El Languedoc
22 de junio de 2005
EL VERDOR DE LA CAMPIÑA FRANCESA desfilaba ante las ventanillas del tren de alta velocidad. Maureen y Peter no admiraban el paisaje. Su atención estaba concentrada por completo en el surtido de planos, libros y papeles diseminados ante ellos.
—Et in Arcadia ego —musitaba Peter, mientras escribía en una libreta—. Et… in… Arca-di-a… e-go…
Estaba enfrascado en el mapa de Francia, aquel con la línea roja que atravesaba el centro. Señaló la línea.
—Como ves, el meridiano de París desciende hasta el Languedoc, hasta esta ciudad. Arques. Un nombre muy interesante.
Peter pronunció el nombre de la ciudad de forma muy similar a «arca».
—¿Como el Arca de Noé, o el Arca de la Alianza?
Maureen estaba muy interesada en la posible pista que pudiera proporcionarles el nombre.
—Exacto. Arco es una palabra muy versátil en latín. Por lo general, significa contenedor, pero también puede significar tumba. Espera un momento. Fíjate en esto.
Peter levantó de nuevo la libreta y el bolígrafo. Empezó a escribir las palabras de Et in Arcadia ego. Garabateó ARCA en lo alto de la página en letras mayúsculas. Debajo, escribió ARC con el mismo tipo de letra.
Maureen tuvo una idea.
—De acuerdo. ARC. ARC — ADIA. Quizá no sea una referencia a la Arcadia mítica, sino unas cuantas letras unidas. ¿Tendría algún sentido en latín?
Peter escribió en mayúsculas: ARC A ADIA.
—¿Y bien? — Maureen se moría de ganas de saber—. ¿Significa algo?
—Mirándolo así, podría significar «Arca de Dios». Con un poco de imaginación, la frase podría significar «y en el Arca de Dios estoy».
Peter señaló en el plano la ciudad de Arques.
—Supongo que no sabes nada de la historia de Arques. Si la ciudad tuviera alguna leyenda sagrada, esto podría significar «y en la ciudad de Dios estoy». Sé que es un poco forzado, pero no se me ocurre otra cosa.
—La propiedad de Sinclair está en las afueras de Arques.
—Sí, pero eso no nos explica por qué Nicholas Poussin la pintó hace cuatrocientos años, ¿verdad? Ni por qué escuchaste voces en el Louvre cuando mirabas el cuadro. Creo que hemos de meditar sobre lo que te ha estado pasando, olvidándonos de Sinclair.
Peter procuraba por todos los medios disminuir la importancia de Sinclair en las experiencias de Maureen. Su prima tenía visiones de María Magdalena desde hacía años, mucho antes de que hubiera oído hablar de Bérenger Sinclair.
Maureen asintió en señal de acuerdo.
—Digamos que, si Arques era conocida como terreno sagrado por algún motivo, «El Pueblo de Dios», Poussin nos estaba diciendo que había algo importante en Arques, ¿no? ¿Es ésa la teoría? ¿«Y en el pueblo de Dios estoy»?
Peter asintió con aire pensativo.
—Es una simple suposición, pero creo que los alrededores de Arques bien merecerán una visita, ¿no crees?
Era día de mercado en el pueblo de Quillan, y la localidad situada al pie de los Pirineos franceses bullía de actividad. Los visitantes corrían de un puesto a otro, haciendo acopio de productos frescos y pescados del Mediterráneo.
Maureen y Peter deambulaban por la plaza. Ella sostenía una copia de Los pastores de Arcadia. Un vendedor de fruta la reconoció y se puso a reír, al tiempo que señalaba la reproducción.
—¡Ah, Poussin!
Empezó a darles instrucciones en francés. Peter le pidió que fuera más despacio. El hijo del vendedor, de unos diez años, advirtió la confusión de Maureen cuando su padre habló en francés con Peter, y decidió intervenir con su deficiente pero intrépido inglés.
—¿Quiere ir a tumba de Poussin?
Maureen asintió, emocionada. Ni siquiera sabía que la tumba del cuadro existía, hasta ahora.
—Sí. Oui!
—Okey. Vaya a la carretera principal y baje. Cuando vea la iglesia, izquierda. Tumba de Poussin en lo alto de la colina.
Maureen dio las gracias al niño, introdujo la mano en el bolso y extrajo un billete de cinco euros.
—Merci. Merci beaucoup —dijo, al tiempo que deslizaba el billete en la mano del niño. Éste le dedicó una amplia sonrisa.
—De rien, Madame! Bon chance: —gritó el vendedor de fruta, mientras Maureen y Peter se alejaban.
Su hijo dijo la última palabra.
—Et in Arcadia ego!
El niño rio, y después salió corriendo para comprar caramelos con sus euros recién ganados.
Entre ambos consiguieron aclararse con las indicaciones de padre e hijo, y de esta manera tomaron la carretera que debían. Peter conducía sin prisas, mientras Maureen examinaba el paisaje a través de la ventanilla.
—¡Allí! ¿Ves aquello que hay sobre la colina?
Peter frenó al lado de una pendiente suave, coronada por matorrales y arbustos. Al otro lado, distinguieron los bordes superiores de una tumba de piedra rectangular.
—Vi el mismo estilo de tumba vertical en Tierra Santa, y hay varias en la región de Galilea —explicó Peter. Calló un momento cuando un pensamiento le asaltó.
—¿Qué pasa? — preguntó Maureen.
—Se me acaba de ocurrir que hay una igual en la carretera de Magdala. Se parece mucho a ésta. Hasta puede que sean idénticas.
Se desviaron de la carretera, en busca de un camino que subiera a la tumba. Encontraron uno invadido de malas hierbas. Maureen se detuvo al pie y se arrodilló.
—Mira esta maleza. No está plantada.
Peter se arrodilló a su lado y recogió algunas ramitas y arbustos que habían colocado a la entrada del sendero.
—Tienes razón.
—Parece que alguien ha intentado ocultar el camino —observó Maureen.
—Puede que sea obra del propietario. Quizá se ha cansado de gente como nosotros, que se dedica a invadir sus tierras. Cuatrocientos años de turismo volverían loco a cualquiera.
Avanzaron con cautela, pasaron por encima de la maleza y siguieron el sendero hasta lo alto de la loma. Cuando se toparon con la tumba de granito rectangular, Maureen sacó la reproducción del cuadro de Poussin y lo comparó con el paisaje. El afloramiento rocoso que había detrás de la tumba era igual al de la pintura de cuatrocientos años de antigüedad.
—Es idéntico.
Peter se acercó a la tumba y pasó la mano sobre la lápida.
—Sólo que la lápida es lisa —comentó—. No hay inscripción.
—¿La inscripción fue una invención de Poussin?
Maureen dejó la pregunta en el aire, mientras daba la vuelta alrededor de la tumba. Al observar que la parte posterior estaba cubierta de maleza y malas hierbas, intentó apartar los obstáculos. Al ver lo que había, lanzó un grito.
—¡Ven aquí! ¡Tienes que ver esto!
Peter se precipitó a su lado y la ayudó a retirar la maleza. Cuando vio la causa del entusiasmo de su prima, meneó la cabeza con incredulidad.
En la parte posterior de la lápida habían grabado un dibujo de nueve círculos que rodeaban un disco central.
Era idéntico al del anillo de Maureen.
Maureen y Peter pasaron la noche en un pequeño hotel de Couiza, a pocos kilómetros de Arques. Tammy había elegido la población por ellos debido a su proximidad a un enigmático lugar llamado Rennes-le-Château, conocido en círculos esotéricos como El Pueblo del Misterio. Iba a llegar en avión al Languedoc más tarde, y los tres habían acordado reunirse en el comedor por la mañana, para desayunar juntos.
Tammy irrumpió alegremente en la sala, donde Maureen y Peter tomaban café mientras la esperaban.
—Siento llegar tarde. Retrasaron mi vuelo a Carcasona, y cuando llegué aquí pasaba de la medianoche. Tardé un montón en dormirme, y esta mañana no podía levantarme.
—Estaba preocupada porque anoche no sabía nada de ti —dijo Maureen—. ¿Viniste en coche desde Carcasona?
—No. Tengo otros amigos que van a la fiesta de Sinclair mañana por la noche, y viajé con ellos. Uno es de aquí y nos trajo.
Depositaron una cesta con cruasanes sobre la mesa, y el camarero tomó nota de la bebida que Tammy deseaba. Ésta esperó a que el camarero se alejara antes de continuar.
—Hemos de marcharnos del hotel esta mañana.
Maureen y Peter la miraron perplejos.
—¿Por qué? — preguntaron al unísono.
—Sinclair se ha enfadado porque nos hemos alojado aquí. Anoche me dejó un mensaje. Tiene habitaciones en el castillo para todos nosotros.
Peter compuso una expresión cautelosa.
—No me gusta esa idea. — Se volvió para convencer a Maureen—. Preferiría quedarme aquí. Creo que será más seguro para ti. El hotel es territorio neutral, un lugar al que poder retirarse si algo te incomoda.
Tammy parecía irritada.
—Escucha, ¿sabéis cuánta gente mataría por conseguir esa invitación? El castillo es fantástico, como un museo viviente. Corres el riesgo de ofender a Sinclair si te niegas, y no creo que eso te convenga. Tiene demasiado que ofrecerte.
Maureen estaba indecisa. Paseó la mirada entre los dos. Peter tenía razón, el hotel les proporcionaba un terreno neutral. Pero la idea de alojarse en el castillo (y observar de cerca al enigmático Bérenger Sinclair) espoleaba su imaginación.
Tammy intuyó el dilema de Maureen.
—Ya te he dicho que Sinclair no es peligroso. De hecho, creo que es un hombre maravilloso. — Miró a Peter—. Pero si usted no opina lo mismo, mírelo así: es como adoptar la estrategia de «mantener cerca a los amigos, pero aún más a los enemigos».
Al terminar el desayuno, Tammy los había convencido de abandonar el hotel. Peter la observó con atención mientras comían, y tomó nota mental de que era una mujer muy persuasiva.
Rennes-le-Château
23 de junio de 2005
—LA PRIMERA VEZ es imposible encontrar el pueblo sin que alguien te ayude —dijo Tammy desde el asiento de atrás—. Gire a la derecha aquí. ¿Ve esa pequeña pista? Sube por la colina hasta Rennes-le-Château.
La estrecha senda, apenas pavimentada, serpenteaba hacia lo alto de la colina en una empinada serie de cambios de rasante muy pronunciados. Al llegar arriba, un tosco letrero parcialmente oculto por la maleza anunciaba el nombre de la diminuta aldea.
—Puede aparcar aquí.
Tammy los guió hasta un pequeño claro polvoriento, situado en la entrada del pueblo.
Al bajar del coche, Maureen consultó su reloj. Volvió a mirarlo antes de comentar:
—Qué raro. Mi reloj se ha parado, y le puse una pila nueva antes de irme de Estados Unidos.
Tammy rio.
—¿Ves? La diversión ya ha empezado. El tiempo cobra un nuevo significado en esta montaña mágica. Te aseguro que tu reloj volverá a la normalidad en cuando abandonemos esta zona.
Peter y Maureen intercambiaron una mirada, y luego siguieron a Tammy. Ésta no se molestó en dar explicaciones, sino que continuó andando.
—Damas y caballeros —bromeó—, están entrando en la Dimensión Desconocida.
El pueblo causaba la sobrecogedora impresión de una tierra olvidada por el tiempo. Era muy pequeño, y parecía extrañamente desierto.
—¿Vive alguien aquí? — preguntó Peter.
—Oh, sí. Es un pueblo con mucha actividad. Menos de doscientos habitantes, pero habitantes al fin y al cabo.
—El silencio es estremecedor —comentó Maureen.
—Siempre es así —explicó Tammy—, hasta que llega un autocar cargado de turistas.
Cuando entraron en el pueblo, vieron a la derecha los restos de un castillo, las ruinas del palacio que daba nombre al pueblo.
—Es el castillo de Hautpol. Fue una fortaleza de los templarios durante las cruzadas. ¿Veis la torre? — Señaló un torreón desmoronado—. Que lo apartado del lugar y su penoso estado no os llamen a engaño. Eso se llama la Torre de la Alquimia y es uno de los puntos esotéricos más importantes de Francia. Tal vez del mundo.
—Supongo que va a explicarnos por qué.
Peter notaba que su irritación iba en aumento. Estaba harto de juegos envueltos en misterios. Sólo quería que alguien le diera respuestas sensatas.
—Se lo diré, pero todavía no. Sólo porque no significará nada para usted hasta que conozca la historia del pueblo. Lo dejaremos para el final y se lo contaré cuando nos vayamos.
Dejaron una pequeña librería a la izquierda. Estaba cerrada, pero en los escaparates se veían numerosos volúmenes en cuyas portadas había símbolos ocultistas.
—No es el típico pueblo rural católico, ¿verdad? — susurró Maureen a Peter, mientras Tammy se adelantaba.
—Por lo visto no —admitió él, al tiempo que examinaba la extraña selección de libros y el pentagrama del escaparate.
Otro elemento extraño, situado en la pared de enfrente de la angosta calle, llamó la atención de Maureen, mientras seguía a Tammy por las antiguas calles de piedra del peculiar pueblo. En un costado de la casa, a la altura de los ojos, había un bajorrelieve de lo que parecía ser un reloj de sol. Hacía mucho tiempo que el gnomon se había desprendido, dejando un agujero en el centro. Una inspección más detenida revelaba que las marcas eran bastante extrañas. Empezaban con el número nueve y continuaban hasta el diecisiete, con las medias horas señaladas entre ellas. Pero grabados sobre los números había una serie de símbolos de aspecto arcano.
Peter miró el bajorrelieve cuando Maureen señaló los extraños glifos.
—¿Qué crees que significan? — preguntó ella.
Tammy volvió sobre sus pasos, sonriente como el gato que se comió el ratón.
—Veo que habéis descubierto la primera de nuestras rarezas importantes de RLC —dijo.
—¿RLC?
—Rennes-le-Château. Todo el mundo lo llama así, porque el maldito nombre es muy largo. Tenéis que empezar a aprender la jerga local si queréis quedar bien en la fiesta de mañana por la noche.
Maureen se volvió hacia el bajorrelieve de la pared. Peter lo estaba examinando con detenimiento.
—Reconozco los símbolos, los planetas. Ésa es la Luna, y Mercurio. ¿Ése es el Sol?
Señaló un círculo con un punto en el centro.
—Pues claro —contestó Tammy—. Y ése es Saturno. El resto de los símbolos están relacionados con la astrología. Aquí están Libra, Virgo, Leo, Cáncer, y éste es Géminis.
A Maureen se le ocurrió una idea.
—¿Ves Escorpio o Sagitario?
Tammy meneó la cabeza, pero señaló a la izquierda del reloj de sol, donde habrían estado las siete en punto en un reloj normal.
—No. ¿Ves aquí, donde acaban las marcas? Es el planeta Saturno. Si las marcas continuaran en dirección contraria a las agujas del reloj, estaría Escorpio a continuación de Libra, y después Sagitario.
—¿Por qué se detienen en un lugar tan raro? — preguntó Maureen.
—¿Y qué significa eso? — Peter estaba mucho más interesado en hallar una respuesta.
Tammy alzó las manos con las palmas hacia fuera, como diciendo: «No puedo ayudarte».
—Creemos que es una referencia a la alineación de los planetas. Aparte de eso, no sabemos nada más.
Maureen continuaba mirando el reloj. Estaba pensando en el fresco de Sandro que había visto en el Louvre, y trataba de determinar si existía alguna relación con el escorpión de la imagen. Quería entender el posible cometido de un reloj de sol tan extraño, si es que existía.
—¿Es como aquello de «cuando la Luna está en la séptima casa y Júpiter se alinea con Marte»?
—Si os ponéis a cantar Aquarius, me largo —anunció Peter.
Todos rieron, y Tammy continuó su explicación.
—Ella tiene razón, de todos modos. Debe de ser una referencia a una posible alineación planetaria. Como está situada delante de una casa de alcurnia, hemos de asumir que era importante para todos los habitantes del pueblo saber dónde estaba.
Se alejaron del reloj de sol, y Tammy señaló una villa que había delante.
—La atracción principal del pueblo es el museo y toda la zona de la villa. Lo tenemos justo ahí delante.
Al final de la estrecha calle se alzaba un edificio residencial, una pintoresca villa de piedra. Una torre de piedra de forma peculiar se veía detrás, a cierta distancia, aferrada a la ladera de la montaña.
—El misterio de este pueblo se centra en una historia muy extraña sobre un sacerdote famoso, o mejor dicho, tristemente célebre, que vivió aquí a finales del siglo dieciocho. El cura Bérenger Saunière.
—¿Bérenger? ¿No es el nombre de Sinclair? — preguntó Peter.
Tammy asintió.
—Sí, y no se trata de una coincidencia. El abuelo de Sinclair confiaba en que, poniendo a su nieto el mismo nombre, tal vez heredaría algunas de las cualidades del susodicho. Saunière protegió a capa y espada las historias y misterios locales, y estaba dedicado en cuerpo y alma al legado de María Magdalena.
»En cualquier caso, corren diversas leyendas sobre lo que el cura descubrió aquí cuando empezó a restaurar la iglesia. Algunos creen que encontró el tesoro perdido del templo de Jerusalén. Como el castillo adyacente estaba relacionado con los Caballeros Templarios, es posible que utilizaran este apartado reducto para esconder el botín capturado en Tierra Santa. ¿Quién buscaría aquí arriba algo valioso? Otros dicen que Saunière descubrió documentos de valor incalculable. Fuera lo que fuera, se convirtió en un hombre muy rico, de repente y de manera misteriosa. Gastó millones en vida, aunque ganaba el equivalente a veinticinco francos al año con su salario de cura de pueblo. ¿De dónde salió toda esa riqueza?
»En la década de los ochenta, tres investigadores ingleses escribieron un libro sobre Saunière y su misteriosa riqueza que fue un gran éxito de ventas. Se titulaba El enigma sagrado, y se considera un clásico en los círculos esotéricos. La mala noticia es que ese mismo libro provocó una epidemia de cazadores de tesoros en esta zona. Se explotaron los recursos naturales, fanáticos religiosos y cazadores de recuerdos destrozaron monumentos. Sinclair llegó a apostar guardias armados en sus tierras para proteger la tumba.
—¿La tumba de Poussin? — preguntó Maureen.
Tammy asintió.
—Por supuesto. Es la clave de todo el misterio, gracias a Los pastores de Arcadia.
—Ayer vimos la tumba. No había ningún guardia —dijo Peter.
Tammy lanzó una carcajada gutural.
—Porque Sinclair no puso obstáculos. Créame, él estaba enterado de su presencia. Si no hubiera querido que entraran, se habrían enterado.
Llegaron al gran edificio que dominaba el pueblo. Un letrero anunciaba: «Villa Bethania. Residencia de Bérenger Saunière».
Cuando entraron por las puertas del museo, Tammy sonrió y saludó con un cabeceo a la mujer que había en el mostrador de la entrada, la cual indicó con un ademán que pasaran.
—¿No hemos de comprar entradas? — preguntó Maureen, cuando vio el cartel que anunciaba el precio de las mismas.
Tammy negó con la cabeza.
—No, ya me conocen. Utilizo el museo como escenario del documental sobre la historia de la alquimia.
Pasaron ante vitrinas donde se exhibían los hábitos utilizados por el cura Saunière en el siglo XIX. Peter se detuvo a mirarlos, mientras Tammy seguía hasta el final del vestíbulo. Se paró ante un antiguo pilar de piedra en el que había grabada una cruz.
—Se llama el Pilar de los Caballeros, y se cree que fue tallado por los visigodos en el siglo ocho. Formaba parte del altar de la iglesia antigua. Cuando el padre Saunière trasladó el pilar durante la restauración, descubrió unos misteriosos documentos codificados, al menos eso dicen.
Los conservadores del museo habían mandado ampliar las fotografías de los pergaminos, para resaltar la codificación. Letras sueltas destacaban en mayúsculas, pero cuando se miraba con atención era evidente que no estaban dispuestas al azar. Maureen señaló la frase ET IN ARCADIA EGO, que aparecía en mayúsculas sombreadas.
—Ahí está otra vez —dijo Maureen a Peter. Se volvió hacia Tammy—. ¿Qué significa? ¿Es alguna especie de código?
—Hay al menos cincuenta teorías diferentes, que yo sepa, sobre el significado de la frase. Por sí sola, ha dado nacimiento a toda una industria artesanal.
—Peter esbozó una teoría interesante en el tren, cuando veníamos hacia aquí —intervino Maureen—. Pensó que estaba relacionada con el pueblo de Arques: «En Arques, el pueblo de Dios, estoy».
Tammy pareció impresionada.
—No está nada mal, padre. La creencia más común es la explicación del anagrama latino. Si reordena las letras, se lee I tego arcana Dei.
Peter tradujo.
—Yo escondo los secretos de Dios.
—Sí. No sirve de mucho, ¿verdad? — rio Tammy—. Venid, voy a enseñaros la casa desde fuera.
Peter aún seguía pensando en la tumba de Poussin.
—Espere un momento. ¿No implicaría eso que había algo escondido dentro de la tumba? Si lo pone todo junto, resulta algo así como: «En Arques, la Ciudad de Dios, yo escondo los secretos».
Maureen y Peter esperaron a que Tammy respondiera. Se detuvo a pensar un momento.
—Es una teoría tan buena como cualquier otra de las que he oído. Por desgracia, la tumba ha sido abierta y registrada muchas veces. El abuelo de Sinclair excavó casi tres kilómetros cuadrados de terreno alrededor de ella, y Bérenger ha empleado todo tipo de tecnología imaginable para buscar el supuesto tesoro enterrado: ultrasonidos, radar… De todo.
—¿Y nunca encontraron nada? — preguntó Maureen.
—Nada de nada.
—Tal vez alguien se les adelantó —aventuró Peter—. ¿Qué hay del cura Saunière? ¿Pudo sacar de ahí su riqueza? Quizá descubrió un tesoro.
—Eso es lo que cree mucha gente. Pero ¿sabéis lo más divertido? Después de décadas de investigaciones llevadas a cabo por hombres y mujeres muy testarudos, nadie sabe cuál era el secreto de Saunière, ni siquiera hoy.
Tammy los estaba guiando a través de un hermoso patio, dominado por una fuente de piedra y mármol.
—Muy impresionante, para ser un simple cura del siglo diecinueve —comentó Peter.
—¿Verdad? Pero lo más extraño es que, si bien el cura Saunière se gastó una fortuna en construir este lugar, nunca vivió aquí. De hecho, se negó a hacerlo. Al final, lo legó a su… ama de llaves.
—Ha hecho una pausa —observó Peter—. Antes de decir «ama de llaves».
—Bien, muchos creen que la mujer era algo más que el ama de llaves de Saunière, que era su compañera sentimental.
—Pero ¿no era un sacerdote católico?
—No juzgue, padre. Ése es mi lema y siempre lo ha sido.
Maureen se había alejado, concentrada su atención en una escultura del jardín maltratada por el tiempo.
—¿Quién es?
—Juana de Arco —contestó Tammy.
Peter se acercó a la estatua.
—Ah, claro. Ya veo su espada y su bandera. Pero aquí parece fuera de lugar —comentó.
—¿Por qué? — preguntó Maureen.
—Parece… muy tradicional. Un símbolo clásico del catolicismo francés. No obstante, aquí no parece que haya nada ni remotamente convencional.
—¿Juana? ¿Convencional? — Tammy volvió a estallar en carcajadas—. En estos parajes no. Pero eso merece una lección de historia que impartiremos más tarde. ¿Quiere ver algo de verdad poco ortodoxo? Tiene que ver la iglesia.
Incluso con el calor y el sol de mediados de verano, Rennes-le-Château era un lugar extraño y sombrío. Maureen experimentaba la desconcertante sensación de que la estaban siguiendo, de que una silueta la acechaba en cada esquina del jardín. Se descubrió dando media vuelta con brusquedad en varias ocasiones, sólo para descubrir que no había nadie. El pueblo la ponía nerviosa, este extraño lugar en que su reloj no funcionaba y sentía sin cesar que alguien la espiaba. Pese a ser fascinante, tenía muchas ganas de irse de allí lo antes posible.
Rodearon la casa, guiados por Tammy. A través de otro patio vieron la entrada de una vieja iglesia de piedra.
—Ésta es la iglesia parroquial del pueblo de RLC. Desde hace mil años ha habido aquí una iglesia dedicada a María Magdalena. Saunière empezó a remozarla alrededor de 1891, la época en que descubrió presuntamente los misteriosos documentos. Los llevó a París, y lo siguiente que sabemos es que se hizo millonario. Utilizó su dinero para llevar a cabo unos añadidos muy peculiares al templo.
Cuando avanzaron hacia la iglesia, Peter se paró a leer una inscripción en latín en el dintel de la puerta.
—Terribilis est locus iste.
—¿Terribilis? —preguntó Maureen.
—«¡Qué terrible es este lugar!» —tradujo Peter.
—¿Lo reconoce, padre? — preguntó Tammy.
Peter asintió.
—Por supuesto. — Si Tammy quería poner a prueba sus conocimientos bíblicos, tendría que esforzarse mucho más—. Génesis, veintiocho. Jacob lo dice después de soñar con la escalera que sube al cielo.
—¿Por qué un cura mandaría escribir eso sobre la puerta de su iglesia? — preguntó Maureen, y paseó la mirada entre Peter y Tammy en busca de una respuesta.
—Tal vez deberías echar un vistazo al interior de la iglesia antes de intentar contestar a esa pregunta —sugirió Tammy. Peter la siguió y entró.
—Aquí dentro está oscuro como boca de lobo —dijo en voz alta el sacerdote.
—Ah, espere un momento —dijo Tammy, mientras buscaba en el bolso un euro—. Hay que poner una moneda para que se enciendan las luces. — Introdujo el euro en un dispositivo que había cerca de la puerta, y las luces se encendieron—. La primera vez que vine, intenté ver la iglesia en la oscuridad. La segunda vez traje una linterna. Fue entonces cuando uno de los porteros me enseñó la caja del dispositivo. De esta forma, los turistas colaboran con la iglesia. Nos proporciona unos veinte minutos de luz.
—¿Qué es eso? — exclamó Peter. Mientras Tammy había estado explicando el problema de las luces, él había descubierto la estatua de un espantoso demonio acuclillado a la entrada de la iglesia.
—Ah, es Rex. Hola, Rex. — Tammy dio una palmadita juguetona en la cabeza de la estatua—. Es algo así como la mascota oficial de Rennes-le-Château. Como pasa con todo lo demás, hay montones de teorías. Algunos dicen que es el diablo Asmodeo, el guardián de los tesoros secretos y escondidos. Otros dicen que es el Rex Mundi de la tradición cátara, explicación que me convence más.
—Rex Mundi. ¿El Rey del Mundo?
Peter estaba traduciendo.
Tammy asintió.
—Los cátaros dominaron esta zona en la Edad Media —explicó a Maureen—. Recuerda que ha existido una iglesia aquí desde el año 1059, cuando el catarismo estaba en su apogeo. Creían que un ser inferior era el guardián del mundo material, un demonio al que llamaban Rex Mundi, el Rey del Mundo. Nuestras almas se hallan en lucha constante para derrotar a Rex y alcanzar el Reino de Dios, el reino del espíritu. Rex representa todas las tentaciones mundanas y carnales.
—Pero ¿qué hace en una iglesia católica consagrada? — preguntó Peter.
—Ser derrotado por los ángeles, naturalmente. Mire encima de él.
Estatuas de cuatro ángeles en el acto de hacer la señal de la cruz se erguían sobre la espalda del demonio, subidos en una pila de agua bendita en forma de venera gigantesca.
Peter leyó la inscripción en voz alta, con dicción impecable, y después la tradujo.
—Par ce signe tu le vaincras. Con esta señal le vencerás.
—El bien derrota al mal. El espíritu conquista la materia. Los ángeles vencen a los demonios. — Tammy pasó la mano sobre el cuello del demonio—. ¿Ve esto? Hace algunos años, alguien irrumpió en la iglesia y decapitó a Rex. Esta cabeza es una reproducción. Nadie sabía si era un cazador de recuerdos o un católico fundamentalista que protestaba por la presencia de este símbolo dualista en suelo consagrado. Que yo sepa, es la única estatua del demonio que existe en una iglesia católica. ¿Es eso cierto, padre?
Peter asintió.
—Debería decir que no sé de nada semejante en una iglesia católica. Es una blasfemia.
—Los cátaros dominaban esta zona, y eran dualistas. Creían en dos fuerzas divinas opuestas, una que trabajaba para el bien y estaba comprometida con la purificación de la esencia del espíritu, y otra que trabajaba para el mal y estaba unida al mundo material corrupto —explicó Tammy—. Mirad el suelo.
Llamó su atención sobre las losas del suelo de la iglesia. Eran negras como el ébano y blancas, dispuestas como en un tablero de ajedrez.
—Otra de las concesiones de Saunière a la dualidad: blanco y negro, bien y mal. Más toques de diseño excéntricos. Creo que Saunière era muy astuto. Nació a pocos kilómetros de aquí y comprendía la mentalidad local. Sabía que su congregación descendía de sangre cátara, y tenían buenos motivos para desconfiar de Roma, incluso tantos siglos después. No se ofenda, padre.
—En absoluto —contestó Peter. Se estaba acostumbrando a las pullas de Tammy. Parecían bienintencionadas, y no le importaban. Sus excentricidades empezaban a gustarle—. La Iglesia hizo frente a la herejía cátara con muy malos modos. Puedo comprender que ese recuerdo aún perdure en la memoria de los lugareños.
Tammy se volvió hacia Maureen.
—La única cruzada oficial de la historia en que los cristianos mataron a otros cristianos. El ejército del Papa masacró a los cátaros, y nadie de los alrededores lo ha olvidado jamás. Por lo tanto, al añadir de manera evidente elementos gnósticos y cátaros a su iglesia, Saunière creó un entorno en que su rebaño podía sentirse cómodo, y así aumentar la asistencia y lealtad al templo. Funcionó. La gente de por aquí le quería hasta el punto de la adoración.
Peter recorrió la iglesia fijándose en cada detalle. Todos los elementos de la decoración eran extraños. Llamativos, pomposos y anticonvencionales. Había estatuas pintadas de santos improbables, como el misterioso san Roque, que alzaba su túnica para dejar al descubierto una pierna herida, o santa Germana, plasmada en yeso chillón como una pastora cargada con un cordero. Todas las obras de arte del templo poseían algún elemento irregular o inusual. La más notable era una escultura, casi de tamaño natural, del bautismo de Jesús, con Juan erguido sobre él y vestido de manera incongruente con túnica y capa romanas.
—¿Cómo se les ocurrió vestir de romano a san Juan Bautista? — preguntó Peter.
Una sombra cruzó el rostro de Tammy por un breve instante, pero no contestó. En cambio, continuó sus comentarios mientras los guiaba hacia el altar.
—La leyenda local dice que Saunière pintó algunas de las esculturas. Estamos muy seguros de que fue responsable, como mínimo, de una parte del altar. Estaba obsesionado con María.
Maureen siguió a Tammy hasta un bajorrelieve de María Magdalena, que constituía la parte principal del altar. Se hallaba rodeada de sus habituales iconos: la calavera a los pies, el libro a un lado. Miraba con fijeza la cruz, que parecía estar hecha de un árbol vivo.
Peter estaba concentrado en los bajorrelieves que describían las estaciones de la cruz. Al igual que las estatuas, cada obra de arte contenía un detalle o un rasgo extraños, contrarios a la tradición eclesiástica.
Examinaron los elementos extraños de la iglesia, y cada uno ayudaba a consolidar el creciente misterio que los rodeaba.
De repente, se oyó un chasquido y la iglesia se sumió en la penumbra.
Maureen sufrió un ataque de pánico en la negrura absoluta. Las sombras que la habían seguido incluso a plena luz del sol eran asfixiantes.
Gritó el nombre de Peter.
—Estoy aquí —contestó él—. ¿Dónde estás tú?
La acústica de la iglesia provocaba que el sonido rebotara de una pared a otra del edificio, de forma que era imposible localizar a nadie.
—Estoy al lado del altar —chilló Maureen.
—No pasa nada —gritó Tammy—. No te asustes. Los veinte minutos de luz se han consumido.
Tammy corrió a la puerta y dejó entrar la luz del sol, lo cual permitió que Peter y Maureen se encontraran en la oscuridad. Ella le agarró y corrió hacia la puerta principal, con la vista vuelta a la izquierda a propósito para no ver la estatua del demonio.
—Sé que se trata del mecanismo que regula la luz, pero me he asustado. Toda la iglesia es tan… siniestra.
Maureen estaba temblando, pese al sol del mediodía del Languedoc. Este pueblo sobrenatural olvidado por el tiempo era muy inquietante, algo que jamás había experimentado. Se intuía el caos. El silencio era ensordecedor. Maureen echó un vistazo a su muñeca, lo cual le recordó que el reloj había dejado de funcionar desde su llegada, un hecho que aumentaba su inquietud.
Peter siguió haciendo preguntas a Tammy, mientras atravesaban el jardín y rodeaban Villa Bethania.
—Me cuesta imaginar que Saunière hiciera todo esto sin meterse en líos con la Iglesia.
—Oh, tuvo muchos problemas —explicó Tammy—. Incluso intentaron apartarle de la parroquia en una ocasión y sustituirle por otro cura, pero no lo consiguieron. La gente no aceptaba a nadie que no fuera Saunière, porque éste era de los suyos. Estaba preparado para asumir este cargo, justo lo contrario de lo que afirman algunos libros. Me resulta muy curioso que supuestas autoridades de RLC dijeran que Saunière había llegado aquí por pura casualidad. Créame, en esta región no pasa nada por casualidad. Hay demasiadas fuerzas poderosas en acción.
—¿Se refiere a fuerzas humanas o a fuerzas sobrenaturales?
—A ambas. — Tammy indicó que la siguieran con un ademán. Caminó hacia una torre de piedra situada al oeste de la propiedad, en lo alto de un precipicio—. Vamos, tenéis que ver la pièce de résistance: la Torre Magdala.
—¿La Torre Magdala?
El nombre intrigó a Maureen.
—La torre de Magdalena. Era la biblioteca privada de Saunière. La vista es espléndida.
Siguieron a Tammy al interior del torreón, y echaron un vistazo a algunos objetos personales de Saunière, guardados dentro de vitrinas, antes de subir los veintidós escalones que conducían a lo alto de la atalaya. La vista del Languedoc era impresionante.
Tammy indicó una colina lejana.
—¿Veis eso? Es Arques. Y ahí, al otro lado del valle, está el legendario pueblo de Coustassa, donde otro cura, un amigo de Saunière llamado Antoine Gélis, fue brutalmente asesinado en su casa, que luego fue saqueada. Se cree que el asesino estaba buscando algo más que dinero. Dejaron monedas de oro sobre la mesa, pero robaron todo lo parecido a documentos. Pobre viejo, tenía más de setenta años y le encontraron tendido en un charco de su propia sangre, asesinado con unas tenazas de chimenea y un hacha.
—Qué horror.
Maureen se estremeció, reaccionando ante la historia que Tammy había contado, pero también por el escenario en el que se encontraban. El lugar la fascinaba tanto como la repelía.
—La gente está dispuesta a matar por esos misterios —comentó Peter.
—Bien, eso fue hace más de cien años. Me gusta pensar que nos hemos vuelto más civilizados.
—¿Qué fue de Saunière?
Maureen intentó concentrarse en la historia del extraño sacerdote y su misteriosa fortuna.
—Acabó de una forma más rara todavía. Sufrió una apoplejía a los pocos días de encargar su ataúd. La leyenda local afirma que llamaron a un cura de otra región para administrarle los últimos sacramentos, pero que éste se negó a hacerlo después de oír la última confesión de Saunière. El pobre hombre abandonó Rennes-le-Château profundamente deprimido, y se dice que nunca más volvió a sonreír.
—Caramba. ¿Qué le diría Saunière?
—Nadie lo sabe con exactitud, salvo la presunta ama de llaves, Marie Dénarnaud, a quien Saunière dejó todos sus bienes… y secretos. Murió de forma misteriosa unos años después, y durante los últimos días de su vida fue incapaz de hablar, de modo que nadie lo sabe con seguridad.
»Por eso este pueblo ha dado nacimiento a una industria. Cien mil turistas visitan cada año este lugar apartado. Algunos vienen por curiosidad, otros decididos a encontrar el tesoro de Saunière.
Tammy se acercó al borde del torreón y miró el extenso valle que se abría ante ellos.
—Tampoco sabemos con seguridad por qué Saunière construyó esta torre, pero lo más probable es que buscara algo. ¿No cree, padre?
Guiñó el ojo a Peter y luego se dirigió a la escalera.
Cuando los tres se encaminaron hacia el coche, Maureen insistió en que Tammy cumpliera su promesa anterior de hablarles de la Torre de la Alquimia, el otrora majestuoso torreón del ahora ruinoso castillo de Hautpol. Tammy se detuvo, sin saber muy bien por dónde empezar. Se habían escrito muchos libros sobre esta zona, y ella había investigado durante años, de manera que pergeñar una versión abreviada siempre le costaba.
—Algo en esta región ha atraído a la gente desde hace miles de años —empezó—. Ha de ser algo de la propia tierra. ¿Cómo, si no, podemos explicarnos el hecho de que posea un atractivo universalita que abarque más de veinte siglos de historia y creencias religiosas tan variadas?
»Como en todo lo que tiene que ver con esta zona, existen incontables teorías. Siempre es divertido empezar con los auténticos chiflados, los que juran que todo está relacionado con extraterrestres y monstruos marinos.
—¿Monstruos marinos? — Peter coreó la carcajada de Maureen cuando ella formuló la pregunta—. Casi me esperaba extraterrestres, pero ¿monstruos marinos?
—No bromeo. En las leyendas locales aparecen sin cesar monstruos marinos. Muy curioso para una zona de tierra adentro, pero no tanto como algunas historias relacionadas con platillos volantes. Os aseguro que hay algo en esta zona que casi vuelve loca a la gente, literalmente.
»Además, no olvidemos el elemento tiempo. ¿Tu reloj sigue parado?
Maureen ya sabía la respuesta, pero consultó su reloj para confirmarla. Marcaba las 9.33 desde hacía más de una hora. Asintió.
—Es probable que no vuelva a funcionar hasta que bajemos de la montaña —continuó Tammy—. Hay algo aquí que afecta a los relojes y a los aparatos electrónicos, y ésa puede ser una de las razones de que mucha gente todavía utilice relojes de sol, incluso en el siglo veintiuno. No le pasa a todo el mundo, pero si os dijera la cantidad de cosas raras que me han sucedido a mí.
Empezó a explicar una de sus muchas historias sobre los inexplicables fenómenos relacionados con el tiempo en Rennes-le-Château.
—Un día, venía con unos amigos y consulté el reloj del coche antes de subir la colina. Cuando llegamos arriba, el coche indicaba que habíamos tardado casi media hora. Bien, llegamos no hace mucho. ¿Cuánto tiempo hemos tardado, incluso a la poca velocidad a la que íbamos? ¿Cinco minutos?
Hizo la pregunta a Peter, quien asintió.
—No mucho más.
—RLC no está muy lejos, está a unos tres kilómetros. Por lo tanto, pensamos que el reloj del coche estaba averiado, hasta que todos consultamos los nuestros. Había transcurrido media hora. Todos sabíamos que no habíamos estado en aquella carretera media hora, pero no obstante habían pasado treinta minutos hasta llegar aquí. ¿Puedo explicarlo? No. Fue como una especie de repliegue temporal, y desde entonces he hablado con bastante gente que ha vivido la misma experiencia. Los lugareños no sienten la menor preocupación por el problema, porque ya se han acostumbrado. Preguntadles, y se encogerán de hombros como si fuera la cosa más normal del mundo.
»No obstante, se ha informado de fenómenos similares en los alrededores de la Gran Pirámide y en algunos de los sitios sagrados de Inglaterra e Irlanda. ¿Qué es? ¿Alguna especie de fuerza magnética? ¿Algo menos tangible, y por tanto, imposible de comprender por nuestros débiles cerebros humanos?
Tammy enumeró las diversas teorías exploradas por equipos de investigación locales e internacionales, y recitó una lista de posibilidades: líneas Ley [2], vórtices, agujeros que comunican con el centro de la tierra, puertas estelares.
—Salvador Dalí creía que la estación de tren de Perpiñán era el centro del universo, porque era el lugar donde se cruzaban estos puntos de energía magnética.
—¿Perpiñán está lejos de aquí? — preguntó Maureen.
—A unos sesenta kilómetros, más o menos. Lo bastante cerca para que resulte interesante, desde luego. Ojalá tuviera una respuesta definitiva para todo, pero no es así. Nadie la tiene. Por eso me he convertido en una adicta a este lugar y no paro de venir. ¿Recuerdas el meridiano que Sinclair te enseñó en la iglesia de Saint-Sulpice de París?
Maureen asintió, mientras procuraba no perder el hilo.
—La Línea de la Magdalena.
—Exacto. Baja desde París en línea recta y atraviesa esta zona. ¿Por qué? Porque hay algo en esta región que trasciende el tiempo y el espacio, y creo que es el motivo de que atrajera a alquimistas de toda Europa desde tiempo inmemorial.
—Me estaba preguntando cuando volveríamos a la alquimia —comentó Peter.
—Lo siento, padre. Tengo tendencia a enrollarme, pero es que no hay explicaciones sencillas. Esa torre de ahí, llamada la Torre de la Alquimia, se construyó, al parecer, sobre el legendario punto de energía, y la Línea de la Magdalena la atraviesa. La torre ha sido escenario de incontables experimentos de alquimia.
—Cuando dices alquimia, ¿te refieres a la creencia medieval de convertir el azufre en oro? — preguntó Maureen.
—En algunos casos, sí, pero ¿cuál es la verdadera definición de alquimia? Si alguna vez quieres iniciar una discusión acalorada, haz esa pregunta en una convención sobre temas esotéricos. La sala se vendrá abajo antes de que se llegue a una respuesta definitiva.
Tammy enumeró los diferentes tipos de alquimia.
—Hay alquimistas científicos, los que intentan transformar de manera física materiales básicos en oro. Algunos de ellos vinieron aquí convencidos de que la magia de la tierra era el factor clave que estaban buscando para completar sus experimentos. Tenemos también a los filósofos, quienes creen que la alquimia es una transformación espiritual, la transformación de los elementos básicos del espíritu humano en un yo de oro. Están los creyentes del esoterismo, aferrados a la idea de que los procesos alquímicos pueden utilizarse para alcanzar la inmortalidad y alterar la naturaleza del tiempo. Después tenemos a los alquimistas sexuales, quienes creen que la energía sexual crea un tipo de transformación, cuando dos cuerpos se unen utilizando cierta combinación de métodos físicos y metafísicos.
Maureen escuchaba con atención. Quería saber más sobre el punto de vista de Tammy.
—¿Por qué teoría te decantas?
—Soy una gran admiradora de la alquimia sexual, pero creo que todas son ciertas. Lo digo de verdad. Creo que la alquimia es un término que designa el conjunto de principios más antiguo de la tierra. Creo que, en otros tiempos, los antiguos conocían esas normas, como los arquitectos de la Gran Pirámide de Gizeh.
La siguiente pregunta vino de Peter.
—¿Qué tiene que ver todo esto con María Magdalena?
—Bien, para empezar, creemos que vivió aquí, o al menos pasó cierto tiempo aquí. Lo cual conduce a la pregunta: ¿por qué aquí? Es un lugar remoto, incluso ahora, con los medios de transporte modernos. ¿Se imagina lo que debía ser atravesar estas montañas en el siglo uno? El territorio era completamente inhóspito. ¿Por qué eligió este lugar? ¿Por qué lo han elegido tantos? Porque la tierra tiene algo especial.
»Ah, he olvidado mencionar el otro tipo de alquimia que ocurre aquí, y es algo que bauticé hace poco como alquimia gnóstica.
—Suena interesante como nombre de una nueva religión —dijo Maureen, mientras meditaba sobre las palabras.
—O de una antigua. Existe en estos parajes una creencia que se remonta a los cátaros, o tal vez más atrás aún, la creencia de que esta región era el centro de la dualidad, de que el Rey del Mundo, el viejo Rex Mundi en persona, vive aquí. El equilibrio terrenal de luz y oscuridad, bien y mal, tiene lugar en este extraño pueblo y su entorno inmediato. En un determinado nivel, estos dos elementos están en guerra mutua siempre, bajo nuestros pies. ¿Crees que de día es siniestro? Ni pagándome pasearía por estas calles en plena noche. Hay algo muy importante en este lugar, y para nada es bueno.
Maureen asintió.
—Yo también lo presiento. Tal vez Dalí se equivocó por sesenta kilómetros. ¿Será Rennes-le-Château el centro del universo?
Peter intervino, más serio.
—Bien, eso sería lógico para los franceses en el Medioevo, puesto que era su universo, pero ¿la gente lo sigue creyendo?
—Sólo puedo decirle que aquí suceden cosas extrañas que nadie puede explicar, y siguen sucediendo. Aquí, en Arques, en las zonas circundantes donde fueron construidos los castillos. Algunos dicen que los cátaros alzaron sus castillos como fortalezas de piedra contra las energías de la oscuridad. Los construyeron sobre vórtices de puntos de energía, donde podían celebrar ceremonias sagradas para controlar o derrotar a las fuerzas de la oscuridad. Y todos los castillos tienen torres, lo cual es significativo.
Peter escuchaba con atención.
—Pero ¿las torres no eran estratégicas, erigidas con fines defensivos?
—Claro —asintió Tammy—, pero eso no explica por qué cada uno de estos castillos tiene leyendas relacionadas con experimentos alquímicos que se realizaban en sus torres. Las torres tienen fama de ser lugares donde se obraba algún tipo de transformación mágica. Se relacionan directamente con el lema alquímico «Lo que está arriba es igual que lo que está abajo». Las torres representan la tierra, porque están atadas a la tierra, pero también el cielo, porque se elevan hacia las nubes, y de esta manera se convierten en lugares apropiados para llevar a cabo experimentos de alquimia. Al igual que la torre de Saunière, todas tenían veintidós escalones.
—¿Por qué veintidós? — preguntó Maureen, muy intrigada.
—El veintidós es un número maestro, y los elementos de numerología son fundamentales en la alquimia. Los números maestros son el once, el veintidós y el treinta y tres, pero el veintidós es la pauta que se ve con más frecuencia en esta zona, pues pertenece a la energía femenina divina. Observarás que la fiesta de María Magdalena en el calendario eclesiástico es…
—El veintidós de julio —la interrumpieron al mismo tiempo Maureen y Peter.
—Bingo. Bien, para contestar por fin a vuestra pregunta, tal vez por eso vino aquí María Magdalena, porque conocía los elementos de la energía natural o sabía algo acerca de la lucha entre la luz y la oscuridad que tiene lugar en estas tierras. Esta región no era desconocida para los habitantes de Palestina. La familia de Herodes tenía posesiones no lejos de aquí. Incluso una tradición afirma que la madre de María Magdalena era de ascendencia languedociana. Quizás, en cierto sentido, estaba volviendo a casa.
Tammy alzó la vista hacia la torre en ruinas del castillo de Hautpol.
—Habría dado cualquier cosa por ser una mosca inmortal posada sobre la muralla de ese lugar.
El Languedoc
23 de junio de 2005
DEJARON A TAMMY EN COUIZA, donde iba a encontrarse con unos amigos para comer. Maureen se sintió decepcionada por el hecho de que Tammy no se reuniera con ellos hasta más tarde. Ir a casa de Sinclair, sin una amiga mutua que facilitara las cosas, la ponía nerviosa. También sentía la tensión de Peter. Hacía lo posible por disimularla, pero se notaba en la forma en que aferraba el volante. Quizás alojarse en casa de Sinclair era una equivocación.
Pero ya se habían comprometido a hacerlo, y cambiar de opinión ahora sería considerado un insulto y una grosería por su anfitrión. Maureen no quería correr ese peligro. Sinclair era una pieza importante de su rompecabezas.
Peter se desvió de la carretera y franqueó las enormes puertas de hierro en el coche de alquiler. Al pasar, Maureen reparó en que las puertas estaban adornadas con grandes flores de lis doradas entrelazadas con vides (o quizá manzanas azules). El camino de entrada serpenteaba a través de la enorme y suntuosa propiedad que era el Château des Pommes Bleues.
Se detuvieron ante el castillo, los dos sin habla un momento al ver el tamaño y el esplendor del edificio, un castillo perfectamente restaurado del siglo XVI. Cuando Peter y Maureen bajaron del coche, el imponente mayordomo de Sinclair, el gigantesco Roland, salió por la puerta principal. Dos criados con librea acudieron al instante para recoger el equipaje y seguir las instrucciones de Roland.
—Bonjour, mademoiselle Paschal, abbé Healy. Bienvenus. — Sonrió de repente y su expresión se suavizó, de modo que tanto Maureen como Peter dejaron escapar el aliento—. Bienvenidos al Château des Pommes Bleues. Monsieur Sinclair se alegra mucho de su llegada.
Maureen y Peter se quedaron esperando en el lujoso vestíbulo de entrada, mientras Roland iba en busca de su amo. No se arrepintieron: la sala estaba llena de obras de arte valiosas y antigüedades de valor incalculable, que podían compararse con las de muchos museos de Francia.
Maureen se detuvo ante una vitrina que constituía el centro de interés de la sala, seguida de Peter. Había un enorme y trabajado cáliz de plata en la vitrina, y una calavera humana ocupaba un lugar de honor en el relicario. El tiempo había blanqueado la calavera, pero se advertía con nitidez una hendidura en el hueso craneal. Un mechón de pelo, descolorido, pero que todavía conservaba pigmento rojo discernible, estaba colocado junto a la calavera dentro del cáliz.
—Los antiguos creían que el pelo rojo era una fuente de magia poderosa.
Bérenger Sinclair estaba detrás de ellos. Maureen dio un brinco cuando oyó la inesperada voz, y después se volvió para contestar.
—Los antiguos no iban a escuelas públicas de Luisiana.
Sinclair rio, un intenso sonido celta, y pasó un dedo por el pelo de Maureen.
—¿No había chicos en su escuela?
Maureen sonrió, pero devolvió a toda prisa su atención a la reliquia de la vitrina, para que el hombre no la viera sonrojarse. Leyó en voz alta la placa que había dentro de la vitrina.
—La calavera del rey Dagoberto Segundo.
—Uno de mis antepasados más pintorescos —replicó Sinclair.
Peter se sentía fascinado, a la vez que un poco incrédulo.
—¿San Dagoberto Segundo? ¿El último rey merovingio? ¿Es usted descendiente de él?
—Sí. Y sus conocimientos de historia son tan buenos como los de latín. Le felicito, padre.
—Refrésqueme la memoria. —Maureen parecía avergonzada—. Lo siento, pero mis conocimientos de la historia de Francia no empiezan hasta Luis Catorce. ¿Quiénes fueron los merovingios?
—Una dinastía de reyes de lo que ahora es Francia y Alemania —contestó Peter—. Gobernaron desde el siglo cuarto al octavo. El linaje desapareció con la muerte de este Dagoberto.
Maureen señaló la fractura del cráneo.
—Algo me dice que no fue por causas naturales.
—No exactamente —contestó Sinclair—. Su ahijado le clavó una lanza en el cerebro a través de la cuenca de un ojo mientras dormía.
—Para que luego hablen de la lealtad familiar —contestó Maureen.
—Por desgracia, primó el deber religioso sobre la lealtad familiar, un dilema que se ha repetido mucho en la historia. ¿No es cierto, padre Healy?
Peter frunció el ceño al captar la indirecta.
—¿Qué quiere decir?
Sinclair hizo un ademán majestuoso en dirección a un escudo que colgaba de la pared: una cruz rodeada de rosas, y encima una inscripción en latín que rezaba.
ELIGE MAGISTRUM.
—El lema de mi familia. Elige magistrum.
Maureen miró a Peter en busca de una explicación. Algo estaba pasando entre los dos hombres que la ponía nerviosa.
—¿Qué significa?
—Elige amo —tradujo Peter.
Sinclair se explayó.
—El rey Dagoberto fue asesinado por orden de Roma, pues al Papa le inquietaba su versión del cristianismo. Dijeron al ahijado de Dagoberto que eligiera un amo, y se decantó por Roma, y así se convirtió en un asesino al servicio de la Iglesia.
—¿Por qué era tan inquietante la visión de la cristiandad de Dagoberto? — preguntó Maureen.
—Creía que María Magdalena era una reina y la legítima esposa de Jesucristo, y que él, Dagoberto descendía de ambos, lo cual le concedía el derecho divino de los reyes de una manera que superaba a cualquier otro poder terrenal. En aquel tiempo, el Papa consideró que constituía una terrible amenaza para la Iglesia un rey convencido de aquello.
Maureen se encogió y procuró que la conversación no se agriara. Dio un codazo a Peter.
—¿Prometes que no me atravesarás el ojo con una lanza mientras duermo?
Peter la miró de soslayo.
—Temo que no puedo prometerte nada. Elige magistrum, ya sabes.
Maureen le miró con fingido horror y volvió a examinar el pesado relicario de plata, adornado con flores de lis.
—Para no ser francés, tiene mucha debilidad por este símbolo.
—¿La flor de lis? Por supuesto. No olvide que los escoceses y los franceses han sido aliados durante cientos de años. Pero el motivo de que yo la utilice es diferente. Es el símbolo de…
Peter terminó la frase.
—La trinidad.
Sinclair les dedicó una sonrisa.
—Sí, en efecto. Pero me pregunto, padre Healy, si es el símbolo de su trinidad o de la mía.
Antes de que Maureen o Peter pudieran pedir una explicación, Roland entró en la sala y habló con rapidez a Sinclair en un idioma que recordaba al francés mezclado con otros tonos mediterráneos. Sinclair se volvió hacia sus invitados.
—Roland les acompañará a sus aposentos, para que puedan descansar y refrescarse antes de la cena.
Dedicó una majestuosa reverencia a Maureen, a la que guiñó el ojo, y salió de la sala.
Maureen entró en el dormitorio y se quedó boquiabierta. La habitación era espléndida. Una enorme cama de columnas con dosel, provista de colgaduras de terciopelo rojo, que llevaban bordadas las omnipresentes flores de lis, dominaba el espacio. Los restantes muebles eran también antiguos, todos dorados.
El cuadro María Magdalena en el desierto, del maestro español Ribera, cubría una pared. María Magdalena miraba al cielo. Pesados jarrones de cristal de Baccarat, llenos de rosas rojas y lirios blancos, estaban diseminados por toda la estancia, y recordaban los arreglos florales que Sinclair había enviado al piso de Maureen en Los Ángeles.
«Una chica podría acostumbrarse a esta vida», pensó mientras los criados llamaban a la puerta con el equipaje.
La habitación de Peter era más pequeña que la de Maureen, pero también era digna de un rey. Aún no le habían subido la maleta, pero tenía consigo su neceser, suficiente para sus propósitos inmediatos. Sacó la Biblia encuadernada en piel y el rosario de cuentas de cristal de la bolsa negra.
Con el rosario en la mano, se dejó caer en la cama. Estaba cansado, agotado del viaje y de la responsabilidad del bienestar de Maureen, tanto físico como espiritual. Ahora se hallaba en territorio desconocido, y eso le ponía nervioso. No confiaba en Sinclair. Peor aún, no confiaba en las reacciones de su prima ante Sinclair. El dinero y la apariencia física del hombre creaban una mística que atraía a las mujeres.
Al menos, sabía que Maureen era una mujer que no se dejaba conquistar con facilidad. De hecho, conocía las escasas relaciones que había mantenido con hombres. El odio manifestado por su madre contra su padre había emponzoñado la opinión de Maureen sobre el amor. Que su desdichado matrimonio hubiera acabado en tragedia era el motivo de que ella se mantuviera alejada de todo cuanto recordara a una verdadera relación.
De todos modos, era mujer y humana. Y muy vulnerable en lo tocante a sus visiones. Peter albergaba la intención de no permitir que Sinclair las utilizara para manipular a Maureen. No estaba seguro de lo que ese hombre sabía, o de cómo lo había sabido, pero se proponía averiguarlo lo antes posible.
Cerró los ojos y empezó a rezar pidiendo consejo, pero un zumbido insistente interrumpió sus silenciosas plegarias. Al principio, intentó hacer caso omiso de la vibración, pero al final se rindió. Se acercó adonde había dejado la bolsa de viaje, introdujo la mano en el interior y contestó la llamada.
Por suerte, la habitación de Peter estaba en el mismo pasillo que la de Maureen, de lo contrario tal vez no se habrían encontrado nunca en la inmensa mansión de Sinclair. Maureen estaba fascinada por la casa, absorbía cada detalle de arte y arquitectura mientras pasaban de un ala a la siguiente.
Se proponían salir a investigar juntos el exterior del castillo, pues faltaban varias horas para la cena. Los dos estaban demasiado embelesados por todo cuanto los rodeaba para dejarlo sin explorar. Penetraron en un enorme vestíbulo, iluminado por la luz natural que entraba por una ventana de cristal emplomado. Un enorme y atípico mural, que plasmaba una escena de la crucifixión bastante abstracta, adornaba el vestíbulo en toda su longitud.
Maureen se detuvo a admirar la obra. Al lado del crucificado Cristo, una mujer con un velo rojo alzaba tres dedos, mientras una lágrima rodaba por su rostro. Se hallaba de pie junto a un curso de agua (¿un río?), en el cual tres pececillos, uno rojo y dos azules, saltaban en el aire. Tanto el dibujo de los tres peces como los dedos alzados de la mujer evocaban el dibujo de la flor de lis de una manera abstracta.
Había incontables detalles en la recargada pero moderna obra de arte. Maureen estaba segura de que eran simbólicos, pero tardaría horas en localizarlos todos, y tal vez años en comprenderlos.
Peter retrocedió para contemplar mejor la escena de la crucifixión, que era hermosa en su sencillez. Algo parecido a un sol negro ensombrecía el cielo, que a su vez era rasgado por un rayo.
—Recuerda el estilo de Picasso, ¿verdad? — dijo Peter.
Su anfitrión apareció al final del vestíbulo.
—Es de Jean Cocteau, el artista más prolífico de Francia y uno de mis héroes personales. Lo pintó aquí mientras era invitado de mi abuelo.
Maureen se quedó patidifusa.
—¿Cocteau se alojó aquí? Caramba. Esta casa debe de ser un tesoro nacional de Francia. Todas las obras de arte son fenomenales. El cuadro de mi habitación…
—¿El Ribera? Es mi retrato de María Magdalena favorito. Captura su belleza y gracia divina mejor que cualquier otro. Exquisito.
Peter manifestó su incredulidad.
—No va a decirme que es un original. He visto el original… en el Prado.
—Ah, sí que es un original. Ribera lo pintó a petición del rey de Aragón. De hecho, pintó dos. Y tiene razón, el más pequeño está en el Prado. El rey de España regaló éste a otro de mis antepasados como ofrenda de paz, un miembro de la familia Estuardo. Como verá, el buen arte está muy relacionado con Nuestra Señora. Le enseñaré más ejemplos después de cenar. Pero si no les importa que se lo pregunte, ¿adónde iban ahora?
—Íbamos a dar un paseo antes de la cena —contestó Maureen—. Vi unas ruinas en lo alto de la colina cuando llegamos, y quería examinarlas de más cerca.
—Sí, por supuesto, pero sería un honor para mí ser su guía. Si el padre Healy lo considera aceptable, por supuesto.
—Por supuesto —sonrió Peter, pero Maureen percibió la tensión en las comisuras de su boca cuando Sinclair la tomó del brazo.
Roma
23 de junio de 2005
EL SOL BRILLABA con más fuerza en Roma que en cualquier otro lugar del mundo, o al menos eso pensaba el obispo Magnus O’Connor mientras caminaba sobre las piedras consagradas de la basílica de San Pedro. Se sentía abrumado por el honor de acceder a la capilla privada.
Cuando pisó suelo consagrado, se detuvo ante la estatua de mármol de Pedro sosteniendo las llaves de la Iglesia, y besó los pies descalzos del santo. Después se dirigió a la parte delantera de la iglesia y se acomodó en el primer banco. Dio gracias al Señor por conducirle hasta aquel lugar santo. Rezó por él, rezó por su obispado y rezó por el futuro de la Santa Madre Iglesia.
Cuando terminó sus oraciones, Magnus O’Connor entró en el despacho del cardenal Tomás DeCaro, cargado con las carpetas rojas que habían significado su billete para el Vaticano.
—Aquí están, Su Ilustrísima.
El cardenal le dio las gracias. Si O’Connor había esperado una invitación para sostener con el cardenal una prolongada conversación, debió llevarse una gran decepción. El cardenal DeCaro se excusó con un brusco cabeceo, sin decir ni una palabra más.
DeCaro estaba ansioso por ver el contenido de las carpetas, pero la primera vez prefería hacerlo en privado.
Abrió el primer expediente, todos los cuales llevaban escrito en la portada con mayúsculas en negrita: EDOUARD PAUL PASCHAL.
… Todavía no he escrito sobre la Gran Madre, María la Mayor. He esperado tanto tiempo porque me he preguntado con frecuencia si sería capaz de encontrar las palabras que hicieran justicia a su bondad, a su sabiduría y energía. En la vida de toda mujer siempre habrá lugar para la influencia y enseñanzas de la mujer que se alza sobre todas las demás. Para mí, ésta sólo podía ser María la Mayor, la madre de Easa.
Mi madre murió cuando yo era muy pequeña. No me acuerdo de ella. Si bien Marta siempre cuidó de mí y de mis necesidades terrenales como una hermana, fue la madre de Easa quien me proporcionó instrucción espiritual. Alimentó mi alma y me enseñó muchas lecciones de compasión y perdón. Me enseñó lo que era ser una reina y me instruyó en el comportamiento apropiado de una mujer con el destino trazado.
Cuando llegó el momento de ponerme el velo rojo y convertirme en una verdadera María, ya estaba preparada. Gracias a Ella, y lo que me dio.
María la Mayor era un modelo de obediencia, pero la suya era una obediencia que sólo respondía ante el Señor. Oía los mensajes de Dios con absoluta claridad. Su hijo poseía el mismo talento, por eso eran diferentes de otros que también eran de noble ascendencia. Sí, Easa era un hijo del león, heredero de la casa de David, y su madre descendía de la gran casta sacerdotal de Aarón. Nació reina y Easa rey. Pero no era sólo la sangre lo que los diferenciaba de los demás, sino su espíritu y la fortaleza de su fe en el mensaje que Dios nos había enviado.
Si no hubiera hecho otra cosa que caminar a su sombra durante todos mis días, me habría sentido bendecida por ello.
María la Mayor fue la primera mujer en estar dotada con un claro conocimiento de lo divino. Esto representaba un reto para los sumos sacerdotes, que ignoraban cómo aceptar a una mujer de tan magno poder. Pero tampoco podían condenarla. El linaje de María la Mayor era impoluto, y su corazón y espíritu irreprochables. Su reputación sin tacha era conocida en muchos países.
Hombres poderosos la temían, pues no podían controlarla. Sólo respondía ante Dios.
EL EVANGELIO DE ARQUES DE MARÍA MAGDALENA
EL LIBRO DE LOS DISCÍPULOS