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Acercándose al palacio de los Shaddad, empezó a examinar con atención e interés todo lo que caía bajo su vista, y al cruzar la entrada, esa atención e interés se acrecentaron, contemplando cuanto lo rodeaba; pues estaba seguro, finalmente, de que esa visita sería el fin de su relación con la casa, sus habitantes y sus recuerdos. ¿Cómo no había de ser así, una vez que Huseyn había conseguido arrancar a su padre el permiso para viajar a Francia? Contempló, abriendo bien sus ojos y su ser entero, el pasillo lateral que conducía al jardín y la ventana que daba sobre él, donde se imaginó la figura hermosa y delicada de Aida observándolo con una mirada vacía de significado, como la mirada de las estrellas; o quizás con un amable saludo que no iba dirigido a él, como el canto del ruiseñor, ocupado en su alegría sin atender a los que escuchan. Luego observó el jardín en su totalidad, que se extendía desde la espalda del palacio hasta el ancho muro que dominaba el desierto, con todo cuanto en él se encerraba: las enredaderas de jazmines, los palmerales, los rosales… y por último, el firme cenador bajo cuyo techo había gozado los aromas del amor y la amistad. Recordó el refrán inglés que dice: «No pongas todos los huevos en la misma cesta», y esbozó una sonrisa triste; puesto que, aunque él conocía aquel refrán desde hacía mucho tiempo, nunca lo había llevado a la práctica; y había colocado, bien por negligencia, bien por torpeza o fatalidad, todo su corazón en aquella casa, entre el amor y la amistad. El amor ya había muerto… y ahí estaba el amigo preparando el equipaje, dispuesto para viajar. Al día siguiente, se encontraría solo, sin amigo y sin amor… ¿Cómo podía consolarse ante tal perspectiva, una vez que el palacio, el jardín y el desierto estaban impresos en su pecho y habían quedado prendidos en su corazón, volviéndosele familiares y afectivos, tanto en su totalidad como individualmente…? De la misma forma que se habían quedado marcados en su memoria los nombres de Aida y Huseyn Shaddad… ¿Cómo iba a poder estar separado de allí, o conformarse con mirarlo desde lejos como un transeúnte cualquiera? Él, que un día en broma llegó a autoproclamarse idólatra, debido a su fuerte pasión por aquella casa.

Huseyn Shaddad e Ismail Latif estaban sentados uno frente al otro ante la mesa sobre la que reposaban la acostumbrada garrafa y tres copas. En verano, los dos solían vestir camisa de cuello abierto y pantalón blanco de franela. Vio los rasgos diferenciados de ambos: la cara hermosa y aseada de Huseyn, y el rostro de facciones agudas y mirada impetuosa de Ismail. Se acercó a ellos. Iba vestido de blanco, llevando en la mano el tarbúsh, cuya borla se balanceaba. Se saludaron, y después se sentó, colocándose de espaldas a la casa, esa casa que ya antes le había dado a él la espalda. Enseguida Ismail se dirigió a Kamal, lanzando una risa cargada de significado:

—Desde ahora debemos buscar un lugar nuevo donde reunimos.

Kamal esbozó una sonrisa vaga. ¡Qué feliz era Ismail con esa burla que no parecía conocer el sufrimiento! Él y Fuad el-Hamzawi eran lo único que le quedaba; dos amigos que distraerían su corazón, pero con el que no llegarían a fundirse, y a los que él se precipitaba huyendo de la soledad. No había otro remedio que conformarse con lo que le había tocado.

—Nos encontraremos en los cafés o en las calles, puesto que Huseyn ha decidido abandonarnos.

Huseyn movió la cabeza con pesar; el pesar de quien ha conseguido un deseo querido y, con educación, hace notar su tristeza por una ausencia a la que no da importancia.

—Voy a dejar Egipto con el corazón triste por separarme de vosotros —dijo—; la amistad es un sentimiento sagrado, y yo lo valoro desde lo más profundo de mi corazón. El amigo es un compañero que refleja tu propio espíritu, y es también el eco de tus sentimientos y tus reflexiones. No importa que nos diferenciemos en muchas cosas, puesto que la esencia es semejante. No olvidaré nunca esta amistad; las cartas nos unirán frente a todo lo que nos separe, hasta que volvamos a encontrarnos otra vez.

«Palabras hermosas, ese es el premio para mi corazón herido y abandonado. ¿Acaso no ha sufrido ya lo suficiente a manos de tu hermana? ¡Me vas a dejar así, solo, sin un amigo verdadero! Mañana, el que va a ser abandonado morirá, anhelando esta amistad espiritual y divertida».

—¿Cuándo volveremos a encontrarnos otra vez? —preguntó angustiado—. Aún no he olvidado tu apasionada curiosidad por viajar incesantemente: ¿quién me garantiza que la partida no será para siempre?

Ismail ratificó sus palabras diciendo:

—Mi corazón me dice que el pájaro no volverá a su jaula.

Huseyn se rio brevemente, revelando sin embargo su alegría:

—No he conseguido el permiso de mi padre para hacer el viaje hasta que le he prometido continuar mis estudios de Derecho. Pero no sé hasta qué punto podré mantener mi promesa; entre el Derecho y yo no hay ninguna afinidad. Me parece que no voy a soportar la enseñanza oficial; yo sólo quiero hacer lo que me gusta. Mi corazón está repartido entre diferentes disciplinas que, como tantas veces he dicho, una única Facultad no es capaz de reunir. Quiero asistir a conferencias de filosofía del arte y también de poesía y novela; quiero frecuentar los museos y los conciertos, enamorarme y divertirme… ¿Qué Facultad reúne todos esos colores? Además hay otra realidad que vosotros conocéis; yo prefiero oír a leer; quiero que sea otro el que explique, para que yo lo escuche. Después me lanzaré con los sentidos y la conciencia despiertos al pie de las montañas y a la orilla de los mares; a los bares, los cafés, los salones de baile. Y sucesivamente os llegarán informaciones acerca de todas estas insólitas experiencias.

¡Parecía describir ese paraíso por el que él mismo había renunciado a la fe! Sin embargo este era un paraíso negativo, que te atrapa y no te da nada; él aspiraba a otro diferente. Pero Huseyn estaría muy lejos de sentir nostalgia por su antigua morada, si esa vida de rosas lo atrapaba entre sus amplios pechos. Fue como si Ismail repitiera sus pensamientos cuando dijo, dirigiéndose a Huseyn:

—No volverás con nosotros, ¡adiós, Huseyn! Nuestra idea es más o menos la misma. Dejando a un lado la filosofía del arte, los museos, la música, la poesía y el pie de las montañas, somos como la misma persona. Te lo recuerdo por última vez… no volverás con nosotros.

Kamal le clavó una mirada interrogante, como si esperase su opinión sobre lo que había dicho Ismail.

—Pero volveré a menudo —dijo—. Egipto será el centro de mis largos viajes; para ver a la familia y a los amigos. —Después, dirigiéndose a Kamal—: ¡Esperaré tu marcha al extranjero casi con tanta inquietud como siento ahora!

¡Quién sabe! Quizás su engaño se convertiría en verdad, y él podría recorrer esos horizontes. De cualquier forma su corazón le decía que Huseyn volvería algún día y que esa profunda amistad no desaparecería como polvo. Su ingenuo corazón estaba seguro de eso, de la misma manera que estaba seguro de que las raíces del amor no pueden ser arrancadas del alma… ¡Pobre!

—¡Viaja y haz lo que te guste! —le dijo con un ruego—. ¡Luego regresa a Egipto para fijar aquí tu residencia! Aunque te vayas cada vez que te apetezca viajar.

Ismail ratificó su opinión:

—Si de verdad eres una buena persona, acepta esa solución que concilia tus deseos y los nuestros.

—Según creo, acabaré aceptándola —contestó Huseyn asegurándolo con la cabeza, como si estuviese convencido.

Kamal lo estaba observando: su imagen le llenaba la mirada, especialmente esos ojos negros que se asemejaban a los de Aida, sus gestos que reunían majestuosidad y elegancia, y su alma transparente que casi se le materializaba delante como una criatura que podía ver y sentir. Si ese ser querido desaparecía, ¿qué placer le quedaría de la amistad y qué recuerdo del amor? Esa amistad que había aprehendido de sus manos como una armonía espiritual y una dicha segura; y ese amor que de manos de su hermana le había infundido una alegría celestial y un sufrimiento de infierno. Huseyn volvió a decir, señalando a uno y a otro sucesivamente:

—Cuando vuelva a Egipto tú serás contable del Ministerio de Finanzas, y tú profesor. ¡Y no es difícil que os encuentre convertidos en padres! ¡Qué extraño es eso!

—¿Puedes imaginarnos de funcionarios? —preguntó Ismail riendo—. ¿Te imaginas a Kamal como profesor? —Después, dirigiéndose a Kamal—: Tendrás que engordar mucho antes de enfrentarte a los alumnos. Te vas a encontrar una generación de diablillos con los que, si nos comparas, nosotros resultaremos ángeles. Te verás a ti mismo, tú un wafdista pertinaz, forzado, por imposición de tu cargo, a castigar a los alborotadores seguidores de Wafd.

Las observaciones de Ismail le hicieron salir de la corriente de pensamientos en la que estaba absorto. Se sorprendió a sí mismo preguntándose cómo podría enfrentarse a los alumnos con su prominente cabeza y su nariz. Se encontró irritado y amargado; se imaginó, al compararse a los extraños profesores que había conocido en su vida, que se vería obligado a ser duro en su comportamiento con los alumnos para defender su frágil personalidad; aunque se preguntaba si podría ser tan duro con otros como lo era consigo mismo.

—No me imagino al servicio de la profesión de enseñante hasta el final —dijo improvisando.

En los ojos de Huseyn apareció una mirada soñadora.

—Pasarás de la enseñanza al periodismo, por lo que veo, ¿no es así?

Kamal se encontró reflexionando sobre el futuro, le volvió el recuerdo de ese libro universal que tantas veces había soñado escribir, pero ¿qué quedaba del tema original? Los profetas ya no eran profetas, y no había paraíso ni infierno. La ciencia del hombre ya sólo era un capítulo de la ciencia animal… tenía que buscar un tema nuevo. Contestó improvisando otra vez:

—¡Si algún día pudiera publicar una revista divulgativa sobre pensamiento moderno…!

—Sobre todo de política, es algo fácil de vender —añadió Ismail Latif en un tono de experto consejero—. Y si quieres, con una columna especial para pensamiento en la última página. En el país hay espacio para un nuevo escritor wafdista satírico.

Huseyn soltó una risotada:

—Nuestro amigo no parece un político comprometido; su familia ya ha saldado el sacrificio que le correspondía… Por lo que se refiere al pensamiento, tiene un amplio camino por delante. —Después, dirigiéndose a Kamal—: Tú tienes cosas que decir, tu arranque de ateísmo ha sido un logro sorprendente que no me hubiera esperado nunca.

¡Qué feliz lo hacía esa nueva forma de elogiarlo en la que encontraba un homenaje a su revolución interna y un halago a su vanidad! Dijo, poniéndose rojo:

—¡Qué hermoso es que un hombre dedique su vida a la verdad, el bien y la belleza!

Ismail silbó tres veces, una por cada uno de esos principios; después dijo con ironía:

—¡Oíd y daos cuenta!

Pero Huseyn añadió con seriedad:

—¡Yo no soy igual que tú, pero me conformo con el conocimiento y el bienestar!

—Es algo más importante que eso —contestó Kamal con entusiasmo y entrega—, es una lucha en el camino de la verdad, dirigida a conseguir el bien de toda la humanidad. Sin eso, en mi opinión, la vida no tiene sentido.

Ismail dio una palmada —ese gesto le recordó a Kamal a su padre—, y dijo:

—¡Entonces necesariamente no lo tiene! ¡Cuántos esfuerzos y desgracias hasta que te libraste de la religión! Yo no me he agotado como tú, en cambio la religión nunca ha sido una preocupación para mí. ¿Me consideras tú un filósofo nato…? Me basta vivir una vida que no necesita del conocimiento; aunque esto que yo persigo por naturaleza tú no lo conseguirás más que a costa de una lucha amarga ¡Dios no lo permita! Incluso no lo has logrado aún; ni siquiera lo has intentado, a pesar de tu ateísmo. Crees en la verdad, el bien, la belleza y quieres dedicarles tu vida… ¿No es a eso a lo que suelen llamar religión? ¿Cómo reniegas de la raíz y pones tu confianza en las ramas?

«No prestes atención a tu amigo el bromista. Pero ¿por qué los principios en los que tú crees son motivo de broma? Supón que tuvieras que elegir entre Aida y esa vida sublime… ¿qué preferirías? ¡Pero Aida siempre se me aparece detrás de cualquier comparación!»

Huseyn respondió en lugar de Kamal, puesto que este alargaba su silencio:

—El creyente deriva de la religión su amor por esos principios, mientras que el librepensador los ama por sí mismos.

«¡Oh, Señor!, ¿cuándo podré verte otra vez, Huseyn?»

Ismail se rio y su risa denunció el giro de sus pensamientos hacia una nueva vertiente. Le preguntó a Kamal:

—Dime, ¿sigues haciendo la oración? ¿Pretendes ayunar el próximo Ramadán?

«Rogar por ella era lo más grato de la oración, y las noches en ese palacio lo más feliz del Ramadán…»

—Yo ya no soy de los que rezan, y no voy a ser de los que ayunan.

—¿Y vas a decir públicamente que incumples el ayuno?

—Claro que no —contestó riendo.

—¡Prefieres la hipocresía!

—Ninguna necesidad me mueve a hacer sufrir a los que quiero —replicó alterado.

Ismail inquirió burlón:

—¿Y crees que con ese corazón podrás algún día hacer frente a la sociedad? ¿Kalila y Dimna?

Esa alegre ocurrencia ocultó su irritación. «Señor, me has aclarado los fundamentos de ese libro que aún no había cristalizado en mi mente»

—¡Hablar con gente que lee es una cosa, y hablar con mis padres, siendo gente sencilla, es otra!

Ismail se dirigió a Huseyn señalando a Kamal:

—¡Ante ti tienes a un filósofo de familia arraigada en la ignorancia!

«No vas a necesitar encontrar amigos para divertirte y bromear; pero no vas a conseguir ninguno con quien hablar de corazón. Así pues, confórmate con no decir nada o hablar contigo mismo, como los locos». El silencio imperó durante un momento. También el jardín permanecía callado. No corría ni un soplo de brisa, sólo las rosas, los claveles y las violetas parecían felices con el calor. El sol retiró su manto luminoso del jardín, quedando sólo sus huellas en la parte alta del muro oriental. Ismail dio fin a ese silencio, volviéndose hacia Huseyn Shaddad y preguntándole:

—¿Tendrás ocasión de visitar a Hasan Selim y a la señora Aida?

«¡Oh, Dios!, ¿me palpita el corazón, o es que en mi pecho se ha desencadenado el Juicio Final?»

—Cuando establezca mi residencia en París, tendré que pensar sin más remedio en realizar un viaje a Bruselas. —Después, sonriendo—: Recibimos una carta de Aida la semana pasada. Parece que ha empezado a sufrir las molestias del embarazo.

«Así es, el dolor y la vida van unidos. Ahora sólo queda un hombre revestido por un sufrimiento concreto. ¿Aida con el vientre hinchado y vomitando? ¿Es un drama, o es la comedia de la vida? La alegría de la vida es la muerte; ojalá pudiera conocer la esencia de este sufrimiento».

—Sus hijos serán extranjeros —dijo Ismail Latif.

—Quedó acordado con su marido que los enviaría a Egipto cuando sobrepasaran los límites de la niñez.

«¿Podrás verlos algún día entre tus alumnos? Te preguntarás dónde has visto tú esos ojos, y el corazón palpitando te contestará que han permanecido aquí desde hace mucho tiempo. Y si el pequeño se burla de tu cabeza y tu nariz, ¿con qué ánimos vas a castigarlo…? ¡Ay olvido, serás tú sólo una leyenda!» Huseyn volvió a decir:

—Se ha extendido mucho contando su nueva vida. No ha ocultado su alegría hasta que ha dejado aparecer, apenas en unas frases, su nostalgia de la familia.

«Es lo normal para una vida como esa en países de fábula. En cuanto a que ella participe de la naturaleza de los seres humanos, eso es una broma del destino que se burla de todas esas cosas que son sagradas para ti. ¿Crees que no se le habrá pasado por la cabeza dedicar en su larga carta alguna palabra al recuerdo de sus antiguos amigos? Pero ¿quién te dice que ella sigue acordándose de ellos?» Volvió otra vez el silencio. El atardecer empezó a derramar las primeras sombras de la noche. Un milano real apareció en el horizonte, y llegó hasta ellos el ladrido de un perro. Ismail se acercó a la garrafa para beber. Huseyn se puso a silbar; mientras Kamal lo observaba a hurtadillas con el rostro tranquilo y el corazón extenuado.

—Este año el calor es una maldición.

Tras decir eso, Ismail se secó los labios con su pañuelo de seda bordado y luego eructó, volviendo el pañuelo al bolsillo de su pantalón.

«La separación de los seres queridos es una maldición mayor».

—¿Cuándo te vas a la residencia de verano?

—Al final de junio —respondió Ismail con satisfacción.

Huseyn volvió a decir:

—Nosotros salimos mañana para Ras el-Barr, donde voy a pasar una semana con ellos. Luego iré con mi padre a Alejandría, tomaré el barco el treinta de junio.

«Acabará la historia de un período de mi vida y quizás será también el fin de mi corazón».

Huseyn miró a Kamal un buen rato y luego le dijo riendo:

—Os vamos a dejar en una situación excelente de unidad y conciliación. Puede que la noticia de la Independencia llegue a París antes que nosotros.

Ismail se dirigió a Huseyn, exclamando mientras señalaba a Kamal:

—¡Tu amigo no está satisfecho con esa conciliación! ¡Le duele que Saad se haya puesto en manos de los traidores! Y le duele también que haya evitado el enfrentamiento con los ingleses y haya hecho recaer el Ministerio en Adli, su antiguo rival. ¡Así que ha resultado ser más radical que su venerado caudillo!

«El armisticio con los enemigos y los traidores es otra frustración que hay que digerir. ¿Qué queda en este mundo que aún no haya frustrado tus esperanzas…?» A pesar de eso, soltó una carcajada y dijo:

—¡Al contrario, esa conciliación pretende imponer en nuestro territorio un delegado de los liberales!

Los tres se rieron ruidosamente. Y mientras tanto una rana atravesó su campo de visión sin tardar en ocultarse en la hierba. Un soplo de brisa anunció la cercanía de la noche. El mundo que los rodeaba fue atenuando su alboroto y su ruido. La reunión daba muestras de que iba a terminar. Eso lo llenó de angustia, y comenzó a recorrer el lugar con la mirada para aprovisionarse de imágenes. Aquí empezaron por primera vez los primeros indicios del amor. Aquí las voces de los ángeles cantaron: «Oh, Kamal». Y aquí tuvo lugar la conversación acerca de su cabeza y su nariz. También aquí su ídolo le anunció la ruptura fatal. En aquella misma atmósfera yacían recuerdos, sentimientos, sensaciones e impresiones que si algún día una mano del destino conseguía reanimar, podría también reavivar y hacer florecer el desierto. «¡Llena tus ojos de todo esto y ponle una fecha! Suceden muchas cosas que luego parecen no haber ocurrido si no están unidas a un día, un mes y un año. A veces invocamos al sol y a la luna contra el paso inquebrantable del tiempo para hacerle dar la vuelta, con la intención de que regresen a nosotros los recuerdos perdidos… Pero nada vuelve nunca. Así pues, agótate llorando o ayúdate con una sonrisa».

Ismail Latif se levantó diciendo:

—Es hora de marcharnos.

Dejó que fuese el primero en abrazar a su amigo. Después le llegó su turno y se abrazaron durante largo rato. Puso un beso en su mejilla, y él recibió otro. Percibió el aroma de la familia Shaddad personificado en su amigo; un aroma puro, agradable, como si no fuese humano o como si fuesen los aromas de un sueño embriagador en un firmamento de alegrías y sufrimientos. Llenó con él sus entrañas hasta el éxtasis y permaneció en silencio unos instantes para conseguir dominar sus sentimientos; pero cuando habló, su voz tembló diciendo:

—Hasta que volvamos a encontrarnos, aunque sea dentro de mucho tiempo.