando lo hizo:

Neca eos omnes.

Matadlos a todos.


Los que me informaban acerca de Pablo decían que se pronunciaba en contra del papel de las mujeres en el Camino. Es la prueba más contundente de que un hombre semejante no puede haber conocido la verdad de las enseñanzas de Easa ni la esencia del propio Easa. El gran respeto de Easa por las mujeres es bien conocido por los elegidos, y yo he servido de prueba de ello.

Nadie puede cambiar eso, salvo que me borren de la historia por completo.

Me han dicho además que este tal Pablo reverenciaba la forma en que había muerto Easa, más que las palabras pronunciadas por él. Esto me entristece, porque revela una enorme falta de entendimiento.

Este Pablo fue apresado por Nerón durante un largo período de tiempo. Me han dicho que escribió muchas cartas a sus discípulos, propagando enseñanzas que, afirmaba, eran de Easa. Pero los que vinieron a verme decían que él no era quien para hablar del Camino, que sus enseñanzas eran falsas y ajenas a nuestra doctrina.

Lloro por cada hombre que ha sido torturado y asesinado en el oscuro reino de ese monstruo llamado Nerón. Al mismo tiempo, siento miedo. Temo que este hombre, Pablo, sea considerado un gran mártir de la Fe, y que muchos confundan sus falsas enseñanzas con las de Easa.

EL EVANGELIO DE ARQUES DE MARÍA MAGDALENA

EL LIBRO DE LOS DISCÍPULOS