Kamal se detuvo ante el palacio de la familia Shaddad, con una pequeña maleta bajo el brazo, y vistiendo un elegante traje gris ceniza, unos relucientes zapatos negros y un tarbúsh bien derecho sobre su inmensa cabeza… Parecía alto y delgado, y su cuello sobresalía por encima del de la camisa, aguantando indiferente su enorme cabeza y su imponente nariz. El clima era agradable, y soplaban unas brisas frescas anunciando la cercanía de diciembre. Unas nubes dispersas, radiantes de blancura, se movían lentamente por el cielo, ocultando de vez en cuando el sol matinal. Kamal se quedó parado, como esperando, con los ojos vueltos hacia el garaje, hasta que salió de él el Fiat, conducido por Huseyn Shaddad, que giró por la calle de los Palacios y se detuvo ante él.
—¿Aún no han llegado ellas? —preguntó Huseyn Shaddad, sacando la cabeza por la ventanilla.
Hizo sonar el claxon tres veces y después volvió a decir abriendo la portezuela:
—Ven a sentarte a mi lado.
Pero Kamal se limitó a meter la maleta, murmurando «¡paciencia!», y entonces le llegó la voz de Budur desde el jardín. Miró en esa dirección y la vio acercarse corriendo, con Aida detrás… Sí, la adorada, cuya maravillosa figura se cimbreaba en un vestido gris corto de última moda; su busto se escondía bajo un corpiño de seda azul marino que dejaba al descubierto sus finos brazos bronceados; la aureola de su negra cabellera le rodeaba la nuca y las mejillas, y oscilaba como las olas al compás de sus pasos, mientras los hilos sedosos de su flequillo le caían sobre la frente como las púas de un peine; en medio de esa aureola, aparecía su rostro de luna llena, dotado de una elegante y angelical belleza, como si fuera un sublime embajador del país de los sueños. Kamal se quedó clavado en el sitio bajo el efecto de una corriente magnética, en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia, mientras en su conciencia no quedaba del mundo otra cosa que un sentimiento de gratitud y un hervor de emociones. Ella fue acercándose, ligera y ufana, como una dulce melodía encarnada, hasta que el aroma de un perfume parisino que se desprendía de su cuerpo le llegó a Kamal. Cuando sus miradas se encontraron, en los ojos y en los labios de Aida brilló una sonrisa, impregnada al mismo tiempo de afabilidad, calma y aristocracia, a la que Kamal contestó con otra apurada y con una inclinación de la cabeza. Entonces Huseyn se dirigió a ella diciendo:
—Sentaos tú y Budur en el asiento de atrás…
Kamal retrocedió un paso y abrió la puerta trasera del coche, quedándose quieto y derecho como un criado. Su recompensa fue una sonrisa y una palabra de agradecimiento en francés. Esperó hasta que entraron Budur y la adorada, luego cerró la puerta, y se deslizó al lado de Huseyn. Este volvió a tocar el claxon otra vez, mirando hacia el palacio, y no tardó en presentarse el portero, llevando una cesta pequeña, que colocó junto a la maleta de Kamal, en el espacio que había entre este y Huseyn. Entonces dijo el último, riendo mientras hacía tamborilear sus dedos sobre la cesta y la maleta:
—¿Qué interés tiene una excursión sin comida?
El coche rugió al ponerse en movimiento, y después se lanzó hacia la calle de el-Abbasiyya, mientras Huseyn Shaddad decía dirigiéndose a Kamal:
—Ya sé muchas cosas de ti, pero el día de hoy me va a permitir aportar a ellas nuevos datos sobre tu estómago. Me parece que, a pesar de tu delgadez, eres un glotón, ¿me equivoco?
—Espera a saberlo por ti mismo —contestó Kamal sonriendo, pues se sentía más feliz y contento de lo que ningún ser humano podía ambicionar.
Iban los dos juntos —Kamal y Aida— en un mismo coche, en un tipo de comunión sólo superable en los sueños; y los anhelos le susurraban: «Si te hubieras sentado en el asiento de atrás y ella en el delantero, te habrías llenado los ojos mirándola durante todo el camino sin ser observado. Pero ¡no seas tan codicioso e ingrato, y arrodíllate alabando y dando gracias! Libera tu cabeza de todos esos pensamientos, limpia tu pecho del torbellino de la pasión, y vive el momento presente con toda tu alma. ¿Acaso una hora no puede valer por toda una vida, o aún más?».
—¡No pude invitar a Hasan e Ismail a esta excursión que vamos a hacer!
Kamal lo miró inquisitivo, sin decir palabra, pero su corazón latió de alegría y confusión por ese privilegio con el que sólo él había sido distinguido, mientras Huseyn proseguía diciendo en tono de excusa:
—En el coche, como ves, no caben todos.
—Eso es evidente… —dijo Kamal en voz baja.
Y el otro replicó sonriendo:
—Si no hay más remedio que elegir, prefiero a alguien como tú, pues sin duda nuestras aficiones son muy similares…; ¿no es así?
—¡Por supuesto! —contestó Kamal con un rostro cuyas facciones traicionaban la alegría que inundaba su corazón.
Y luego añadió, riéndose:
—Sin embargo, yo me conformo con el viaje espiritual, en tanto que tú no te vas a conformar hasta que el viaje espiritual vaya unido con el viaje alrededor de la tierra…
—¿Es que no te tienta navegar por todo el ancho mundo?
Kamal reflexionó un poco, y luego dijo:
—Supongo que soy sedentario por naturaleza. Es como si me asustara pensar en los viajes; quiero decir, pensar en el movimiento y el desorden, no en ver y satisfacer mi curiosidad. ¡Me encantaría que el mundo pudiera girar alrededor del sitio en el que estoy!
—¡Si puedes, quédate en un zepelín que esté parado y observa la tierra mientras gira debajo de ti! —replicó Huseyn, soltando una encantadora risotada que le salía del corazón.
Kamal saboreó durante un buen rato la grata y cautivadora risa de Huseyn. Entonces se le vino a la cabeza la imagen de Hasan Selim y se puso a comparar ambas clases de aristocracia: una de ellas se caracterizaba por la gentileza y la afabilidad, y la otra, por la reserva y el orgullo; y por otra parte, cada una de ellas era maravillosa.
—Por fortuna, los viajes intelectuales no exigen necesariamente moverse… —dijo Kamal.
Huseyn alzó las cejas con cierto escepticismo, pero renunció a continuar hablando sobre este tema, y dijo con alegría:
—Lo importante ahora es que estamos haciendo juntos un corto viaje y que nuestras aficiones son muy similares…
Y sin darse cuenta, la dulce voz vino desde atrás diciendo:
—¡En resumen, que Huseyn te ama, como te ama Budur…!
Esta frase, perfumada por el amor y entonada por aquella voz angelical, penetró en su corazón, haciéndolo volar en alas del éxtasis y la emoción. Era como la melodía mágica que se escapa de repente entre unas canciones que están más allá de lo esperado, lo habitual y lo imaginado, dejando al que la oye en un estado intermedio entre la cordura y la locura. «El ídolo juguetea indiferente con la palabra amor, echándola sobre ti, sin darse cuenta de que echa magnesio sobre un corazón inflamado. Haz volver su eco para oír otra vez la vibración del amor en las cuerdas de su boca. ¡El amor es una tonada antigua, pero se torna nueva y extraña en una canción creadora! ¡Dios mío! ¡Tanta felicidad me anonada!»
—Aida traduce mis pensamientos con su especial lenguaje femenino —dijo Huseyn comentando las palabras de su hermana.
El coche se lanzó hacia el-Sakakini, y luego hacia las calles de la Reina Nazli y de Fuad I, entrando después en el-Zamálek a una velocidad que a Kamal le pareció insensata.
—En el cielo hay nubes, pero necesitamos que haya aún más para asegurarnos un día feliz al pie de la pirámide.
Entonces se elevó la maravillosa voz —dirigida, al parecer, a Budur— que decía:
—Espera a que lleguemos a la pirámide, y allí te sentarás con él como te guste…
—¿Qué quiere Budur? —le preguntó Huseyn riéndose.
—Muy señor mío… quiere sentarse con tu amigo…
«¡Tu amigo! ¿Por qué no has dicho "Kamal"? ¿Es que no vas a dar a este nombre la felicidad a la que no puede aspirar su dueño?»
—Ayer —dijo Huseyn, dirigiéndose a él— papá la oyó preguntarme: «¿Va a venir con nosotros a la pirámide únele Kamal?». Entonces me preguntó quién era Kamal y, cuando le contesté, le dijo a ella: «¿Quieres casarte con únele Kamal?». Y ella contestó con toda sencillez: «¡Sí!».
Kamal miró hacia atrás, pero Budur retrocedió hasta pegarse al respaldo del asiento, ocultando el rostro en el hombro de su hermana. Con una mirada furtiva, Kamal se llenó los ojos de aquel rostro maravilloso, luego volvió la cabeza y dijo en tono esperanzado:
—¡Ojalá no se olvide de sus palabras cuando llegue la hora de la verdad!
Al llegar el coche a la carretera de Guiza, Huseyn redobló la velocidad. El motor rugió, y reinó el silencio, que Kamal acogió de buen grado para quedarse a solas consigo mismo y disfrutar de su felicidad. El día anterior había sido el objeto de la conversación familiar, y su jefe lo había elegido como marido de la menor. «¡Oh, melodía de las flores y la felicidad! Apréndete de memoria cada una de las palabras que se han pronunciado… Llena tu alma del perfume de París… Alimenta tu oído con este zureo y este gañido… Quizás te vuelvas hacia ellas cuando retornen las noches de insomnio. Las palabras de la adorada están desprovistas de las máximas de los sabios y las perlas de los literatos; entonces, ¿cómo es que te conmueven hasta lo más hondo del alma, mientras las fuentes de la felicidad estallan en tu corazón? Esto es lo que convierte la felicidad en un misterio, donde se pierden las mentes y las inteligencias. ¡Oh, los que os afanáis persiguiendo la felicidad! Yo la he encontrado en la palabra vacía, en la confusa lengua extranjera, en el silencio también, y en nada. ¡Señor, qué magníficos son esos árboles que se alzan a ambos lados del camino, mientras sus copas se abrazan sobre él desplegando un cielo de verdor en sazón! ¡Y ese Nilo, que se desliza tomando del brocado del sol una túnica de perlas! ¿Cuándo he visto esta carretera por última vez? En una excursión a la pirámide cuando estaba en tercer curso. Y cada vez me prometía volver allí solo. Detrás de ti está sentada una persona con cuya inspiración lo ves todo nuevo y hermoso, incluido el anticuado ritmo de vida del barrio viejo. ¿Qué más puedes desear…? ¡Sí, que el coche siga corriendo, con nosotros tal como estamos, hasta la eternidad! ¡Señor! ¿Será este el punto que tantas veces se te resistía cuando te preguntabas qué querías de este amor? Gracias a la inspiración del momento, te ha caído del cielo de forma inesperada. Disfruta de esta hora que se te brinda. Ahí está la pirámide que, desde lejos, parece pequeña; pero dentro de poco te detendrás a sus pies como si fueras una hormiga junto a la raíz de un árbol enorme».
—¡Vamos a visitar el cementerio de nuestros ancestros!
—¡Recitemos la Fátiha en jeroglífico! —añadió Kamal riendo.
Pero Huseyn replicó burlón:
—¡Un país cuya más ilustre herencia son tumbas y cadáveres! —Y señalando en dirección a la pirámide—: Mira cuánto esfuerzo perdido…
—¡Eso es la inmortalidad! —dijo Kamal entusiasmado.
—Uhh… Seguro que te vas a empeñar en defenderlo, como es tu costumbre. Tu patriotismo es casi enfermizo. Pero no nos vamos a pelear por eso. A mí quizás me gustaría más estar en Francia que en Egipto.
Entonces Kamal contestó, disimulando su dolor con una amable sonrisa:
—¡Allí verás que los franceses son la nación más patriótica del mundo!
—Sí, el nacionalismo es una enfermedad mundial. Pero me gusta Francia por sí misma; me gustan los franceses por unas cualidades que nada tienen que ver con el nacionalismo.
Aquello era realmente triste y penoso, pero no provocaba su indignación porque procedía de Huseyn Shaddad… Ismail Latif lo irritaba a veces con su indiferencia… Hasan Selim le cargaba a menudo con su arrogancia… pero Huseyn Shaddad siempre lograba su aprobación, hiciera lo que hiciera.
El coche se detuvo a poca distancia del pie de la pirámide mayor, incorporándose a una larga fila de coches vacíos. Aquí y allá aparecía una multitud de personas, divididas en pequeños grupos: unos montando en burro o en camello y otros trepando por la pirámide. Además había vendedores, arrieros y camelleros. Era una gran explanada, sin más límites que la pirámide que se alzaba en medio de ella como un gigante legendario. Pero bajo la pendiente del otro lado se extendía la ciudad, así como unas copas de árboles, una línea de agua, las azoteas de los edificios… ¿Dónde caía Bayn el-Qasrayn entre todo aquello? ¿Dónde estaría ahora su madre, dando de beber a las gallinas bajo el tejadillo de jazmines?
—Dejemos todo en el coche para poder dar una vuelta con libertad.
Se bajaron de él y marcharon en una fila india, la cual iba desde Aida, que estaba junto al coche, seguida por Huseyn y Budur, hasta acabar en Kamal, que cogía de la mano a su amiguita. Dieron una vuelta alrededor de la pirámide mayor, examinándola por los cuatro costados, y luego se internaron en el desierto. La arena ofrecía resistencia a sus pies, dificultándoles la marcha; pero el aire soplaba suave y reanimador, el sol aparecía unas veces y se ocultaba otras, y las masas de nubes se extendían en el horizonte, dibujando en el gran cuadro del cielo unas figuras espontáneas con las que jugueteaba a placer la mano del viento.
—¡Hermoso… hermoso! —dijo Huseyn, llenando los pulmones de aire.
Aida dijo algo en francés, y Kamal, con sus limitados conocimientos de esa lengua, pudo comprender que estaba traduciendo las palabras de su hermano. Hablar en esa lengua extranjera era algo habitual en ella. De esta forma mitigaba, por un lado, el excesivo fanatismo de Kamal por su lengua nacional y, por otro, se imponía al gusto de él, haciéndoselo considerar como un signo de la belleza femenina. Al contemplar cuanto lo rodeaba, dijo Kamal emocionado:
—¡Realmente bonito! ¡Alabado sea Dios todopoderoso!
—Tras cualquier cosa, siempre encuentras a Dios o a Saad Zaglul —dijo Huseyn riendo.
—¡Por lo que se refiere al primero, creo que no habrá divergencias entre nosotros!
—Pero tu manía de mencionarlo te confiere un aire religioso especial, como si fueras un sheyj. —Luego, con tono de resignación—: Pero ¿a qué viene extrañarse, si eres del barrio de la religión?
«¿Se esconde alguna burla tras esa frase? ¿Es posible que Aida comparta su ironía? ¿Qué opinión tienen ambos del barrio antiguo? ¿Con qué ojos mira el-Abbasiyya a el-Nahhasín? ¿Te vas a avergonzar? ¡Calma! Si Huseyn apenas muestra interés por la religión, la adorada está aún menos interesada que él, por lo que parece. ¿No dijo un día que asistía a clases de religión cristiana en "La mere de Dieu", y que acudía a misa y cantaba sus himnos? ¡Pero ella es musulmana! ¡Es musulmana, aunque no conoce gran cosa sobre el Islam! ¿Qué te parece esto? ¡La amo, la amo hasta el límite de la idolatría; y amo su religión, a pesar de los remordimientos que siento. Lo confieso, y pido perdón a mi Señor!»
Huseyn señaló con la mano todos los signos de belleza y grandiosidad que los rodeaban, y luego dijo:
—Esto es lo que verdaderamente me apasiona a mí; pero tú estás loco por el nacionalismo. ¡Compara esta grandiosa naturaleza con las manifestaciones, con Saad, con Adli y con los camiones cargados de soldados!
—¡La naturaleza y la política son, ambas, cosas grandiosas! —dijo Kamal riendo.
De repente preguntó Huseyn como si, al asociar las ideas, hubiera recordado un asunto importante:
—Casi me había olvidado. ¡Tu jefe ha dimitido!
Kamal sonrió con tristeza y no respondió. Entonces dijo el otro con la intención de hacerlo rabiar:
—Ha dimitido después de haberse perdido el Sudán y la Constitución, ¿no?
—El asesinato de sir Lee Stack —replicó Kamal con una calma que no se hubiese esperado de él en otras circunstancias— fue un golpe dirigido contra el gabinete de Saad.
—Déjame que te repita al oído lo que dijo Hasan Selim. Dijo: «¡Esta agresión es una manifestación del odio que abrigan algunos —y entre ellos los asesinos— contra los ingleses; y Saad Zaglul es el principal responsable de excitar ese odio!».
Kamal reprimió la irritación que le había producido la «opinión» de Hasan Selim, y dijo con la calma requerida en presencia de su adorada:
—Ese es el punto de vista de los ingleses, ¿o es que no has leído los despachos de el-Ahram? No es de extrañar que los liberales constitucionales lo repitan. Realmente una de las cosas de las que se puede vanagloriar Saad es de haber provocado la hostilidad contra los ingleses…
Entonces intervino Aida, con una mirada de reproche o de advertencia en los ojos, unida a una cautivadora sonrisa:
—¿Qué es esto? ¿Una excursión, o política?
—Él es el responsable de haber sacado el tema —se disculpó Kamal señalando a Huseyn.
Y este contestó riendo, mientras metía sus finos dedos entre sus cabellos negros y sedosos:
—Me pareció bien darle el pésame por la dimisión de su jefe; ¡eso es todo!
Luego, preguntando en tono serio:
—¿Acaso no participaste en las peligrosas manifestaciones que se celebraban en vuestro barrio en la época de la revolución?
—¡Aún no tenía la edad legal!
—¡En cualquier caso, el episodio de la tienda de basbusa puede considerarse como una participación en la revolución! —replicó Huseyn con un tono no carente de afectuosa ironía.
Entonces todos se rieron; hasta Budur los imitó, uniéndose a sus risas, resultando así una orquesta de cuatro instrumentos: dos trompetas, un violín y un silbato… Y tras un breve instante de silencio, dijo Aida como defendiéndolo:
—¡Bastante tuvo con perder a su hermano!
—¡Claro que sí! Perdimos al mejor de nuestra familia —repuso Kamal, empujado por un sentimiento de orgullo que se había deslizado en su corazón, e intentando aumentar el afecto que ambos le profesaban.
—Estaba estudiando Leyes… ¿no? ¿Qué edad tendría ahora si estuviera vivo? —volvió a preguntarle ella con interés.
—Tendría veinticinco años. —Luego, en tono apenado—: Era un genio en todo el sentido de la palabra.
—¡Era…! —dijo Huseyn haciendo crujir sus dedos—. Así es el patriotismo. ¿Cómo puedes relacionarte con él después de aquello?
—Todos nosotros seremos algún día agua pasada —contestó Kamal sonriendo—, pero ¡qué diferencia entre unos muertos y otros!
Huseyn volvió a hacer crujir sus dedos, sin hacer ningún comentario. Parecía no ver ningún sentido en sus palabras. ¿Qué le había empujado a hablar de política? Kamal ya no consideraba aquello agradable. El pueblo estaba distraído de los ingleses por su hostilidad partidista. «¡Al infierno todo eso! Quien está respirando la brisa del paraíso no debe abrumar su pecho con preocupaciones terrenales, aunque sea de forma momentánea. Estás caminando con Aida por el desierto de la pirámide. Contempla esta maravillosa realidad y alábala, para que lo oigan los que construyeron la pirámide. Un ídolo y el que lo adora caminan juntos sobre la arena; el adorador siente tal pasión que el aire está a punto de llevárselo, mientras el ídolo juguetea con los guijarros. Si la enfermedad del amor fuera contagiosa, no te preocuparían los dolores que produce. El viento hace revolotear los flecos de su vestido, se mete entre la aureola de su cabello y penetra hasta lo más hondo de su pecho… ¡Ay, qué feliz es el viento! Los espíritus de los dos amantes están sobre la pirámide, bendiciendo la caravana, tan asombrados por el ídolo como por el que lo adora, y repitiendo con el lenguaje de la eternidad: "¡Sólo la pasión es más fuerte que la muerte!". Mírala, está a unos palmos de distancia de ti, pero en realidad es como el horizonte: crees que está pegado a la tierra, cuando de hecho está en el cénit del cielo. ¡Cuánto habías deseado tocar su mano en esta excursión! Pero parece que te irás de este mundo sin conocer su tacto. ¿Por qué no eres valiente y te lanzas sobre las huellas que dejan sus pies y las besas? ¿O coges un puñado de ellas y te haces un amuleto que te proteja de los dolores del amor en las noches de meditación? ¡Qué pena! Todas las pruebas indican que no hay otra forma de conectar con el ídolo que la canción o la locura; así que ¡canta o vuélvete loco!»
Sintió la manita de Budur que tiraba de la suya, y la miró. Ella le tendió los brazos, invitándolo a que la cogiera. Entonces se inclinó sobre ella, y luego la levantó entre sus manos; pero Aida se opuso diciendo:
—¡Ni hablar! Ya empezamos a estar todos fatigados, así que vamos a descansar un poco…
Se sentaron, en el mismo orden en que habían venido, en el promontorio de una pendiente que conducía a la Esfinge. Huseyn extendió las piernas, hundiendo los talones en la arena y Kamal se sentó cruzando una pierna sobre la otra y estrechando a Budur a su lado; al tiempo, Aida tomaba asiento a la izquierda de su hermano y, cogiendo su peine, comenzaba a alisarse el cabello y a acariciar sus mechones con los dedos.
La mirada de Huseyn cayó por casualidad sobre el tarbúsh de Kamal, y le preguntó en tono de crítica:
—¿Por qué llevas el tarbúsh en esta excursión?
—No tengo costumbre de andar sin él —dijo Kamal quitándoselo y poniéndolo sobre sus piernas.
—¡Eres un ejemplo perfecto de hombre conservador! —comentó Huseyn riendo.
Kamal se preguntó si sus palabras entrañaban un cumplido o una crítica, y quiso llevarlo poco a poco a que lo aclarara. Pero Aida se inclinó ligeramente hacia delante, y se volvió hacia él para echar una ojeada a su cabeza. Entonces él olvidó su propósito, y volvió su atención, con angustia, hacia la parte de la cabeza. Ahora que estaba descubierta, ponía en evidencia su enorme tamaño y mostraba su cabello liso y descuidado. Y ahí estaba ese par de ojos bonitos, mirándola con ternura; ¿qué impresión se reflejaba en ellos? La voz musical preguntó:
—¿Por qué no te dejas crecer el pelo?
Una pregunta que no se le había pasado antes por las mientes. La cabeza de Fuad Gamil El-Hamzawi y la de todos los amigos del barrio era así. A Yasín no le había visto dejarse crecer el pelo ni el bigote hasta que fue funcionario. ¿Podía imaginarse a sí mismo encontrándose con su padre cada mañana en la mesa del desayuno con el pelo bien arreglado?
—¿Y por qué voy a dejarlo crecer?
—¿No estaría más bonito? —inquirió Huseyn pensativo.
—Eso no es importante…
—Supongo que has sido creado para ser maestro —dijo Huseyn riéndose. «Sea un cumplido o una crítica, tu cabeza tiene que felicitarse, en cualquier caso, por tan sublime solicitud».
—He sido creado para ser alumno.
—Una bonita respuesta… —Luego inquirió elevando el registro de su voz—: No me has hablado de la Escuela de Magisterio de forma satisfactoria. ¿Qué tal la has encontrado tras los dos meses, más o menos, que llevas allí?
—Espero que sea una buena manera de entrar en el mundo al que aspiro. Y ahí me tienes ahora, intentando conocer, gracias a los profesores ingleses, el significado de palabras desconcertantes tales como «literatura», «filosofía» o «pensamiento»…
—¡Esa es la cultura humanística a la que aspiramos…!
—Sin embargo —dijo Kamal perplejo— es un piélago inmenso, por lo que parece. Tenemos que conocer los límites; tenemos que conocer lo que queremos de una forma más clara. Eso es un problema.
El interés brilló en los hermosos ojos de Huseyn, mientras decía:
—Para mí, la cuestión no es problemática. Yo leo cuentos y obras de teatro franceses, recurriendo a Aida para comprender sus pasajes difíciles. También escucho con ella piezas escogidas de música occidental, algunas de las cuales interpreta ella al piano con destreza. Últimamente he leído un libro que resume con facilidad la filosofía griega. Yo no deseo más que viajar con la mente y con el cuerpo; pero tú, también quieres escribir, y eso te exige conocer los límites y los objetivos…
—¡Lo peor de todo es que no sé exactamente sobre qué escribir!
—¿Quieres ser escritor? —preguntó Aida con tono risueño.
—¡Ojalá! —dijo él, recibiendo una enorme oleada de felicidad que estaba fuera del alcance de cualquier ser humano.
—¿Poeta o narrador? —dijo ella, inclinándose hacia delante para poder verlo—. Déjame que lo adivine con mi intuición.
«Yo he agotado la poesía haciendo confidencias a tu imagen. La poesía es tu lengua sagrada, y no voy a convertirla en mi profesión. Las fuentes de mis lágrimas han disminuido en la negrura de las noches. ¡Qué feliz me hace ser el blanco de tus miradas! ¡Y qué desgraciado! Vivo bajo tu mirada como lo hace la tierra seca bajo la pupila del sol…»
—¡Poeta! Claro, tú eres poeta…
—¿De verdad? ¿Y cómo lo has sabido?
Ella se enderezó en su asiento, y dejó escapar una risa ligera como el susurro de los deseos. Luego dijo:
—La intuición es algo espontáneo, ¿cómo pretendes hallarle una explicación?
—¡Te está tomando el pelo!
Huseyn dijo esto riéndose, pero ella se apresuró a replicar:
—¡Qué va!, pero si no te gusta ser poeta, no lo seas…
«La naturaleza ha hecho de la abeja una reina. El jardín es su reino; el néctar de las flores, su bebida; y la miel, su saliva. El castigo del ser humano que da vueltas alrededor de su trono… es una picadura… Sin embargo, ella ha dicho: "¡qué va!"».
—¿Has leído algún cuento francés?
—Algo de lo que ha traducido Michel Zévaco. Yo no puedo leer francés, como tú sabes.
—No serás escritor —dijo ella con entusiasmo— hasta que domines el francés. Lee a Balzac, George Sand, a Madame de Staél, a Loti, y después, escribe un cuento.
—¿Un cuento? —dijo Kamal en tono de desaprobación—. Eso es un género marginal. Sin embargo, yo aspiro a escribir una obra seria…
—En Europa, el cuento es una obra seria —dijo Huseyn con ardor—. Hay escritores que se dedican a este género en exclusiva, y eso los ha hecho inmortales. Yo no me excedo en mis alabanzas hacia lo que no conozco, pero el profesor de lengua francesa me lo ha asegurado…
Kamal agitó la cabeza dubitativo, y Huseyn continuó diciendo:
—¡Y cuidado con enfadar a Aida! Ella es una gran admiradora del cuento francés; más aún, ¡es una de sus heroínas!
Kamal se echó un poco hacia delante y alargó la mirada hacia Aida, a fin de leer la impresión que le habían causado las palabras de Huseyn, y aprovechando la ocasión que se le brindaba para llenarse los ojos con su hermosa visión.
—¿Cómo fue eso? —preguntó, luego.
—La verdad es que el cuento la absorbe de una forma extraña, y su cabeza está totalmente llena por una vida fantástica. Una vez la vi contoneándose frente al espejo y le pregunté qué hacía, y ella me respondió: «¡Así caminaba Afrodita por la costa del mar de Alejandría!».
—¡No lo creas! —replicó Aida, frunciendo el ceño a la vez que sonreía—, él está más hundido que yo en la fantasía, pero no se queda tranquilo hasta que no me acusa de algo que no existe en mí.
«¿Afrodita…? ¿Quién es Afrodita, adorada mía? ¡Eres tan perfecta que me apena que puedas imaginarte a ti misma con una imagen distinta de la que tienes!»
—No te preocupes por eso… —dijo el con sinceridad—. ¡Los héroes de el-Manfaluti y Rider Haggard monopolizan mi imaginación!
Huseyn soltó una formidable carcajada y exclamó:
—¡Qué estupendo sería que estuviéramos todos reunidos en un único libro! ¿Por qué nos quedamos sobre la tierra cuando ansiamos tanto el mundo de la imaginación? Tienes que hacer realidad ese sueño. Yo no soy escritor ni quiero serlo, pero tú puedes, si quieres, meternos a todos en un único libro.
«¡Aida en un libro del que tú seas autor! ¿Es eso oración, misticismo o locura?»
—¿Y yo?
La voz de Budur se había alzado de repente, preguntando en son de protesta. Y los otros se echaron a reír.
—¡No olvides reservar un sitio para Budur! —le advirtió Huseyn.
—Estarás en primera página… —contestó Kamal abrazando a la pequeña con cariño.
—¿Qué escribirás sobre nosotros? —preguntó Aida, lanzando sus miradas hacia el horizonte. Él no supo qué decir, y disimuló su turbación con una débil sonrisa; pero Huseyn respondió por él:
—¡Lo que escriben los escritores: una tormentosa historia de amor que acabe con la muerte o el suicidio!
«Juguetean con tu corazón dándole patadas como si fuera un balón».
—¡Espero que este final le toque en suerte sólo al héroe! —dijo Aida riéndose.
«El héroe es totalmente incapaz de imaginar a su ídolo como un ser mortal».
—¿Es inevitable que acabe en muerte o suicidio?
—¡Es el final natural de una tormentosa historia de amor! —contestó Huseyn riendo.
«Por huir del dolor o por conservar la felicidad, la muerte parece deseable».
—¡Cosa realmente triste! —dijo Kamal con ironía.
—¿Es que no sabías eso? ¡Me parece que aún no has probado el amor…! «Hay un instante en la vida en que el llanto toma el lugar de la anestesia en una operación quirúrgica».
—Lo importante para mí —volvió a decir Huseyn— es que no te olvides de hacerme un sitio también en tu libro, aunque esté lejos de la patria.
Kamal lo asaeteó con la mirada, y luego le preguntó:
—¿La idea de viajar no ha dejado de seducirte?
La seriedad se deslizó en el tono de Huseyn al decir:
—Ni un solo instante. Quiero vivir, quiero viajar a mi aire, a lo largo y a lo ancho, hasta las cumbres y los abismos, y después de eso, que venga la muerte…
«¿Y si viniese antes? ¿Podría ocurrir eso? ¡Qué mortal tristeza! ¿Has olvidado ya a Fahmi? La vida no siempre se mide por la longitud o la anchura. Su vida fue como un relámpago, pero fue una vida completa. O si no, ¿de qué sirven la virtud y la perseverancia? Pero tú estás triste por otra causa. Es como si te resultara penoso pensar que al amigo, ansioso de viajar, le sea tan fácil separarse de ti. ¿Cómo será tu mundo cuando él se haya ido? ¿Cómo será, si su marcha te separa del querido palacio? ¡Qué engañosa es la sonrisa de hoy! Ella está ahora cercana; su voz, en tu oído; su perfume, en tu nariz… ¿Puedes acaso detener la rueda del tiempo? ¿Es que vas a vivir el resto de tus días rondando de lejos el palacio, como los locos…?»
—Si quieres saber mi opinión, retrasa tu viaje hasta que termines tus estudios.
—Eso es lo que le ha dicho papá varias veces —dijo Aida con entusiasmo.
—Es la opinión sensata…
—¿Acaso es necesario que me sepa de memoria el Derecho Civil y el Romano para disfrutar de la belleza de mi mundo? —preguntó Huseyn irónico.
Aida volvió a dirigirse a Kamal para decir:
—¡Cuánto se burla mi padre de sus sueños! Desea verlo en la Judicatura o trabajando con él en el mundo de las finanzas.
—¡La judicatura!… ¡Las finanzas!… Nunca seré juez… Cuando consiga la licencia y piense seriamente en elegir un oficio, mi objetivo será el Cuerpo diplomático. En cuanto al dinero, ¿es que deseáis aún más? Somos más ricos de lo que el ser humano puede soportar…
«¡Qué extraño que la riqueza del ser humano sea más grande de lo que este puede soportar…! Antes te imaginabas que ibas a ser comerciante, como tu padre, y que tendrías un almacén como el suyo. No considerabas la riqueza como uno de tus sueños, pero ¿no deseas ser capaz de liberarte de todo por las aventuras espirituales? ¡Qué miserable una vida absorbida por los requerimientos del sustento!»
—Mi familia, en conjunto, no comprende mis esperanzas. Me ven como un niño mimado. Mi tío dijo una vez, burlándose de lo que había oído decir de mí: «No se puede esperar que el único varón de la familia sea mejor de lo que es». ¿Y por qué todo esto? Porque no adoro el dinero y porque prefiero la vida al dinero. ¿Has visto? Nuestra familia está convencida de que cualquier actividad que no conduzca a un incremento de la riqueza es una forma de frivolidad inútil. Míralos soñando con los títulos como si fueran el paraíso perdido. ¿Sabes por qué aman al Jedive? ¡Cuántas veces me dijo mamá: «Si nuestro efendi se hubiera quedado en el trono, tu padre habría obtenido el título de basha hace mucho tiempo»! ¡Y ese querido dinero no se tiene en cuenta y se gasta sin miramientos para recibir a un príncipe, si se digna honrarnos con su visita! —Luego, riendo—: No olvides registrar estos hechos curiosos si un día te dedicas a escribir el libro que te he propuesto.
Apenas hubo acabado de hablar, se apresuró a decir Aida, dirigiéndose a Kamal:
—Espero que no te dejarás influir en tu obra por la parcialidad de este hermano rebelde, hasta el punto de agraviar a nuestra familia.
—¡Dios no quiera que tu familia reciba agravio alguno de mi mano! —dijo Kamal con un tono reverencial—. Además, no hay nada deshonroso en lo que ha dicho…
Aida se rio victoriosa, mientras se dibujaba en los labios de Huseyn una sonrisa de alivio, a pesar de que levantó las cejas como si estuviera asombrado. La impresión que la conversación de Huseyn dejó en el alma de Kamal fue la de que aquel no había sido totalmente sincero en su ataque a su familia. No, no había dudas sobre cuanto decía de que no adoraba al dinero y prefería la vida a este. Además no quería achacar esa actitud sólo al exceso de dinero, sino también a la amplitud de miras de su amigo, pues la riqueza no impide a muchos hombres adorar el dinero. Sin embargo, tuvo la sensación de que sus palabras sobre el Jedive, los títulos y el recibimiento a los príncipes las había dicho con vanidad, inserta en la crítica. No era sólo vanidad ni sólo crítica. Era como si su corazón se jactase de esas cosas, y su razón las criticara; o quizás realmente se burlaba de ellas. Pero no había tenido empacho en desvelarlas ante una persona a la que sin duda estas cosas deslumbraban y fascinaban, comoquiera que estuviera conforme con él en criticarlas.
—¿Cuál de nosotros será el héroe del libro? —volvió a preguntar Huseyn con una calma sonriente—. ¿Aida, Budur o yo?
Budur exclamó: «¡Yo!», y Kamal le dijo estrechándola: «Estamos de acuerdo»… Luego respondió a Huseyn:
—Eso quedará en secreto hasta que salga el libro.
—¿Y qué título elegirás para él?
—¡Huseyn alrededor del mundo!
Los tres se echaron a reír porque el título sugerido les recordó el nombre de la obra de teatro «El bárbaro alrededor del mundo», que se representaba en el Majestic. Y con ese motivo le preguntó Huseyn:
—¿Nunca has ido al teatro?
—¡Por supuesto que no! Con el cine hay suficiente por ahora.
—¡Al autor de nuestro libro no se le permite pasar la velada fuera de casa a partir de las nueve de la noche! —dijo Huseyn dirigiéndose a Aida.
—¡En cualquier caso —le replicó Aida sarcástica—, es mejor que aquellos a los que se les permite dar vueltas alrededor del mundo!
Luego se volvió en dirección a Kamal, y le preguntó con una dulzura apropiada para arrastrarlo de antemano a su punto de vista:
—¿Qué hay de malo realmente en que un padre desee que su hijo salga a su imagen y semejanza en actividad y prestigio? ¿Qué hay de malo en que busquemos en la vida el dinero, el prestigio, los títulos y los valores elevados?
«Quédate donde estás, que el dinero, el prestigio, los títulos y los valores elevados se dirigirán a ti para ennoblecerse besando la huella de tus pies. ¿Cómo voy a contestarte si en la respuesta que deseas está mi suicidio? ¡Ay de tu corazón, por desear lo que no debe!»
—¡En eso no hay nada malo en absoluto! —Luego, tras una breve pausa—. ¡A condición de que esté en consonancia con el carácter de la persona!
—¿Y qué carácter va a estar en desacuerdo con eso? —prosiguió ella—. Lo curioso es que Huseyn no renuncia a esta vida refinada al aspirar a otra aún más alta. ¡Claro que no, señor mío! ¡El sueña con vivir sin trabajar, en la holganza y el ocio! ¿No es eso curioso?
—¿Es que no viven así los príncipes que vosotros veneráis? —preguntó Huseyn riendo con ironía.
—Porque no tienen otra vida superior a que aspirar. ¡Y qué lejos estás tú de ellos, haragán!
Huseyn se volvió hacia Kamal, diciendo con una voz afectada por la irritación:
—La regla que se sigue en nuestra familia es trabajar para aumentar la riqueza y trabar amistad con los que tienen influencias, a fin de esperar, tras ello, el rango de bey. Después tienes que redoblar el esfuerzo para hacer crecer la riqueza y trabar amistad con la élite a fin de conseguir el rango de basha; y al final, tu meta más alta en la vida será tratar de ganarte el favor de los príncipes y conformarte con eso, porque su rango no se consigue con el trabajo ni con las maneras refinadas. ¿Sabes lo que nos costó la última visita del príncipe?… Decenas de miles de guineas, perdidas en comprar muebles nuevos y regalos exóticos de París.
Aida se le opuso diciendo:
—No se gastó ese dinero tratando de ganarse al príncipe tan sólo por ser príncipe, sino por ser hermano del Jedive; y el motivo de tantos cumplidos fue la fidelidad y la amistad, no la lisonja ni la adulación. Y además es un honor que nadie inteligente puede rebatir.
Pero Huseyn, en su obstinación, continuó diciendo:
—¡Sin embargo, papá no deja de reforzar su relación con Adli, Zárwat, Rushdi y otros a los que no se puede tildar de ser fieles al Jedive…! ¿No es eso seguir la máxima que dice «el fin justifica los medios»?
—¡Huseyn…! —exclamó ella con una voz que Kamal no había escuchado con anterioridad.
Era una voz que revelaba orgullo, enfado y reproche, como si quisiera advertirlo de que resultaba inconcebible que él pronunciara aquellas palabras o, al menos, que las divulgara a los oídos de un «extraño». El rostro de Kamal enrojeció de vergüenza y dolor, entibiándose la felicidad en cuya atmósfera había flotado un rato antes, por encontrarse mezclado con aquella querida familia. La cabeza de Aida estaba levantada, sus labios apretados, y en sus ojos había una mirada que insinuaba un ligero fruncimiento del ceño, a pesar de no verse ninguna señal de este en su frente. En resumen, estaba enfadada, pero a la manera en que debe enfadarse una auténtica reina. Nunca la había visto excitada, ni se había imaginado que fuera capaz de excitarse. Miró su rostro con asombro y miedo, a la vez que se llenaba de un sentimiento de apuro, hasta tal punto que le hubiera gustado inventarse un pretexto para no continuar con esa conversación. Pero, apenas pasados unos segundos de todo aquello, volvió en sí y se puso a disfrutar de la belleza del real enfado en aquel rostro angelical, y a saborear el fuego del orgullo, la superioridad del desdén y el encapotamiento del cielo. Luego ella volvió a decir como para que él la oyera:
—La amistad de papá con los que has mencionado viene de antiguo, de antes de la deposición del Jedive…
En ese momento Kamal deseó sinceramente disipar la nube y preguntó a Huseyn bromeando:
—Si piensas así, ¿cómo es que desprecias a Saad porque fue azharista?
—No me gusta adular a los grandes —dijo Huseyn, soltando una franca risotada—, pero eso no quiere decir que respete a la gente vulgar… Amo la belleza y desprecio la fealdad; ¡y, por desgracia, la belleza raras veces se puede encontrar entre la gente vulgar…!
Pero Aida intervino en la conversación, diciendo con una voz armoniosa:
—¿Qué significa lisonjear a los grandes? Esa es una conducta reprochable para quien no es de los suyos. Pero yo creo que nosotros también somos de los grandes y nuestra amistad hacia ellos no existe sin la amistad de ellos hacia nosotros.
Kamal, ofreciéndose de buena gana a responder en lugar de Huseyn, dijo convencido:
—Eso es una verdad indiscutible…
Y Huseyn no tardó en levantarse diciendo:
—Ya hemos estado suficiente tiempo sentados. Venga…, continuemos nuestro camino…
Todos se levantaron y reemprendieron la marcha en dirección a la Esfinge en un clima sombreado, en cuyo horizonte se fueron extendiendo unas masas de nubes hasta abrazarse y ocultar, con un velo tenue, el sol, el cual las cubrió de un color blanco resplandeciente que destilaba claridad y hermosura. En el camino se encontraron con grupos de estudiantes y extranjeros, formados por hombres y mujeres. Entonces dijo Huseyn, dirigiéndose a Aida para congraciarse con ella de forma indirecta:
—Las europeas miran con interés tu vestido. Estarás satisfecha, ¿no?
Los labios de Aida se iluminaron con una sonrisa de orgullo y satisfacción y, levantando la cabeza con arrogancia, dijo con un tono que revelaba una gran confianza en sí misma:
—¡Es natural…!
Se rio Huseyn, y Kamal sonrió. Luego, el primero dijo dirigiéndose al último:
—Aida es considerada en nuestro barrio como una autoridad en materia de gusto parisino.
—Natural… —replicó Kamal sin dejar de sonreír.
Aida lo recompensó con una sonrisa, delicada y ligera como el zureo de una paloma, que hizo desaparecer de su corazón la leve huella que le había dejado la insólita disputa aristocrática. «La persona inteligente es la que sabe dónde pone sus pies antes de dar un paso. Tú tienes que saber lo lejos que estás de estos ángeles. El ídolo que te mira desde lo alto de las nubes está incluso por encima de su propia familia. ¿Y qué hay de extraño en ello? No necesitaba tener parientes ni familia; quizá los adoptó a todos ellos para que fueran mediadores entre él mismo y sus adoradores. ¡Admíralo en su calma y sus arrebatos, en su modestia y su altivez, en sus apariciones y sus retiradas, en su contento y su enfado! Todas esas son cualidades suyas. Riega con la pasión tu corazón sediento. ¡Mírala! La arena le dificulta la marcha y le quita ligereza; sus pasos se alargan y su tronco se inclina como la rama embriagada por la tibia brisa; pero ha ofrecido a las miradas una imagen nueva del arte de caminar, tan parecido en belleza a su habitual forma de andar sobre los mosaicos del jardín. Y si miras hacia atrás, verás las huellas de sus delicados pies impresas sobre la arena. Has de saber que está marcando en este camino desconocido unas señales por las que se guiarán los que buscan las sublimidades del amor y la iluminación de la felicidad. En tus anteriores visitas a este desierto te pasabas el día jugando y saltando, indiferente a la fragancia de las ideas, porque el cáliz de tu corazón aún no se había abierto… Pero hoy sus hojas están humedecidas por el néctar del amor, goteando alegría y rezumando dolor. Y si te ha sido arrebatada la tranquilidad de la ignorancia, se te ha otorgado una sublime inquietud… la vida del corazón, y el poema de la luz».
—¡Tengo hambre!
Esta queja se escapó de los labios de Budur. Y dijo Huseyn:
—Ya es hora de que volvamos, ¿qué os parece? De todas formas, tenemos ante nosotros un trecho tan largo, que al final tendrá hambre quien ahora no la tenga.
Y cuando llegaron al coche, Huseyn sacó la maleta y la cesta llenas de comida, las puso sobre el capó y empezó a quitar la tapa de su cesta. Pero Aida sugirió que comiesen en uno de los escalones de la pirámide. Se encaminaron hacia allí, subieron a uno de los escalones de la base y, tras colocar la maleta y la cesta en medio, se sentaron en el borde de una piedra dejando colgar las piernas.
Kamal extendió un periódico que tenía en la maleta, y puso encima la comida que había traído: dos gallinas, patatas, queso, plátanos y naranjas. Luego siguió con la mirada las manos de Huseyn mientras sacaba de la cesta la comida de los «ángeles»: unos bonitos sandwiches, cuatro vasos y un termo… Y, aunque su comida era más sustanciosa, aparecía —al menos, a sus ojos— desprovista del ornato de la elegancia; y se llenó de angustia y vergüenza. Huseyn, que estaba mirando las dos gallinas con ojos voraces, le preguntó si había traído cubiertos. Entonces Kamal sacó de la maleta unos cuchillos y unos tenedores, y se apresuró a cortar las dos gallinas en filetes. En ese momento, Aida quitó el tapón del termo y empezó a llenar los cuatro vasos; al ver que se llenaban de un líquido amarillento como el oro, Kamal no pudo evitar el preguntar asombrado:
—¿Qué es eso?
Aida se rio, sin responder; pero Huseyn dijo con sencillez, guiñándole un ojo a su hermana:
—¡Cerveza…!
—¿Cerveza? —exclamó Kamal como asustado.
—¡Y carne de cerdo! —añadió Huseyn, retador, señalando los sandwiches.
—¡Me estás tomando el pelo! ¡No me lo creo!…
—Pues créetelo y come. ¡Qué ingrato eres! ¡Te hemos traído la comida más preciada y la bebida más deliciosa!
Los ojos de Kamal manifestaron asombro y confusión. La lengua se le trabó y no supo qué decir. ¡Lo que más le turbaba era que esa comida y esa bebida habían sido preparadas en la casa y, por consiguiente, con el conocimiento y el beneplácito de su familia!
—¿No has saboreado antes nada de esto?
—Es una pregunta que no necesita contestación.
—¡Entonces vas a saborearlo por primera vez, y gracias a nosotros!
—Eso es imposible.
—¿Y por qué?
—¿Que por qué?… Es otra pregunta que tampoco necesita respuesta… Huseyn, Aida y Budur levantaron sus vasos, bebieron unos sorbos y luego volvieron a ponerlos donde estaban, mientras los dos primeros miraban a Kamal sonriendo, como si le dijeran: «¿Has visto como no nos ha pasado nada?». Luego dijo Huseyn:
—¡La religión!, ¿eh? Un vaso de cerveza no emborracha, y la carne de cerdo es riquísima y beneficiosa. ¡No sé dónde está la sabiduría de la religión en asuntos de comida!
El corazón de Kamal se encogió ante estas palabras, pero no se salió de su delicadeza al reprenderlo diciendo:
—Huseyn, no blasfemes…
Y por primera vez, desde que había empezado el banquete, Aida habló diciendo:
—No pienses mal de nosotros. Bebemos cerveza para abrir el apetito, nada más, y es posible que el hecho de que Budur la comparta con nosotros te convenza de nuestra buena intención. En cuanto a la carne de cerdo, está buenísima. Pruébala y no seas puritano. Aún tienes muchas oportunidades para obedecer a la religión en cosas más importantes que estas…
Aunque sus palabras no diferían en lo esencial de las de Huseyn, proporcionaron frescor y paz a su corazón dolorido. Además, estas palabras habían encontrado en él a un ser totalmente ansioso por no enturbiar a sus amigos ninguna dicha o herirles ningún sentimiento. Así que sonrió con una fina indulgencia, y se fue a coger su comida diciendo:
—Dejadme comer aquello a lo que estoy habituado, y hacedme el honor de compartirlo conmigo.
Huseyn se rio y luego dijo, dirigiéndose a Kamal mientras señalaba a su hermana:
—En casa nos pusimos de acuerdo en boicotear tu comida si tú lo hacías con la nuestra, pero pienso que no habíamos valorado bien tus circunstancias. Así que, faltaré a mi acuerdo en honor a ti. Y quizás Aida siga mi ejemplo también.
Kamal la miró suplicante, y ella dijo sonriendo:
—¡Si me prometes que no vas a pensar mal de nosotros!
—¡Muerte a quien piense mal de vosotros! —replicó Kamal con alborozo.
Comieron con enorme apetito; Huseyn y Aida primero; luego Kamal se animó con ellos y los siguió; él mismo ofrecía la comida a Budur, la cual se conformó con un sandwich y un trozo de pechuga de gallina, dedicándose luego a la fruta. Kamal no pudo resistir el deseo de mirar con disimulo a Huseyn y Aida mientras comían, para ver cómo lo hacían. Huseyn se zampaba la comida con indiferencia, como si estuviera a solas, aunque sin perder su sello de distinción que, a los ojos de Kamal, representaba a su querida aristocracia dando rienda suelta a sus instintos. Aida, por su parte, ponía de relieve un nuevo estilo de destreza, elegancia y educación en su naturaleza angelical, ya fuera por la forma de cortar la carne, de coger el sandwich con la punta de los dedos, o de mover la boca al masticar. Y todo eso pasaba con enorme facilidad, sin huella de afectación o de inquietud. La verdad es que había esperado ese momento con ansiedad y rechazo, como si dudara de que ella comiera como el resto de la gente… Y aunque saber qué clase de comida tomaba turbó en cierto modo su conciencia religiosa, en lo extraña y alejada que estaba esa comida de lo que sus conocidos solían tomar sintió una especie de afinidad que lo vinculaba con aquella que la comía, aliviando así su imaginación perpleja y llena de preguntas. En él se alternaban dos sentimientos contradictorios: al principio se inquietó viéndola realizar esa función, común a los seres humanos y los animales, pero luego le entró cierta satisfacción, ya que esa función lo acercaba a ella, aunque fuera un solo grado. Pero su alma no se conformó con los datos averiguados en este punto, y sintió que esta lo empujaba a preguntarse si ella realizaba el resto de las funciones naturales. No podía decir que no, ni le era fácil responder que sí, y renunció a la respuesta, sufriendo una sensación que no había conocido nunca antes y que encerraba —si es que lo encerraba— una muda protesta contra las leyes de la naturaleza.
—Estoy admirado de tu sentimiento religioso y tu ejemplaridad moral…
Kamal lo miró con prevención, como escamado. Pero Huseyn le ratificó:
—He hablado con sinceridad, no en broma.
Kamal sonrió con timidez, y luego señaló a los sandwiches que quedaban y a la cerveza, diciendo:
—A pesar de esto, vuestra celebración del mes de Ramadán supera toda descripción: luces que se encienden, Corán que se recita en el vestíbulo, almuédanos que llaman a la oración desde el salámlik, ¿eh?
—Mi padre celebra las noches de Ramadán con amor, generosidad y respeto a las tradiciones que siguió mi abuelo. Además, él y mamá son perseverantes en el ayuno…
—Y yo… —dijo Aida sonriendo.
—Aida ayuna un solo día al mes —replicó Huseyn con una seriedad con la que pretendía ser irónico—, ¡y cuántas veces lo ha roto un poco antes del atardecer!
—Y Huseyn hace en Ramadán cuatro comidas diarias —respondió Aida en revancha—: las tres habituales y la del sahur.
Huseyn siguió hablando, al tiempo que se reía. Y al hacerlo, la comida casi se le habría caído de la boca, de no haber sido porque levantó la cabeza con un rápido movimiento:
—¿Qué tiene de extraño que apenas sepamos nada de importancia acerca de nuestra religión? Papá y mamá no tenían conocimientos dignos de mención, y nuestra institutriz era griega. Aida sabe más del cristianismo y sus ritos que del Islam. En comparación contigo, parecemos paganos… —luego, dirigiéndose a Aida—: Él estudia el Corán y la Sira.
—¿De verdad? —dijo ella con un tono en el que quizás mostraba algo de asombro—. ¡Bravo!…
Pero te pido que no pienses de mí peor de lo debido, pues me sé de memoria más de una azora…
—¡Maravilloso, realmente maravilloso! —murmuró Kamal como soñando— ¿cuáles, por ejemplo?
Ella dejó de comer, para recordar, y luego dijo sonriendo:
—Quiero decir que me sabía algunas azoras; pero no sé lo que queda de ellas… —luego, levantando la voz de repente como quien recuerda algo cuya búsqueda le ha costado mucho esfuerzo—, como la azora en la que se dice: «Nuestro Señor es único, etc».
Kamal sonrió y le ofreció una tajada de pechuga de gallina. Ella la cogió agradecida, aunque reconoció que estaba comiendo más de lo que comía habitualmente.
—Si la gente comiera siempre como en las excursiones —dijo luego— la esbeltez desaparecería de la faz de la tierra…
—A nuestras mujeres no les apasiona la delgadez… —añadió Kamal tras un corto instante de vacilación.
Huseyn corroboró su opinión diciendo:
—La propia mamá es de esa opinión, pero Aida se considera una parisina…
«¡Que Dios perdone la negligencia de mi adorada! ¡Cuánto te ha turbado tu alma de creyente, como antes la habían turbado las ideas, cargadas de interrogantes, que encontrabas en tus lecturas! ¿Es que puedes acoger la negligencia del ídolo con la crítica y el enfado con que acogías las ideas que te hacían dudar? ¡Ni mucho menos! Tu alma no alberga hacia ella más que un amor puro. Incluso amas sus defectos. ¿Sus defectos? Ella no tiene defectos, aunque sea un poco inconstante con la religión e infrinja algunos tabúes. Esos serían defectos si los encontrase en otra persona. Pero lo que más me temo es que, a partir de hoy, no la vería bella si no fuera inconstante en la religión o infringiera los tabúes. ¿Eso te inquieta? Pide perdón a Dios por ti y por ella, y di: ¡Todo esto es asombroso, asombroso como la Esfinge! ¡Cuánto se parece tu amor a ella o cuánto se parece ella a tu amor! ¡Ambas son enigma y eternidad!»
Aida vació lo que quedaba del termo en el cuarto vaso, y luego dijo a Kamal incitándolo:
—¿No has cambiado de opinión? No es más que una bebida refrescante…
Él mostró una sonrisa de excusa y agradecimiento. Y entonces Huseyn agarró el vaso, y se lo llevó a la boca diciendo:
—Yo me lo beberé en lugar de Kamal. —Luego, quejándose—: Tenemos que parar de comer, que si no moriremos del atracón.
Dejaron de comer, pero sobraron media gallina y tres sandwiches. Kamal pensó en repartírselos a los chiquillos que vagaban por el lugar, pero al ver que Aida volvía a poner los sandwiches, con los vasos y el termo, en la cesta, no tuvo otro remedio que volver a meter lo que había sobrado de su comida en la maleta. ¡Entonces se le vino a la cabeza el recuerdo de las palabras de Ismail Latif sobre el espíritu ahorrativo de la familia Shaddad!… Huseyn saltó al suelo diciendo:
—Tenemos una alegre sorpresa para ti. Hemos traído un fonógrafo y algunos discos para ayudarnos a hacer la digestión. Escucharás un disco europeo de las obras seleccionadas por Aida y otros egipcios como «Adivina, adivina», «Después de la noche» o «Desvía tus pasos hacia aquí»… ¿Qué te parece?…