29

Abandonó la barcaza atravesando las tinieblas, y anduvo por la orilla del Nilo siguiendo un camino desierto en dirección al puente de Zamálek. Corría un aire agradable que apagó el fuego de sus pensamientos, y provocó en las ramas enmarañadas de los enormes árboles un movimiento perezoso del que se desprendía un murmullo. En la oscuridad parecía que fueran dunas o nubes oscuras. Cada vez que levantaba la cabeza se las encontraba envolviéndolo, como las preocupaciones que acechaban su pecho. «¿Esas luces que despedían las ventanas de las barcazas, no procedían de hogares libres de problemas? En cualquier caso, esos no serían como los suyos. Quien muere no es como quien se suicida; y tú sin duda prefieres el suicidio». Siguió caminando; lo que más le apetecía en aquel momento era caminar, para apaciguar sus nervios y reorganizar sus pensamientos antes de dirigirse a ver a los amigos. Una vez allí los llamaría aparte y les revelaría todo. No daría ese paso sin haberles consultado, aunque barruntaba de antemano lo que le dirían. De todas formas confesaría ante ellos, costase lo que costase. Sentía un deseo irresistible de hacerlo, como la llamada de socorro de un náufrago al que ha arrastrado la tempestad. Él no se ocultaba a sí mismo que consideraba acertado el enlace con Zannuba, ni negaba sus bajos sentimientos de desearla y poseerla, pero no se imaginaba cómo podía hacerlo realidad en forma de matrimonio oficial, ni cómo comunicaría la buena nueva a la familia, los hijos y toda la gente. Aunque quería alargar el paseo todo lo posible, empezó a caminar de prisa, golpeando la tierra polvorienta con su bastón y con grandes zancadas, como si le apremiase llegar a la meta, aunque no tenía ninguna. Ella lo había rechazado y se había mostrado esquiva con él. ¿Escapaban aquellos procedimientos a su sabiduría y experiencia…? De todas formas el hombre débil cae en la trampa aunque la conozca, A pesar de que con la caminata y el aire puro había encontrado un poco de tranquilidad, sus pensamientos seguían desordenados y sus sentimientos dispersos. Las ideas no dejaban de golpear inarmónicamente su cabeza; hasta que ya no pudo soportar tal estado e imaginó que se volvería loco si no resolvía pronto el problema, aunque fuese su propia perdición.

En medio de esta oscuridad podía hablar consigo mismo sin vacilación y sin vergüenza. Las ramas entretejidas lo protegían del cielo, sus pensamientos se ocultaban en el campo que se extendía a la derecha, y el agua del Nilo que corría a la izquierda engullía sus sentimientos… ¡Pero cuídate de la luz! Tenía que cuidarse de que el halo lo rodeara y quedar al descubierto, como un carricoche de circo arrastrando detrás a niños y curiosos. Su nombre, su honorabilidad y su honra… ¡Que Dios los mantuviese a salvo! Siempre había tenido dos personalidades; con una vivía entre sus amigos y compañeros, y a su familia y el resto de la gente mostraba la otra. Era esta última la que le hacía conservar la honorabilidad y la dignidad, asegurándole una posición a la que nadie más que él podía aspirar. Y también era contra esta última contra la que conspiraban sus impulsos, arruinándola de principio a fin. Se le apareció el puente con sus luces resplandecientes, y se preguntó: «¿Hacia dónde?». Pero aunque deseaba más soledad y oscuridad, pasó por delante en dirección a Guiza. ¡Yasín…! Su recuerdo lo asustó. «Tu cara arde de vergüenza, ¿por qué? ¿Será el primero en comprenderte y ser indulgente contigo, o quizás se burlará de ti y se lo tomará a broma? ¡Cuántas veces lo has reprendido y lo has castigado! Sin embargo aún no ha caído en un abismo como el tuyo. ¿Kamal…? Tendrás que mostrarle desde ahora una máscara severa, para que no vea la culpa en tus facciones. ¿Jadiga y Aisha…? Bajarán la cabeza ante los Sháwkat: "¡Zannuba la mujer de mi padre!". Una boda que sólo aplaudirán los locos. En tu corazón hay muchos errores, elige un mundo diferente para ellos. ¿No hay un reino de las tinieblas, inaccesible a los hombres, para poder practicar tus vicios en paz? Observa mañana la tela de araña para ver qué queda de la mosca. ¿Escuchas el croar de las ranas y el canto de los grillos? ¡Qué felices son esos insectos! ¡Quién fuera insecto para disfrutar sin ninguna preocupación…! Pero sobre la superficie de la tierra sólo podrás ser el "señor" Ahmad. Ve a pasar la noche en compañía de tu familia, tu esposa, Kamal, Yasín, Jadiga y Aisha, y después, si puedes, descúbreles tu naturaleza… Luego, si eres capaz, consolida tu matrimonio».

«¡Haniyya! ¿Recuerdas cómo rechazaste su amor? No has querido a ninguna mujer como a ella; sin embargo, ¡y es una pena!, parece que con la madurez perdemos el juicio. ¡Bebe esta noche hasta que te tengan que llevar a cuestas! ¡Qué ganas tienes de beber! Como si no lo hicieras desde el Año del Elefante. Los sufrimientos que te has tragado este año podrían borrar la hermosa felicidad que has disfrutado en toda tu vida».

Golpeó el suelo con su bastón y detuvo la marcha. Lo angustiaron las sombras, el silencio, el camino tan concurrido y los árboles. Su corazón fue a refugiarse con los compañeros. Él no era de esos que pueden estar mucho tiempo solos consigo mismos. Él sólo contaba como miembro de un grupo y parte de un todo. Y ahí radicaban los problemas, como solía ocurrir. Dio la vuelta para volver al puente, y en ese momento un sentimiento de cólera y repugnancia sacudió su cuerpo; diciéndose con una voz extraña desgarrada por la pena, el sufrimiento y el rencor: «Una noche entera durmiendo fuera… en un lugar desconocido… ¿y encima aceptas casarte con ella?». Un pesado sentimiento de desprecio por sí mismo lo dominó, oprimiéndole el pecho y el corazón. «¿Con Yasmina? ¡Qué engaño! Ha pasado la noche en brazos de ese hombre que no se ha separado de ella hasta bien entrado el día siguiente. Se quedó con él sabiendo a qué hora vendría yo. ¿Qué quiere decir eso? Sólo quiere decir que la pasión le hizo olvidarse del tiempo… ¡Ay!, ¡otro infierno!, o que te desprecia hasta el punto de que no le importa tu cólera. ¿Cómo has podido hablar con ella intentando ser amable después de eso…? ¡Pobre embaucado! ¿Cómo has podido soportarlo y prometerle casarte con ella? ¡Vergüenza del género humano…! Como si el peso de las preocupaciones sobre tu cabeza no te hubiese permitido sentir los cuernos. Esos cuernos con los que vas a coronar a tu familia por los siglos de los siglos. ¿Qué puede decir la gente de esos cuernos asomando en tu frente? La cólera, el odio, la sangre y las lágrimas no bastarán para expiar tu dejadez y tu debilidad. ¡Cómo se estará riendo de ti allí tumbada en la barcaza! Quizás aún no se ha lavado del sudor de ese hombre, que también se estará riendo de ti a su vez. No conviene que amanezca mañana con alguien burlándose de ti. Confiesa tu debilidad y muéstrasela a tus amigos para oír así sus carcajadas… ¡Perdonadlo, está viejo y chochea…! ¡Perdonadlo, lo ha probado todo excepto el llevar cuernos! Zubayda: "¡Has rehusado ser un hombre en mi casa, y has consentido ser un cabestro en casa de mi tañedora de laúd!". Calila: "¡No eres mi hermano, ni siquiera mi hermana!". Pongo por testigos a este camino terrible, a estas sombras espesas, y a estos árboles decrépitos, de que he corrido en la oscuridad llorando como un niño engañado. No dormiré esta noche hasta devolver la afrenta a esa insolente. ¡Me ha rechazado! ¿No? ¡Porque la angustiaba el pecado, el pecado del que aún no se ha lavado! Di que ella no volverá a abrazarte y basta… ¡qué dolor más horrible…! Sin embargo es un justo castigo para mí; como quien se da golpes contra un muro hasta romperse la cabeza para expiar su culpa. El sheyj Mitwali Abd el-Sámad piensa que lo sabe todo. ¡Cuántas cosas desconoce…!» Cruzó el puente de Zamálek camino de Imbaba. Comenzó a apresurar el paso con resolución y terquedad, empeñado en limpiar la vergüenza que lo deshonraba. Y a medida que el dolor lo iba lastimando más, apretaba la marcha golpeando el suelo con su bastón, como si anduviera a tres patas.

La barcaza apareció ante él, brillando la luz en sus ventanas. Su excitación aumentó, aunque recuperó su autoconfianza, su sentimiento de hombría, su dignidad y su seguridad; tranquilizándose por haber tomado una firme decisión. Bajó con tranquilidad, y atravesó el puente de madera; luego llamó a la puerta con la contera del bastón y volvió a hacerlo con violencia… hasta que le llegó su voz preguntando enfadada:

—¿Quién llama?

Respondió con fuerza:

—Yo.

Ella abrió la puerta extrañada. Lo dejó pasar murmurando: «¡Bien!». Él cruzó hacia el salón colocándose en medio de la habitación. Se dio la vuelta y se quedó de pie mirándola. La mujer se acercó a él con aire interrogante. Se detuvo en frente y empezó a escrutar su rostro huraño con inquietud.

—¡Quiera Dios que sea algo bueno! ¿Qué te ha hecho volver? —le preguntó.

—Algo bueno, sí, gracias a Dios, como vas a saber ahora mismo —contestó con una tranquilidad sospechosa.

Empezó ella a interrogarlo con los ojos, sin hablar; y él volvió a intervenir:

—He venido para prevenirte de que no debes atenerte a lo que te dije antes. Todo eso no era más que una broma estúpida.

Se le aflojó el cuerpo, decepcionada, y la desaprobación y el enfado ciñeron su rostro.

—¡Una broma estúpida! —exclamó—. ¿No sabes diferenciar entre una broma estúpida y una palabra noble con la que se está comprometido?

—Te convendría, cuando te diriges a mí —le contestó con la cara cada vez más sombría—, conservar un mínimo necesario de educación. Las mujeres de tu clase trabajan en mi casa como criadas.

Ella gritó, mirándolo fijamente a la cara:

—¿Has vuelto para hacerme oír esas palabras? ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué hiciste promesas e intentaste reconciliarte conmigo dándome pruebas de afecto? ¿Crees que esas palabras me asustan? Ya no puedo soportar más bromas estúpidas.

La amenazó con la mano enfadado y la hizo callar. Luego, exclamó:

—He venido a decirte que casarse con una como tú es una deshonra que no conviene a mi dignidad. Y que sólo serviría de burla a los que gustan de las bromas vergonzosas. Puesto que ideas como esas te rondan la cabeza, ya no eres merecedora de mi compañía. No me conviene tratar con dementes.

Mientras lo escuchaba, sus ojos despedían chispas de cólera; pero no se rindió a la ira como él quería. Quizás el hecho de haberlo visto enfadado le había infundido miedo, y la capacidad de prevenir las consecuencias. Le contestó en un tono más suave que el anterior:

—No me voy a casar contigo a la fuerza. Te he revelado mis deseos dejándote a ti la elección. Ahora quiero librarte de tu promesa. Haz lo que quieras. Y no empieces a insultarme y ofenderme. Que cada uno se vaya por su lado en paz.

«¿Tan insuficiente ha sido mi esfuerzo para retenerte? ¿No hubieras sido más feliz en el caso de que ella te hubiese clavado las uñas intentando dominarte? ¡Socorre a tu dolor con cólera!»

—Cada uno se irá por su lado; aunque antes de marcharme quiero decirte claramente lo que opino sobre ti. No voy a negar que fui yo quien te buscó, ¡quizás porque a veces el espíritu se apasiona por la basura! Y abandonaste a quienes tenías la suerte de servir para que yo te ofreciese esta vida. Por eso no me asombra no haber hallado en ti el amor y la estima que logré con las otras, porque la basura sólo aprecia a quienes son de su clase. Ha llegado la hora para que deje de rebajarme contigo y vuelva a mi refugio primero.

En el rostro de ella apareció la sumisión, la sumisión de una persona a quien el miedo impide liberar su pecho ardiente; y murmuró con una voz temblorosa:

—Adiós, vete y déjame en paz.

—Has caído muy bajo, no vales nada —le dijo con rencor reprimiendo su dolor.

Aquí ya ella rompió las ataduras, y le gritó:

—¡Ya basta, ya es suficiente! ¡Ten misericordia de este sucio insecto, y guárdate de él! ¡Recuerda cómo venías a sus brazos con ojos sumisos…! ¿He caído muy bajo y no valgo nada, eh…? La verdad es que eres un viejo. Acepté a un viejo y ahora recibo el premio.

Gritó enfurecido, amenazándola con el bastón:

—¡Cállate, hija de perra! ¡Cállate, miserable! ¡Recoge tu ropa y vete de la barcaza!

—¡Entérate bien de lo que te voy a decir! —contestó gritando a su vez y levantando nerviosamente la cabeza—. Una palabra más y formo tal alboroto ante ti, en la barcaza, en el Nilo y en la calle que la gendarmería entera tendrá que venir. ¿Me oyes? No soy un bocado fácil. Yo soy Zannuba, y sólo rindo cuentas ante Dios. ¡Vete tú!; esta barcaza es mía, el alquiler fue hecho a mi nombre. Vete en paz antes de que te tengas que ir en procesión.

Se quedó dudando un momento, mirándola con desprecio y desdén, pero renunciando al riesgo de tener que soportar un escándalo vergonzoso. Escupió en el suelo, y se dirigió hacia fuera con amplias y firmes zancadas.