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Llegó el 20 de diciembre. Sintió que no era un día como los demás. Al menos para él. Ese mismo día, a una cierta hora, él se había encontrado en este mundo. Se registró en un certificado, a fin de que la fecha acordada no variara en más o en menos. Envuelto en su abrigo, recorría su habitación yendo y viniendo. Echó una ojeada a su escritorio, y vio su diario abierto por una página en blanco, numerada en su parte superior con la fecha de su nacimiento. Meditó sobre lo que quería escribir con ocasión de su cumpleaños, sin dejar de moverse para sentir algo de calor, que le ayudara a combatir el frío glacial reinante. El cielo —según parecía tras los cristales de la ventana— estaba oculto tras unas nubes oscuras. \.a lluvia caía unos instantes, se paraba otros, despertando en su alma deseos de reflexionar y soñar. El cumpleaños tenía que celebrarse, aunque la fiesta se limitara sólo al festejado. Efectivamente, en la vieja casa no se conocían las costumbres tradicionales para celebrar los cumpleaños. Ni su propio padre sabía que aquel era uno de los días que no debía olvidar. De las fechas de los nacimientos, solamente le quedaban recuerdos oscuros de las estaciones en que habían sucedido y de los dolores que acompañaron a esos instantes. De tal suerte que, de su nacimiento, su madre recordaba que «fue en invierno y que fue un parto difícil que me hizo gritar y chillar dos días seguidos». En el pasado, cuando se mencionaban los hechos de su nacimiento, se le llenaba el corazón de compasión por su madre. Más tarde, este sentimiento de compasión se duplicó cuando asistió al nacimiento de Naíma. Su corazón tembló de dolor por Aisha. Hoy, sin embargo, pensaba en el nacimiento con una nueva mentalidad. Mentalidad que había bebido en las fuentes de la filosofía materialista, de tal modo que había sufrido en dos meses lo que el pensamiento humano había parido en un siglo. Se preguntó sobre la dificultad de su nacimiento: si esta se debía en parte o en su totalidad a la negligencia o a la ignorancia. Se preguntaba como si un acusado estuviera respondiendo ante él. Reflexionó sobre la dificultad del momento de su nacimiento, y en las huellas que tal vez pudieran alcanzar al cerebro o al sistema nervioso, huellas que juegan un papel importante en la vida y el destino del recién nacido, con todo lo bueno o malo que pueden acarrearle. ¿No sería su debilidad en el amor una consecuencia de los golpes sufridos por la membrana o el parietal de su cráneo en las profundidades del útero, diecinueve años antes? ¿Y no podría ser aquel idealismo que lo había perdido durante mucho tiempo en las regiones ignotas de la imaginación y le había hecho derramar abundantes lágrimas sobre el altar de la tortura…, no era pues ese idealismo el trágico resultado de la insensatez de una comadrona ignorante?

Pensó en lo que hubo antes de su nacimiento, aún más, antes de la concepción. Pensó en aquello desconocido de donde brota la vida, en esa ecuación química y mecánica que equivale a un ser vivo. Este se rebela en primer lugar, maldiciente, contra el origen que lo suscitó, y contempla las estrellas atribuyéndose un parentesco en su dominio celeste. Se le conoce, sin embargo, un origen más próximo llamado esperma. En vista de esto, él, antes de sus diecinueve años y nueve meses no era más que esperma. Esperma vertido por un deseo inocente de placer, una necesidad insistente de alivio, un ímpetu violento provocado por una embriaguez que hace perder la razón, o incluso el mero sentimiento del deber hacia la esposa enclaustrada en la casa.

¿De cuál de aquellas situaciones él era hijo? Quizás vino a este mundo como consecuencia del deber. En efecto, el sentimiento del deber no lo había abandonado. Incluso, no se había entregado a los placeres hasta después de que estos se presentaran ante él como una filosofía a seguir, una causa que adoptar, sin haber abandonado la lucha y el sufrimiento, y sin tomar la vida de una manera sencilla. El esperma, un minúsculo organismo, se encontró con un óvulo en la trompa, traspasándolo. Más tarde, juntos se deslizaron hasta el útero, transformándose en embrión. Este embrión, recubriéndose de carne y hueso, salió a la luz, indefenso ante el dolor. Antes de que se afirmasen sus rasgos, sólo había sido llanto. Los instintos innatos en él siguieron creciendo y cristalizando, produciendo con el paso de los días infinidad de creencias y opiniones que llegarían a hacerse indigestas. Se prendó del amor, de tal forma que este le hizo creerse un dios. Más tarde, sus creencias se tambalearon, terminando por caer; sus pensamientos se invirtieron, su corazón se decepcionó. Todo ello le hizo retroceder hasta un lugar más despreciable que aquel que había ocupado antes. Así pues, habían transcurrido diecinueve años, ¡una eternidad para él y para la juventud, que se pasa con la velocidad de un rayo! ¿Cuál es el consuelo sino gozar de la vida hora tras hora, o mejor, minuto tras minuto, antes de que el cuervo grazne al ocaso?

La época de la inocencia pasó. Luego, llegó el tiempo en que la vida se fechaba por el amor —«Antes del amor… Después del amor»—. Hoy, los deseos son muchos, pero el amor es ahora lo desconocido en su esencia, del que sólo le quedaban algunos de sus nombres divinos. Y finalmente la verdad, las alegrías de la vida, la luz de la ciencia. El viaje hasta su aparición fue largo. Como si el que ama se hubiese montado en el tren de Augusto Comte, hubiera pasado por la estación de la teología, cuyo lema es «sí, mamá», hubiera atravesado la tierra de las regiones metafísicas cuyo lema es «no, mamá» y a lo lejos apareciera a través de una lente de aumento «la realidad» con su consigna escrita en la parte superior: «¡abre los ojos y sé valiente!».

Se detuvo delante de su escritorio. Fijó sus ojos en el diario, preguntándose si se sentaría para emborronar la página del día de su cumpleaños, según le inspirara su pluma, o lo aplazaría hasta que los pensamientos cristalizaran en su cabeza.

Mientras, la caída de la lluvia sobre los muros le martilleaba los oídos como un zumbido. Dirigió su vista hacia los cristales de la ventana que daban a Bayn el-Qasrayn, y vio unas perlas suspendidas en su superficie, empañada por la humedad del aire. Una perla no tardó en deslizarse hacia el borde inferior del marco de la ventana, dibujando sobre la superficie empañada una línea brillante y sinuosa como la de un meteoro.

Fue a la ventana y levantó sus ojos para ver la lluvia caer desde las henchidas nubes, y el cielo unido a la tierra por hilos de perlas. Mientras tanto, los minaretes y las cúpulas parecían no prestar atención a la lluvia. El horizonte brillaba como un marco de plata. Una blancura mezclada de una tenue oscuridad envolvía toda su vista, emanando grandeza y ensueño. Gritos de niños llegaban desde la calle. Echó una ojeada hacia abajo para ver las aguas corriendo por la tierra y las esquinas enfangadas por el barro. Los coches patinaban y esparcían salpicaduras con sus ruedas. Los tenderetes de exposición de las tiendas estaban vacíos de mercancía. Los que pasaban buscaban refugio en las tiendas, en los cafés y bajo los balcones.

Esta vista del cielo hablaba al sentimiento con palabras emocionadas. A él le debía la mucha inspiración para reflexionar sobre su posición ante la vida, en el principio de su nuevo año.

No había encontrado un compañero al que contar los secretos de su alma, desde que Huseyn había abandonado la violencia del suelo patrio. Sólo podía hablar consigo mismo, si sentía la necesidad de conversar. Por tanto, había tomado a su alma como amiga tras haberlo dejado su amigo del alma. Preguntó a su alma: «¿crees en la existencia de Dios?» A su vez se contestó: «¿Por qué no intentas saltar de estrella en estrella, de planeta en planeta, como saltas escalón tras escalón para subir la escalera? ¿Y la quintaesencia elegida de los enviados del cielo? Ellos elevaron a la Tierra, considerándola como el centro del universo, y pusieron a los ángeles a adorar el barro, hasta que llegó su hermano Copérnico, que colocó a la Tierra en el lugar que le había asignado el universo, una pequeña esclava del Sol. Más tarde lo siguió su hermano Darwin. Este difundió los secretos del falso príncipe, y declaró públicamente que su verdadero padre estaba encerrado en una jaula, llamando a los amigos para que lo contemplaran en las fiestas y romerías».

En un principio, existió una nebulosa de la que se esparcieron las estrellas como se desparraman las salpicaduras de la rueda de una bicicleta; las estrellas forcejearon en un juego eterno, y se formaron los planetas. La Tierra, una esfera líquida, se separó, y la Luna siguió sus huellas, jugueteando, mientras le fruncía el ceño por un lado de su cara, y le sonreía por el otro. Pero al debilitarse su entusiasmo, se quedó fija, alzándose sus montañas, sus mesetas, sus valles, sus rocas y una vida lenta. Finalmente, llegó el hijo de la Tierra, arrastrándose a cuatro patas y preguntando a quienes encontraba a propósito del ideal supremo.

«No te oculto que no puedo con los mitos. A pesar de que en el violento océano de olas descubrí una roca que tenía tres lados, y a la que llamaré de ahora en adelante la roca de la ciencia, la filosofía y el ideal supremo. No digas que la filosofía, como la religión, es de naturaleza mítica; la realidad es que se basa en unos fundamentos de raíces científicas, de las que se ayuda para alcanzar su objetivo. Por su parte, el arte es un placer sublime, una prolongación de la vida; aunque mi satisfacción tiene mayor alcance que el arte, porque sólo se sacia con la verdad. El arte, en relación a la verdad, parece más bien un entretenimiento femenino. Para conseguir este objetivo, sabed que estoy dispuesto a sacrificar todo, excepto mi razón de vivir. En lo que concierne a mis cualidades para este importante papel, estas son: una enorme cabeza, una enorme nariz, un amor fracasado y una esperanza enferma. ¡Y atención con burlarse de la juventud! Burlarse no es más que uno de los síntomas de la vejez, que los enfermos denominan sabiduría. No es una contradicción admirar a Saad Zaglul, a Copérnico, a Istoult y Mach al mismo tiempo. Esforzarse por enganchar al Egipto atrasado al tren en marcha de la humanidad es una labor tan digna como humana. El patriotismo es una virtud en tanto no se enturbie de xenofobia por el odio. Aunque el odio a los ingleses es una especie de defensa de la identidad; y el patriotismo en ese caso, no es si no un humanismo local».

«Pregúntame si creo en el amor y te contestaré que el amor aún no ha dejado mi corazón. Por eso sólo puedo confirmar la realidad del hombre. Aunque sus raíces se mezclaron con las de la religión y los mitos, la destrucción de sus santuarios sagrados no conmovió sus principios ni disminuyó su importancia. De igual modo, tampoco ha tenido dicho efecto negativo el que se irrumpa en su mihrab a través del estudio y del análisis, o el que se analicen sus elementos biológicos, sicológicos y sociales. Todo esto no hace más débiles los latidos del corazón, cuando un recuerdo pasa como un relámpago, o una imagen se dibuja. ¿No sigues creyendo en la eternidad del amor? La eternidad no es un mito. Pero quizá el amor se olvide como todas las cosas en este mundo. Ya hace un año del matrimonio de Aida —¿por qué vacilas al pronunciar su nombre?—. Ya has quemado una etapa en la carrera del olvido. Has pasado por la fase de la locura, por la del aturdimiento, después por la del intenso dolor, y al cabo de todo, por la del dolor intermitente. Ahora puede transcurrir un día entero sin que me pase por la cabeza, salvo al despertar o al acostarme, y una o dos veces durante el día».

«La sensación que siento ante este recuerdo va desde una nostalgia que emana de forma equilibrada, a una tristeza que pasa como una nube, y a una angustia que pica, pero no quema, excepto si, de improviso, mi alma se excita como un volcán y la Tierra gira a mi alrededor. En cualquier caso, me levanto sabiendo que continuaré viviendo sin Aida».

«¿Qué te propones buscando el olvido? Estudiar el amor y analizarlo como ya he dicho. Despreciar los dolores individuales para reflexionar sobre el universo, que hace parecer el mundo del hombre, comparado con su dominio, una mota de polvo insignificante. Desahogar el alma con la bebida y el sexo. Confiar el consuelo a los filósofos de la resignación como Spinoza, que ve el tiempo como una cosa irreal, y por consiguiente las impresiones ligadas a un acontecimiento del pasado o del futuro como irracionales, impresiones que nosotros deberíamos dominar, si tuviéramos de ellas una idea clara y concreta. ¿Estás feliz al darte cuenta que el amor se olvida?… Estoy feliz porque es una esperanza para mí, para librarme de la cautividad, pero el hecho me entristece porque supone tener una experiencia de la muerte antes de que esta se presente. En cualquier caso, odiaré mientras viva la cautividad y amaré la libertad absoluta».

«Feliz aquel que ni piensa en el suicidio ni desea la muerte. Feliz aquel en cuyo corazón anida la llama del entusiasmo. Y eterno sea quien trabaje o se prepare sinceramente para el trabajo. Y viva quien siga las huellas de el-Jayyam con un libro, un vaso o una mujer enamorada. Un corazón entregado a las esperanzas olvida o finge olvidar el matrimonio, como un vaso lleno de whisky no deja espacio para la soda. Es suficiente que la pasión por la bebida se comparta bien, y que tu interés por las mujeres no traiga como consecuencia la repugnancia y la aversión. Por lo que concierne a la nostalgia que de vez en cuando te invade, de la castidad y de la mortificación, quizá sea un resto de tu antigua religiosidad».

No dejó de llover a cantaros ni un solo momento. Resonó un trueno, un relámpago brilló y la calle se quedó desierta. Los gritos enmudecieron. Se le ocurrió echar una ojeada al patio de la casa. Abandonó la habitación y se dirigió a la sala. En la ventana, mirando a través de sus rendijas, vio cómo las aguas arrastraban la tierra blanda del suelo, produciendo surcos, que se dirigían enseguida hacia el viejo pozo. El agua se desbordó por un lado, y se acumuló en una cavidad entre el horno y el almacén, cavidad en la que germinaban, al amor de la humedad, los granos de trigo, cebada y alholva que habían caído sin querer de las manos de Umm Hánafi: hierbas recubiertas de brocado, que crecían unos días hasta que las pisaban los pies. Ese hoyo había sido durante la infancia de Kamal el dominio de sus experiencias, el refugio de sus sueños. Del manantial de sus recuerdos, su corazón se llenó ahora de amor nostálgico, de una alegría envuelta en tristeza, justo como si una nube transparente envolviese la cara de la luna.

Se alejó de la ventana para regresar a su habitación, y advirtió la presencia de alguien que estaba en la sala, como recuerdo persistente de la vieja reunión del café: su madre, allí sentada con las piernas cruzadas en el sofá y los brazos extendidos sobre el brasero; su única compañera era Umm Hánafi, sentada de igual forma frente a ella sobre una piel de cordero. Recordó entonces la vieja reunión en sus días brillantes, y los bonitos recuerdos que conservaba. El brasero era el único vestigio que casi no había sufrido cambios posiblemente desagradables para el observador.