Hasan y Kamal abandonaron el palacio de los Shaddad alrededor de la una, Kamal pensó separarse de su amigo ante la puerta del palacio, pero el otro le dijo en tono de súplica:
—¿No vas a caminar un rato conmigo…?
Kamal respondió de buen grado a la invitación, y ambos marcharon por la calle de los Palacios uno al lado del otro… Kamal, con su alta estatura, y Hasan, cuya cabeza apenas llegaba al hombro de su amigo. ¡No dejaba de hacerse preguntas, especialmente porque la hora no era la más apropiada para un paseo sin objetivo! Pero, antes de que se diera cuenta, Hasan se volvió hacia él y le preguntó:
—¿De qué estabais hablando?
Kamal respondió, cada vez más intrigado:
—De temas variados, como siempre, de política… cultura, etc.
Y fue una auténtica sorpresa que le dijera con su voz tranquila y armoniosa:
—¡Me refiero a ti y a Aida…!
El asombro se apoderó de Kamal hasta tal punto que se quedó unos segundos sin decir palabra; luego se sobrepuso y preguntó:
—¿Cómo lo supiste, si no estabas con nosotros?
Y dijo Hasan Selim, sin inmutarse:
—Llegué mientras hablabais y me pareció mejor quitarme de en medio un rato para no interrumpiros…
Kamal se preguntó cuál habría sido su conducta si se hubiera encontrado en una situación semejante. Creció su perplejidad y se mezcló con la sensación de estar a punto de entrar en una conversación excitante y dolorosa.
—No sé qué te llevó a ese comportamiento —dijo— y, si te hubiera visto, no te habría dejado marchar…
—¡La cortesía tiene sus normas! Reconozco que soy muy susceptible en esas cuestiones…
«¡Las reglas de la aristocracia! ¡Qué lejos estás de comprenderlas…!»
—Perdóname si te digo con franqueza que eres demasiado meticuloso…
Hasan esbozó una ligera sonrisa que apenas duró unos segundos en sus labios. Luego pareció esperar algo y, como la espera se alargaba, volvió a preguntarle:
—¿Y bien? ¿De qué estabais hablando?
«Entonces, ¿cómo se armonizan las reglas de la cortesía con un interrogatorio como este?» Por unos instantes pensó en hacerle esta observación, pero eligió con cuidado una formulación digna del respeto que sentía por él —un respeto que se debía más a su personalidad que a su edad— para terminar diciendo:
—La cuestión es más simple que todo eso, pero me pregunto en qué medida debo responder…
Hasan se apresuró a decir en tono de disculpa:
—Espero que no me taches de indiscreto o de meter la nariz en tus asuntos. Tengo motivos para hacerte esa pregunta y voy a hablarte de cosas que no he tenido oportunidad de contarte antes. Pero creía que, teniendo en cuenta la amistad que nos une, no te sentirías molesto con mi pregunta. ¡Espero que no te tomes el asunto de otra manera…!
Disminuyó la tensión. Quizá Kamal se alegró de recibir estas delicadas palabras del propio Hasan Selim, una persona que desde hacía tiempo consideraba como modelo de aristocracia, nobleza y grandeza, además de que estaba aún más deseoso que él de discutir a fondo un tema que atañía a su adorada. Si hubiera sido Ismail Latif el que le hubiera hecho la pregunta, no habrían sido necesarios tantos rodeos o vueltas a lo que debía o no debía hacer, a lo que era o no adecuado. Posiblemente le habría contado todo y los dos se habrían reído. Pero Hasan Selim nunca salía de su reserva ni confundía la amistad con la familiaridad ¡sin importarle pagar el precio de esa reserva!
—Te agradezco tu consideración. Créete que, si hubiera algo digno de contarse, no te lo ocultaría. Tan sólo estuvimos hablando de temas corrientes, eso es todo. Sin embargo, has excitado mi curiosidad, ¿puedo preguntarte —aunque sólo sea a título informativo— por los motivos que, según tú, justificaban tu pregunta? Como es natural, no voy a insistir; es más, ¡estoy totalmente dispuesto a retirar mi pregunta si la encuentras inaceptable…!
—Voy a hablarte de lo que preguntas, pero te ruego que esperes un poco —dijo Hasan, con su calma y ponderación habituales—. Parece que no quieres decirme sobre qué giraba vuestra conversación. Estás en tu derecho, sin lugar a dudas; más aún, no encuentro en ello nada que vaya contra el deber de la amistad. Pero deseo llamar tu atención sobre el hecho de que muchos se equivocan con las palabras de Aida, y las interpretan en un sentido que no tiene nada que ver con la realidad ¡y quizá, por esta causa, se llevan unos disgustos que no tendrían razón de ser…!
«¡Aclara lo que quieres decir! Hay en el aire unos presagios sombríos que no van a tardar en convertirse en huracán y en arrastrar a tu corazón herido. ¡Como si hubiera en él algún lugar que estuviera a salvo de las heridas! ¡Eres tú el que está equivocado, amigo mío! ¿No te has dado cuenta de que es el pudor, y solo él, lo que me ha impedido contarte lo que pasó? ¡Qué me fulminen los rayos, si te concedo reposo!»
—¡No he comprendido ni una palabra de lo que has dicho…!
La voz de Hasan se elevó un poco al decir:
—La lengua de ella tiene gran facilidad para pronunciar palabras amables, y quien las escucha piensa que tienen un significado o que ocultan algún sentimiento, ¡pero tan sólo son palabras amables que dirige a todo el que habla con ella, sea en privado o en público! ¡Y cuántos se han dejado engañar por ellas…!
«¡Por fin se ha aclarado el asunto! ¡Tu amigo se siente afectado por el mal que te estaba aniquilando! Pero ¿quién es él para dárselas de conocer lo que uno siente por dentro? ¡Cómo me irrita!» Dijo sonriendo, mientras aparentaba indiferencia:
—¡Pareces muy seguro de lo que dices!
—Conozco muy bien a Aida; somos vecinos desde hace tiempo…
El nombre que temía pronunciar en secreto, y no digamos en público, lo pronunciaba ese joven loco como si nada, ¡como si se tratara del nombre de cualquier individuo entre muchos millones! ¡Esa osadía le hacía perder puntos en su corazón, pero ganarlos en su imaginación! Y la frase «somos vecinos desde hace tiempo» se clavó en su corazón como un puñal, desgarrándolo como la ausencia desgarra al emigrado. Le preguntó con un tono educado, aunque no exento de ironía:
—¿No es posible que tú también te hayas dejado engañar como los demás…?
La cabeza de Hasan se echó hacia atrás arrogantemente, mientras le decía convencido:
—¡Yo no soy como los demás…!
¡Cómo lo exasperaba su petulancia! ¡Cómo lo exasperaba su belleza y su seguridad en sí mismo! ¡Ese hijo mimado del importante consejero, cuyas sentencias en temas políticos eran más que dudosas! Aunque sus facciones no se reían, Hasan dejó escapar un «je, je», una especie de risita con la que quería facilitar el paso de un tono de voz petulante a otro más amable. Luego dijo:
—Es una chica excelente, sin tacha, ¡aunque a veces su apariencia, su conversación y su familiaridad den que hablar!
Y Kamal se apresuró a decir con entusiasmo:
—¡Tanto lo que aparenta como lo que es realmente, están por encima de toda sospecha!
Hasan inclinó la cabeza con agradecimiento, como si dijera: «¡Bravo!», luego añadió:
—Esto es lo que debe ver quien tiene la mirada limpia; pero hay cosas que desconciertan a algunos. Te pondré unos ejemplos para que se vea claro… Algunos interpretan mal que se mezcle en el jardín con los amigos de su hermano Huseyn, infringiendo las tradiciones orientales en uso. Otros se hacen preguntas ante su manera de hablar con este o su amabilidad con aquel… y hasta hay quien imagina tras una broma cariñosa, que se le escapa de forma espontánea, un grave secreto. ¿Te das cuenta de lo que quiero decir?
—Naturalmente que me doy cuenta de lo que quieres decir —dijo Kamal con el mismo entusiasmo que antes—, pero me temo que estás exagerando. En lo que me concierne personalmente, no he tenido ningún género de dudas sobre su comportamiento, porque su modo de hablar y bromear son obviamente inocentes, y porque, por otro lado, no recibió una auténtica educación oriental como para exigirle que observe las tradiciones o para censurarle que las infrinja. Y creo que los demás piensan como yo…
Hasan agitó la cabeza como deseando poder creer en su opinión sobre «los demás», pero Kamal no se preocupó de comentar esa silenciosa observación; estaba feliz de defender a su adorada, feliz de la oportunidad que se le ofrecía de manifestar su opinión sobre su pureza y su inocencia. Pero, claro, no era sincero en su entusiasmo, no porque pensara en su fuero interno de forma distinta a lo que declaraba —pues hacía tiempo que estaba convencido de que su adorada estaba por encima de toda sospecha— sino por sentirse triste ante los felices sueños que había tejido en torno a la suposición de que existía un «secreto» tras las bromas y ligeras alusiones de su adorada. Y Hasan dispersaba esos sueños, como los había dispersado la conversación de ese día en el cenador. A pesar de que su corazón herido luchaba en silencio por aferrarse aunque fuera a un frágil hilo de esperanza, le siguió la corriente a Hasan Selim, mostrándose de acuerdo con su opinión, para ocultar su situación, disimular su derrota e invalidar la pretensión del otro a ser el único en «conocer» la verdad de su adorada. Hasan volvió a decir:
—No me extraña que te des cuenta de esto, porque eres un chico inteligente. La realidad, como dices, es que Aida es inocente, pero… perdóname si te hablo francamente de un rasgo suyo que puede parecerte extraño y que quizá haya sido el responsable, en gran medida, de que muchos la interpreten mal. ¡Me refiero a su deseo de ser «la chica de los sueños» de todos los jóvenes que se relacionan con ella! No olvides que se trata de un deseo inocente, pues doy testimonio de que no he encontrado una chica más celosa de su honor que ella. ¡Pero es muy aficionada a leer novelas francesas, y no hace más que hablar de sus heroínas, con la cabeza llena de quimeras!
Kamal esbozó una sonrisa tranquilizadora, como queriendo decir que no había oído nada nuevo en lo que decía su amigo; luego le dijo, empujado por el deseo de enojarlo:
—Ya sabía todo eso. ¡Un día, nuestra conversación —de Aida, Huseyn y mía— giró precisamente sobre ese tema! ¡Por fin había logrado hacerle salir de su sobriedad aristocrática! El estupor se reflejó en las facciones de Hasan, mientras preguntaba como desconcertado:
—¿Cuándo fue eso? ¡No recuerdo haber presenciado esa conversación! ¿Acaso se ha dicho delante de Aida que desea ser «la chica de los sueños» de todos los jóvenes…?
Kamal observó el cambio que se había producido en él, con una mirada de victoria y satisfacción; pero le dio miedo continuar y dijo con prudencia:
—¡No se hizo mención a eso de forma literal, pero estaba en el sentido que se translucía a través de una conversación que giró en torno a su afición por las novelas francesas y a su exagerada imaginación!
Hasan recobró su calma y su aplomo y guardó silencio durante un largo rato, como intentando reorganizar sus ideas, que Kamal había logrado dispersar por un momento. Pareció vacilar unos instantes hasta tal punto que Kamal sintió que Hasan deseaba saberlo todo acerca de la conversación mantenida entre Aida, Huseyn y él: cuándo había tenido lugar, qué los había llevado a abordar esos temas tan delicados, cuáles eran los detalles de lo que se dijo en ella; pero su orgullo le impedía preguntar. Finalmente dijo Hasan:
—Como ves, tú mismo eres testigo de la veracidad de mi opinión. Pero, desgraciadamente, no todos han comprendido como tú el comportamiento de Aida. No han captado una verdad importante: ¡Qué ama el amor de la gente por ella, pero no a la propia gente!
«Si este imbécil observara la realidad, no habría derrochado todo ese esfuerzo inútil. ¿Acaso no sabe que ni siquiera espero que ella ame mi amor? ¡Mira mi cabeza y mi nariz, y quédate tranquilo!» Dijo con una voz no desprovista de ironía:
—¡Ama el amor de la gente por ella y no a la propia gente! ¡Menuda filosofía!
—¡Es una realidad que conozco bien!
—¡Pero tú no puedes garantizar que sea cierta en todas las ocasiones!
—¡Claro que puedo, y con los ojos cerrados!
Kamal trató de vencer su tristeza y preguntó fingiendo asombro:
—¿Puedes afirmar con certeza que no ama a esta persona o a aquella?
Dijo Hasan con seguridad y tranquilidad:
—¡Puedo asegurar que no ama a ninguno de aquellos que a veces se imaginan que ella les ama!
«Sólo hay dos personas que tengan derecho a hablar con esa seguridad: el que está seguro y el imbécil. Y él no es imbécil. ¿Por qué se aviva el dolor, si no hay nada nuevo en lo que he oído? La verdad es que hoy he sufrido el dolor de todo un año de amor».
—¡Pero tú no puedes afirmar que ella no ama en absoluto!
—¡Yo no he dicho eso…!
Y Kamal lo miró como se miraría a un adivino. Luego preguntó:
—¿Tú sabes, entonces, que ella ama?
Hasan inclinó la cabeza afirmativamente.
—¡Si te he invitado a pasear conmigo era para hablarte de esto…!
El corazón de Kamal se hundió en las profundidades de su pecho como intentando huir del dolor, pero naufragó en sus olas. Antes sufría porque era imposible que ella lo amara ¡y he aquí que su verdugo le confirmaba que ella amaba…! ¡Su adorada amaba…! ¡Su corazón angelical se sometía a las leyes del deseo y el anhelo, del ansia y el suspiro, y todo eso dirigido hacia una persona determinada! Claro está que su razón, no su conciencia, había admitido a veces esa posibilidad, pero como se admite la muerte, como una simple idea, no como una fría realidad que se fija en un cuerpo querido o en el propio cuerpo. Por eso la noticia lo sorprendió como si se materializara por primera vez, y al mismo tiempo, en la realidad y en el pensamiento. «Medita en todas esas verdades y reconoce que hay sufrimientos en este mundo que jamás se te habían pasado por la cabeza, a pesar de tu experiencia profunda del dolor». Hasan continuó diciendo:
—Te he dicho desde el principio que tenía razones que justificaban esta conversación contigo; si no, nunca te hubiera permitido meterme en tus asuntos…
«¡Ojalá el fuego sagrado devore hasta el último átomo de sus cenizas!»
—Estoy convencido de lo que dices, te escucho…
Hasan esbozó una débil sonrisa que revelaba su vacilación frente a la última palabra crucial… Kamal aguantó un poco, pero luego, y a pesar de que su corazón presentía la horrible verdad, le apremió diciendo:
—¿Dijiste que sabes que ella ama…?
Hasan abandonó bruscamente la vacilación.
—¡Sí! ¡Hay entre nosotros algo que me da derecho a mantener lo que he dicho…!
«¡Aida ama, oh, cielos! Las cuerdas de tu corazón se encogen produciendo una melodía fúnebre. ¿Acaso su corazón alberga hacia este chico afortunado lo que tu corazón alberga hacia ella? Si es cierto que eso es posible, lo mejor será que el mundo se derrumbe. Tu amigo no miente, porque el que es noble y bello no miente. Lo más que puedes esperar es que el amor de ella sea de un tipo diferente al tuyo. Y ya que la desgracia se ha hecho inevitable, es un consuelo que sea Hasan el amado, y también es un consuelo que la tristeza y los celos no te impidan ver la verdad que está ante tus ojos: ¡Este chico rico, encantador y maravilloso!» Dijo como quien aprieta el gatillo de la escopeta sabiendo que está descargada:
—¡Parece que estás seguro de que, esta vez, ama a la propia persona, no al amor de la persona por ella!
Soltó otra vez un «je, je» con el que expresaba su seguridad; echó una rápida ojeada a Kamal para ver en qué medida lo creía, y dijo:
—¡Nuestra conversación, entre ella y yo, no fue de las que dejan lugar a equívocos!
«¿Qué clase de conversación fue? Daría toda mi vida por una palabra sobre ella. Conozco toda la verdad y voy a apurar este suplicio por completo, hasta las heces. ¿Habrá escuchado esa voz emocionante decirle: "te amo"? ¿Lo dijo en francés o en árabe? Con un suplicio como este se podrían encender los fuegos».
—¡Te felicito! —dijo con calma—. ¡En mi opinión sois dignos el uno del otro…!
—Gracias…
—Sin embargo, me pregunto qué te indujo a revelarme este valioso secreto.
Hasan levantó las cejas diciendo:
—¡Cuando os encontré hablando a solas, sentí miedo de que te dejaras engañar, como tantos otros, por ciertas palabras, y me propuse declararte con franqueza la verdad, porque me resultaba odiosa la idea de que tú mismo pudieras equivocarte…!
Kamal murmuró «gracias», movido por un afecto sublime, el afecto que le brindaba aquel joven bien dotado, al que Aida amaba, que odiaba la idea de que él se engañara, y que lo había matado con la verdad. ¿No habrían sido los fantasmas de los celos uno de los motivos que le habrían incitado a declararle su secreto? Pero ¿no tenía ojos en la cara para ver su cabeza y su nariz? Hasan continuó diciendo:
—Ella y su madre vienen a menudo a nuestra casa de visita, y así se nos ofrecen oportunidades de hablar…
—¿A solas?
Se le escapó la frase sin darse cuenta. Se quedó desconcertado, arrepentido, y su rostro se sonrojó; pero el otro le contestó con sencillez:
—A veces…
¡Cómo le habría gustado verla en ese papel —el de la enamorada— en el que nunca se la había imaginado! ¿Cómo se expresaría en esos ojos tranquilos, que lo miraban desde lo alto, el brillo de la emoción y de la ternura? Un espectáculo que iluminaría la mente con un destello de la sagrada verdad, y mataría de golpe el corazón; así quedaría proscrita la eterna maldición de la incredulidad. «Tu alma se revuelve como un pájaro prisionero que quiere volar; el mundo es sólo un lugar lleno de escombros del que se hace dulce partir; pero, aunque supieras con certeza que los labios se han encontrado en un beso hermoso como la rosa, al menos no te faltaría, en el torbellino de la locura, el placer de la libertad absoluta».
Empujado por un deseo suicida al que no podía resistirse ni menos aún comprender, le preguntó:
—¿Cómo, entonces, estás de acuerdo en que se mezcle con los amigos de Huseyn?
Hasan aguardó un momento antes de contestar:
—Quizá eso no me guste demasiado, pero no encuentro en ello nada censurable, ya que lo hace delante de su hermano y de todos, y de acuerdo con su educación europea; y no te oculto que a veces pensé en manifestarle mi irritación, pero no me gustaría que me acusase de estar celoso. ¡Y cómo le gustaría excitar mis celos! Tú conoces, naturalmente, esos ardides femeninos, y te confieso que no disfruto con ellos.
«Nada tiene de extraño que la confirmación de la rotación de la tierra sobre sí misma y alrededor del sol haya hecho caer tantas fantasías y haya mareado tantas cabezas».
—¡Es como si pretendiese molestarte!
Y dijo Hasan con su tono tan seguro:
—¡Pero, si quiero, siempre puedo llevarla a plegarse a mi voluntad!
Esta frase y el tono con que la dijo lo sublevó hasta casi enloquecerlo, y habría deseado encontrar cualquier motivo eme le diera excusa para golpearlo y hacerlo rodar —y era capaz de ello— por tierra. Lo miró desde lo alto, y la diferencia de estaturas entre ambos le pareció mayor de lo que era en realidad. Le sorprendió que ella amara a alguien más bajo y, en la fiebre del dolor, se preguntó: ¿por qué no ama también a alguien más joven que ella? Y su corazón tuvo la certeza de que acababa de perder el mundo.
Hasan lo invitó a almorzar con él, pero Kamal se disculpó dándole las gracias; luego se dieron un apretón de manos y se separaron.
Volvió con el alma abatida, con el corazón cargado de desesperación. Deseaba quedarse a solas consigo mismo para madurar los acontecimientos del día reflexivamente hasta aclarar todos sus significados. La vida parecía envuelta en traje de luto, pero ¿acaso no sabía desde el principio que ese amor estaba perdido? ¿Qué novedad habían aportado los acontecimientos? En cualquier caso, tenía que ser un consuelo para él que los demás hablaran del amor, mientras que él amaba con todo su corazón. El amor que iluminaba su alma nadie podía igualarlo, y ese era su privilegio y su superioridad. Y nunca renunciaría a su antiguo sueño de conseguir a su adorada en el cielo. «En el cielo, donde no hay diferencias artificiales, ni cabeza grande o nariz gruesa. En el cielo, Aida será sólo mía, en virtud de las leyes celestiales…»