Kamal llamó a la puerta suavemente, hasta que apareció la silueta de Umm Hánafi. Cuando esta lo reconoció, le susurró:
—Mi gran señor está en la escalera…
Entonces, esperó detrás de la puerta hasta estar seguro de que su padre había llegado al primer piso, aunque su voz le llegó desde el interior de la escalera, preguntando con voz fuerte:
—¿Quién ha llamado?
Su corazón se puso a latir, y no tuvo otra salida que avanzar y responder:
—Yo, papá…
Vio la silueta de su padre en el rellano del primer piso, al tiempo que brilló la luz de la lámpara sostenida por la madre en lo alto de la escalera. El padre lo miró por encima de la balaustrada, preguntándole con asombro:
—¿Kamal? ¿Qué te ha retrasado fuera de casa hasta estas horas?
«Me ha retrasado lo que a ti». Contestó con cuidado:
—He ido al teatro para ver la obra fijada por nuestro plan de estudios de este año…
Gritó colérico:
—¿Es que ahora se estudia en los teatros? ¿Es que no te basta con leer y aprender? ¡Tonterías y monsergas! ¿Y por qué no me has pedido permiso?
Kamal se detuvo algunos escalones más abajo del lugar en que estaba su padre, y contestó disculpándose:
—No esperaba que la velada se prolongara hasta tan tarde.
Dijo entonces el padre enfadado:
—¡Búscate otra manera de estudiar, y déjate de excusas estúpidas!
Y se fue subiendo por la escalera refunfuñando, mascullando frases como: «Estudiar en los teatros hasta que dan las tantas», «a la una de la madrugada», «incluso los niños», «maldito sea tu padre y el de esa obra de teatro».
Kamal subió la escalera hasta el último piso y pasó a la sala. Cogió una lámpara encendida que estaba encima de una mesa, y entró en su habitación con el rostro sombrío. Colocó la lámpara sobre el escritorio y se apoyó con las dos manos, preguntándose sobre la fecha del último insulto que le había arrojado su padre. No la recordaba de manera exacta, pero estaba seguro de que los años de sus estudios superiores habían transcurrido en paz y dignidad. Por ese motivo, el insulto sobre él mismo le había producido —a pesar de que no iba dirigido a él— una sensación dolorosa. Se alejó de su escritorio y se quitó el tarbúsh.
Empezó a desnudarse, cuando de pronto sintió vértigo en la cabeza y angustia en el estómago.
Entonces, abandonó la habitación rápidamente dirigiéndose al cuarto de baño donde vomitó todo lo que había en sus tripas, con violencia y amargor. Regresó a la habitación otra vez, asqueado y con las fuerzas agotadas, con un dolor en el pecho y en su alma más intenso y más profundo. Se desnudó y apagó la lámpara. Luego se echó sobre la cama, suspirando de angustia y disgusto. Tras unos minutos, oyó la puerta abrirse suavemente. Le llegó la voz de su madre, preguntándole con ternura:
—¿Duermes?
Y entonces contestó con un tono normal y contento para que se fuera y lo dejara en paz con sus problemas:
—Sí.
Pero su silueta se aproximó a la cama, hasta detenerse sobre su cabeza. Ella dijo como disculpándose:
—No te atormentes. Ya conoces a tu padre…
—¡Lo sé…, lo sé!
Pero ella continuó, como si quisiera manifestar lo que le daba vueltas en su propia cabeza:
—Él reconoce tu seriedad y corrección. De ahí su desaprobación por tu retraso anormal a estas horas…
Entonces montó él en cólera hasta el punto de no poder dominarse, y replicó:
—Si pasar una noche de velada merece todos estos reproches, ¿por qué lo hace él tan asiduamente?
Las tinieblas le impidieron ver el asombro y la desaprobación que se dibujaron en el rostro de su madre, pero la oyó reírse burlonamente para hacerle creer que no había tomado sus palabras en serio. Le contestó:
—Todos los hombres salen de noche. Tú te convertirás en un hombre pronto, ¡pero ahora eres un estudiante…!
La interrumpió, diciendo con el tono del que quiere terminar una conversación:
—Ya lo sé… ya lo sé. No intentaba decir nada; ¿por qué te has cansado en venir hasta aquí? Vete tranquila…
Dijo ella dulcemente:
—Temí que estuvieras enojado. Ahora te voy a dejar, pero prométeme que dormirás con el alma serena, recita el-Samadiyya hasta que te venga el sueño…
La sintió marchar, luego oyó la puerta cerrarse y su voz que le decía «buenas noches». Suspiró otra vez, y comenzó a secarse el pecho y el estómago, transportado por las tinieblas…
Todas las páginas de la vida eran amargas. ¿Dónde se habrá marchado la embriaguez mágica del vino? ¿Qué era ese pesar sofocante que había ocupado su lugar? ¡Cuánto se parecía al desengaño amoroso que había destruido sus sueños celestiales! Y con todo, si no hubiera sido por el padre, su situación no se habría transformado. Esta poderosa fuerza que atemoriza a todos los miedos, que él tenía y que amaba a la vez. ¿Cuál era su esencia? Era sólo un hombre. Si no fuera por la alegría que los extraños le atribuían, no sería nada. Entonces ¿cómo la temía? ¿Hasta cuándo se sometería al poder de ese temor? Este temor era como el resto de las ilusiones que había experimentado. Pero ¿cuál es el resultado de enfrentar la lógica a sólidos sentimientos? Un día, había llamado con sus manos a las puertas de Abdín en la gran manifestación que desafiaba al rey con el grito «¡Saad o la revolución!». El rey se retiró, y Saad dimitió del ministerio. Pero, ante su padre, él no era ya nada. Todas las cosas cambiaron de sentido y significado. Dios…, Adán…, El-Huseyn…, el amor…, la misma Aida…, la eternidad. «¿He dicho la eternidad? Sí, en lo que le ocurrió en el amor, y también en lo ocurrido a Fahmi. Ese hermano mártir que es huésped del vacío para siempre. ¿Recuerdas la experiencia que hiciste cuando tenías doce años para saber su destino desconocido? ¡Qué triste destino! Habías cazado a un pájaro en su nido, lo asfixiaste, lo amortajaste y cavaste para él una pequeña tumba en el patio de casa, cerca del viejo pozo; luego lo enterraste en él. Unos días o semanas más tarde desenterraste la tumba y sacaste el cadáver. ¿Qué viste? ¿Qué oliste? Te dirigiste hacia tu madre llorando, preguntándole sobre el destino de los muertos, de todos los muertos, y el destino de Fahmi en especial. No te alejaste de ella hasta que el llanto la dejó sin habla. ¿Qué quedará de Fahmi después de siete años?, ¿qué quedará del amor?, ¿en qué se convertirá tu ilustre padre?»
Sus ojos se acostumbraron a las tinieblas de la habitación, apareciendo las siluetas del escritorio, el perchero, la silla y el armario. El propio silencio transmitía voces apagadas, la fiebre calenturienta llenaba su cabeza por el desvelo. El sabor de la vida cada vez era más amargo. Se preguntaba si Yasín estaría ya sumergido en su sueño, y cómo lo habría recibido Zannuba; ¿tendría refugio Huseyn en su cama parisina?, ¿de qué lado duerme ahora Aida?, ¿se habrá redondeado o ensanchado su vientre?, ¿qué harán en la otra mitad de la esfera donde el sol estará detenido en el centro del cielo?…, ¿y las estrellas brillantes?, ¿es que no existe una vida que se viva libre de las desgracias?, ¿puede oírse su débil quejido en esa infinita orquesta cósmica?
«¡Padre!, déjame descubrirte lo que hay en mi alma. No estoy indignado a pesar de lo que tu personalidad me ha revelado. Pues lo que ignoraba de ti me gusta más que lo que ya conocía. Admiro tu cortesía, tu elegancia, tu carácter desvergonzado y pendenciero, y tus aventuras. Esa parte apacible de ti, de la que se enamoran todos los que la conocen, indica algo activo, tu vitalidad, tu apasionamiento por la vida y por la gente. Pero yo te pregunto: ¿por qué te has contentado con mostrarnos esta máscara grosera y horrible? No te disculpes con los principios de la educación, pues eres el que más los ignora. Ahí está lo que ves y no ves de la conducta de Yasín y la mía. No hiciste más que perjudicarnos y martirizarnos mucho por una ignorancia que ni tus mejores propósitos pueden excusar. No te inquietes, porque yo sigo queriéndote y admirándote. Permaneceré siempre fiel a mi amor y a mi admiración por ti, aunque mi alma abriga contra ti un fuerte reproche, comparable al sufrimiento que me has hecho pasar. No te hemos conocido como un amigo, como te conocían los extraños. Por el contrario, nuestro conocimiento de ti fue como un juez déspota, intratable y tirano, como si tú fueras la inspiración del refrán "Un amigo inteligente es mejor que un amigo ignorante". Por eso, odiaré la ignorancia más que cualquier otra cosa en la vida. Pues corrompe todas las cosas, incluso la sagrada paternidad. Yo te preferiría como padre con el doble menos de ignorancia, aunque dejaras de querer a tus hijos en la misma proporción. Yo me prometo a mí mismo —si me convierto en padre algún día— que seré un amigo para mis hijos antes que un educador. Continúo queriéndote y admirándote, incluso después de haberte despojado de las cualidades divinas que mis ojos fascinados imaginaban ver. ¡Sí, tu poder es sólo leyenda! No eres consejero como Selim Bey, ni rico como Saad Bey, ni líder como Saad Zaglul, ni una calamidad como Zárwat, ni un noble como Adli. Pero eres un amigo querido, y eso te satisface. ¡Y no es poco! ¡Ojalá no nos hubieras escatimado tu amistad! Pero tú no eres el único que has hecho cambiar mis ideas. El mismo Dios no volverá a ser el Dios que adoraba hace tiempo. Tamizo las características de su esencia para limpiarlas de omnipotencia, de arbitrariedad, de violencia, del despotismo y de los demás instintos humanos. No sé dónde debo amordazar el pensamiento, ni siquiera si es un mérito el hacerlo. Sin embargo, mi alma me dice que no me detendré hasta el fin, y que luchar, a pesar de ser una tortura, es mejor que quedar pasivo y dormir. Esto te preocupará en la medida en que te preocupe saber que he determinado poner fin a tu tiranía; tiranía que me envuelve y envuelve el ambiente, y que me hace sufrir como me hace sufrir este maldito insomnio. En cuanto al vino, no será como castigo a su traición por lo que no lo pruebe, ¡qué pena! Si el virio es también, como ellos, un engaño, ¿qué le queda al hombre? Ya te he dicho que estoy decidido a poner fin a tu tiranía, no desafiándote o desobedeciéndote, pues te respeto demasiado para actuar de esa manera contigo, ¡pero sí huyendo! Sí, abandonando tu casa tan pronto como me levante sobre mis piernas. En los barrios de El Cairo hay espacio para los oprimidos. ¿Sabes cuál es la consecuencia de que yo te quiera a pesar de tu tiranía? Haber yo adorado a otro tirano que me oprimió, tanto abiertamente como a escondidas. Me tiranizó sin que yo lo amara, y a pesar de todo, lo adoraba con toda mi alma y no dejo de adorarlo. Así pues, tú eres el primer responsable de mi amor y de mi tormento. ¿Qué parte de verdad tiene esta idea? Ni estoy satisfecho ni entusiasmado con ella. Cualquiera que sea la realidad del amor, no hay duda de que hay que recurrir a causas más profundas de autenticidad en el alma. Dejémoslas ahora en suspenso para volver a estudiarlas más adelante. En cualquier caso, eres tú, padre mío, quien has facilitado este sentimiento de opresión al prolongar tu tiranía conmigo. Y tú, madre, no fijes tus ojos en mi rostro con desaprobación, ni te preguntes "¿qué pecado he cometido?". No has perjudicado a nadie. Es sólo la ignorancia. Ese es tu delito, la ignorancia…, la ignorancia. Mi padre, la rudeza ignorante, y tú, la delicadeza ignorante. Mientras viva, seguiré siendo una víctima de esta contradicción. Tu ignorancia también ha sido la que ha llenado mi espíritu de leyendas. Tú eres el vínculo que me une a la época de las cavernas. ¡Cómo me cuesta hoy liberarme de tu influencia, cómo me costará mañana liberarme de mi padre! ¡Qué noble de vuestra parte hubiera sido ahorrarme este penoso esfuerzo! Por eso, propongo —y las sombras de esta habitación son testigo— la abolición de la familia —¡esa fosa en la que se aglomera agua putrefacta!—, y que desaparezca la paternidad y la maternidad. Por el contrario, ¡dame una nación sin historia y una vida sin pasado! Y ahora, ¡observémonos en el espejo!, ¿qué vemos? Esta enorme nariz y esta gran cabeza. ¡Padre, me diste tu nariz sin pedirme consejo, sin apiadarte de mí! Tú fuiste un déspota conmigo desde antes de que yo naciera. Aunque esa nariz en tu rostro refleja la respetabilidad y la grandeza —sin distinción de naturaleza y forma—, en mi cara alargada se hace cómica, como si se tratara de un soldado inglés en mitad de un círculo de sufíes bailando. Y aún más rara es mi cabeza, porque ni se parece a la tuya ni a la de mi madre, ¿de qué antepasados lejanos proviene, pues? ¡Qué permanezca la culpa suspendida sobre vuestras cabezas hasta que se me aclare la verdad! Un poquito antes de dormir, debemos decir «adiós», por si no vemos amanecer. ¡Yo amo la vida a pesar de lo que me ha hecho, en la misma medida en que te amo a ti, padre! En la vida hay cosas que merecen ser amadas. Su cara está rebosante de incógnitas apasionantes. Aunque lo útil no tiene utilidad, y lo inútil es muy importante. Es preferible que no vuelva a coger un vaso. Así pues, digo «adiós, vino», pero poco a poco. Recuerda la noche que abandonaste la casa de Ayusha, firmemente convencido de no acercarte más a las mujeres de tu vida, y cómo, después de aquello, eres su cliente preferido. Me imagino que la humanidad se queja como yo de la resaca y las náuseas. ¡Desea para ella una rápida curación!