—¡Lástima que esta sea la reunión del adiós! —dijo Huseyn Shaddad.
Kamal se alteró al ser mencionada la palabra «adiós». Dirigió a Huseyn una mirada rápida, para ver si su rostro respondía realmente a las palabras de lástima que habían salido de su lengua. Vivía en un clima de despedida hacía más de una semana: la venida de junio anunciaba la salida de los compañeros hacia Ras el-Barr y Alejandría. Unos pocos días y desaparecerían de su vista el jardín, el cenador y los amigos. En cuanto a su amada, había optado por desaparecer antes de que comenzaran a separarse. Hasta el momento seguía sin presentarse, a pesar de las paces que habían coronado la conversación en la calle de los Palacios. ¿Pasaría también el día del adiós sin que viniera? ¿Estimaba su sentimiento hacia él en tan poco que le escatimaba una simple mirada antes de ausentarse tres meses…? Con una sonrisa, preguntó Kamal:
—¿Por qué has dicho «lástima»?
—Hubiera deseado que vinierais conmigo a Ras el-Barr —dijo Huseyn Shaddad solícito—. ¡Por Dios, qué verano íbamos a pasar…!
Sería extraordinario sin duda alguna. Sobre todo porque allí su amada no podría continuar desapareciendo. Ismail Latif se dirigió a él:
—¡Dios te ampare! ¿Cómo soportas el calor del verano aquí? Casi no ha comenzado, y mira el que hace hoy…
El aire era extremadamente cálido, aunque los últimos rayos del sol se estaban retirando del jardín y del desierto que se extendía tras él. Kamal le contestó, tranquilamente:
—No hay nada en la vida que no pueda soportarse…
Un momento después se estaba riendo de su respuesta, y preguntándose cómo podía haberla dado. ¿Hasta qué punto se pueden considerar nuestras palabras imagen fiel de lo que hay en nuestra mente? Miró a su alrededor y vio gentes felices. No cabía duda alguna. Con sus camisas de manga corta y sus pantalones grises apropiados para el calor. Él era el único que llevaba un traje completo aunque fuera ligero y blanco, y un tarbúsh que había colocado encima de la mesa. Ismail Latif se puso a decir el resultado de los exámenes:
—Un éxito al cien por cien: Hasan Selim, licenciado; Kamal Ahmad Abd el-Gawwad, aprobado todo el curso; Huseyn Shaddad, aprobado todo el curso; Ismail Latif, aprobado todo el curso…
—Bastaría con haber mencionado el último resultado para conocer los otros del principio —exclamó Kamal riéndose.
—Los dos hemos llegado a idéntico destino —respondió Ismail, elevando la barbilla con indiferencia—. Tú después de trabajar duro y esforzarte durante un año entero, y yo tras trabajar un solo mes.
—Eso prueba que tú eres sabio por naturaleza.
—¿No nos dijiste en uno de tus insípidos discursos que Bernard Shaw fue el estudiante más mediocre de su tiempo? —preguntó Ismail en tono de burla.
—Ahora estoy seguro de tener entre nosotros una réplica de Bernard Shaw, al menos por lo que respecta a la mediocridad… —replicó Kamal, riendo.
Entonces habló Huseyn Shaddad:
—Tengo una noticia que es necesario que oigáis antes de que nos pongamos a hablar.
Como vio que sus palabras no atraían demasiado la atención de la concurrencia, se levantó y continuó con un acento casi teatral:
—Dejadme haceros partícipes de la buena nueva y feliz. —Luego añadió dirigiéndose a Hasan Selim—. ¿No es verdad? —A continuación volvió la cabeza hacia Kamal e Ismail—: Ayer se formalizó el noviazgo del señor Hasan Selim con mi hermana Aida.
Kamal se quedó atónito ante esta noticia, como el que se ve de pronto debajo de un tranvía, después de estar convencido de la paz y la seguridad. Su corazón sufrió un profundo sobresalto similar al del avión que desciende de golpe por un bache atmosférico. Fue un grito interior de espanto que le atravesó las entrañas sin aflorar al exterior. Se sorprendió, y más tarde mucho más, de cómo pudo dominar sus emociones y contestar a Huseyn Shaddad con una sonrisa de felicitación. Intentaba contener, al menos por un tiempo, la lucha que solía desarrollarse entre su mente y el desconcierto que la embargaba. Ismail Latif fue el primero que habló. Antes había mirado a Huseyn Shaddad y a Hasan Selim, que aparecía algo alterado o confundido por un cierto sonrojo, dentro de su calma y seriedad de siempre.
—¿De verdad? —dijo Ismail—. Es una feliz noticia. Feliz e inesperada… Feliz, inesperada… y traicionera… Pero dejaré el comentario sobre la traición para después… Me basta ahora con expresar mi sincera felicitación…
Estrechó las manos de Huseyn y a Hasan. Detrás de él, Kamal hizo lo mismo. Estaba sobrecogido, a pesar de su evidente sonrisa, por la rapidez de los acontecimientos y lo insólito de aquellas palabras. Todo le parecía un sueño extraño, o que la lluvia se precipitaba encima de su cabeza y él daba vueltas buscando un refugio. Estrechándoles las manos, les dijo:
—Una feliz noticia, de verdad. Mis felicitaciones, de corazón…
La reunión volvió a sus cauces normales. Kamal miró de reojo a Hasan Selim y lo vio tranquilo y serio. Le preocupaba encontrarlo arrogante o alegrándose del mal ajeno, tal como él se lo imaginaba. Experimentó una efímera satisfacción. Luego se puso a acumular en su interior hasta el último vestigio de fuerza que tuviera, para ocultar aquella herida sangrante a los ojos que lo miraban y guardarse de cualquier burla o humillación. «Mantente firme, alma mía. Te aseguro que volveremos a ver todo esto después. Que sufriremos juntos hasta la destrucción. Que pensaremos en todo hasta que nos volvamos locos. Qué grato será ese encuentro en la tranquilidad de la noche, cuando nadie nos vea ni nos oiga; cuando se revelan el dolor, el delirio, las lágrimas…, sin temor a críticas o calumnias. Las viejas piedras del pozo retiran la tapa del brocal y gritan, invocando al diablo y liberando las lágrimas reunidas en las entrañas de la tierra por los ojos de los afligidos. ¡No te rindas! ¡Cuidado…! El mundo aparece ante tu vista rojo como la puerta del infierno».
Ismail Latif volvió a hablar, adoptando un tono acusador:
—¡Poco a poco…! Tenemos algo que preguntarnos: ¿Cómo ha ocurrido esto sin advertencia previa alguna…? Pero, dejémoslo para otro momento… Se nos oculta cómo se ha formalizado el noviazgo sin nuestra presencia.
—No hubo celebración alguna, ni grande ni pequeña —respondió Huseyn Shaddad defendiendo su posición—, todo se redujo a la intimidad de la familia. La invitación será el día de los esponsales, si Dios quiere… Ese día estaréis los dos entre los anfitriones, no entre los invitados…
¡El día de los esponsales…! Parecía el título de un canto fúnebre, hecho para acompañar a un corazón hasta su última morada, entre flores y llantos de despedida. En nombre del amor la hija de París se inclinará ante un sheyj para recitar la azora Fátiha. En nombre del orgullo abandonó el demonio el paraíso.
—Se admite la excusa y se confía en la promesa —dijo Kamal sonriendo.
—¡La retórica de el-Azhar! —exclamó Ismail Latif en tono de protesta—. Mostradle la posibilidad de una mesa, y olvidará toda posibilidad de crítica, sumiéndose en la condescendencia y el elogio. Todo por obtener algo sustancioso. Realmente eres un escritor, un filósofo o algo parecido del género de los mendicantes… Yo no soy de esos…
Luego continuó dirigiendo sus acusaciones contra Huseyn Shaddad y Hasan Selim.
—Y vosotros dos formáis parte del club de los bribones. Se calla uno largo tiempo, y de golpe se llega al anuncio del noviazgo. ¿No es eso…? Realmente Hasan, eres el sucesor que se esperaba para Zárwat Basha…
—Huseyn mismo no sabía nada del asunto hasta hace pocos días —dijo Hasan Salim con una sonrisa de excusa.
—¿Un noviazgo unilateral como la declaración del veintiocho de febrero? —preguntó Ismail—. La nación la había rechazado con desdén, aunque indefensa ante este asunto. Pero se la impusieron, y pasó lo que pasó.
Kamal se puso a reír abiertamente. Ismail, guiñándole el ojo a Hasan Selim, dijo:
—«Usad en la ejecución…», no sé que más…, «… la discreción». Lo dijo Umar Ibn el-Jattab… o Umar Ibn Abí Rabia… o Umar Efendi… ¡Dios sabe…!
—La costumbre es que estos asuntos maduren en silencio —dijo Kamal de pronto—. Aunque he de señalar que Hasan me aludió a ello en una conversación que sostuvimos sobre un asunto similar a este.
Ismail lo observó con desconfianza, a la vez que Hasan le dirigía una intensa mirada, añadiendo:
—¡Hablas como en clave!
Kamal se preguntó asombrado cómo habían salido de él aquellas palabras. Era una mentira o una media verdad en el mejor de los casos. ¿Cómo pretendía, por este camino anómalo, convencer a Hasan de que conocía sus intenciones…, de que no lo habían sorprendido ni lo afectaban…? ¡Qué imbecilidad…! En cuanto a Ismail, le espetó a Hasan con una mirada de crítica:
—A mí sin embargo no se me facilitó ninguna de estas claves.
—Te aseguro —respondió Hasan poniéndose serio— que si Kamal encontró en nuestra conversación algún indicio relativo al noviazgo, fueron deducciones propias debido a su imaginación, no a mis palabras.
Huseyn Shaddad estalló en una fuerte carcajada, diciéndole a Hasan Selim:
—Ismail es un viejo compañero. Él quiere decir que tú lo has adelantado a él tres años en obtener la licenciatura. Esto no significa que tengas que ocultarle tus secretos y revelárselos a otro.
—No dudo de su antigua camaradería —respondió Ismail, riéndose para ocultar su disgusto—. Sólo pretendo que no vuelva a producirse la misma negligencia el día de la boda.
—Somos amigos de las dos partes —apostilló Kamal sonriendo—. Si nos olvida el novio, no nos olvidará la novia.
Hablaba para demostrar que estaba vivo. Vivo, aunque sufriendo. Sufriendo intensamente. ¿No sería verdad que al menos en su pensamiento había existido un final para su amor distinto a este? En modo alguno. Aunque la seguridad de que la muerte es el último destino no impide la angustia del día que llega. Era un dolor desgarrado, ilógico, sin piedad. Quizás podría delimitarlo si supiera en qué lugar se escondía o qué virus lo producía. Entre estos accesos de dolor lo asaltaba el hastío y la apatía…
—¿Cuándo se celebrará la boda?
La pregunta que hacía Ismail, como un agente de sus pensamientos, le daba vueltas en la cabeza. Pero no podía permanecer en silencio.
—Sí. Eso es muy importante, para que no nos pille de sorpresa. ¿Cuándo se celebrará la boda?
—¿Por qué tenéis tanta prisa? —exclamó Huseyn Shaddad riéndose—. ¡Que el novio aproveche lo que le queda de soltería…!
—Es preciso que sepa primero si me quedaré en Egipto o no —apuntó Hasan con su calma habitual.
—Puede entrar en la carrera judicial —terció hábilmente Huseyn Shaddad— o en el cuerpo diplomático.
«Esto es lo que pone contento a Huseyn Shaddad del noviazgo. Puedo intentar aborrecerlo aunque sea sólo un minuto, como si fuera uno de los que me ha traicionado. Pero ¿me ha traicionado alguien? Todo se me mezcla… Esta noche me aguarda una soledad extrema…»
—¿Tú cuál de las dos prefieres, Hasan?
«Que escoja la que le parezca bien, la carrera judicial…, el cuerpo diplomático…, Sudán…, Siria si puede».
—La carrera judicial es vulgar…, prefiero el cuerpo diplomático…
—Sería bueno que hicieras comprender esto claramente a tu padre para que concentre su influencia en que te admitan en el cuerpo diplomático…
¿Pasaría inadvertida también esta frase? Sin duda había alcanzado su objetivo… Era necesario que controlase sus nervios, o se encontraría riñendo con Hasan ante los ojos de todos, y atrayendo la atención de Huseyn Shaddad… Los dos eran ahora de la misma familia… Esta última puya hacía aún más insoportable su dolor.
—Son tus últimos días con nosotros, Hasan —dijo Ismail moviendo la cabeza contrariado—. Después de estar juntos toda la vida, ¡qué triste final!
«¡Qué estupidez! Cree que la tristeza alcanza a un corazón que se alimenta en el oasis del ser amado».
—La verdad es que es un triste final, Ismail…
«Mentira… más que mentira… Como la felicitación que tú les has dado. En esto resultan iguales el hijo del comerciante y el hijo del consejero».
—¿Esto significa que vas a pasar toda tu vida fuera del país?
—Es lo normal. No veremos Egipto sino en raras ocasiones.
—Una vida extraña —exclamó Ismail con aire de asombro—. ¿Has pensado en las molestias que esperan a tus hijos?
«¡Dios mío! ¡Cómo se puede jugar así con las palabras! Este maldito cree que la amada puede quedarse preñada, tener antojos de embarazada, dilatarse su vientre y engordar, venirle los dolores del parto y dar a luz. ¿Recuerdas a Jadiga y a Aisha en los últimos meses? Una impiedad. ¿Por qué no se adhiere a la cofradía de la Mano Negra? El asesinato es mejor que la impiedad y más eficaz».
Un día te verás en el banquillo de los acusados, frente a Salim Bey Sabri, padre de tu amigo diplomático y suegro de tu amada, en la tribuna de los jueces. Igual que se han visto esta semana ante él —¡traidor!— los asesinos del General en Jefe.
—¿Y si cortaran los Estados sus relaciones —exclamó riéndose Huseyn Shaddad—, para que los hijos de los diplomáticos crecieran en sus países?
«O cortar sus cabezas: Abd el Hamid Enáyat… el-Jarrat, Mahmud Ráshid… Ali Ibrahim… Ráguib Hasan… Shafiq Mansur… Mahmud Ismail… Kamal Ahmad Abd el-Gawwad… muerte en la horca. Juez nacional: Selim Bey Sabri. Juez inglés: Mr. Kershaw. El asesinato es la respuesta. ¿Quieres matar o que te maten…?»
—La marcha de tu hermana —dijo Ismail dirigiéndose a Huseyn— va a llevar a tu padre a obstinarse en la oposición a la idea de tu viaje…
—Mi asunto —respondió con tranquilidad Huseyn Shaddad— va por buen camino, y está a punto de solucionarse…
«Aida y Huseyn en Europa… Un hombre que pierde a la vez el amor y al amigo. Tu alma perdiendo al ser amado para siempre. Tu espíritu, perdiendo a su compañera para siempre. Vivirás en el viejo barrio solo y abandonado, como el eco de la nostalgia del que vaga por el desierto de generación en generación. Contempla el dolor que te acecha. Ahora cosecharás el fruto de los sueños que sembraste en tu corazón inexperto. Pídele a Dios que ponga en las lágrimas un remedio a tus tristezas. Que, si lo soportas, proteja tu cuerpo de la soga de la horca. O conviértelas en una fuerza destructiva con la que aniquilar a tus enemigos. Mañana tu alma se encontrará vacía como se sintió ayer ante la tumba de el-Huseyn. Esperanza frustrada. Los justos son asesinados, y los hijos de la traición nombrados embajadores».
—Sólo nos quedaremos en Egipto Kamal y yo —dijo Ismail Latif como hablando consigo mismo—. Y Kamal no es nada seguro en este sentido. En primer lugar, ante todo, con o sin Huseyn…, es amigo de los libros.
—Mi marcha no cortará los lazos que hay entre nosotros —exclamó Huseyn con convicción y seguridad.
El corazón de Kamal, a pesar de su abatimiento, latió con fuerza:
—Mi intuición me dice que tú no soportarás estar lejos para siempre…
—Seguramente… pero tú te aprovecharás de mi ausencia porque te enviaré libros. Continuaremos nuestras conversaciones por cartas y libros…
Huseyn hablaba como si su viaje fuera ya cosa hecha. Este es el amigo que, sólo el verlo, le hacía sentir una fascinante alegría; en cuya compañía hasta el silencio le era agradable. Pero ¡paciencia! La marcha de la amada le enseñaría a desdeñar todos los asuntos, incluso los más graves. Y a ser indulgente consigo mismo como lo fue a la muerte de su querida abuela o con la de Fahmi, cuando el fuego de la tristeza lo vencía… Pero era necesario no olvidar que estaba en la reunión del adiós… para llenar sus ojos de rosas y flores, plenas de frescura, impasibles ante cualquier tristeza… Existía un problema al que era necesario encontrarle una salida: ¿cómo un humano se elevaba hasta convivir con el ser adorado, o cómo descendía este hasta tratar con aquel? No le hallaba solución… Andaría por este mundo con los pies cargados de cadenas y el cuello aherrojado por la pena… El amor es una barca con dos timones diferentes, y ha sido creado para ser llevado entre dos… ¿cómo la llevaría ahora él solo?
La conversación continuaba, y derivaba hacia otros asuntos. Él la seguía con los ojos, con movimientos de cabeza y algunas palabras que demostraran que el asunto no lo empujaba a distraerse. Su esperanza oculta era que el tren de la vida lo arrastrara o que la estación de la muerte apareciera de cualquier manera… «La hora de la puesta de sol…, el momento del crepúsculo y de la tranquilidad… Te gusta tanto como la aurora… Aida y dolor son dos palabras con un solo significado… Es posible que ames el dolor y que te emociones con la desgracia desde hoy…, la conversación sigue sin interrumpirse…, tus amigos ríen y se miran unos a otros, como si ninguno de ellos hubiera experimentado jamás el amor en su corazón… Huseyn ríe con tranquilidad y satisfacción… Ismail como un pendenciero, con alboroto. Hasan con discreción y aires de superioridad… Huseyn no habla nada más que de Ras el-Barr… Te aseguro que iré un día en peregrinación, que buscaré la arena que hayan pisado los pies de mi amada para besarla postrado ante ella…, los otros cantan las excelencias de San Stefano y hablan de olas como montañas. ¿De verdad? Imagínate un cadáver arrojado por las olas a la orilla, y al que el mar hubiera despojado de su belleza y su perfección… Admite, después de todo esto, que el hastío acecha a los seres humanos, y que la felicidad puede que se encuentre detrás de las puertas de la muerte…»
La tertulia continuó hasta que llegó el momento de separarse. Se dieron la mano calurosamente… Kamal a Huseyn, y Huseyn a Kamal… luego se marcharon, diciendo:
—¡Hasta la vista… en octubre!
Como en la misma situación del año pasado y de los anteriores, se preguntaba con tristeza cuándo volverían los amigos. Ahora su deseo no era atizado por la vuelta de nadie. Viniera o no viniera octubre, regresaran o no regresaran los amigos, continuaría sin apagarse. A partir de ahora ya no maldeciría los meses de verano por alejarlo de Aida. El abismo que hoy los separaba era más profundo que el tiempo. Este había sido su remedio junto con la paciencia y la esperanza. Pero hoy peleaba con un enemigo desconocido, con una fuerza contra la cual no disponía de talismán ni magia alguna. Sólo tenía ante sí el silencio y el infortunio, hasta que Dios decidiera acabar con sus días. Veía el amor planeando por encima de su cabeza, como el destino, abrumándolo con la carga de un inmenso dolor, más poderoso e ineludible que la realidad tangible. Todo esto le hacía contemplarse con una mirada de respeto y tristeza.
Los tres amigos se separaron delante de la residencia de los Shaddad. Hasan Selim se encaminó hacia la calle de los Palacios, Kamal e Ismail en dirección a el-Huseyniyya, por el camino de costumbre hasta que al final también se separaron: Ismail para ir a Gamra y Kamal al viejo barrio. Cuando estuvieron solos, Ismail estalló en una fuerte y prolongada carcajada. Kamal le preguntó por la razón de aquella risa, a lo que respondió maliciosamente:
—¿Todavía no te has dado cuenta de que eres una de las principales razones que les ha empujado a acelerar el anuncio del compromiso?
—¿Yo? —se le escapó un grito a Kamal, con el asombro reflejado en sus ojos.
—Sí, tú —dijo Ibrahim con indiferencia—. Hasan no estaba tranquilo con vuestra amistad. Esto me parece claro, aunque él no me haya dicho ni una sola palabra al respecto. Es muy arrogante… tú lo sabes… No sé cómo decirte…: te aseguro que no estaba tranquilo con vuestra amistad. ¿Recuerdas lo que ocurrió entre vosotros aquel día? Resulta evidente que le pidió a ella que fuera menos liberal en el trato con los amigos. A buen seguro, ella le respondería que no tenía ningún derecho a exigirle eso. A continuación habría dado el paso decisivo…, para hacer valer sus derechos.
—Yo no era el único amigo —exclamó Kamal, mientras los latidos de su corazón llegaban a imponerse sobre su voz—. Aida era la amiga de todos nosotros.
—Pero es a ti a quien escogió para intranquilizarlo a él —dijo Ismail con sorna—. Quizás porque Aida sentía en tu amistad un calor que no encontraba en ningún otro. En cualquier caso no deja los asuntos a la improvisación… Se proponía hace tiempo conquistar a Hasan y ahora ha recogido el fruto de su paciencia.
«¿Conquistar a Hasan? ¿El fruto de su paciencia…? ¡Qué dos expresiones! Tan estúpido como decir que el sol sale por occidente».
—¡Qué mal juzgas a la gente! —continuó Kamal con el corazón suspirando—. Nada es como tú te imaginas.
—Es posible que todo haya sucedido por casualidad —respondió Ismail, sin adivinar los sentimientos de su amigo—. O que Hasan se lo haya inventado. De todas maneras, el resultado final queda a su favor.
—¡A su favor! —gritó Kamal, enfadado—. ¿Qué es lo que supones? Dios mío: hablas de ella como si el compromiso con Hasan constituyera una victoria para Aida y no para él.
Ismail le clavó la mirada con aire de extrañeza, y diciéndole:
—Tú no pareces convencido de que casos como el de Hasan son infrecuentes: familia, posición, futuro… El de Aida no es raro…, mucho menos de lo que te imaginas. ¿No la valoras por encima de lo que vale? Si la familia de Hasan accede a la boda es por la inmensa riqueza de su padre, me parece a mí. No es una joven… —vaciló durante unos momentos—… de una belleza excepcional… en ningún sentido…
«O está loco, o el loco eres tú…» Ya anteriormente le había producido un daño similar un artículo injurioso cuyo autor atacaba el régimen del matrimonio en el Islam. ¡Dios maldiga a todos los descreídos!
Kamal le preguntó con una calma que ocultaba su sufrimiento:
—¿Por qué entonces hay tantos admiradores girando en torno a ella?
—Quizás te refieras a mí al afirmar eso —exclamó Ismail con un tono de jovialidad populachera mientras elevaba la barbilla orgullosamente—. No ignoro que tiene un espíritu delicado…, un modelo propio de elegancia… Incluso que sus normas sociales al estilo occidental le dan encanto y un aire seductor. Pero, aparte de esto, es demasiado cetrina, flacucha y no tiene nada de atractivo. Vente conmigo a Gamra y verás tipos de belleza que harán palidecer la suya, en el conjunto y en el detalle. Allí verás la verdadera gracia de la piel clara, de los pechos bien formados, de las caderas poderosas… Esa es la belleza, si quieres saberlo… Ella no tiene nada de atractivo.
«Como si ella fuera algo deseable al estilo de Qámar o Maryam… de pechos bien formados y caderas poderosas… Como quien describe el alma por los rasgos del cuerpo. ¡Qué inmenso dolor! Estaba escrito que hoy apurarías la copa del dolor hasta los posos. Si van a continuar estos golpes mortales, mejor sería dar la bienvenida a la muerte…»
En el-Huseyniyya se separaron, y siguió cada uno su camino…