—¡Sólo están los sirvientes!
—Eso es porque aún no ha oscurecido. Los clientes llegan normalmente al anochecer. ¿Te molesta que el lugar esté vacío?
—En absoluto. Que el sitio esté vacío es un factor que me anima a quedarme, especialmente la primera vez.
—Las tabernas de este lugar tienen unas características que no tienen precio. Están situadas en una calle a la que sólo llegan los amantes de los placeres prohibidos. Ni obstáculos ni críticas turbarán aquí tu alegría. Y si tropiezas con alguien que respetes como tu padre o tu jefe, él será el más expuesto a las críticas, y lo más natural es que te ignore o que huya de ti, si puede…
—¡Sólo el nombre de la calle ya es un escándalo!
—Pero puedes estar seguro de estar más tranquilo que en las demás. ¡Si fuéramos a alguna de las tabernas de la calle Alfi, Imad el-Din o incluso Muhammad Ali, no estaríamos seguros de que un padre, un hermano, un tío o alguien importante no nos viera! Pero ellos no vienen a Wagh el-Birka, ¡eso espero!
—Tus palabras son razonables, aunque yo continúo intranquilo.
—¡Ten paciencia! El primer paso siempre es difícil. Pero el vino es la llave de la alegría, por eso te prometo que cuando nos vayamos de aquí, vas a encontrar el mundo más dulce y agradable de como lo conocías antes…
—Háblame de las clases de alcohol. ¿Cuál es el más apropiado para empezar?
—El coñac es fuerte, y si lo mezclas con cerveza puedes decirle adiós a quien lo bebe. El whisky tiene un sabor agradable y buenos efectos. En cuanto al aguardiente de uvas…
—¡Puede que el aguardiente de uvas sea el más dulce! ¿No has escuchado a Sálih cantar «Me sirvió aguardiente de uvas»?
—Te he dicho muchas veces que tu único defecto es el exceso de imaginación. El aguardiente de uvas es el peor. A pesar de lo que diga Sálih, tiene un gusto anisado que se me atraganta en el estómago. Pero no me interrumpas…
—¡Disculpa!
—Y también está la cerveza. Pero es la bebida del calor y nosotros, gracias a Dios, estamos en septiembre. Y el vino, aunque su efecto es como una pedrada de un hijo de perra.
—Entonces… pues… ¡whisky!
—¡Bravo! Distingo en ti la vieja nobleza. Y puede que estés de acuerdo conmigo dentro de un tiempo en que tu disposición al regocijo supera a tu disposición a la verdad, el bien, la belleza, el patriotismo, la humanidad y todos esos principios imbéciles que cansan tu corazón inútilmente…
Llamó al camarero, y pidió dos vasos de whisky.
—Será prudente contentarme con un solo vaso…
—Eso sería prudente, aunque no hemos venido aquí para buscar prudencia. Vas a aprender por ti mismo que la locura es más dulce que la prudencia, y que la vida es más importante que leer y pensar. Recuerda este día y no olvides al amigo que te hizo el favor…
—No me gustaría perder la conciencia, temo que…
—¡Domínate! ¡Eso es todo!
—Lo importante para mí es encontrar el valor para andar por ese adarve sin vacilar, y entrar cuando la necesidad…
—Bebe hasta que sientas que no te importa entrar en…
—Bueno, espero no tener que arrepentirme luego…
—¿Arrepentirte? Anteriormente te invité muchas veces, pero te disculpabas por la piedad y la religión. Después, declaraste que ya no creías en la religión; volví a insistir en mi invitación, y entonces, ¡qué asombroso! ¡Te niegas en nombre de la moral! Sin embargo, debo reconocer que finalmente has sido consecuente con tus palabras…
Claro, finalmente. Después de un período de angustia y desconcierto entre Abu Alá y el-Jayyam, entre la mortificación y el placer. Su naturaleza le había inclinado hacia la primera creencia, pues, aunque anunciaba una vida dura, coincidía con las tradiciones en las que había crecido. Pero no lo entendió hasta que su alma batió alas hacia el espacio, y una voz misteriosa comenzó a susurrarle al oído: «No existen ni la religión, ni Aida, ni las esperanzas, sólo la muerte». Así recibió la llamada de el-Jayyam, por boca de ese amigo. Respondió, a pesar de ello, conservando sus elevados principios; sólo había ampliado su sentido del bien hasta extenderlo a todas las alegrías de la vida, diciéndose a sí mismo: «¡Creer en la verdad, la belleza y la humanidad es la forma más elevada del bien, por eso, Avicena concluía su jornada pensativa con una bebida y las mujeres!». No importa cuál fuera la razón, sólo encontró interesante esta vida prometedora para librarse de la muerte…
—Coincido contigo en eso, pero yo no renuncié a mis principios…
—Sé que no renunciarás a tu utopía. A lo largo de las relaciones sociales, se ha colocado la verdad como la mayor de todas las verdades. No hay ningún mal en leer. Al contrario, escribe incluso mientras encuentres lector. Haz de la escritura un medio para conseguir fama y riqueza, pero no la tomes como algo serio. Fuiste un fervoroso creyente, pero ahora eres un ateo rabioso. Siempre rabioso, angustiado, como si fueras responsable de la humanidad. La vida es más sencilla que todo esto. Un puesto en el gobierno que te satisfaga y te configure un nivel de vida sin problemas, disfrutar de los placeres de la vida con el corazón abierto y libre de preocupaciones, tener fuerza y osadía para asegurarse, si es necesario, el respeto y el triunfo. Y si esta vida está de acuerdo con la religión, y deja el pecado a un lado, ¡excelente!
«La vida es demasiado profunda y demasiado dilatada para ser reducida a una única cosa, aunque se trate de la felicidad. El placer es dulce, pero el ascenso a las montañas abruptas seguirá siendo mi objetivo. Aida se fue; por lo tanto, debo crear otra Aida con todos los sentidos que ello implica. O bien, ¡adiós a la vida desgraciada sin ella!»
—¿Nunca has pensado en los valores que hay por encima de esta vida?
—¿Qué? Me he ocupado de la vida en sí misma, o mejor dicho, de mi propia vida. ¡En nuestra casa no hay ni creyentes ni ateos, yo soy de esa manera!
«Este amigo te es tan necesario como el tiempo del ocio. Su aspecto es tan excepcional como el tuyo, está ligado a los recuerdos de Aida, y está en el corazón. Es asiduo a estos adarves bulliciosos. Terrible si lo desafías. Siente nostalgia de las alegrías, pero no de la seriedad y la adversidad. No tiene sitio para tu alma. Tu amigo del alma y de la razón se ha marchado más allá de los mares. Fuad el-Hamzawi es inteligente, pero no tiene ninguna filosofía. Interesado hasta para apreciar la belleza, lo que busca tras la literatura es una elocuencia que le sirva para redactar sus alegatos. ¿Quién me dará el rostro y el alma de Huseyn?» El camarero vino y colocó sobre la mesa dos largos vasos de base poligonal. Quitó el tapón de la botella de soda y llenó los vasos, y el oro se transformó en platino adornado con perlas. Colocó la fuente de ensalada, queso, aceitunas y mortadela antes de marcharse. Kamal echó una ojeada a su vaso y a Ismail. Este último le dijo sonriente:
—Haz como yo; primero un gran trago, ¡a tu salud!
Pero se contentó con un pequeño sorbo, que se puso a saborear. Luego, se quedó esperando… Pero su razón no voló, como había temido. Entonces, bebió un gran trago. Luego tomó un trozo de queso para deshacerse del extraño sabor que se había extendido por toda su boca.
—¡No te apresures!
«La precipitación es cosa del diablo, lo importante es que te vayas de aquí en un estado que te permita entrar donde tú quieras».
¿Y qué quería? Una de esas mujeres que en una situación normal le produciría una sensación de repulsión y rechazo. Puede que la bebida endulzara el sabor amargo de la vulgaridad. Antes, había vencido el instinto gracias a la religión y a Aida; pero ahora, el instinto tenía el campo libre. Además, había otro estímulo para esta aventura: era el descubrir a la mujer, esa criatura misteriosa a cuyo sexo pertenecía la propia Aida, aunque le disgustara. Quizás así encontrara en ella un consuelo a los desvelos y a las lágrimas vertidas en secreto en las entrañas de la noche oscura, expiación del sufrimiento sangrante cuya única esperanza de curación está en la desesperación y el aturdimiento. Ahora, se puede decir que estaba saliendo de la celda de la resignación para dar los primeros pasos en el camino de la salvación, aunque fuera un camino invadido y rodeado por la concupiscencia y los vicios. Bebió otro trago, esperó, luego sonrió. Todo su interior celebraba el nacimiento de una nueva sensación que emanaba calor y excitación, a la que se entregó como a una dulce melodía. Ismail, que lo observaba con atención, le dijo sonriendo:
—¿Dónde estará Huseyn, para que vea con sus propios ojos este gran espectáculo?
«¿Dónde está Huseyn? ¿Dónde?»
—Le escribiré yo mismo. ¿Has contestado su última carta?
—Sí, le contesté con una carta tan breve como la suya.
Sólo con él se extendía al escribir, y le confiaba todos sus pensamientos. ¡Qué felicidad que sólo a él privilegiaba! Pero convenía no descubrir su secreto para no despertar los celos de su preceptor.
—La carta que me mandó a mí también era breve, omitiendo el relato de lo que ya conoces y detestas.
—¡El pensamiento!
Luego, riéndose:
—¿Qué necesidad tiene de pensar, si va a heredar una fortuna que podría llenar el océano? ¿Cuál es el secreto de tu pasión por esas idioteces? ¿La hipocresía, el orgullo, o las dos cosas?
«Le llegó el turno a Huseyn de someterse a las críticas. ¿Qué diría él de mí en mi ausencia?»
—Entre el pensamiento y la riqueza no hay contradicción, como tú piensas. El pensamiento floreció en la Antigua Grecia gracias a ciertos señores, despreocupados de buscarse su subsistencia, y que se dedicaron plenamente a la ciencia.
—¡A tu salud, Aristóteles!
Vació el resto de su vaso, esperó y luego se preguntó si antes se había hallado en tal estado. Una emanación de calor sensitivo se introducía en la circulación sanguínea, arrastrando en su camino la fosa donde se aglutinaban los restos de los tormentos, y el lugar del alma donde se concentraban las penas. Entonces, aquí, quedaba el eco de una canción melodiosa, allí, el recuerdo de una esperanza prometedora, y más allá, el espectro de una alegría pasajera. El vino es la savia de toda felicidad.
—¿Qué me dices de otros dos vasos?
—Tú eres mayor que yo…
Ismail rio fuertemente, mientras hacía señas al camarero con el dedo. Luego, dijo feliz:
—Eres rápido en reconocer lo bueno.
—Es por la gracia de Dios.
El camarero trajo los vasos y las tapas. Empezaron a llegar clientes que llevaban tarbúsh, sombreros y turbantes. El camarero los recibió, limpiando las mesas con la bayeta. Llegó la noche, y se encendieron las lámparas. Los espejos colgados en los muros brillaron, reflejando las botellas de Dewars y de Johnny Walker. Del exterior llegaban risas lánguidas, como la llamada a la oración, pero que incitaban al libertinaje. Miradas de desaprobación disimuladas por una sonrisa apuntaban hacia la mesa de los dos amigos adolescentes. Más tarde, apareció en la calle un vendedor de gambas del Alto Egipto, seguido por una vendedora de habas con dos incisivos de oro, un limpiabotas, y un muchacho que asaba carne, el cual en realidad era un rufián a juzgar por la acogida que le hicieron los que estaban sentados; y, finalmente, un indio que leía en las palmas de las manos. Aquí y allí no se escuchaba más que «a tu salud» y «ja, ja». Kamal echó una mirada en un espejo que estaba cerca de su cabeza y vio su rostro enrojecido, y sus ojos brillantes y alegres. Detrás de su imagen, el espejo reflejaba a un hombre viejo que se llevaba el vaso a sus labios, se enjuagaba la boca con un movimiento de conejo, y luego se tragaba el líquido y decía a su compañero con una sonora voz: «Enjuagarse la boca con aguardiente es una tradición heredada de mi abuelo, que murió borracho».
Desviando su rostro del espejo, Kamal dijo a Ismail:
—Nosotros somos una familia muy conservadora. Yo soy el primero que prueba el vino.
Ismail levantó sus hombros y añadió:
—¿Cómo puedes juzgar cosas que no conoces? ¿Sabes lo que ha hecho tu padre en su juventud?
El mío toma un vaso en la comida y otro en la cena. Y deja la bebida cuando sale, o al menos, eso es lo que pretende hacer creer a mi madre.
«Néctar divino de la felicidad que fluye por el reino del espíritu. Ese extraño cambio que sucede en pocos instantes, la humanidad no podrá comprenderlo durante siglos y siglos. Y él, en resumidas cuentas, da un nuevo significado, deslumbrante, a la palabra "magia". Lo más increíble es que no es del todo nuevo para mí, y quizá alguna vez, ya haya rondado por mi alma. Pero ¿cuándo?, ¿cómo?, y ¿dónde? Es una música interior que el alma produce, que comparada con otras músicas conocidas sería como la piel de la manzana es a su fruto. ¿Cuál puede ser el secreto de este líquido dorado que provoca tal milagro en instantes contados? Puede que el curso de la vida haya purificado su espuma y sus residuos, y saltando por encima de la vida humillada, haya aparecido como apareció la primera vez, en forma de absoluta libertad y embriaguez pura. Este es el sentimiento natural de la lucha de la vida, una vez que se ha liberado de las ataduras del cuerpo, de los grilletes de la sociedad, de los recuerdos de la historia y de los miedos del futuro… Una música límpida, pura que destila el éxtasis que de ella emana. Alguna semejante a ella, ya ha rondado antes por mi alma, pero ¿cuándo?, ¿cómo?, y ¿dónde? ¡Ah, la memoria…! ¡Es el amor! El día en que ella te llamó: "¡Kamal!", te emborrachaste sin saber lo que era la embriaguez. Ahora puedes afirmar que eres un viejo borracho; y que has sido un juerguista durante cierto tiempo en los caminos embriagados del amor, sembrados de flores y arrayanes. Eso ocurrió antes de que la transparente gota de rocío se convirtiera en barro. El vino es la esencia del amor, cuando sus secretos dolorosos se han disipado. Entonces, ¡ama y te emborracharás! ¡Y, emborráchate y amarás!»
—La vida es bella por mucho que digas o creas.
—Ja, ja… Eres tú el que lo dice y lo cree.
«El combatiente puso en la mejilla de su adversario un beso sincero y la paz sobrevino en la Tierra. Un ruiseñor cantó en una hermosa rama, y los enamorados se conmovieron en las cuatro esquinas del mundo. El pájaro del amor voló desde El Cairo hasta Bruselas pasando por París, y fue recibido con cariño y con cantos. El sabio metió la punta de su pluma en la tinta de su corazón y escribió una revelación divina. El que tiene experiencia, se refugió en su vejez y le sobrevino un lloroso recuerdo, que suscitó en su pecho toda una primavera oculta. Y ese flequillo de cabellos negros que caía sobre tu frente, es una kaaba adonde se encaminan los peregrinos de las tabernas del amor».
—¡Un libro, un vaso y una mujer bella, y que me tiren al mar!
—Ja, ja… El libro echará a perder el vaso, la mujer bella y el mar.
—No estamos de acuerdo sobre el significado del placer. Para ti es un juego y una diversión; para mí es la seriedad absoluta. Esta embriaguez es el secreto de la vida y su más elevado objetivo El vino no es más que su mensajero, el modelo sensible y accesible. Del mismo modo que el gavilán fue el precursor del descubrimiento de los aviones, y el pez, el antecesor del submarino, así, el vino debe ser el guía de la felicidad humana. La cuestión se resume en estas palabras: ¿cómo hacer de la vida una embriaguez permanente como la del vino, pero sin recurrir a él? No encontraremos la respuesta ni en la lucha ni en la prosperidad, ni en el asesinato ni en el esfuerzo. Todos ellos son medios y no fines. La felicidad no se hará realidad hasta que no dejemos de explotar todos estos medios, para vivir una vida intelectual y espiritual pura, sin que nada la enturbie. Esta es la felicidad que el vino nos pone de ejemplo. Mientras cada acción es un medio para llegar a ella, él no lleva a nada. Es puro desenlace.
—¡Dios arruine tu casa!
—¿Por qué?
—Mi esperanza era encontrar en ti, en tu embriaguez, un interlocutor divertido y agradable; pero eres como el enfermo a quien el vino agrava su enfermedad… ¿Qué me contarás cuando te bebas el tercer vaso?
—Ya no voy a beber más. Ahora estoy feliz y me siento capaz de llamar a cualquier mujer que me guste.
—¿No vas a esperar un poco?
—Ni un solo minuto.
Caminó cogido del brazo de su amigo, sin temor y sin vacilar, llevado por una corriente humana que chocaba con otra que venía en sentido inverso, por una calle sinuosa y estrecha para sus transeúntes. Las cabezas giraban unas veces hacia la derecha y otras a la izquierda. A los lados, las esquineras, de pie y sentadas, no daban reposo a sus ojos acogedores e inquietantes, en medio del intenso maquillaje de sus rostros velados. No transcurría mucho tiempo sin que un individuo se desviara de la corriente para dirigirse a una de ellas, que lo seguía al interior, alterando su mirada incitante para poner otra de seriedad y trabajo. Las lámparas, colgadas sobre las puertas de las habitaciones y los cafés, iluminaban la calle con luces destellantes. En sus alturas se espesaban unas nubes con el humo de las emanaciones de los braseros, las pipas de agua y los narguiles. Las voces se entrechocaban y se mezclaban en un torbellino estrepitoso rodeado de risas y aplausos; crujidos de puertas y ventanas; sonidos de piano y acordeón; palmoteos de manos al son de la danza; gritos del gendarme; resoplidos, ronquidos y toses de los fumadores de hashísh; voceríos de los borrachos; gritos de socorro anónimos; golpes de bastón; cantos solitarios y colectivos… Y por encima, el cielo brillaba cerca de los tejados de las viejas casas, admirando el suelo con los ojos fijos. Todas las bellas estaban aquí, al alcance de la mano. Ofrecían su belleza y su secreto por no más de diez piastras. ¿Quién creería esto sin verlo?
—Harún el-Rashid se pavonea en su harén —le dijo a Ismail.
—¿No has encontrado una esclava que te guste, príncipe de los creyentes? —preguntó Ismail, riendo.
Kamal señaló hacia una casa, y dijo:
—Estaba allí, de pie ante esa puerta que está vacía, ¿dónde se habrá ido?
—Dentro, con un cliente, príncipe de los creyentes. Que espere nuestro señor hasta que uno de sus vasallos satisfaga su deseo…
—Y tú, ¿no has encontrado tu perdición?
—Yo ya soy un antiguo conocido de esta calle y sus gentes. Pero no iré a mi deber hasta que te entregue a tu amiga. ¿Qué es lo que te ha gustado de ella? Hay muchas más bonitas que ella.
«Era morena y su morenez no se ocultaba tras ningún maquillaje. En su voz había algo que me recordaba de lejos aquella eterna música. ¿Por qué diablos el ojo no podría encontrar un cierto parecido entre la piel de un ahorcado y una piel azul clara?»
—¿La conoces?
—Aquí la llaman Warda, pero su verdadero nombre es Ayusha.
«¡Ayusha…! ¡Warda…! ¡Si el hombre pudiera cambiar de aspecto como de nombre! En Aida mismo, hay algo que se parece a la naturaleza de Ayusha-Warda, y también en la religión, en Abd el-Hamid Bey Shaddad y en las grandes esperanzas. ¡Ah!, pero el vino te eleva al trono de los dioses, y entonces verás esas contradicciones inmersas en remolinos de risas carcajeantes, merecedoras de compasión».
Sintió el codo de Ismail empujándole en su costado, y que le decía:
—Tu turno.
Miró hacia la puerta y vio a un hombre que salía apresuradamente. La mujer volvió a su lugar, tal como la había visto por primera vez. Se dirigió, pues, hacia ella, con paso firme, y ella lo acogió con una sonrisa. Pasó al interior, seguido por ella, que cantaba: «Corre un poco la cortina que está a nuestro lado». Se encontró con una estrecha escalera que comenzó a subir con el corazón palpitante, hasta llegar a un pasillo que conducía a una sala. La voz de la mujer le llegaba de vez en cuando, «a tu derecha…», «a tu izquierda…», «esa puerta entreabierta». Era una habitación pequeña, con las paredes empapeladas, con una cama, un tocador, un perchero, una silla de madera, una palangana y un aguamanil. Se detuvo en el centro de la habitación desconcertado, observándola. Ella fue a cerrar la puerta y la ventana, de la que llegaba el sonido de un pandero, acompañado de una flauta y aplausos. Mientras lo hacía, su rostro aparecía serio, incluso adusto y severo, hasta el punto que Kamal se preguntó riéndose qué sería lo que tramaba contra él. Luego, se dirigió hacia él, empezando sus ojos a examinarlo a lo largo y a lo ancho; cuando pasaron por su cabeza y su nariz, se sintió angustiado. Pero quiso vencer esta angustia, y se aproximó a ella abriendo los brazos. Ella, con un desagradable movimiento de manos, le hizo esperar mientras decía: «Espera», y él volvió a su sitio. Sin embargo, él se había propuesto vencer las dificultades, y dijo sonriendo afectando ingenuidad:
—Me llamo Kamal.
—Encantada —respondió ella mirándole con asombro.
—¡Llámame! ¡Dime… Kamal!
Su asombro iba en aumento, y dijo:
—¿Por qué te voy a llamar, si estás plantado delante de mí como una calamidad?
«¡Dios me libre! ¿Estará bromeando?»
Empeñado más que nunca en salvar la situación, respondió:
—Me has dicho que espere; pero ¿qué tengo que esperar?
—En eso tienes razón…
Dicho esto, se quitó el vestido con un movimiento acrobático y saltó a la cama, que crujió bajo su peso. Se echó sobre su espalda y empezó a acariciarse el vientre con la punta de sus dedos coloreados de alheña. Los ojos de Kamal se abrieron espantados. No esperaba esa sorpresa de circo. Sintió que entre la mujer y él, cada uno de los dos iba por un camino, pues ¡qué gran distancia existe entre el camino del placer y el del trabajo! En un instante se desplomó lo que su imaginación había puesto en pie durante días. La amargura de la decepción corrió junto a su saliva. En cualquier caso, su deseo de descubrir no había disminuido, así que venció su turbación. Paseó su mirada por el cuerpo desnudo hasta fijarse en su meta, y pareció por un instante no dar crédito a sus ojos. Acentuó su mirada, con turbación y asco, hasta sentir finalmente una especie de terror. ¿Era eso la verdad, o había elegido mal el modelo? Pero, por mala que fuera su elección, ¿cambia eso lo esencial? «¡Y nosotros que afirmábamos amar la verdad! ¡Qué gran injusticia se ha cometido con tu cabeza y tu nariz!» Para sus adentros, pensó en huir. Estuvo a punto de hacerlo, cuando de pronto se preguntó por qué no había huido el hombre de antes. Y qué iba a decirle a Ismail al volver. No, no huiría, no se volvería atrás ante esa prueba.
—¿Qué te pasa, ahí de pie como una estatua?
«Este grito que te estremece el corazón. Tus oídos no te han mentido, pero sí la ignorancia. Te vas a reír mucho de ti mismo, pero como vencedor, no como un cobarde que huye. Imagina la vida como un drama: tienes que desempeñar tu papel».
—¿Vas a estar así de pie hasta que amanezca?
—Apaguemos la luz… —dijo con una extraña tranquilidad.
Ella se sentó de un salto en la cama, y contestó con frialdad y desconfianza:
—Con la condición de que te vea a la luz.
—¿Por qué? —preguntó él con desaprobación.
—Para asegurarme de que estás sano.
Se desnudó para someterse al reconocimiento de su salud, en un espectáculo que le pareció el colmo de la comicidad. Luego, las tinieblas invadieron la habitación.
Cuando volvió a la calle, entre sus costados llevaba un corazón debilitado y lleno de tristeza. Se imaginaba que él y el resto de la humanidad habían sido víctimas de una dolorosa desgracia, de cuyo final estaban lejos. Vio a Ismail que avanzaba hacia él, satisfecho, burlón y fatigado.
—¿Cómo se encuentra la filosofía? —le preguntó.
Kamal lo cogió del brazo, andando con él, y le preguntó en tono grave:
—¿Todas las mujeres se parecen?
Como el joven lo miró intrigado, Kamal le explicó brevemente sus dudas y temores.
—En general, el principio es el mismo, incluso si se diferencian accidentalmente —le respondió Ismail sonriendo—. Estás tan cómico que eres digno de compasión. ¿Tengo que deducir de tu estado que no volverás aquí otra vez?
—Al contrario, voy a volver más de lo que piensas. Vamos a bebernos otro vaso…
Luego, como si hablara consigo mismo:
—¡La belleza… la belleza! ¿Qué es la belleza?
En aquel instante, su alma añoraba la pureza, la soledad y la meditación. Sintió nostalgia ante el recuerdo de la vida que había vivido atormentado a la sombra de su adorada. Parecía convencido de la crueldad de la verdad. ¿Iba a renunciar a ese objetivo de la verdad? Caminó pensativo en dirección a la taberna, casi sin prestar atención al parloteo de Ismail. «Si la verdad es dura, la mentira es repugnante. La verdad es dura, pero librarse de la ignorancia es tan doloroso como un parto. Corre tras la verdad hasta que te falte el aliento. Soporta el dolor hasta crear tu alma de nuevo. Estas ideas necesitan toda una vida para llegar a comprenderlas. Una vida de penalidades intercalada por pequeños instantes de vino…»