Las cosas se desarrollaron análogamente a como cambian las palabras según sus nuevos significados. El palacio de los Shaddad no necesitaba nada nuevo para aumentar en magnificencia a los ojos de Kamal; pero aquella tarde de diciembre parecía tener un aspecto diferente al habitual. Las luces se derramaban sobre el edificio hasta el punto de cubrirlo. Todos sus rincones y todos sus muros aparecían ceñidos por un collar de perlas luminosas. Bombillas de diferentes colores brillaban sobre su superficie, desde la azotea hasta la parte baja de las paredes; y también en la gran tapia, en la puerta colosal y hasta en los árboles del jardín, pareciendo que sus flores y sus frutos se hubiesen convertido en luces rojas, blancas y verdes. De todas las ventanas salía luz, todo parecía gritar invocando alegría. Cuando Kamal, al acercarse, vio este espectáculo, creyó estar seguro de que se dirigía por primera vez en su vida al reino de la luz. Grupos de jovenzuelos se amontonaban en la acera, frente a la entrada de la casa por la que habían extendido arena rubia como el oro. Los dos batientes del portal estaban abiertos para recibir a los invitados, al igual que los de la puerta del salámlik, cuyo interior iluminaba una gran lámpara colgada en el techo de la sala de recepción. El balcón principal se llenaba a menudo de grupos de señoritas deslumbrantes, con sus hermosos vestidos de noche. Shaddad Bey, entre un grupo de hombres de la familia, se mantenía en su puesto a la entrada del salámlik para acoger a los que llegaban, mientras que en el porche engalanado los hombres de una maravillosa orquesta propagaban sus melodías hasta los confines del desierto.
Kamal lanzó una rápida mirada general sobre el espectáculo, preguntándose: «¿Estará Aida en el balcón principal entre las bellezas?». ¿Habrían caído sus ojos sobre él, destacándose entre los que llegaban por su elevada estatura, perfectamente vestido, el abrigo sobre el brazo y presidido por su enorme cabeza y prominente nariz? Al cruzar el portal no dejó de sentir cierto embarazo. Pero no se dirigió al salámlik como los otros, sino que giró hacia el antiguo pasillo que conducía al jardín, como le había advertido antes Huseyn Shaddad, para que así el grupo pudiera permanecer reunido en el amado cenador todo el tiempo posible. Como si hubiese entrado en un mar de luz, encontró el salámlik trasero, al igual que el delantero, con las puertas abiertas, iluminado con bombillas, repleto de invitados, así como también el balcón superior, abarrotado de grupos de damas. Pero en el cenador no encontró a otro que a Ismail Latif con un elegante traje negro, el cual daba a su imagen agresiva un aspecto amable que no había visto antes. Este le echó un vistazo rápidamente y dijo:
—¡Estupendo! Pero ¿por qué te has traído el abrigo? Huseyn sólo ha estado conmigo un cuarto de hora, pero volverá cuando termine la recepción. Y Hasan se ha quedado unos minutos, aunque no creo que pueda estar en nuestra reunión como desearíamos. Este es su día y tiene asuntos que lo requieren más que nosotros. Huseyn pensaba invitar a algunos compañeros a venir aquí, pero yo se lo prohibí; se ha conformado con invitarlos a nuestra mesa. Tendremos una mesa privada. Estas son las noticias más importantes que te tenía que contar esta noche.
«Hay algo más importante aquí. Estaré extrañado mucho tiempo de haber aceptado esta invitación. ¿Y por qué aceptaste? ¿Para que pareciera que no te importaba, o porque te has convertido en un terrible apasionado de las aventuras?»
—Está bien, pero ¿por qué no vamos, aunque sea sólo un momento, al salón principal para ver a los invitados?
—Incluso aunque fuéramos, no conseguirías lo que quieres —dijo Ismail Latif con desdén—. Los bastías y los beys tienen la exclusividad del salón delantero. Si vas allá te encontrarás entre los jóvenes y amigos de la familia en el salón de atrás, y no es eso lo que quieres. Yo desearía que pudiésemos infiltrarnos en las habitaciones de arriba, donde se balancean más a su aire excelentes bellezas.
«Para mis ojos sólo hay una, la mejor de todas. Esa que no han podido contemplar desde el día de las confidencias. Ella se quedó con mi secreto, para desaparecer luego».
—No te voy a ocultar que estoy deseando ver a la gente importante. Huseyn me dijo que su padre había invitado a muchos de quienes suelo leer cosas en la prensa.
—¿Acaso te imaginas que la gente importante tiene cuatro ojos o seis piernas? —contestó Ismail soltando una carcajada—. Son personas como tú y como yo. Aparte de que han envejecido, y su aspecto no es muy agradable. Comprendo el secreto de tu curiosidad hacia ellos, y sólo es una consecuencia de tu excesivo interés por la política.
«Más me convendría no interesarme por nada en este mundo. Ella ya no es mía ni yo soy suyo. Sin embargo, mi interés por la gente importante se deriva en realidad de mi pasión por la grandeza. ¿No te gustaría ser grande? No lo niegues. Tú tienes las prometedoras aptitudes innatas de un Sócrates y los sufrimientos de un Teófanes. Profesas esa pasión a cambio de la luz de la que te ha privado su partida. Mañana no encontrarás ni rastro de ella en todo Egipto… ¡Ay, locura del dolor, tienes algo que emborracha!»
—Huseyn me dijo que la fiesta iba a reunir a miembros de todos los partidos —añadió ansioso.
—Es cierto, ayer Saad convocó a liberales y nacionalistas a la famosa reunión del té en el Club Saadista, y hoy Shaddad Bey los ha invitado a la boda de su hija. He visto a algunos de tus amigos wafdistas. Fathallah Barakat y Hámad el-Basel; de los otros han venido Zárwat, Ismail Sidqi y Abd el-Aziz Fahmi. Shaddad Bey tiene grandes aspiraciones, y hace muy bien. La era de nuestro efendi ha vuelto. El pueblo gritaba cantando; «Vive Dios, Abbás regresará»; pero lo cierto es que se fue para siempre. Shaddad Bey obra con sabiduría al hacer planes para el futuro; tendrá que viajar a Suiza todos los años durante cierto tiempo para presentarle al Jedive las servidumbres de una falsa obediencia, por precaución; luego volverá para proseguir con éxito su andadura.
«Tu corazón detesta ese tipo de sabiduría. La prueba de Saad, no hace mucho tiempo, demostró que el país está repleto de tales sabios. ¿Crees que Shaddad Bey es uno de ellos, el padre de tu adorada…? Despacio, ella misma baja del alto cielo para unirse a un ser humano…, y para que tú corazón se destroce hasta el punto de no poder reunir sus pedazos».
—¿Te imaginas una fiesta como esta sin cantantes?
—La familia Shaddad es medio parisina —respondió Ismail en tono burlón—. Miran con desdén las bodas tradicionales, y no permitirían que una cantora amenizase una fiesta en su casa; no reconocen a ninguno de nuestros cantantes. ¿No recuerdas lo que contaba Huseyn sobre esta orquesta, que esta noche yo he visto por primera vez en mi vida? Tocan todos los domingos por la tarde en Groppi, y tras la cena, se trasladan al vestíbulo para deleitar a la gente importante. Deja de preocuparte ya por eso y entérate de que el colofón de la noche va a ser la cena y el champán.
«¿Y Calila y Sabir? ¿Y las bodas de Aisha y Jadiga? ¡Qué ambientes más diferentes! ¡Qué feliz eras en aquellos días! Esta noche la orquesta va a enviar tus sueños al cementerio. ¿Recuerdas lo que viste por el agujero de la puerta? ¡Qué pena de esos dioses que se arrastran por el barro!»
—Eso no tiene importancia. Lo que siento y sentiré de verdad es no poder haber visto a la gente importante de cerca. Hubiera deseado oír lo que dicen, para conocer dos importantes cuestiones: la primera, la situación política real, y si verdaderamente quedan esperanzas de que vuelva la constitución y la vida parlamentaria después de la coalición. La segunda, las frases habituales que esa gente suele intercambiar en ocasiones felices como esta. ¿No sería magnífico escuchar a alguien como Zárwat Basha charlando y bromeando?
Ismail Latif respondió aparentando indiferencia, aunque ese mismo gesto denotaba orgullo:
—He podido sentarme más de una vez con amigos de mi padre, como Selim Bey, el padre de Hasan, o Shaddad Bey, y te aseguro que no encuentro en ellos nada verdaderamente interesante.
«¿De dónde viene entonces la diferencia entre el hijo del consejero y el hijo del comerciante? ¿Cómo puede limitarse a que uno se aleje de su ídolo, al tiempo que otro se casa con él? ¿No es ese matrimonio una prueba de que esa gente está hecha de un barro diferente al de los humanos? Sin embargo, tampoco sabes cómo habla tu padre entre sus compañeros y amigos…»
—¡En cualquier caso Selim Bey no es uno de esos grandes a los que me refiero!
Ismail sonrió ante esa última frase sin añadir nada.
«Esas risas que vienen de dentro rebosantes de felicidad, y esas otras que bajan del balcón exhalando un perfume hechicero de feminidad, se complementan entre sí, como los tonos de instrumentos musicales que llegan desde lejos, y el oído los percibe como una unidad en ciertas ocasiones o como un ramo de melodías diversas otras. Y después, todo ello, risas y canciones, se convierten en un manojo de rosas en medio de las cuales el corazón, triste y henchido de nostalgia, parece una negra esquela».
Huseyn Shaddad no tardó en llegar, radiante, con su elevada estatura, el rostro resplandeciente, pavoneándose en su redingote. Al acercarse abrió los brazos y Kamal hizo lo mismo, estrechándose los dos con entusiasmo. Después se les unió Hasan Selim en traje de ceremonia, hermoso, con su arrogancia natural unida a una apariencia correcta y educada. Al lado de Huseyn parecía muy pequeño. Se dieron la mano también con entusiasmo, y Kamal lo felicitó de todo corazón. Ismail Latif dijo con su habitual franqueza, que la mayoría de las veces no se diferenciaba del ataque malintencionado:
—¡Kamal siente mucho no haber podido sentarse junto a Zárwat Basha y sus amigos!
—¡Qué aguarde hasta haber escrito todas esas obras que esperamos de él, y entonces podrá encontrarse entre ellos! —respondió Hasan Selim con una alegría extraña que hacía desaparecer su reserva habitual.
Huseyn Shaddad protestó:
—¿Es que pretendes ponerte serio? Quiero que pasemos esta noche disfrutando, en completa libertad.
Antes de que Huseyn se sentara, Hasan Selim pidió permiso para marcharse; en tal situación parecía una mariposa que no para en ningún sitio. Huseyn extendió las piernas hacia adelante, y comenzó a decir:
—Mañana salen hacia Bruselas, estarán en Europa antes que yo; pero no voy a quedarme aquí mucho tiempo, dentro de poco mi distracción será viajar entre París y Bruselas.
«Y tú viajarás entre el-Nahhasín y el-Guriyya, sin amigo y sin amor. Ese es el premio de quien aspira a llegar al cielo. Pasearás la mirada por todos los rincones de la ciudad aturdido, sin que tus ojos puedan librarse de la congoja del deseo. Llena tus pulmones con ese aire impregnado de su aliento; mañana te compadecerás de ti mismo».
—Creo que algún día podré reunirme contigo —dijo Kamal.
Huseyn e Ismail preguntaron a la vez:
—¿Cómo?
«Que tu mentira sea tan grande como tu dolor».
—Mi padre y yo hemos acordado que me iré al extranjero en viaje de estudios con una beca, cuando termine.
—¡Si pudieras hacer realidad ese sueño! —exclamó Huseyn con alegría.
—¡Temo encontrarme solo dentro de unos años! —añadió Ismail riéndose.
Todos los instrumentos de la orquesta se fundieron en un movimiento impulsivo, apresurado, revelando cada uno, en la medida de lo posible, su intensidad y su energía, como si todos estuviesen participando en una dura carrera, cuya meta quedaba al alcance de la vista y de la mano, elevando la melodía hasta ese climax que insinúa la proximidad del final. Su conciencia se dejó arrastrar por la inflamada melodía a pesar de su excesiva tristeza, incorporándose a aquella carrera hasta el punto de que la sangre le latía y le faltaba el aliento. En seguida una dulzura y una embriagante tranquilidad lo dominaron, haciendo de su pena una borrachera de lágrimas. Al final suspiró profundamente y gozó largo tiempo de los ecos de esa melodía, que seguía sonando en su espíritu excitado e impresionado. Creyó preguntarse si sus ardientes sentimientos podrían terminar en un climax como ese; si el amor, al igual que esa melodía, y que todas las cosas, podría acabarse. Recordó situaciones ocurridas en circunstancias singulares, y se le aparecieron vagamente, como si de Aida sólo quedase su nombre. «¿Recuerdas esos momentos…?» Movió la cabeza aturdido, se preguntó: «¿Habrá terminado todo realmente?». Si alguna sombra, alguna idea, alguna imagen, volvía a aparecer y él la veía, despertaría de su sopor y se lanzaría a ahogarse en el río de la pasión con todo su ser, cargado de grilletes al igual que un preso. «Si uno de esos instantes vuelve a visitarte, intenta agarrarlo con fuerza y no dejarlo escapar, para que así la desgracia se quede a tu lado. Sí, intenta agotar la eternidad del amor».
—¡La fiesta empezó con la lectura de una azora, a modo de bendición! —dijo Huseyn Shaddad riéndose.
«¿El Corán? ¡Qué delicadeza! Ni siquiera la hermosa parisina puede contraer matrimonio sin casamentero oficial y sin El Libro. Así esta boda quedará unida en tu memoria al Corán y al champán».
—Cuéntanos cómo se va a desarrollar la fiesta…
Huseyn empezó a decir, señalando la casa:
—Dentro de poco se va a celebrar la ceremonia, y una hora después nos llamarán a todos a la mesa, luego nada más; Aida dormirá esta noche por última vez en nuestra casa, mañana por la mañana saldrán para Alejandría, y pasado mañana tomarán el barco hacia Europa.
«Se te van a escapar algunas escenas dignas de ser grabadas para servir de viático a tu ansioso sufrimiento, como la imagen de su hermoso nombre escrito sobre el acta legal o la de su rostro esperando que se anuncie la feliz noticia, el color de la sonrisa que hará brillar sus dientes cuando se lleve a cabo la boda, y después la escena de los novios encontrándose… Tu dolor necesitaría incluso más».
—¿Y un casamentero va a oficiar la ceremonia?
—¡Pues claro!
Eso fue lo que contestó Huseyn, pero Ismail soltó una carcajada y añadió:
—¡No, mejor aún, un cura!
«¡Qué estupidez de pregunta! ¡Pregúntale también si van a pasar la noche juntos! ¿No es una pena que un hombre sin importancia, como ese casamentero, detenga el curso de tu vida? Sin embargo también son vulgares gusanos los que devoran los cadáveres de los grandes hombres… ¿Cómo será el cortejo fúnebre cuando llegue tu hora? ¿Un cortejo enorme que abarrote la calle, o sólo un grupo pasajero…?» En ese momento el silencio llenó la casa, hasta transformarla sólo en luz, sin ruido. Sintió miedo y congoja. Ahora. En algún lugar. Quizás en esa habitación, o en aquella… Después vibraron prolongadas albórbolas que reavivaron viejos recuerdos. Albórbolas como las que conocía desde siempre, y que no tenían ninguna relación con París. Las siguieron otras, rápidas como cohetes… ¡Cuánto se parecía ese palacio aquella noche a cualquier casa de El Cairo! Las albórbolas seguían, haciendo latir su corazón hasta dejarlo sin aliento. Oyó a Ismail felicitar a Huseyn, y él hizo lo mismo. En ese momento hubiera deseado estar solo, pero se consoló pensando que iba a estarlo muchos días y muchas noches, prometiéndole así a su dolor provisiones infinitas. La orquesta resucitó tocando un fragmento que él conocía perfectamente: «… de nada, reina de la belleza», y tuvo que recurrir a su enorme capacidad de resistencia y aguante, incluso cuando cada gota de sangre golpeaba las paredes de sus venas anunciando que todo había terminado, que la Historia misma, la realidad entera, los sueños que presiden la vida, se habían acabado; que se encontraba frente a un acantilado de bordes cortantes, y que no había más que eso.
—Unas palabras, albórbolas, y entra uno en un mundo nuevo —dijo Huseyn meditabundo—. Todos pasaremos por ahí algún día.
—Yo voy a alargar todo lo que pueda la distancia que me separa de ese momento —replicó Ismail Latif.
«¿Todos? ¡El cielo o nada!»
—Yo no voy a rendirme nunca a ese día.
Los dos parecieron no prestar atención a lo que Kamal había dicho, o no haberlo tomado en serio, aunque Ismail añadió:
—Yo no me casaré hasta que no me convenza de que el matrimonio es una necesidad ineludible.
Llegó un nubio trayendo copas con bebidas, y luego le siguió otro con una bandeja cargada de hermosos y lujosos cofrecillos: estuches de cristal con cuatro pies dorados, cuyo vidrio azul marino estaba cubierto de adornos plateados. Los cofrecillos iban anudados con una cinta verde de seda, y en el centro había una tarjeta en forma de media luna, con las iniciales de los novios grabadas: «A. H».. Al tomar el estuche a el destinado, Kamal sintió un poco de satisfacción, quizás conseguía sentirse satisfecho por primera vez en ese día. Ese magnífico estuche le prometía que su adorada iba a dejar tras de sí una huella eterna, como su amor; y que esa huella permanecería durante tanto tiempo como él siguiera sobre la tierra, como símbolo de un extraño pasado, un sueño feliz, un castigo celestial, y una terrible decepción. Luego lo envolvió la sensación de que era víctima de una horrenda agresión, en la que conspiraban contra él el destino, las leyes de herencia, la sociedad de clases, Aida, Hasan Selim, y una fuerza misteriosa y enigmática que no quería nombrar. Su miserable persona se le apareció sola ante esas fuerzas aliadas, llena de heridas sangrantes, y sin obtener socorro. Sólo encontró para resistir ese ataque, una sublevación reprimida, vedada por las buenas formas. Es más, las circunstancias lo obligaban a disimularla con alegría, como si hubiese de felicitar a esa fuerza opresora por haberlo castigado, y haberlo arrojado fuera de los límites de la humana felicidad; haciéndole ocultar su eterno rencor para poder decidir en el futuro hacia dónde orientarlo. Sí, sentía que tras esas decisivas albórbolas, ya no se iba a tomar la vida como algo fácil, ni se iba a conformar con lo simple, ni iba a tener la tolerancia de ser noble y sincero. Su camino iba a ser duro, difícil, penoso, lleno de pesares, humillaciones y sufrimientos. Sin embargo no pensaba retirarse, aceptaba la guerra y desechaba la paz, advertía y amenazaba; aunque dejaba al destino la elección del adversario al que enfrentarse y los medios con los que luchar.
—No te rebeles contra el matrimonio —dijo Huseyn Shaddad tragando su saliva saturada de bebida—. Creo que si puedes viajar, como dices, encontrarás una esposa que te guste.
«¡Como si no hubiera encontrado ya aquí la que me gustaba! Busca otro país en el que el sexo débil no se moleste al ver tu insólita cabeza y tu enorme nariz… ¡El cielo o la muerte!»
—Eso creo —respondió moviendo la cabeza como convencido.
—¿Sabes qué significa casarse con una europea? —preguntó Ismail Latif burlón—. Sólo una cosa: «poseer» a una mujer de la más baja estirpe, una mujer que acepta estar bajo un hombre, sintiendo en su interior que él es un vulgar esclavo.
«Conseguiste esa esclavitud aquí en tu querido país, no en esa Europa que no verás».
—¡Qué exageración! —protestó Huseyn con reprobación.
—¡Mira como nos tratan los profesores ingleses!
—¡Los europeos en su país son diferentes a como son en el nuestro! —apuntó Huseyn con un entusiasmo que más parecía esperanza.
¿Cuál es el camino hacia esa fuerza victoriosa que extermine la tiranía y a los tiranos? ¡Oh, Dios del Universo, dónde está tu sublime justicia!
Llamaron a los invitados a la fiesta, y los tres amigos se dirigieron al salámlik, pasando luego a una habitación lateral que comunicaba con el vestíbulo posterior, donde encontraron un pequeño buffet, suficiente para diez personas. Se reunieron con ellos algunos jóvenes, unos, parientes de la familia Shaddad, y otros, amigos de la escuela. Y, aunque su número no sobrepasaba el límite previsto para el banquete, lo cual Huseyn agradeció profundamente, en seguida se precipitaron sobre la comida con brusquedad, hasta el punto de que un ánimo de competición se adueñó del ambiente. Tenían que moverse continuamente, para poder abarcar las diferentes clases de comida, que estaban en las fuentes extendidas a lo largo de la mesa, separadas en grupos por un pequeño ramo de rosas. Huseyn hizo un gesto al camarero, y este trajo unas botellas de whisky y soda. Ismail Latif exclamó:
—Hubiera jurado que era una buena señal incluso antes de saber su significado.
Huseyn se inclinó sobre Kamal, rogándole al oído:
—Sólo un vaso, a mi salud…
Su ánimo le decía «¡bebe!», pero no por el deseo de beber, pues no lo conocía, sino por el de rebelarse; sin embargo su fe era más fuerte que su tristeza y su rebeldía.
—Eso no, gracias —respondió riendo.
—No eres justo —replicó Ismail—. Incluso los piadosos se permiten beber en las bodas.
Siguió saboreando la apetitosa comida con tranquilidad, contemplando de vez en cuando a los que comían y bebían, o participando con ellos en la charla y en las risas. «La felicidad de un hombre es directamente proporcional al número de veces que asiste a los banquetes de bodas; pero ¿será el banquete de los bashas como el nuestro? ¡Comámonos su comida y entrevistémoslos! ¡Champán! ¡Es la ocasión de probarlo…! El champán de los Shaddad… ¿qué decís…? ¿Qué le ocurre al profesor Kamal que no se acerca al alcohol…? Quizás tiene la barriga llena y no puede más. La verdad es que estoy comiendo con un apetito de tabernero, como si los nervios de mi estómago no se dejaran influir por la tristeza, o esta produjese un efecto contrario… Así almorcé en el funeral de Fahmi… ¡Prohíbele a Ismail que siga comiendo y bebiendo, si no, se morirá…! Si la muerte de el-Manfaluti y de Said Darwísh, y la pérdida del Sudán fueron acontecimientos que coronaron nuestra época de negro, la coalición y este banquete serán una de sus noticias más alegres. ¡Nos hemos comido tres pavos, y aún queda un cuarto sin tocar! Pero fíjate en aquel tipo de allí. ¡Dios mío, está señalando mi nariz y todos se ríen! Están borrachos, no te enfades; ríete con ellos para aparentar indiferencia y alegría… Pero mi corazón se agita de cólera… En cuanto a las huellas de esta noche, no pienses que te vas a librar de ellas nunca, jamás. Por ahí suena el nombre de Fuad el-Hamzawi corriendo entre las lenguas; están hablando de su superioridad y su talento. ¿Acaso te queman los celos? Hablar de él será un modo de engrandecerte tú mismo en cierta manera…»
—¡Desde pequeño ha sido siempre un alumno excelente!
—¿Lo conoces?
—Su padre es empleado de la tienda del de Kamal —respondió Huseyn Shaddad en su lugar.
«Mi corazón se siente satisfecho. ¡Dios maldiga los corazones!»
—Siempre ha sido un hombre leal y trabajador.
—¿Y de qué es comerciante tu padre?
«¡Qué halo de grandeza rodeaba en tu imaginación la palabra "comerciante"!, hasta que te hablaron de "el hijo del comerciante y el hijo del consejero"».
—De ultramarinos al por mayor…
«La mentira es un modo detestable de salvarse. Míralos, para averiguar lo que ronda tras la máscara de sus rostros. Pero ¿qué hombre de esta casa puede compararse a tu padre en fuerza y en belleza?»
En cuanto dejaron las mesas, unos volvieron a sus asientos en el vestíbulo, y otros salieron al jardín para pasear. Transcurrió un tiempo de inactiva tranquilidad, y después los invitados comenzaron a marcharse. La familia subió al segundo piso para presentar sus felicitaciones a los recién casados, y la orquesta no tardó en seguirlos, para tocar una selección de piezas escogidas en la afortunada reunión. Kamal se puso el abrigo, tomó su magnífico estuche y cogió a Ismail del brazo, abandonando el palacio de los Shaddad.
—Son las once —dijo Ismail lanzándole a su amigo una mirada de borracho—. ¿Qué te parece pasear por la calle de los Palacios hasta que me recupere un poco?
Kamal aceptó de buena gana, porque encontraba en el paseo y en el hecho de matar el tiempo la oportunidad idónea que había estado tramando. Anduvo con él por el mismo camino por el que antes había andado con Aida cuando le confesó su amor y su sufrimiento. No se le borraría de la memoria la imagen de aquella calle, con sus majestuosos palacetes silenciosos y sus altos árboles a ambos lados. Contempló el cielo con la tranquilidad de un espíritu en reposo y la magnificencia de una fantasía sublime. «Tu corazón no dejará de estremecerse mientras tus pies la pisen o tu imaginación la evoque; agitándose con latidos de nostalgia, emoción y sufrimiento, como un árbol zarandeado por el viento que esparce sus hojas y sus frutos. Y sea cual fuese el fracaso que tuviste cuando antes la recorrías, seguirá conservando para ti el recuerdo de un sueño pasajero, de una esperanza perdida, de una felicidad imaginaria, y de una vida desbordante de sensaciones, pero mejor, a pesar de las peores fatalidades, que la tranquilidad de la ausencia, la soledad del abandono, o la apatía de la compasión. ¿Encontrarás en el futuro otro refrigerio para tu corazón, fuera de estos lugares que observas con los ojos de la fantasía y esos nombres que oyes con los oídos del deseo?»
—¿Qué crees que estará ocurriendo ahora en el piso de arriba? —preguntó Kamal.
Ismail dijo en voz alta, perturbando el postrado silencio:
—La orquesta estará tocando fragmentos extraordinarios. Los novios estarán subidos al estrado, sonrientes, y alrededor las familias Shaddad y Selim. He visto reuniones como esa muchas veces.
«¡Aida en traje de novia! ¡Qué espectáculo! ¿Has visto algo así ni siquiera en sueños?»
—¿Y hasta cuándo se prolongará la fiesta?
—Una hora como máximo, para permitir que duerman los novios, ya que por la mañana salen para Alejandría.
«Palabras como puñales… ¡Qué se claven en tu corazón todo cuanto quieran!»
Sin embargo, Ismail volvió a decir interrogándose:
—¿Pero desde cuándo las noches de boda conocen el sueño?
Soltó una carcajada fuerte y pendenciera y eructó, expulsando los vapores del alcohol y frunciendo el ceño con fastidio. Luego, relajando el rostro:
—¡Que Nuestro Señor no te condene al sueño de los amantes! No duermen, amigo mío. No te dejes engañar por la reserva de Hasan Selim; se arrojará sobre ella y correteará como un semental hasta que despunte la mañana; eso es un destino ineludible.
«Saborea este nuevo tipo de sufrimiento en gotas, es la esencia del sufrimiento o el sufrimiento por excelencia. Que te sirva de consuelo haber sido el único hombre cuyo corazón ha soportado algo parecido, y el saber que el infierno será para ti indiferente si el destino te tiene reservado que sus carceleros te lleven y te hagan bailar sobre las lenguas de las llamas. ¿Sufres?, pero no por haber perdido el amor, puesto que nunca aspiraste a poseerlo, sino porque ella ha bajado de su alto cielo para revolcarse en el fango, después de una vida inmaculada sobre las nubes; y porque ha consentido que besen su mejilla, derramen su sangre y prostituyan su cuerpo. ¡Qué angustia y qué dolor…!»
—¿Es cierto lo que dicen sobre la noche de bodas?
—¡Por Dios! ¿Tú desconoces esas cosas? —exclamó Ismail.
«¿Cómo se puede santificar el pecado?»
—Claro que las desconozco. Hasta hace poco tiempo, yo no sabía nada. Hay cosas que me gustaría volver a escuchar.
—A veces pareces tonto o idiota —dijo Ismail riéndose.
—Déjame que te pregunte una cosa: ¿no te importaría que le hiciesen eso a una persona que tú adorases?
Ismail eructó otra vez haciendo llegar el maldito olor a alcohol a la nariz de Kamal.
—No existe nadie digno de adoración —contestó—. Tu hija por ejemplo, si la tuvieses.
—Ni mi hija ni mi madre… ¿Cómo venimos nosotros? Eso es una ley natural.
«¡Nosotros! La verdad es una luz deslumbrante. Baja la vista entonces. Detrás del velo de santidad ante el que te has postrado toda tu vida, estaban divirtiéndose como niños. ¿Por qué todo parece derrumbarse? El padre…, la madre…, Aida…, la tumba de el-Huseyn…, el oficio de comerciante…, la aristocracia de Shaddad Bey…, ¡qué dolor más terrible!»
—¡Qué porquería esa ley natural!
Ismail eructó por tercera vez, y añadió manifestando en su voz una risa no permitida:
—Lo cierto es que tu corazón está dolido. Está cantando con esa nueva cantante, Umm Kulzum: «Lo salvaría, guardase mi amor o no».
—¿Qué quieres decir? —preguntó irritado.
—Quiero decir que amas a Aida —respondió Ismail en un tono que intentaba hacer creer que estaba más borracho de lo que estaba en realidad.
«¡Dios mío! ¿Cómo ha podido descubrir mi secreto?»
—¡Estás borracho!
—¡Sí, pero es la verdad, y todos lo saben!
—¿Qué dices? —exclamó mirando asombrado a su amigo a través de la oscuridad.
—Digo que es la verdad y que todos lo saben.
—¿Todos? ¿Quiénes? ¿Quién ha podido levantar esa calumnia contra mí?
—Aida.
—¿Aida?
—Aida es la que ha divulgado tu secreto.
—¿Aida? No lo creo, estás borracho.
—Sí, estoy borracho, pero es la verdad. Una de las virtudes de los borrachos es que no mienten. —Después, tras una breve risa—: ¿Te has enfadado por eso? Como sabes Aida es una chica delicada. ¡Cuántas veces volvió la mirada secretamente hacia tus ojos enamorados sin que tú lo supieras! No movida por la burla, sino porque se enorgullece coqueteando con los que se enamoran de ella. Al principio se lo contó a Hasan, y este me mandó varias veces a vigilarte, contándoselo luego a Huseyn… ¡Incluso la señora Saniyya, oyó hablar del enamorado melancólico, como te llamaban! Y es probable que los criados escucharan lo que se comentaba sobre ti entre sus señores. Todos conocen la historia del enamorado melancólico…
Se sintió débil, se imaginó que pies mecánicos pisoteaban con fuerza su dignidad. Sus labios se cerraron tras una amarga tristeza. Así se divulgan los más honestos secretos. El otro volvió a decir:
—No te sientas afectado, todo ha sido una broma inocente salida de corazones que te tienen cariño; Aida incluso, sólo lo ha hecho público movida por el orgullo.
—¡Se hizo ilusiones y se dejó engañar!
—Negar tu amor es tan inútil como negar la luz del sol en pleno día —contestó Ismail riendo.
Kamal guardó un silencio lleno de pesar y rendición.
—¿Qué dijo Huseyn? —preguntó de repente.
Ismail levantó la voz:
—¿Huseyn? Él es un amigo fiel, muchas veces se mostró descontento con la conducta de su ingenua hermana, y le replicó alabando tus cualidades.
Suspiró satisfecho. Si su esperanza en el amor se había frustrado, le quedaba aún la de la amistad. ¡Ay! ¿Cómo podría entrar en el palacio de los Shaddad después de aquella noche?
Ismail volvió a decir con gravedad, como para alentar a su amigo a afrontar la situación:
—Aida estaba prometida oficialmente con Hasan desde varios años antes de que se anunciara el compromiso. Además ella es mayor que tú; y esos sentimientos se olvidan después de dormir. No te preocupes ni te entristezcas.
«Esos sentimientos… ¿olvidarlos?»
—¿Se burló de mí divulgando esa secreta pasión? —preguntó sin ocultar su inquietud.
—¡Claro que no! Te he dicho que ella es feliz hablando de sus enamorados.
«Tu adorada era un dios cruel y burlón que gozaba mofándose de sus súbditos. ¿Recuerdas el día en que se metió con tu nariz y tu cabeza? ¡Cuánto se parecen su fuerza y su crueldad a las leyes naturales! Y a pesar de eso, ¿cómo ha podido apresurarse tan contenta a pasar la noche de bodas como cualquier muchacha? Sólo tu madre se oculta tras la vergüenza, como si reconociera su culpa».
Se habían adentrado mucho en el camino. Dieron la vuelta y regresaron en silencio, como si se hubiesen cansado de la conversación y sus tristezas. Ismail no tardó en ponerse a cantar con voz maliciosa: «¡Qué hermosa eres, vendedora de manzanas!». Pero el otro no salía de su silencio. ¡Qué vergüenza! ¡Había servido de tema de conversación! Como si la gente de la casa, los amigos y los criados se hubiesen hecho guiños a su espalda mientras él estaba descuidado. Era un comportamiento grosero que no se merecía. ¿Ese era el premio a su amor y a su esclavitud? ¡Qué cruel era su adorada y qué terrible su dolor! Quizás Nerón, cantando mientras veía arder Roma, se estaba vengando de una situación parecida. «Tienes que ser como un general conquistador, orgulloso a lomos de su caballo; como un caudillo llevado a hombros por la multitud o una estatua de acero sobre una columna, como un mago que puede adoptar la apariencia que quiera o un ángel que vuela sobre las nubes, como un fraile que se ha retirado al desierto o un criminal peligroso que hace temblar a la gente, como un payaso cautivando la risa de los espectadores o un suicida espantando a los que lo ven. Si Fuad el-Hamzawi llegara a enterarse de la historia, te diría, escondiendo una burla tras su habitual educación: "La culpa es tuya, porque nos abandonaste a cambio de esa gente. Despreciaste a Qámar y a Narguis; saborea ahora el abandono de los dioses". El cielo o nada, esa es mi respuesta. Que se case como quiera y se vaya a Bruselas o a París; que envejezca y se seque su cuerpo lozano, no conseguirá un amor como el mío. No olvides este camino porque sobre él te emborrachaste con la fascinación de la esperanza, y luego tuviste que tragarte el tormento de la desesperación. Yo ya no soy un habitante de este planeta, soy un extranjero y tengo que llevar una vida de tal».
Cuando pasaron por el palacio de los Shaddad en el camino de vuelta, encontraron a los empleados ocupados en quitar los adornos y los cables de las bombillas, de las paredes y de los árboles. La gran mansión se veía despojada de sus ornamentos nupciales y envuelta en sombras; a excepción de algunas habitaciones, de cuyos balcones y ventanas seguía saliendo luz. La fiesta había, terminado, la gente se había ido y la situación indicaba que todo tiene un final. Ahí estaba él otra vez cargado con su estuche de cristal, como un niño que deja de llorar con unos trozos de chocolate. Siguieron caminando despacio hasta llegar al principio de el-Huseyniyya; se estrecharon la mano y se separaron.
Apenas había avanzado unos metros por la calle de el-Huseyniyya, cuando se paró, volviéndose de repente en dirección a el-Abbasiyya, que parecía deshabitado y sumergido en el sueño. Apretó el paso hacia el palacio de los Shaddad, y cuando divisó la casa, giró a la derecha en dirección al desierto. Se adentró en él hasta alcanzar una posición a la espalda del muro trasero del jardín, que le permitiera observar la casa desde lejos. La densa y completa oscuridad ofrecía su velo de seguridad al espía. Por primera vez en la noche sintió frío, en aquella soledad desnuda, y se ciñó el abrigo alrededor de su largo y delgado cuerpo. La casa se le aparecía tras el alto muro, como una gigantesca fortaleza. Sus ojos vagaron buscando su precioso objetivo hasta que se detuvieron ante una ventana cerrada en el extremo del ala derecha, por cuyos huecos se colaba la luz. Era la habitación de los novios, la única que permanecía despierta en ese lado del palacio. Ayer había sido el dormitorio de Aida y Budur, y esa noche la habían engalanado para que fuese testigo de la mayor maravilla que el destino podía realizar. La observó un buen rato, primero con impaciencia, como un pájaro con el ala rota que contempla su nido en lo alto de un árbol, y después, con una profunda tristeza, como si viese su entierro con sus propios ojos a través de lo invisible. ¿Qué estaría ocurriendo tras esa ventana? ¡Si pudiese trepar a aquel árbol del jardín para verlo! De buena gana hubiera dado hasta el más ínfimo segundo que le quedaba de vida a cambio de mirar a través de la ventana. ¿Acaso era poco poder ver a la adorada en su retiro nupcial? ¿Qué posturas adoptarían y cómo se encontrarían sus ojos? ¿Qué se susurrarían? ¿En qué lugar del mundo podía ahora ocultarse la grandeza de Aida? Lo abrasaba la pasión de ver, de grabar cada palabra que se le escapase, cada gesto que hiciese, cada señal que articulasen las facciones de su rostro; incluso las ideas e imágenes de su fantasía, las manifestaciones de cariño, y la vehemencia del instinto… Todo, fuese repugnante y terrible o triste y doloroso; y que después la vida se le fuese, ya no le importaba. Seguía en su sitio, y el tiempo pasaba sin que él abandonase su posición ni la luz se apagara. Su imaginación seguía interrogándose: ¿Qué haría él en ese momento si estuviese en el lugar de Hasan Selim? El desconcierto le produjo vértigo y no pudo responder. La devoción no tenía ningún sentido en una noche como esa, pero fuera de la devoción no aspiraba a otra cosa con Aida. Hasan Selim era de esa clase que no se deja atrapar por tal sentimiento… Así pues, él sufría en el desierto, mientras allí se intercambiaban besos de los que acostumbra a darse la gente, gemidos empapados en sudor, un éxtasis que hacía correr la sangre, y túnicas que descubrían cuerpos efímeros. Así era el mundo, efímero, y también sus devastadas esperanzas y sus sueños vanos. «Rechaza como prefieras el desprecio de los dioses, llena tu corazón con esta tragedia. Pero ¿dónde ha ido ese sentimiento hermoso y magnífico que ha alumbrado tu corazón en los últimos cuatro años? No era una ilusión, las ilusiones no tienen resonancia. Era la vida misma. Si las circunstancias pudiesen dominar los cuerpos ¿qué fuerza podría quedarle al alma…?» Que su adorada siguiera siendo su adorada, el amor su tormento y su refugio, y el desconcierto su placer; hasta que un día se detuviera ante el Creador y lo interrogase acerca de las desgracias que siempre lo habían consternado. ¡Ay si pudiese observar lo que ocurría tras la ventana! ¡Descubrir el mayor secreto de su existencia! El frío lo pellizcaba de vez en cuando, y recordó su situación y el tiempo que había pasado aturdido; pero ¿por qué darse prisa en regresar? ¿De verdad esperaba que el sueño viniese a llamar a sus párpados aquella noche?